Hace unos 30 años, cuando la niña mayor de la foto de portada de este libro que presentamos hoy era una anciana decrépita, se paseaba por la casa de un lado a otro y le decía a una pequeña: “Juventud divino tesoro, te vas para no volver. ¿Te acuerdas, Macu?”. Alguna vez le comenté que los versos eran de Rubén Darío. No reconoció el nombre, no lo recordaba. Mencionaba a Juan de Dios Peza. La memoria en la vejez revelaba la nostalgia por el pasado, pero también una comprensión de los versos en otra dimensión del tiempo, ya alejada de la niñez. El pasado se cifraba justo en esos versos que revelaban a su vez la lectura. Es decir, la foto tomada en un estudio no era sólo una pose de época, representaba un modelo pero también un hábito de las clases medias ilustradas. La literatura a la vez sintetizaba la memoria del pasado no en un hecho, un dato, una anécdota, que también se contaba, sino en unos versos que se actualizaban de manera aplastante y definitiva ante el transcurrir ya irreversible del tiempo. Entonces, con la memoria, una nueva lectura.
Escribir la lectura. Representaciones literarias en textos hispanos e hispanoamericanos reúne un conjunto de estudios cuyo eje vertebral es la lectura, es decir, las múltiples variantes en que ésta se escribe, se inscribe, se significa. El libro forma parte y representa un desplazamiento que produce la crítica en las décadas finales del siglo xx de una mirada que se enfocaba en la relación obra-autor a una enfocada en la relación obra-lector, comunicación esta última en la que se renueva la existencia del texto. Es decir, el libro parte de la conciencia que sus autores tienen del papel que la lectura desempeña en la literatura misma y de que, como insistiera Jauss, el crítico es antes que todo un lector. Enunciación a la que se podría añadir que el escritor es también antes que todo un lector. La literatura es indisociable del acto de leer, y éste asoma en el texto desde su misma construcción pues en el modo que es escrito, es leído; y es escrito para ser leído. El texto ya contempla un lector y se contempla a sí mismo en el lector. Así, la lectura es un acto que se reproduce en el propio texto.
Volvamos a la frase de Jauss, el crítico o el historiador literario, como él especifica, es ante todo un lector. Pero ¿qué tipo de lectores tenemos aquí, reunidos en este volumen? Pues unos lectores críticos, indagadores, maliciosos; unos lectores que han actualizado varias veces el texto, es decir, han roto su ilusión para ver las marcas y los signos que su tejido disimula o ilumina disimuladamente. Esa lectura que activa la evocación, la memoria, el placer, es historiada y corregida por una lectura crítica que destruye las trampas de la imaginación y la nostalgia, refresca la memoria, ironiza, le pone los pies en tierra al lector menos avezado. Tampoco hay que olvidar que el escritor es también un lector y fue formado en la lectura, que es su motor y su punto de partida, y es además el punto de llegada de lo que escribe.
En esa dialéctica que forman los actos de la escritura y la lectura al interior y al exterior de las obras, en la cual una construye a la otra, es que entran las miradas e indagaciones de estos críticos que trazan un arco desde la crónica de Bernal Díaz del Castillo hasta una novela de David Toscana ya en los inicios del siglo xxi, en las que las representaciones literarias de la lectura devienen lecturas críticas de esas representaciones.
¿De cuántos modos funciona la lectura? ¿De cuántas maneras puede ser dramatizada en un texto? ¿Para qué sirve leer y, por tanto escribir y ser leído? Los modos y las funciones de la lectura son siempre un hecho histórico, acontecen en el tiempo y en un espacio determinado y bajo una suma de criterios ideológicos y culturales que la condicionan. Escribir la lectura. Representaciones literarias en textos hispanos e hispanoamericanos nos ofrece un rico muestrario en el tiempo de las posibilidades de la lectura.
María José Rodilla reconstruye el entramado que genera el texto de Bernal Díaz del Castillo, hijo de sus lecturas críticas de los textos de la Conquista que le producen una escritura correctiva de la historia y de su lugar en ella a partir de la memoria. Su lector privilegiado: el Rey. Texto crítico el de Rodilla que sugiere otras preguntas para seguir desarrollando el tejido del texto de Bernal usufructuado por numerosos escritores. Piénsese nada más en cómo lo leen Alfonso Reyes y Teresa de la Parra ya en el siglo xx para rehacer la historia americana.
Marina Martínez Andrade ilumina otra función de la escritura/lectura: la for-mativa, la de vehículo idóneo de la preparación y formación del ciudadano moderno y de la nación joven y civilizada. Pero ese ciudadano se sintetizará en la figura de Domingo Faustino Sarmiento, símbolo y representación de las posibilidades y beneficios de una lectura formativa, decisiva en su destino personal. Martínez Andrade recorre los intríngulis de ese proceso formativo y su modeli-zación en la figura del autor a través de su obra Recuerdos de provincia.
Alma Mejía se detiene con Benito Pérez Galdós en un tópico caro a los autores del xix: la lectura de novelas frívolas y fantasiosas, que podríamos llamar “disformativa”, en oposición a la propuesta sarmientina, y sus consecuencias en las mujeres. Problemática constante en la narrativa crítica decimonónica con figuras ejemplares como Emma Bovary y Ana Karenina, a Mejía González le importan más las variaciones que aporta Galdós en el tratamiento del tema a través de una operación realista y a partir de la extensión del asunto a personajes masculinos, poniendo a dialogar en su texto los dos tipos de lectura.
