“Los alienistas de nuestro país admiran mucho esta pequeña obra maestra, extrañándose de que un joven novelista pudiera describir tan bien los últimos días de un loco sin haber estudiado jamás Medicina”.
La vida de Fiodor Mijailovich Dostoyevski (FMD) estuvo marcada por todo tipo de hechos trágicos, abismos económicos, decepciones familiares y enfermedad. Al fallecimiento de sus padres cuando era adolescente (primero su madre cuando tenía 15 años y dos años después su padre), se le agregaron la muerte de su primera esposa, María Dimitrievna y la de su hermano mayor Mijail, con quien mantenía no solo una relación fraternal, sino también un vínculo laboral muy estrecho. Posteriormente la muerte de su primera hija Sofía a los pocos meses de vida y finalmente, el fallecimiento de su último hijo, Aleksei, en el contexto de una crisis convulsiva1.
Todo este drama se superpone con su epilepsia, con el juego compulsivo que lo afectó durante al menos diez años, con el agobio del endeudamiento eterno, con la conmutación de una condena a muerte seguida de cuatro años de prisión en Siberia ante la sentencia del zar Nicolas I por conspiración, con la vigilancia casi de por vida que le mantuvo la policía rusa, con sus propios rasgos psicopatológicos (muy interesantes por cierto para analizar), y con la enfermedad pulmonar que lo afectó durante los últimos años de su vida y fue su causa de muerte2.
¿Cómo es posible entonces, que ante semejante decálogo de tragedias y contrariedades, FMD haya podido dejar en su literatura obras contadas como dentro del puñado de textos más extraordinarios de la literatura universal? La respuesta la el propio genio ruso a lo largo de sus obras. Para FMD no hay vida si no hay sufrimiento. Para él, el sufrimiento es la primera fuente de aprendizaje; de hecho, en cada libro de FMD se reconocen personajes que reflejan los propios pesares del escritor.
No es extraño que para alguien que considera el sufrimiento propio como fuente de sabiduría, el sufrimiento del otro no le sea precisamente ajeno. Cuando FMD murió repentinamente el 28 de enero de 1881 a los casi 60 años, el pueblo de San Petersburgo se volcó masivamente a las calles y le brindaron un multitudinario y sentido funeral espontáneo, jamás visto antes ni después en la historia de las letras. ¿Qué es lo que hizo que el pueblo ruso sintiera tanto afecto por él?
Probablemente la respuesta esté en su empatía. FMD poseía una sensibilidad extraordinaria, y una honestidad intelectual que jamás traicionó, que le permitían fusionarse con el más simple de sus coterráneos y tener la altura suficiente para discutir con cualquier intelectual de la época. Sus novelas están impregnadas de las descripciones y personajes con los sentimientos humanos más intensos y universales, siendo, al mismo tiempo, contradictorios y pasionales. Todo esto con un talento narrativo que le era característico. FMD supo en sus novelas, retratar la tristeza, el amor, el odio y el carácter no racional del comportamiento humano (lo que le valió la admiración de Nietzche quien dijo “FMD, el único psicólogo, por cierto, del cual se podía aprender algo”), y dentro de sus descripciones de la naturaleza humana están también las de la enfermedad, la de los médicos y la de la medicina como disciplina.
Como ejemplo de todo esto basta citar la biografía de FMD escrita por su última esposa, Anna Grigorievna Dostoievskaia: “Cuando mi marido me dictó la escena del regreso de Aliocha con los niños del funeral de Iliuchenka me conmoví tanto que con una mano escribía y con la otra me enjugaba las lágrimas”. La historia de Iliucha (Iliuchenka coloquialmente) es una subhistoria de Los Hermanos Karamazov. El pequeño niño Iliucha, descripto en escenas previas como un niño sensible que sufre por la desgracia y desdicha de su padre, el General Snieguiriov, muere de tuberculosis. Toda la historia de Iliucha en el lecho pobre enfermo, el acompañamiento de sus amigos, y la particular intervención del Dr. Herzenstube, son un ejemplo de que lo que sintió su esposa durante el fluido relato en tiempo real de su esposo, fue lo que sintieron los miles de lectores empatizados durante años con las obras de FMD. Esta fusión única lograda por el escritor, es la raíz que movilizó a los que lo acompañaron espontáneamente en su funeral, y el motor que mantiene la vigencia de su prosa a casi 200 años de su nacimiento.
