En este tramo del artículo se analizan las actuales características comunicacionales, sustentando la hipótesis del empobrecimiento de la cultura actual. El patrimonio cultural contemporáneo estaría cursando la «Era de las Grandes Alternativas» (desde las filosóficas y morales, hasta las médicas) convirtiendo a la cultura simbólica en algo tan liviano que puede volverse evanescente.
In this section of the article, the actual characteristics of the knowledge are analyzed sustaining the hypothesis of the impoverishment of the present culture. The current cultural heritage could be processing the “Great Alternatives Era” (from the philosophical and moral, to the medical ones), turning the symbolic culture into something so light that might become vanishing.
SEGUNDO EPISODIO
Capítulo IConocimiento - Arte - ComunicaciónIdentificación y formulación del temaEl colofón del siglo xix mostró una mutación que incluiría lo histórico y el paradigma imperante, prenunciando el desmoronamiento de la Modernidad —distinguible por la inagotable confianza en un desarrollo en aceleración constantemente uniforme del Progreso—. Esa certeza se iría despeñando ante la desoladora constatación de la bipolaridad de la técnica, adaptable tanto a adelantos benéficos como a variados salvajismos, certidumbre confirmada a partir de la Primera Contienda Mundial en que fuera apropiada por la brutalidad y convertida en maquinaria de exterminio, e instrumento de crueldad y escarnio a la dignidad humana.
La exuberancia del presente (contemporaneidad identificable por una multiplicación de los signos, coincidente con una fuga del sentido) de éticas discrepantes, la segmentación del pensamiento, la escisión de las áreas del conocimiento y la depreciación de la experiencia como generadora de transmisión de saberes, características del siglo xx, podría explicar la imposibilidad de producir en ese lapso, y la alta improbabilidad de lograrlo en el xxi, un Paradigma y una Gran Ética al estilo de las de Platón, Aristóteles, Baruch Spinoza, Immanuel Kant, Georg Wilhelm Friedrich Hegel o Karl Marx.
La aceptación pasiva de un mundo con valores éticos relativizados y laxos justifica la percepción legitimadora de que «todo vale» (equiparando la conclusión de Fedor Dostoievski: «Si Dios no existe, todo está permitido»).
Con el agravante que desde mediados del siglo xx coinciden esa fragmentación del pensamiento con la prevalencia de un Discurso Único —signado por el más brutal pragmatismo utilitarista que lo avala en forma casi excluyente— que tiende a masificar y cosificar a la mayoría planetaria.
Esta realidad puede provocar la aparición de un amargo letargo, pero podría ser capaz de posibilitar un análisis superador que intente un «contrarrelato» a ese pensamiento hegemónico; si bien los proyectos sistemáticos parecieran haber fracasado, autores como György Lukácks, Walter Benjamin, Theodor Adorno y Bertold Brecht generaron en el siglo pasado resplandores en medio de la cerrazón de la conciencia moral, convocando al desarrollo de una factible contracultura.
Avanzando un paso más, el Ser Humano debiera ser capaz aún de concebir una verdadera «poliética» (en sus dos acepciones de pluralidad ética y de reunificación de la política y la ética, escisión alevosamente puesta en práctica en las sociedades actuales) y asumir la evidencia de que los principales problemas políticos remiten a principios éticos insoslayables.
Por medio de lo que se denomina habitus (disposición —manera de ser y de actuar— pero adquirida y duradera), cada cual hace libremente, o en todo caso voluntariamente, aquello que está socialmente determinado a querer.
Es presumible que la Humanidad esté ingresando en una época de eclipse cultural similar a la de la baja Edad Media (en la cual el conocimiento generado durante milenios fue dilapidado y literalmente convertido en humo y disperso por el aire, aunque afortunadamente fuera previamente recopilado por la civilización árabe).
