Se expone la hipótesis de que la expansión cultural actual llegó a su límite evolutivo a mediados del siglo pasado, desde el punto de vista de la creatividad cualitativa si bien no cuantitativa. Para ratificar o rectificar esta proposición se analizan disciplinas como el conocimiento, el arte y la comunicación.
The hypothesis exposed in this article is that the current cultural expansion arrived at its evolutionary limit in the middle of the past century, from the point of view of the qualitative creativity, not of the quantitative one.
In order to ratify or rectify this proposition, disciplines included in the symbolic cultural heritage (Knowledge, Art and Communication) are analyzed. The future plan is to extend the present reasoning to other disciplines such as Science and Philosophy.
“Sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe… Sólo la cultura da libertad… No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas; no la de pensar, sino dad pensamiento. La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura.” Miguel de Unamuno
“Puedo comprometerme a ser sincero; pero no me exijáis que me comprometa a ser imparcial.” José Ortega y Gasset
“La objetividad científica no consiste en anular la forma de tomar partido, sino en comenzar por explicitar y objetivar los puntos de vista.” Michel Foucault
Acorde a la sabia máxima de Groucho Marx, “es preferible permanecer en silencio y parecer un tonto, que abrir la boca y despejar toda duda”; sin embargo, en ocasiones es difícil resistirse a exponer algunas presunciones, a pesar de lo contingente de especular sobre la coyuntura, y de la intrepidez de procurar consideraciones —obligadamente circunstanciales— acerca de acontecimientos más o menos contemporáneos.
Se expone pues a consideración la conjetura de que la actual expansión cultural ha arribado a su límite evolutivo aproximadamente a partir de la primera mitad del siglo pasado (tomando en cuenta la creatividad cualitativa y no la prodigalidad cuantitativa de los desarrollos), para corroborar o rectificar lo cual se analizará el devenir histórico de disciplinas incluidas en el acervo cultural simbólico.
Se examinarán en este artículo los ámbitos del conocimiento, del arte y de la comunicación, sin excluir la posibilidad futura de extenderse en presumibles artículos posteriores, en lo que hace a la ciencia y al pensamiento filosófico.
Cuando se realizan análisis críticos hay una “falacia triádica”, admitiéndose dos actitudes consideradas “extremas”: una pesimista y otra utópica, frente a las cuales existe una supuesta única postura razonable, la realista (avalada por el posibilismo). Toda elucubración heterodoxa —aquí denominada “herética”— tiene su mayor enemigo en ese “realismo” que la tilda de quimérica o apocalíptica.
Es pertinente puntualizar que el vocablo apocalipsis posee un doble sentido: el más divulgado es el de catástrofe o calamidad, pero también detenta la extensión significativa de revelación, acorde a la cual sería válido inferir que una actitud apocalíptica aspiraría a ser desenmascaradora, aludiendo a la concepción de que tanto la verdad como lo real son pasibles de ser mistificados, y en ese contexto puede ser considerado como un proceso descubridor de lo encubierto por la apariencia.
Podría no ser del todo casual que la palabra utilizada en lengua hindi para nombrar al equivalente del filósofo occidental sea des-ilusionado (“de vuelta de la ilusión”).
Breves meditaciones sobre la evolución y la historiaDado que el tema en discusión está íntimamente relacionado con el concepto de lo que se entienda por evolución, sería atinente rever la génesis de este término y sus cambios semánticos a través del tiempo; proveniente del latín evolutionem, hasta el siglo xvii fue usada primeramente por físicos y matemáticos con un sentido general de “algo que se desenvolvía”, pero pronto se aplicó metafóricamente tanto a la creación divina como al proceso de elaboración y desarrollo de ideas.
Posteriormente la biología le atribuyó el significado del desarrollo de los órganos desde un estado rudimentario hasta la madurez (la teoría de la evolución —Bonnet, 1762— planteaba que un embrión ya contenía en forma elemental todas las partes del organismo maduro [“desarrollo de una forma pre-existente”]). A mediados del siglo xviii describía diversos procesos naturales como equivalente a “desenvolver plenamente, completar”.
Su sentido de evolución de un argumento o una idea todavía está hoy día habitualmente presente; en biología se extendió su significado al sentido de desarrollo desde organismos “inferiores” hasta “superiores” (fines del xviii y principios del xix), explícito en las referencias de Lyell a la evolución de los animales terrestres (1832), y en El origen de las especies de Darwin (1859), quien describió algunos de los procesos mediante los cuales se desarrollaban nuevas especies, y generalizándolos con el nombre de selección natural, considerando que la naturaleza a la vez desechaba y desarrollaba diversas formas de vida dentro de un proceso continuo de “evolución”.