A escrituras del siglo xx están dedicados la mayor parte de los trabajos reunidos en este volumen. En ellas la representación de la lectura disloca el eje for-mativo/disformativo para abrirse en un abanico de complejas posibilidades y problemáticas; y esta apertura alcanza, en primer lugar, la noción misma de representación; y en segundo, del autor como autoridad.
Una lectura crítica de la lectura crítica nos ofrece César Núñez a propósito de las contradicciones de un Arqueles Vela, teórico e historiador literario afiliado a las normas poéticas del realismo socialista ancladas en la noción del arte como reflejo de la realidad y el poeta vanguardista que fue. Así, el “escribir la lectura” del título se desplaza a “criticar la lectura crítica” en la que Vela lee no sólo la historia literaria sino a sí mismo y todo ello en un trabajo de análisis minucioso que le permite al lector ponerse en contacto con una parte usualmente desconocida de la producción del estridentista mexicano.
En esta apertura de la noción de representación se introduce un género conflictivamente relacionado con la misma, la poesía. una revisión rápida del índice permitirá comprobar que la mayoría de los trabajos versan sobre prosa o narrativa (sea crónica, memoria, novela e incluso ensayo), con la excepción de dos, dedicados el uno al poema de Borges “Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad” de Osmar Sánchez Aguilera y, el otro, a los textos de José Emilio Pacheco “Carta a George B. Moore” y “En defensa del anonimato” de Álvaro Ruiz Abreu. El primero, bajo la premisa de que la poética de la lectura propuesta por Borges es uno de los aportes más productivos y singulares de su obra, proble-matiza desde diversas perspectivas, la autoría de un poema que aparece en una segunda edición sin ninguna referencia explicativa de su ausencia anterior o su inclusión. El segundo, inmerso en una reflexión más amplia sobre la lectura, establece una dialéctica entre Pacheco lector/escritor, que se relee y se reescribe proponiendo así una lectura de sus textos que supone diálogo, desacralización del objeto y reapropiación de la autoría.
Margarita Pierini estudia una problemática oculta, subsumida, en las dra-matizaciones de la lectura del xix y es la relación de los escritores con el eje for-mativo/disformativo a partir de sus creaciones. Dicho de otra manera, la tensión entre el escritor, su literatura y sus lectores (con preponderancia de las lectoras) en la era de la masificación de la lectura y la mercantilización de la literatura, que la convierte en una profesión remunerativa. Para develar la relación vergonzante con la literatura de masas, Pierini indaga en comentarios en artículos periodísticos, cartas, etc., de cinco escritores argentinos: Roberto Giusti, Nicolás Olivari, Héctor Olivera, Roberto Arlt y Ricardo Güiraldes.
Aralia López González desplaza la “lectura crítica” de la “lectura crítica” hacia sí misma en un “ensayo”, en el más estricto sentido de la palabra, que titula “Archivos del mal: formación de la nación mexicana en Oficio de tinieblas de Rosario Castellanos”. Fruto de renovadas lecturas en el tiempo a un texto ya conocido y trabajado, López González propone el desciframiento de un enigma cuya interpretación se le había resistido: la manera en que lee y dramatiza Castellanos el mundo indígena a partir de los signos de la textualidad fictiva y de la textualidad “histórica”. Y el enigma es justamente la incapacidad, la imposibilidad de entender la otra cultura y realizar una hermenéutica dentro de sus propios límites socioculturales.
Finalmente, dos trabajos que proponen un diálogo entre autores, un diálogo entre intencionados o posibles intertextos: Luz Elena Zamudio a propósito de “Carta a un aprendiz de cuentos” de Guadalupe Dueñas y “Respuesta de un aprendiz de cuentos” de Leopoldo Sánchez Zúber y Ana Rosa Domenella a partir de un título que se repite, El último lector en Ricardo Piglia y David Toscana. Zamudio ilumina un diálogo de lecturas propiciador de nuevas escrituras, es decir, el diálogo en el que una poética es puesta en juego como respuesta explícita a su enunciante y no sin cierta dosis de humor. Domenella, en cambio, parte de una coincidencia o una relación implícita y reúne para el diálogo dos géneros diferentes, ensayo y novela. En el primero (Piglia), se da cuenta de una experiencia de la lectura como interpretación, formación y escritura del mundo; en el segundo (Toscana), las diversas funciones en las que se realiza la interacción con la misma, a saber, placer, trabajo y censura, a partir del personaje principal de la novela nos la revela como fuente motora y estrategia de una vida.
Los múltiples modos en los que se representa, realiza, dramatiza la lectura en textos hispanoamericanos parece apuntar a la ruptura del eje formativo/dis-formativo y a la des/autorización del autor, que deja de ejercer una función rígidamente moralizante para leerse y reconstruirse a sí mismo como lector. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que cualquier comentario aquí es provisorio pues Escribir la lectura no es, no pretende ser, una historia de la lectura en Hispanoamérica, aun cuando a partir del tejido que proponen sus análisis de obras y autores particularmente seleccionados, se puedan inferir algunas conclusiones. Es una probada, una degustación de un menú que podría convertirse en banquete al que nos suscita la ilusión de asistir, pues la lectura en la literatura hispanoamericana se nos propone como un universo rico y en espera de ser investigado. Pero como todo texto, trabajo, análisis que pretende aportar un conocimiento, Escribir la lectura nos ofrece como lectores especializados lo más importante: la posibilidad de un continuum.