En referencia al reciente artículo del Dr. Suárez González1 me gustaría, en primer lugar, felicitar por la iniciativa en sacar a la palestra este editorial por su pertinencia, importancia y transcendencia para nuestra profesión, especialidad y futuro de la sanidad nacional. Por otra parte, deseo aportar una serie de comentarios desde mi humilde experiencia como profesor asociado.
Hasta el momento, la medicina de familia y la universidad transcurren caminos que no son totalmente paralelos, ni mucho menos superpuestos. Tal y como bien dice nuestro colega, no es una asignatura obligatoria en todas nuestras facultades y mucho menos, está impartida y coordinada íntegramente por médicos de familia con experiencia asistencial acreditada en la misma. Este punto es fundamental a mi modo de ver, pues ello es vital para poder transmitir a nuestros alumnos el sentir y la forma de actuar que tenemos en nuestro día a día.
Me encuentro en ese «loco grupo» de profesionales que no desean dejar su consulta ni labor asistencial, pues ve en ello su forma de vida y el culmen de sus aspiraciones profesionales y laborales: por ello elegí esta especialidad. Pero no por ello, quiero desvincularme de la docencia en el pregrado. Cada día estoy más convencido que el acercamiento de la primaria a las facultades induce «cambios neurológicos» permanentes e indelebles en nuestros alumnos, a pesar que sus inquietudes a la hora de decidir si van o no al MIR, y en caso afirmativo, eligieran otra especialidad distinta a familia. Ya pasaron por mi consulta y aula muchos alumnos que ya son especialistas en otras especialidades y que me han comentado que el paso por la primaria les ha servido mucho para el enfoque global de sus pacientes y poder dar consejos más acertados a los pacientes para cuando pasen por nuestras consultas. Continúa siendo curioso cómo cambian la forma de vernos como expendedores de recetas e informes, tal y como algunos te dicen desde su desconocimiento e incredulidad.