Mi primer paciente se llamaba Basilio A.V., tenía una bradicardia severa. Junto con mis compañeros decidimos hacer un ECG, pero no supimos interpretarlo. El paciente tenía un bloqueo aurículo-ventricular y entró en parada cardiorrespiratoria mientras los 3 compañeros mirábamos el ECG. Aunque tarde, iniciamos las maniobras de RCP, pero a pesar de esto Basilio murió. Por suerte, era una simulación con un maniquí, éramos estudiantes de 2.° de carrera, y comenzábamos a estudiar la fisiología del corazón.
Poco a poco, conforme han ido pasando los años he ido descubriendo que, en determinadas situaciones, el médico no puede curar, pero sí aliviar, y siempre debe acompañar. Actualmente soy residente de medicina familiar y comunitaria. Ha pasado tiempo desde que atendí a Basilio, pero aún le recuerdo en cada paciente que veo. La lección que aprendí aquel día no fue cómo leer el ECG o hacer una RCP eficaz, que también… Ese día comprendí que es más importante mirar al paciente que a las pruebas.
Cuando basamos nuestro diagnóstico únicamente en las pruebas que pedimos y no en la anamnesis o la exploración, corremos el riesgo, no solo de saltarnos el origen del problema, sino de perdernos una parte preciosa de nuestra profesión. Estamos desaprovechando nuestra capacidad como médicos de mirar el cuerpo de un paciente de una forma sencilla a través de nuestros sentidos; estamos perdiendo la oportunidad de crear un vínculo entre el médico y su paciente1. Debemos ser conscientes de que el enfermo nos cuenta cosas que puede que no cuente a nadie más, que se desviste, te permite tocarle y explorarle como probablemente no le permita a nadie más… Si acortamos ese proceso sin escuchar sus necesidades o auscultándole deprisa, a través de la ropa, sin realizar un examen completo, estamos perdiendo una gran oportunidad de conectar con él2,3.
De los 3 atributos de la asistencia sanitaria que determinan la calidad asistencial de un acto médico (descritos por el Dr. Avedis Donabedian en 1989: los aspectos científico-técnicos, la relación interpersonal y otros elementos de entorno)4, estamos otorgando mucha relevancia a los aspectos científico-técnicos, mecanizando de este modo la asistencia sanitaria, y haciendo que nos olvidemos de la relación interpersonal y otros elementos del entorno5.
En la actualidad tenemos la dificultad añadida durante la asistencia médica de interactuar con el ordenador al tiempo que con el paciente. No podemos negar que existe una separación entre aquello que aparece en la pantalla del monitor y el paciente real que acude a nuestra consulta. Poco a poco hemos ido sustituyendo el centro de nuestra atención médica: mientras antaño el núcleo de la consulta era el paciente, ahora parece ser la pantalla y el teclado. ¿Cuántas veces sentimos la necesidad de transcribir todo en el ordenador en vez de mirar a los ojos al paciente mientras nos cuenta sus dolencias? ¿Cuánto tiempo nos quita la burocracia en nuestra asistencia diaria?
A veces como médicos no sentimos la necesidad de explorar al paciente porque ya lo ha hecho el compañero hace unos días, por enfermedad crónica o porque el ordenador nos revela «todo lo necesario»… Pero ¿nos hemos parado a pensar en cómo se siente el enfermo? Es comprensible que sienta desamparo cuando no le escuchamos y/o exploramos; en definitiva, cuando no le dedicamos el tiempo que merece. Puede que ya sepamos lo que podemos encontrar, pero ¿no es también la exploración una forma de tratamiento que tenemos, valga la redundancia, al alcance de las manos?
Tras el diagnóstico, nos preocupa y exaspera el incumplimiento terapéutico. ¿Cómo van a seguir nuestras pautas si no les escuchamos? ¿Cómo vamos a saber que no se toman la medicación porque les sienta mal o porque sus circunstancias personales hacen imposible la adherencia, si les interrumpimos antes de que nos lo puedan contar? Tenemos que «ganarnos» el derecho a decirle al paciente qué tratamiento debe seguir. Esta confianza surge del intercambio diario en nuestra consulta de problemas y necesidades por acompañamiento y soluciones.
La calidad de la relación médico-paciente no radica solamente en hacer muchas pruebas y poner tratamientos; sino que la asistencia sanitaria debe ir acompañada por actos médicos que se han venido realizando desde el origen de nuestra profesión. Actos que buscan un vínculo entre sanador y sanado, una relación de confianza y respeto en la que ambos tienen un objetivo común. Actos que se deberían enseñar a las nuevas generaciones de profesionales sanitarios por parte de sus tutores como área de mejora.
En la medicina moderna conocemos la cura de grandes enfermedades y tenemos la capacidad de ver el interior del cuerpo sin abrirlo, conocemos genómica, bioquímica y molecularmente los desencadenantes de muchas enfermedades; y sin embargo nos olvidamos de lo más importante de nuestra profesión: nos olvidamos de escuchar, acompañar y explorar a nuestros pacientes, en un alarde de arrogancia por el conocimiento obtenido, fruto de las nuevas tecnologías y los avances en investigación. Nos hemos olvidado de este proceso, de esta conexión que tienen el médico con su paciente, de su significado que busca transmitir un mensaje: «Yo estaré siempre aquí y te acompañaré en este camino hasta el final».