Este caso invita a la reflexión sobre la oportunidad que tenemos en nuestro día a día de poner de manifiesto situaciones abigarradas que pasan ante nosotros y en las que podemos centrarnos en aspectos que van desde lo más biologista a las aristas del entorno biopsicosocial1, con el fin de dar sentido al sufrimiento de nuestros pacientes en el contexto de su entorno sociofamiliar2, sin quedarnos en pretextos, como los circuitos y protocolos en que se ven enmarcados nuestros pacientes o el estilo de atención, la empatía y la pertinencia de la organización que llevan a Gregorio a una especie de callejón sin salida en el que quizás tenemos alguna cosa más a hacer.
Tengo agendado como visita telefónica a Gregorio, al que conozco por los problemas de salud de su mujer, una paciente con bulimia que hace unos años decidió que era buena idea someterse a un bypass gástrico, cosa que a la postre lejos de reportarle algún beneficio supuso el principio de un calvario para ella3 y para su acompañante marido en múltiples visitas a diversos médicos de diferentes especialidades, desde psiquiatría a digestología, pasando por la Unidad del Dolor no oncológico.
Veo dos informes de urgencias de hospitales y días diferentes: una contusión en la mano sin fractura, en el primero y una fractura de 4.° y 5.° metacarpianos en el segundo.
Gregorio me explica que se ha hecho daño en el trabajo, una residencia de ancianos en la que es auxiliar geriátrico. Se ha roto la mano. Hay algo que no me acaba de cuadrar. Le pido que venga a verme a la consulta.
Cuando entra, él solo, quedándose extrañamente su mujer en la sala de espera, me explica que su hija preadolescente ha intentado suicidarse hace unas semanas. A raíz de esto han descubierto que tiene anorexia nerviosa4. Está ingresada, pero van a darle el alta pronto. Él, para intentar organizar la supervisión en casa, ha pedido a sus jefes poder trabajar solamente en turno de noche para estar durante el día con ella, cosa que le han denegado con cajas destempladas. En un arrebato le ha dado un puñetazo a la pared «por no pegar al jefe». Como nadie lo presenció, terminó su turno y se marchó a casa, pasando por el hospital de camino. Allí se sintió mal atendido porque «lo despacharon con una vendita en la mano», diciéndole que no tenía nada roto, pero le recetaron corticoides orales porque tenía mucha inflamación. Al día siguiente, como no podía ni mover la mano, monstruosa por su aspecto, decidió ir a otro hospital donde le dijeron que tenía dos fracturas y que tendrían que operarle, pero en su centro de referencia. Con lo cual, y aun con el certero diagnóstico, se sintió aún peor atendido.
Ahí estaba Gregorio, tomando corticoides, enyesada la mano rota y con el ánimo aún más roto.
Consideraciones éticasDeclaramos que se han seguido los protocolos de los centros de trabajo sobre la publicación de datos de pacientes y se ha respetado la privacidad de los sujetos.
Este caso clínico ha sido presentado en el Congreso SEMERGEN de Sevilla de 2022 en forma de póster (titulado «No solo la mano rota»), pero consideramos que merece la pena su publicación en su revista con un contenido ampliado y un estilo narrativo que lo dota de una diferente visión más completa e interesante.
FinanciaciónEste trabajo no ha recibido ningún tipo de financiación.
Conflicto de interesesLos autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.