El patrimonio cultural contemporáneo estaría cursando la «Era de las Grandes Alternativas» (desde las filosóficas y morales, hasta las médicas), convirtiendo la cultura simbólica en algo tan liviano que puede volver a evanescerse.
El consenso colectivo actual está dominado por una frivolización consumista que subvierte la percepción de la realidad, a lo que debe sumarse la internacionalización predominante —y prepotente— de la economía que ha generado no solamente la proclividad a una verdadera «cocacolización cultural» sino que, en otra vuelta de tuerca, devino en una «cocacolización dietética».
Como ya se mencionara, este fenómeno está lejos de ser nuevo o exclusivo de la contemporaneidad: en el decurso de su historia el Hombre ha asistido a periódicos nacimientos, desarrollos y decadencias tanto de civilizaciones como de pensamientos articulados de la vida.
No obstante, admitir la generalización de la irracionalidad y la completa ausencia de ciertas «verdades y principios» mínimos, aun aceptando su provisionalidad histórica y cultural, es adoptar la tesis de la inviabilidad de cualquier interrelación y conocimiento humanos, de cualquier tipo de aptitud comunicacional, aun como «juego de poder», como considerara Wittgenstein y algunos continuadores posmodernos de los estructuralistas (Lévy-Strauss, Foucault, Lacan, Althousser) al lenguaje (con el «giro lingüístico» de la filosofía).
Del mismo modo, un «individualismo relativista» a ultranza podría impedir aun las mínimas aproximaciones totalizadoras, de las fugas particularizantes que imposibilitan la alternativa del conocimiento, tendiendo a una desintegración social tan temida como previsible.
Extrapolaciones Físico-Biológico-SociológicasTal como Herbert Spencer realizara la analogía entre la historia natural y la social, se podría parangonar acotadamente la Física y la Sociología. Como muestra la Termodinámica, en todo sistema cerrado coinciden dos leyes algo contradictorias entre sí para el «sentido común»: la de Conservación de la Energía (tendencia de la materia a intercambiar con formas de energía más que a perderse) y la de Entropía (propensión a disipar, con el tiempo, parte de la energía necesaria para mantener su orden interno, desorganizándose, mutando su Kosmos en Kaos).
Este segundo principio de la termodinámica establece que la entropía, una magnitud térmica definida, aumenta con cada transformación que ocurre dentro del sistema.
Aunque en su interior la energía total se mantenga constante, su calidad se deteriora con cada modificación. La entropía mide ese deterioro, la fatal desorganización del orden molecular interno.
A diferencia de los sistemas cerrados que dependen enteramente de las condiciones iniciales, determinantes de su funcionamiento y estado final, los organismos tienen la extraordinaria virtud de arribar a una equifinalidad (situación final similar) aunque el punto de partida haya sido diverso. La notable autorregulación que desarrollan (retroalimentación) es distinta.
Otro rasgo especial del organismo vivo es indudablemente su capacidad para postergar temporalmente los efectos de la entropía, dado que en los sistemas vivos, abiertos al medio, el incremento de la entropía es compensado parcialmente por la absorción de energía del exterior. Desde luego el desgaste termina atacando al organismo, y sus órganos, encargados de conservar las distintas regulaciones, sucumben al efecto de la entropía.
En el cadáver, donde los intercambios de energía con el medio se extinguieron, la entropía ingresa sin dificultades y la alta organización preexistente se desintegra. Y cuando la entropía ha cumplido su labor desordenadora, no habrá nuevas transformaciones y se habrá impuesto un equilibrio estático irreversible.
Extrapolando este concepto físico a los Sistemas Sociales, a éstos les suele ocurrir que, con el tiempo, el orden establecido tiende a declinar mediante esa presumida «Entropización Social»; las diversas sociedades, pese a procurar la perpetuación y la reproducción de su sistema y mecanismos de poder («Ley de Conservación»), se deterioran mediante Instituciones y Organizaciones que, con objetivos primariamente propensos a su crecimiento, con el tiempo comienzan a obstaculizarlo, dejando de cumplir con las necesidades que les dieron origen, perdiendo su funcionalidad y vaciando su contenido.
