Las tensiones que sufre nuestro trabajo pueden conducirnos a un cuidado de los pacientes mecánico, burocrático y despersonalizado. Con ello se desdibuja nuestra identidad profesional, y al mismo tiempo, nuestro compromiso ético y personal con el enfermo1–4. Quizá el alejamiento de la raíz antropocéntrica de la Medicina sea la idea predominante en la base de esta corriente4. Sin embargo, el componente humano sigue siendo esencial en clínica. El poder para hacer bien al paciente desde la consulta continúa siendo enorme, y esto impone una responsabilidad que trasciende el marco económico, social o político. En medio de la actual confusión, la ética médica de la virtud contribuye a clarificar de nuevo el sentido de nuestro trabajo.
Aunque en Medicina solo hayamos hablado de ética de la virtud en las últimas décadas2, esta tiene sus raíces en la ética clásica, donde se define la virtud como la excelencia que nos lleva hacia el desarrollo pleno de nuestras capacidades. «El bien es aquello a lo que todas las cosas aspiran y la actividad conforme a la virtud, que tiene por objeto el bien, resulta buena, bella y placentera»5. En términos modernos podría decirse que quien busca la excelencia en clínica desarrolla sus capacidades, hace el máximo bien al paciente y obtiene la mayor satisfacción profesional2. Este planteamiento abarca, por tanto, todas nuestras decisiones, desde la pauta de antibióticos hasta la atención en los momentos finales de la vida4. La ética de la virtud exige motivación al médico, y permite cierta creatividad; no existen libros con soluciones virtuosas, y son los clínicos quienes debaten y deliberan sobre su conducta2,6.
Diferentes autores han propuesto virtudes y valores que el clínico debe trabajar2–4. Algunos de ellos son muy aparentes, como la disciplina, o la honestidad. Otros quedan en planos más profundos, como la compasión, la implicación afectiva con el sufrimiento ajeno, la valentía, la prudencia, o la esperanza (nunca debiera ser el médico quien inspire desesperanza, que es responsable de mucho del sufrimiento de la enfermedad, y deja al paciente en una situación en que la técnica ofrece poco remedio). Sin embargo, la obligación que unifica a todas las demás es la beneficencia. El médico debe mostrar que su prioridad, a veces por encima de sus propios intereses, ingresos o carrera, es el bien del enfermo2,3,5. La dedicación también a los pacientes que llegan a última hora a la consulta, o en medio de una guardia extenuante, puede constituir una prueba de nuestra excelencia.
Sin embargo, la virtud necesita anclarse en una idea del bien sobre la cual no tenemos acuerdo hoy por hoy. Sin dicho fundamento toda la ética de la virtud se hace teórica, emotivista, o relativista. Por eso hace falta una búsqueda sincera e intensa de los principios, valores universales que trasciendan a las culturas, en los que basar la virtud. Esta reflexión debe hacerse dentro de la comunidad clínica, no de modo aislado. Si bien desvincularse de las propias ideas o creencias es peligroso y empobrecedor2, nuestras ideas no son legítimas por el hecho de ser nuestras. La ciencia no ha eliminado el componente misterioso del nacer, vivir, o morir, y las humanidades facilitan la comprensión de esas experiencias4. Quizá por esto también haya que recurrir a disciplinas como la Filosofía, la Teología, o la Historia cuando elaboramos la ética de la excelencia. En ocasiones miramos con desconfianza esas fuentes de conocimiento, que no cuantifican exactamente las realidades, pero tras deshacer ese prejuicio nos encontramos un área vastísima de reflexión, desarrollada a lo largo de siglos.
En conclusión, la búsqueda de la excelencia ética es fundamental para la óptima práctica de la Medicina y aporta muchas respuestas en la redefinición del sentido de nuestro trabajo4. Ser médico solo es un modo de responder al llamamiento universal a dar lo mejor de cada uno, que además trasciende a lo profesional; el buen médico es, al menos en parte, una buena persona. La comunidad médica tiene también un sitio en la sociedad, por tanto, la excelencia ética en la práctica clínica repercutirá positivamente más allá del ámbito sanitario4.