Reconocida y premiada, la catedrática Miriam Pereira, que fuera directora del Archivo Nacional de Portugal y autora de libros de Historia económica pioneros, decisivos y polémicos, ha escrito en su jubilación un libro brillante, de madurez y magisterio. No hay allí, lo mismo que en Francia, una tan fuerte muralla de especialidades históricas, y ella ha trabajado, como tantos de sus colegas, en terrenos fronterizos, adentrándose, además de en grandes temas económicos del pasado contemporáneo, en la historia política, el ensayo reflexivo, la biografía. Como en esta espléndida y creativa síntesis de los trabajos surgidos allí desde el centenario del comienzo (tras ser derrocado el rey) de la Primera República portuguesa (1910-1926). La etapa, nos dice, «emparedada entre la monarquía constitucional y el “Estado Novo”, continúa envuelta en apasionada polémica». Y, añadimos, poco conocida y citada en los medios académicos españoles, aunque de gran interés para comprender esa contemporaneidad.
Tras una introducción sobre los antecedentes, periodiza y revisa la narrativa política: los 7 primeros años con relevantes presidentes (Teófilo Braga, Manuel de Arriaga y Bernardino Machado), que ponen en marcha el nuevo régimen, elaboran leyes fundamentales, procuran el desarrollo económico y el equilibrio financiero, y soportan la enorme repercusión de la Gran Guerra; la breve (1918) casi dictadura militar del germanófilo Sidónio Pais, que cohesiona las fuerzas conservadoras y antiliberales y muere asesinado; un tercer periodo con episodios destacados como la mortandad por la gripe española (135.257 en 2 años); las apariciones de Fátima; conspiraciones y revueltas monárquicas que la autora califica de corta guerra civil; la inflación galopante, y brutal desvalorización monetaria; la inestabilidad de 26 gobiernos de los últimos 6 años por obstruccionismo parlamentario; el asesinato en la «noche sangrienta» de 1921 de políticos conservadores por un grupo de marineros, la figura tutelar de Afonso Costa, las importantes reformas administrativas.
Y los grandes temas: la laicización y educación ciudadana, la urgente escolarización y alfabetización, la creación de las Escuelas Normales Superiores, el crecimiento espectacular de alumnas en la secundaria, la creación de universidades en Lisboa y Oporto y nuevos centros técnicos (ingenieros, agrónomos, veterinarios, Comercio); las universidades populares, la difusión de la lectura.
Aunque con limitaciones, se actualizó la democracia (todavía sin sufragio universal); se hizo obligatorio el servicio militar sin exenciones pagadas; se reconfiguraron las fuerzas de seguridad; una minoría de obreros entraba por primera vez en el Parlamento, luchando contra la sectaria legislación antihuelgas; un nuevo papel de la mujer en la vida profesional y cultural, aprobándose el divorcio y nuevas leyes de familia y protección a la infancia. Las libertades de asociación y expresión dinamizaron la prensa (informativa, de partido, obrera). Un apartado luminoso estudia los movimientos políticos socialista y anarquista, hacia la «República social»; el sindicalismo, y las patronales; las protestas populares, que mejoran el nivel salarial y de vida; el mutualismo; el papel del Estado en las relaciones laborales, la salud pública, el seguro obligatorio. ¡Cuánto nos recuerda esa esforzada y combativa «cultura republicana» a la española posterior!
Aunque «los ciclos económicos raramente coinciden con los políticos», el escudo es la nueva moneda bastante estable; hay un mayor intervencionismo estatal y una determinante política financiera. Sigue predominando el sector agrícola, con la vid, el cereal y el corcho, principales para el mercado internacional, y miran al interior el aceite y la pesca; ayudan la ley de crédito agrícola, el subsidio al precio del pan, la mecanización, los proyectos de riegos del ingeniero Ezequiel de Campos. Perduran el latifundio extensivo en la Beira Baja y el Alentejo, y el minifundio intensivo del Norte; y no avanzan iniciativas de reforma, aunque algo se hará al final del periodo, para evitar la «revolución de los miserables». La guerra —que reduce los intercambios internacionales— impulsa la industria nacional, lastrada por la carencia de carbón y materias primas, pero crecen las exportaciones de conservas, y se diversifica el comercio internacional, volcado en las colonias. Y crecen las 2 grandes ciudades.
La reforma fiscal convierte por cuota y progresivo el impuesto rural; el industrial, según las ganancias, y crea el de rendimiento personal; el equilibrio presupuestario; las luchas contra la inflación; la expansión de los bancos (de 21 a 39) y el paso a regulador del de Portugal; se intenta nacionalizar el monopolio del tabaco. El imperio colonial africano es uno de los ejes: mantenerlo, consolidarlo, pacificarlo, administrarlo por altos comisarios; desarrollar la agricultura y la minería, mantener ese gran mercado exterior y, a la vez, abrirlo a grandes inversiones extranjeras; mejorar el trabajo del «indigenato», prohibir el castigo corporal, mantener las misiones religiosas. Y, ante el despoblamiento grave, leyes sobre emigración, orientación hacia África de parte de los habituales a Brasil.
La República portuguesa superó muchas limitaciones y realizó una labor modernizadora, liberal, pero las fuerzas reaccionarias, no logrando un rápido cambio de mentalidad popular, la derribaron, y, en el larguísimo período salazarista, proyectarían injustas descalificaciones sobre ella. Merecía por ello un buen estudio como este.