Por acoso escolar o bullying entendemos aquella conducta agresiva, intencional y persistente que se manifiesta entre escolares y que implica un desequilibrio de fuerza o poder físico, psicológico, social o de otro tipo, real o percibido, entre un individuo o grupo agresor y la/s víctima/s1. Éste puede ser directo (con las víctimas presentes), constituido por agresiones físicas y abuso verbal por parte del agresor, o indirecto (con las víctimas ausentes) que hace referencia al uso de la difamación (propagar rumores, el cotilleo) y/o la exclusión social para hacer sufrir a la víctima2.
Cuando hablamos de situaciones violentas en contextos escolares se piensa en peleas, robos o destrozos en el material escolar, pero las situaciones de acoso incluyen otros hechos, no siempre tan explícitos ni tan llamativos, como el aislamiento, la burla o la humillación. A menudo estos comportamientos se describen como “propios de la infancia, en las que no hay que meterse” y se dice que “siempre han ocurrido” y, además, “ayudan a fortalecer” el carácter del joven3. Incluso hay quien opina que una dosis de agresividad entre escolares es necesaria para formar adultos capaces de moverse en el mundo actual. Pero esta agresividad está pasando a convertirse en algo preocupante por la elevada incidencia con la que se produce y porque agrava sus conductas y altera el normal desenvolvimiento de la vida escolar4.
Las conductas agresivas entre escolares (bullying) no son un fenómeno nuevo, más bien al contrario, pero en los últimos tiempos ha adquirido mayor relevancia por el eco que recibe en los medios de comunicación y, en parte también, por la crudeza de algunos episodios recientes4.
Se ha teorizado mucho sobre el acoso escolar, pero no se ha estudiado la frecuencia con que suceden en la realidad las conductas agresivas que de cronificarse podrían ser consideradas como bullying, y la actitud de los adolescentes hacia ellas.
En este contexto, nuestro trabajo tuvo como objetivo conocer la frecuencia y las características de determinados comportamientos agresivos puntuales en el ámbito escolar y la vivencia de los propios adolescentes de dichas conductas.
MATERIAL Y MÉTODOSSe trata de un estudio observacional descriptivo, realizado en 2007 y basado en una encuesta autoadministrada.
La población del estudio la forman los alumnos de tercero y cuarto de Educación Secundaria Obligatoria del Instituto Universidad Laboral de Toledo, de titularidad pública; en total, 174 alumnos.
La encuesta fue diseñada ad hoc –dentro de un estudio más amplio sobre hábitos de vida en adolescentes– y contenía siete ítems sobre percepción, frecuencia, localización y conductas relacionadas con el acoso escolar en el centro (anexo 1). Fue ofertada a todos los alumnos y cumplimentada en las aulas por los propios alumnos, bajo la supervisión de un profesor y un residente de tercer año de Medicina de Familia, miembro del equipo investigador.
ANEXO 1. Encuesta sobre acoso escolar en el instituto
Los datos recogidos fueron introducidos en una base del programa SPSS 11.0 para Windows. Se emplearon para su descripción la media, la desviación típica y los porcentajes, con los intervalos de confianza correspondientes, y para su análisis la prueba de la µ2 de Pearson.
RESULTADOSLa muestra final la formaban 124 jóvenes, con edades comprendidas entre los 13 y los 17 años de edad (edad media 14,8 años; desviación estándar [DE]: 0,8), de los cuales 60 (48,4%) fueron chicas y 64 (51,6%) chicos. De las siete aulas, dos no cumplimentaron el cuestionario por “no disponibilidad de tiempo en su calendario lectivo”.
De los 124 encuestados, 21 (16,9%) reconocieron haberse sentido acosados, rechazados o perseguidos por sus compañeros (intervalo de confianza [IC] del 95%: 11,0-24,9]. Este porcentaje fue mayor en las chicas (22,0%) que en los chicos (11,5%) (µ2 = 2,407; p = 0,121).
Sesenta y uno (49,2%) dijeron conocer algún caso de acoso entre sus compañeros de instituto. En cuanto al lugar donde se suelen producir las agresiones, el 50,4% identifica “la calle”, el 40,7% “la propia clase” y el 36,6% “el patio del instituto”.
Preguntados los alumnos sobre con quién hablarían en caso de sufrir una posible intimidación, la mayoría contesta “otros compañeros o amigos” (84 alumnos; 68,2%) y/o “la familia” (37 alumnos; 30,0%). Sólo un 3,2% (4 alumnos) hablaría con “el profesor”, mientras que un 22,6% (28 alumnos) dice que no lo comentaría con “nadie” (tabla 1).