Tarde o temprano, siguiendo esa conjeturada ley, todo Sistema transmuta, se debilita y trastrueca las finalidades para las cuales fue concebido.
Continuando con la analogía, así como algunos fenómenos físicos son capaces de ser congregantes (energía nuclear) o disgregantes (fuerza de repulsión astral), lo mismo sucede con algunos fenómenos sociales.
En ambos casos, el equilibrio es precario, transitorio y explica las metamorfosis que ocurren tanto en la Naturaleza como en las Civilizaciones.
Cada Paradigma se desarrollaría hasta su propio límite de tensión interna, debilitándose; insensiblemente entonces, comenzaría a surgir uno nuevo, reemplazándolo.
Quizá se esté viviendo uno de esos momentos mayéuticos.
A. ConocimientoEl saber evanescente«Uno de los mayores crímenes del espíritu es la retención del saber; el conocimiento está para ir hacia el otro, nunca puede ser una caja cerrada.» Daniel Pennac
Sin entrar en un profundo análisis acerca de qué es el conocimiento, y su correlación con el saber y la verdad, resorte de disciplinas como la Epistemología y la Gnoseología, se podría afirmar que el conocimiento es una cierta relación de adecuación entre el sujeto y el objeto, entre la mente y el mundo; en suma, entre la veritas intellectus (la verdad del entendimiento) y la veritas rei (la verdad de la cosa).
El hecho de que sean dos las verdades lo distinguen del error y de la ignorancia, pero también lo distinguen por eso de la verdad misma. Todo es verdadero, incluso un error, porque es verdaderamente lo que es: verdaderamente falso.
Pero no todo es conocido ni cognoscible. Puesto que es una relación, es siempre relativa, suponiendo un determinado punto de vista, algún instrumento (los sentidos, las herramientas, los conceptos), y ciertos límites (los del sujeto que conoce).
Respecto a la teoría operativa del arribo al conocimiento, la primera instancia imprescindible es la recopilación de datos (entidades o hechos de carácter simbólico, representan observaciones sin significado inmediato que no aportan elementos para la formación de un juicio ni para elaborar una interpretación).
Cuando a un conjunto de datos se le asigna un significado y una evaluación, atribuyéndosele relevancia y significación, y se lo contextualiza y categoriza, se le agrega valor, transformándolo en información, que reduce el grado de incertidumbre.
A partir de una información significativa se llega a crear un conocimiento, que es más amplio, profundo y rico que aquella, mediante el agregado de la experiencia y la inferencia; se trata de una mezcla de experiencia organizada, valoración, información contextual e introspección, y provee un marco de referencia para evaluar e incorporar nuevas experiencias e informaciones.
Este conocimiento, al ser comprendido, discernido y analizado llega a convertirse en un saber.
Un límite gnoseológico contemporáneo para que ese proceso se pueda llevar a cabo, se debe en parte a que el Ser Humano actual vive inmerso en un ambiente en gran parte abstracto de pensamientos, ideas y palabras que constituyen su «mundo real», pero que lo suele subsumir en un «mundo apócrifo», ámbito de imaginadas «realidades paralelas», ambiguas e incompatibles configurando una realidad ficticia.
Los conocimientos parciales y especializados crecen a una velocidad exponencial, y el acceso constante a una información incesantemente incrementada genera la ilusión de alcanzar un conocimiento que, como el horizonte, está siempre más allá, inexpugnable, deviniendo en un caleidoscopio minimalista que imposibilita toda generalización categorizadora.
La acumulación de datos origina una esfera parmenídea que aumenta a un ritmo logarítmico, siendo inabarcable tanto por el individuo como por la humanidad entera, obstaculizando concomitantemente su distribución equitativa.