Este proceso en cierto sentido accidental se fue generalizando hasta hacer de él una transformación en la que la naturaleza poseía objetivos (fueran teleonómicos o teleológicos) llegando a realizarse una analogía entre lo natural y lo sociohistórico.
Herbert Spencer (1852) definió una teoría general de la evolución desde formas inferiores hasta formas superiores de vida y organización —aun social—, equiparando la historia natural a la historia social (neodarwinismo social spenceriano), lo que provocó confusos debates sobre el significado y límites del término, contraponiendo el contraste entre evolución y revolución (con el significado de cambio súbito y violento, y el de establecimiento de un nuevo orden), y a evolución como desarrollo gradual.
Como ejemplo vale el contraste convencional moderno entre sociedades desarrolladas y subdesarrolladas, donde se da por sentado, como si fuera una verdad axiomática, el supuesto de que todas las sociedades están destinadas a convertirse en urbanas e industriales.
En suma, la diferenciación es sencillamente arbitraria, pudiendo comprenderse la línea evolutiva biológica como el trayecto desde lo más simple a lo más complejo, o bien, según otros, desde lo inferior a lo superior, asimilando entonces transformación con evolución, y adjudicándole a ésta el sentido axiológico de progreso o mejoría.
Cualquier decurso evolutivo es entendido, por unos, como un devenir gradual y sin quiebres, y por otros, como una línea fragmentada, con irrupciones, interrupciones y retrocesos más o menos bruscos e imprevisibles.
Como fuere, toda historia es realizada por el Hombre conformando y conformado por una cosmovisión determinada, que puede comprenderse lineal y gradualista, o fragmentada y “saltatoria”, en la cual sucesivos cambios cuantitativos (paulatinos y uniformes) pueden generar cambios cualitativos (revoluciones o tropos paradigmaticos [modificaciones de la constelación de creencias morales, estéticas, filosóficas, políticas y científicas] que generan en cada persona la adquisición de los usos y tradiciones de la sociedad en que vive).
De cualquier forma, la historia occidental está imbuida de un inefable “europeocentrismo” que da por sentado que todo desenvolvimiento va desde lo “inferior” hacia lo “superior”, y que este último se corresponde universalmente con la imagen del propio modelo europeo, un relato que acomoda los hechos en una “sucesión lógica” (en general unidireccional y lineal) establecida, determinada por un paradigma dado.
Sobre evoluciones e involuciones“Ya no se puede decir nada que no haya sido dicho antes de nosotros.” Terencio (195–159 a.C.)
“Un día, el último retrato de Rembrandt y el último compás de Mozart dejarán de existir —aunque posiblemente persistirán el lienzo coloreado y la partitura con notas— porque el último ojo y el último oído accesibles a su mensaje habrán desaparecido.” Oswald Spengler (1880–1936)
Tanto en astronomía como en biología, del mismo modo que en antropología, sociología e historia, puede observarse que toda estructura o sistema sufren diversas transformaciones que implican un origen, una expansión y su posterior ocaso.
Las galaxias y estrellas se originan del polvo estelar, desarrollan al máximo su potencial termonuclear y finalmente, mediante un lento proceso agónico, se transforman en enanas blancas frías (especie de cadáveres de sí mismas) o en agujeros negros espaciales. O por una conversión cataclísmica, en novas o supernovas.
En biología, toda entidad viva sufre el mismo proceso de nacimiento, desarrollo y muerte; el ser humano y sus realizaciones simbólicas (su cultura) no dejan de padecer un proceso equiparable.
Distintas sociedades (Egipto, Grecia, Roma, o para hablar de momentos más recientes el Imperio hispano —en el que “nunca se ponía el sol”—) dejaron de existir aunque sigan permaneciendo los testimonios de su existencia.
En general aparecen indicios sociohistóricos premonitorios de los procesos de decadencia: comienza a aparecer un desequilibrio entre la vitalidad y sofisticación social; cuanto más naciente y primordial una cultura, será más simple y vigorosa, y esta proporción va modificándose con el tiempo.
Podría afirmarse que en el zénit de la existencia de un sistema social hay un equilibrio entre ambos factores, y que el predominio de sofisticación constituiría un signo de declinación del modelo, lo cual tiene su correlato lógico-lingüístico: el significado de sofisticado es “carente de naturalidad”, de donde surge la tipificación de diccionarios y enciclopedias, que sofisticar es “falsificar algo con sofismas, adulterar, quitar naturalidad”, y sofisticación es “afectación excesiva, falta de naturalidad, rebuscamiento, amaneramiento, afectación, algo artificioso, o ficticio”.
