Este libro contiene una investigación muy seria sobre el tema enunciado, una investigación basada en fuentes de varios archivos y en una amplia bibliografía. Al sacar a la luz aquel sector de la sociedad madrileña, sorprende incluso la cantidad de trabajos y oficios que desempañaban con sus manos las trabajadoras madrileñas; no eran ociosas ni improductivas aquellas mujeres, a pesar de cómo las caracterizaron los ilustrados contemporáneos, como nos recuerda la autora. También es cierto que no se trata de la primera publicación de López Barahona sobre este tipo de asuntos.
Al enmarcar a las trabajadoras en aquella sociedad del siglo xviii, Victoria López nos hace una valiosa explicación de aquella sociedad. Una sociedad que, aunque mantuviera unos ideales aún nobiliarios, no era ya una sociedad estamental, sino una sociedad de clases. Aunque el modelo sea ampliable a la Edad Moderna europea, la autora se centra en la sociedad madrileña de aquel siglo, de la cual hace una valiosa exposición en buena parte, aunque no solo, basada en sus propias investigaciones.
Los primeros 4 capítulos se centran en la población, la economía, la organización social del trabajo y los salarios y las condiciones de vida de Madrid y sus arrabales. En el aspecto demográfico resaltan el peso de la inmigración, una alta tasa de masculinidad que desciende a lo largo del siglo, la residencia de los trabajadores manuales en los arrabales de la villa y Corte, y en la abundancia del empleo femenino; a pesar de las escasas posibilidades de cuantificarlo; se puede decir que, solo entre las mujeres casadas, trabajaban las 2 terceras partes para complementar los escasos salarios de los maridos. El segundo capítulo explica el carácter de aquella economía urbana en la que, dada la concentración de élites comerciales, burocráticas, financieras y eclesiásticas, unidas a la nobiliaria y a la de la Casa Real, predominaban el comercio y los servicios para satisfacer la demanda interna; se detiene en la importancia del mercado de abastos, con su centro en la plaza Mayor, así como en el elevado número de tahonas y panaderías. Ese mercado de abastos daba trabajo a un elevado número de trabajadores y de trabajadoras. Las manufacturas no generaban tantos puestos de trabajo, aunque desde 1750 se produjo un aumento de su demanda, debido al incremento demográfico y a la mayor afluencia de familias aristocráticas y con predominio de las calidades suntuarias. Un epígrafe nos explica la industria rural en torno a Madrid, industria realizada en pequeñas unidades y destinada a satisfacer la demanda urbana.
El capítulo dedicado a la organización social del trabajo y las relaciones laborales en los oficios artesanos se detiene en el funcionamiento de la pequeña unidad doméstica, centro de la producción manufacturera no solo en Madrid, haciendo especial alusión a la deliberada exclusión de la trabajadora femenina de cualquiera de los gremios artesanos, lo cual tampoco sucedía solo en Madrid, sino en todo el país. El último capítulo de esta primera parte trata de los salarios y las condiciones de vida de la población laboral, partiendo de la base de que, como nos recuerda la autora, en la Europa moderna trabajo y pobreza eran inseparables. De ahí la necesidad de acogerse, como en toda la Europa moderna, a la formación de hermandades, redes informales de crédito y otras instituciones del mismo tipo.
La segunda parte del libro está dedicada a los oficios y las actividades económicas de las trabajadoras madrileñas. Basada en fuentes de archivo (Histórico Nacional, Protocolos de Madrid, de la Villa, Simancas y a veces en información de prensa madrileña), esta parte constituye una auténtica aportación a la historia del mundo laboral en la época. Es la explicación de la vida y el trabajo de las criadas, las cuidadoras y enfermeras del Hospital de la Pasión, del auténtico ejército de lavanderas en la ribera del Manzanares y en otros lavaderos; de las trabajadoras, abastecedoras y distribuidoras en las plazas de abastos; de las abundantes trabajadoras en el Rastro madrileño y, en especial, del gremio dedicado al comercio de menudos que, más baratos que la carne de carnero, alimentaban a las clases bajas; y de las roperas de nuevo, las modistas, bateras y escofieteras, las costureras, ropavejeras, prenderas y baratilleras. Todo ello con auténtico lujo de detalles de los que hasta ahora no disponíamos.
Las escuelas-taller como canal de aprendizaje y las relaciones laborales en el textil madrileño, producto también de la investigación en Archivos, aporta información valiosa a la que lo reducido de este espacio impide dedicarse aquí.
Se puede concluir, en definitiva, que el trabajo femenino fue importante en el Madrid del siglo xviii, que venía siéndolo ya desde etapas anteriores, que lo mismo sucedía en otras ciudades europeas; y que todo ello acontecía a pesar de «la descualificación, la inseguridad y la temporalidad que caracterizó a las trabajadoras pobres de Setecientos».