Tabla 1. Respuestas a la pregunta “¿Con quién hablarías en caso de sufrir maltrato de algún compañero?” (opción de respuesta múltiple)
Las situaciones relacionadas con el bullying más frecuentemente observadas a otros compañeros se aprecian en la figura 1. En esa misma figura se puede ver la frecuencia con que los encuestados reconocen haber realizado ellos mismos dichas acciones.
Figura 1. Comportamientos relacionados con el bullying.
De manera global, el 78,2% de los encuestados (97) reconoce haber realizado alguna de esas acciones en alguna ocasión, sin que encontráramos diferencias entre ambos sexos.
DISCUSIÓNAntes de desarrollar la discusión de nuestros resultados, hemos de dejar claro que los hallazgos lo han sido en un colectivo de edad limitado y procedente de un único instituto, de carácter urbano y público, por lo que pudiera no ser representativo de toda la población, si bien se trata del más grande de nuestra ciudad. Además, como en todo estudio realizado mediante encuesta, siempre debe tenerse presente la subjetividad y la posible falta de sinceridad de los encuestados5.
También queremos dejar claro que no pretendimos llegar a conocer la frecuencia de acoso escolar (en su concepción estricta; para ello existen cuestionarios e innova-doras formas de estudio –que combinan observación, entrevistas y cuestionarios, realizados todos ellos por ado-lescentes–6,7), sino de determinados comportamientos agresivos ocasionales relacionados con el mismo8,9.
Como primera conclusión de nuestros datos podríamos decir que la percepción de haber sido acosado es más elevada de lo que esperábamos, aunque casi coincidente con la cifra encontrada por el National Institute of Child Health de EE. UU.8 y, salvadas las diferencias metodológicas, dentro del rango planteado por Orte Socias3. Esa percepción parece ser más frecuente en las chicas, posiblemente por razones de índole psicológica y social que merecerían un posterior estudio.
Otro dato que nos habla de la extensión de este tipo de conductas es que casi la mitad de nuestros entrevistados dice conocer a algún compañero sometido a acoso escolar. En relación con esto, coincidimos con Orte Socias en que ésta es (con las salvedades arriba recogidas) mucho mayor que lo que dicen padecer las víctimas. Dicho de otro modo, el número de situaciones de conflicto percibidas es mayor que el de aquellas en las que una persona puede verse implicada como víctima o como agresor. Una consecuencia inmediata de este hecho sería que tendría mucho sentido trabajar los programas de prevención con todo el alumnado, debido al alto porcentaje de espectadores10 y a que esto, la expectación, siempre supone un refuerzo para el agresor4. En este sentido, se ha descrito que la intervención de los testigos o del grupo en el desbaratamiento de un episodio de bullying suele ser exitosa en muchas ocasiones1.
Si en lugar de hablar de percepción de acoso escolar, lo hiciéramos de esos comportamientos agresivos de forma aislada, nos encontraríamos con que son mucho más frecuentes y extendidos aún. Los empujones, las burlas, los insultos, las amenazas verbales o el aislamiento parecen estar a la orden del día en nuestros centros escolares, tal como se desprende de nuestros resultados. Es llamativa la frecuencia con que ellos mismos se reconocen autores de dichas acciones, lo que sugiere una escasa valoración de su gravedad, como si les parecieran “hechos normales”. En este sentido, algunos estudios han observado un cambio de actitud de los jóvenes hacia las conductas de acoso escolar después de un programa de sensibilización10,11.
Respecto al lugar donde tienen lugar estos comportamientos, parecen ser múltiples, pero nos llama la atención el alto porcentaje de casos que son localizados en la propia aula, hecho coincidente con otros estudios recien-tes1,12, que nos hace pensar que o bien el aula es un sitio fácil para el acoso (comportamientos como la propagación de rumores o el aislamiento pueden pasar desapercibidos para el profesor), o bien la presencia de éste no es capaz de impedir algunas acciones más evidentes (como la burla o situaciones “menores” de maltrato físico), ya sea por infravaloración de su gravedad o por falta de autoridad. También deberíamos reflexionar sobre las causas de que sean tan pocos los alumnos que, en caso de sentirse acosados, dicen que acudirían al profesor.
En definitiva, los comportamientos agresivos ocasionales relacionados con el acoso escolar son un fenómeno muy frecuente que pueden llegar a provocar problemas de salud en los adolescentes4. En consecuencia, el papel del médico de familia pasa por hacer una detección precoz de estos problemas y trabajar, junto con la comunidad escolar10, en la sensibilización de los propios jóvenes.
Correspondencia: F. López de Castro. Unidad Docente de Medicina de Familia y Comunitaria. C/ Barcelona, 2. 45005 Toledo. España. Correo electrónico: flopez@sescam.org
Recibido el 18-01-2008; aceptado para su publicación el 17-06-2008.