Pero la literatura de FMD es solo una excusa. Una excusa más que válida por cierto, para dar fe, una vez más y como si fuera aún necesario, de la riqueza médica que hay en la literatura. Los textos de FMD, como tantos otros, nos muestran como los mismos padecimientos de hoy, ocurrieron y fueron pensados en el pasado. Cómo la discusión actual de cuál es el límite entre la salud mental y la enfermedad psiquiátrica está descripta en el personaje de Raskolnikov en Crimen y Castigo o en su predecesor, el señor Goliadkin en la novela El Doble (la cita al inicio de la Editorial hace referencia a esta obra3). Allí FMD desdibuja la frontera entre la desesperación moral y la alienación psicótica; o como con el príncipe Mishkin, el protagonista de El Idiota, en donde la idiocia es la metáfora de un personaje tan normal que posee una transparencia de conciencia que le permite siempre ser sincero e ir con la verdad. Si FMD era un narrador por excelencia, y dentro de sus escritos están la enfermedad, la medicina y los médicos, entonces FMD hizo medicina narrativa.
Pero, ¿qué es la medicina narrativa? es al mismo tiempo una narración del acto médico, una declaración de lo que se hace, de lo que puede estar ocurriendo, de la expectativa del paciente, de sus temores, de sus anhelos, de su contexto, y de los valores e incertidumbres en juego entre ambos: médicos y pacientes. Es decir, es lo que, quede escrito o no, se narra entre médicos y pacientes. Entonces, no es arriesgado decir que todo acto médico es un acto narrativo. Por eso parece, o mejor dicho, es absurdo hablar de una medicina narrativa como si hubiera otras medicinas que no lo fueran: la medicina es narrativa.
La medicina necesita narrarse para ser, como dice Rosa Montero “Para ser, tenemos que narrarnos”, y luego agrega “Hablar de literatura, pues, es hablar de la vida; de la vida propia y de la de los otros, de la felicidad y del dolor”4; aquí nuevamente la ecuación es sencilla, si en la medicina se habla de la sucesos de vida, incluyendo la enfermedad y la muerte, y es el lugar en el que por excelencia se representan el dolor y la felicidad, entonces la unión entre literatura y medicina es inextricable. Según J. A. Mainetti y J. L. Mainetti “Los seres humanos somos un género literario y una especie narrativa (Homo narrator)”5.
Pero también la medicina narrativa es lo que el arte, la literatura, ha dejado escrito sobre la medicina. La historia de la literatura está repleta de grandes textos en donde la medicina, la salud y la enfermedad son el eje de alguna historia que cuenta a la medicina, desde la sensibilidad de los escritores. Por eso, volviendo a citar a Mainetti, “No hay nada nuevo en el reconocimiento de que la cultura literaria constituye uno de los pilares tradicionales del humanismo médico, y de que la literatura creativa –el arte del lenguaje como revelador esencial de lo humano- representa una fuente inagotable del saber para la medicina, como nos lo recuerda el tópico consejo de Sydenham, de aprender esta última leyendo el Quijote”.
En nuestra neurología, abundan ambas: las referencias literarias a la patología neurológica y las historias neurológicas puestas en relato. Acaso no son ejemplos de la primera, la descripción que Borges de que a Recabarren “…se le había muerto bruscamente el lado derecho y había perdido el habla” en el cuento El Fin (Ficciones), o cuando Maurice Druon describe otro evento cerebrovascular en el rey Felipe el Hermoso, en la maravillosa saga de Los Reyes Malditos. Y no es el recientemente fallecido Oliver Sacks el paradigma de como verdaderos eventos neurológicos se transformaron en historias atrapantes.
En los próximos números de Neurología Argentina se irán sucediendo diferentes enfoques de la historia, de la literatura y del arte relacionado con la neurología. Apelando a la riqueza que ofrece nuestra disciplina y a la riqueza de nuestros lectores, es que invitamos a todos ustedes a alimentar nuestra sección de Historia y Humanidades.