Preservar la intimidad de los enfermos es uno de los aspectos más descuidados por el sistema sanitario en su actividad cotidiana, pese a ser un indicador de calidad y formar parte del proceso de humanización de la Medicina. Existe una gran diferencia entre lo que se dice y lo que se realiza en la práctica1,2.
Es algo que ocurre pese a las recomendaciones de los manuales profesionales de cualquier categoría sanitaria, a los requerimientos de los diferentes códigos deontológicos y a las exigencias legislativas sobre su protección (artículo 18.1 de la Constitución Española [BOE número 311 de 29 de diciembre de 1978], artículo 10.1 de la Ley General de Sanidad [Ley 14/1986, de 25 de abril, BOE número 102], preámbulo de la Ley de Autonomía del paciente [Ley 41/2002, de 14 de noviembre, BOE número 274], artículo 1.3 de la Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo de protección civil del derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen [BOE número 115 de 14 de mayo de 1982], y el punto 4.1 de la Orden SSI/81/2017, de 19 de enero, por la que se determinan las pautas básicas destinadas a asegurar y proteger el derecho a la intimidad del paciente, por parte de los alumnos y médicos residentes en Ciencias de la Salud [BOE número 31 de 6 de febrero de 2017]). Su incumplimiento es sancionado por el artículo 199.2 del actual Código Penal (título X, capítulo I)3.
Se desnuda innecesariamente a los enfermos2, no se impide que una visita inoportuna al despacho contemple la desnudez de un paciente que esté siendo explorado4, no se cubren debidamente los cuerpos desnudos en exploraciones radiológicas que exigen quitarse la ropa, se exponen innecesariamente los genitales de los pacientes en los quirófanos, etc.
Y aunque es un hecho que afecta a enfermos de cualquier sexo, existe una cierta tendencia de género; en el sentido de tenerse mayor sensibilidad hacia la protección de la intimidad femenina que la masculina. Quien esto suscribe, y muchos lectores de esta revista, tiene experiencia en ese sentido; tanto personal como pacientes, como ajena.
Existe la creencia de que los hombres son menos pudorosos que las mujeres y, por tanto, es menos necesario salvaguardar su intimidad. Con lo que se tiende a descuidarla más. Cuando lo cierto es que el tipo de socialización recibida por los varones les impide percibir y expresar malestar en estos contextos; verbalizándolo bastante menos que las mujeres5. Los hombres, como las mujeres, prefieren ser atendidos íntimamente por sanitarios de su mismo sexo6. Una cosa que no siempre es posible hacer, y que la imparable feminización de la Medicina hará cada vez más improbable para los hombres.
Hasta no hace mucho, la situación estaba más o menos compensada porque, aunque los médicos eran mayoritariamente varones, las enfermeras eran, y son, mayoritariamente mujeres. La vergüenza del paciente estaba equilibrada por sexos, pues siempre estaba presente personal del sexo contrario al suyo, y del propio, en tales exploraciones (con sus excepciones); así como la salvaguarda de su intimidad.
Esta situación está cambiando con la feminización de la Medicina. Cada día es más probable que en tales exploraciones solo esté presente personal femenino, lo que las hace especialmente penosas para los pacientes varones. Sobre todo si se tiene en cuenta la menor sensibilidad de ese personal hacia el respeto de la intimidad del enfermo varón7 por creer que este tiene menos pudor y requiere un menor cuidado de la misma.
Por eso es necesario un cambio de paradigma. Hay que retirar de los manuales y de la mente de los sanitarios la idea de que hay que evitar la desnudez innecesaria (por ejemplo) «sobre todo si el paciente es mujer», pues eso era válido cuando los médicos eran mayoritariamente hombres, pero lo no es ni en la actualidad ni lo será en el futuro. Los hombres también tienen pudor, su intimidad también merece respeto y protección, y cada vez estará más expuesta ante el personal sanitario femenino, por las razones antes expuestas. Preservar la intimidad es un derecho legal para los pacientes, y una obligación para todos los sanitarios. No puede haber dudas al respecto.
El personal sanitario femenino (y el masculino) debe cambiar de paradigma para cambiar de actitud. Quizás, no estén actuando bien en el ejercicio de esa protección y, por tanto, habrán de saber que transmitirán esta actitud a sus residentes.
Ese cambio no ocurrirá espontáneamente, habrá que trabajarlo. Pues, lejos de lo que se piensa, las mujeres sanitarias no son tan empáticas como se cree, por lo que no es factible que adopten una actitud más positiva en la protección de la intimidad de sus pacientes varones espontáneamente. Es cierto que las mujeres son más empáticas que los hombres entre la población general, lo que nos permitiría esperar que se diera ese cambio de paradigma de un modo automático o, incluso, que no fuera necesario porque ya se da. Pero los datos impiden ser tan optimistas. Las mujeres médicos, noson más empáticas que sus colegas masculinos8. La diferencia que se encuentra en la población general se iguala durante el estudio de la carrera, se afianza durante la especialización consolidándose esa igualdad con el ejercicio de la profesión9. Lo mismo sucede con las enfermeras2,10.
El personal sanitario femenino (y también el masculino) habrá de cambiar su mentalidad para proteger la intimidad de los varones con el mismo empeño aplicado a sus pacientes femeninas. Cosa para la que será necesario hacer un fuerte ejercicio pedagógico fig. 1.