Ya alrededor de 1918, el pensador alemán Oswald Spengler concebía las diferentes culturas insertas en la historia como organismos biológicos sometidos por propio desgaste interno a una consunción y decadencia, según el cual el Occidente, llegado su período de decadencia, a la fase de la “civilización” como última y caduca etapa de la cultura, seguiría los pasos de otras decadencias análogas pasadas.
Spengler creó la teoría de las “cuatro edades de la cultura”, que examinó en Oriente, en la Antigüedad, en el mundo árabe y en Occidente.
Estas fases comprendían sucesivamente el período míticomístico (primavera), con la reforma o rebeldía contra las formas del pasado (comienzos de una consideración filosófica, la formación de una nueva matemática); el empobrecimiento racionalista-místico de lo religioso (verano); la época de las luces o la confianza en la omnipotencia de la razón (otoño), y finalmente las concepciones materialistas: escepticismo, pragmatismo, alejandrinismo (invierno).
La mutua independencia de cada cultura dilucidada por él no impide el reconocimiento de su identidad morfológica, por ser todas en el fondo “universos-historias” análogos que pasan por las mismas fases.
Así, Spengler propendió al triunfo del “realismo escéptico” sobre el racionalismo optimista y el romanticismo, como opción a un futuro superador.
Involución, evolución y culturaPartiendo del presupuesto de que la cultura es la que dicta la invención creativa en todas sus formas de expresión, en toda formulación social estaría incluida la respuesta ética o estética, coincidiendo dialécticamente origen y meta.
El mundo actual está constreñido a un pensamiento sin certezas, mas el desarrollo es imposible sin partir de algunas mínimas convicciones más o menos verificables, por lo que no es de extrañar que la actual ausencia de metarrelatos abarcadores, la fragmentación minimalista de pensamientos y la contingencia microética no estimulen la creatividad (artística, filosófica o científica), más allá de novedosos y trascendentes inventos y transgresiones.
Toda creación es sustentada por el modelo social en que se halla inserta, sea para apoyarlo o criticarlo.
A un arquetipo social caótico, individualista, reaccionario y amoral (en el sentido de no comprender la distancia ni el límite que dividen lo bueno de lo malo, analizables únicamente desde el maniqueísmo) le corresponde —dentro de la sensatez— un modelo cultural que lo refleje, en este caso un modelo desestructurado y escindido.
De ahí la presente proposición, de que la actual línea evolutiva cultural estaría sufriendo un proceso de “desaceleración uniforme”, debido a una crisis —¿irreversible?— de creatividad.
Y es imprescindible aclarar que, en cuanto se refiere al término cultura, al menos en su acepción menos generalizada que la antropológica, hay que distinguir al productor cultural como absolutamente distinto del productor de objetos de consumo cultural.
Este último es consecuencia directa de la existencia de la actual “industria de la cultura”, y esa diferencia caracteriza y distingue tanto a las culturas popular como erudita de la cultura de masas. La noción y aceptación tácita de la existencia de una industria cultural, cuya lógica interna transforma el enriquecimiento espiritual en ostentación, se convierte en el consentimiento social explícito de la producción y promoción de artículos de consumo cultural —en tanto mercancías— al impulso y fomentando un incremento de una cultura ligera, blanda, cosmética, sin valor intrínseco y sustancial, bien distinta del enriquecimiento que es capaz de provocar los otros tipos culturales mencionados.
No se trata de propugnar una cultura de elite, sino de comprender la existencia de una dicotomía contrapuesta entre la popular y erudita y la de masas, promovida por los medios de enajenación masiva.
El fenómeno intermediador de la “industria cultural”, con su disposición a considerar la creación cultural como utilidad (es decir, artículo negociable para obtener un rédito), posibilita y promueve la inclinación a vender esas obras mediante estrategias y artificios destinados a cualquier mercancía, mediante técnicas específicas de manipulación-falseamiento y alteración de la relación valor de uso y valor de cambio, e injertando en el objeto cualidades simbólicas falaces que no le son inherentes.
Eso prueba fehacientemente la desnaturalización de los significados y finalidades de la cultura (y de la transformación del usuario cultural en mero consumidor cultural) y el vaciamiento del sentido y la significación de los fenómenos.
La misma naturaleza, hábitat biológico, es transformada en una escenografía instalada por la “industria turística” exclusivamente para el disfrute banal más que para el incremento de la experiencia, desfigurando la esencia de la relación de la vida humana con su entorno e invirtiendo la ecuación de la “naturaleza de las cosas” por las “cosas de la naturaleza”.