Paradójicamente, el arribo a esta información perecedera en un cortísimo plazo dificulta la adquisición de conocimientos desde el punto de vista gnoseológico, por lo que cabría considerar que esta rauda llegada, renovada constantemente, no se muestra capaz de brindar saberes, provocando una incongruencia entre la accesibilidad al caudal informativo y su inteligibilidad, cuya consecuencia es la imposibilidad de su elaboración y conversión en conocimiento y saber; se patentiza la incoherencia entre la posibilidad de acceder a los datos y la imposibilidad de elaborarlos para lograr integrarlos al acerbo cultural.
La sucesión precipitada de adquisición de diversos tipos de constantes novedades impediría su aprehensión, haciendo imposible el conocimiento, convirtiéndolas, en muchas ocasiones, en simples productos de consumismo cultural e informativo.
Esta atmosferización planetaria de datos, que literalmente poluciona el espacio y posibilita su acceso inmediato a un caudal extenso, es la que generaría una cultura que puede considerarse evanescente.
El obstáculo tecnológico(Globalización atmosférica, cybernáutica y analfabetismo)El planeta se halla circundado de artefactos satelitales, y la información ha pasado a ser parte integrante de su atmósfera, combinada con los diversos gases y radiaciones; esta literal contaminación informática que circunda al mundo, generada por la existencia del cyberespacio y su consecuente cyberargonáutica, constituye más una anárquica llegada a la información que su democratización universal. El diluvio informático crea una verdadera intoxicación interconectiva, pero no de intercomunicación, e impide el tiempo indispensable para la reflexión productiva, el análisis de la realidad y de sus cambios.
Los conocimientos, parcializados y especializados, que continúan creciendo a un ritmo vertiginoso, permiten el acceso constante a un caudal informativo incesantemente incrementado y altamente perecedero, lo que dificulta el acceso a la cognición, al menos desde el punto de vista gnoseológico, tal como se lo conocía hasta esta época posmoderna.
La «Vasta Telaraña Mundial» (www) no es más que un bestial y caótico catálogo enciclopédico de información sesgada; un descomunal «paseo de compras» de consumismo informático irracional y desorganizado para saciar la pantagruélica voracidad ni selectiva ni electiva de cualquier novedad.
La cantidad de abonados a Internet hasta enero de 1999 era de alrededor de 60.000, sobre 6.000 millones de individuos que poblaban el globo terráqueo; en el año 2001 la cantidad de computadoras en Estados Unidos era de 1.800 por cada 10.000 habitantes, en tanto en África, por ejemplo, era de 1 por la misma cantidad; en Egipto el costo de la conexión equivale al salario de aproximadamente 450 graduados universitarios.
Esto agrega una nueva categoría de inequidad y analfabetismo a las ya existentes (absoluto, relativo y funcional): la del analfabetismo digital debido al impedimento de llegada a la información de avanzada desde el punto de vista tecnológico, independiente de la posibilidad del desciframiento y la calidad de su contenido; una forma de democracia cultural ficcional y mendaz, con información para quienes tienen el poder económico y técnico para acceder al ordenador personal, al servidor y a la posesión de la simple línea telefónica.
Cabe además mencionar que quienes alimentan la Red pueden seleccionar, manipular y modelar esa información de vanguardia, lo que añade un nuevo escollo a las posibles lecturas ideológicas de «lo real», y la ilusión de acceder a toda la información existente, cuando el abordaje es a la meramente disponible, presumiblemente elegida con vaya a saber qué criterios (pero sospechablemente más comerciales e ideológicos que culturales).
La existencia y desarrollo desproporcionado de la Red Teleinformática Internacional es la prueba más fehaciente de que una de las mejores maneras de desinformar (una suerte de actividad de contra-inteligencia) es la oferta enmarañada y anárquica de una información inorgánica y descontextualizada sobre cualquier tema que a cada quien se le ocurra seleccionar caprichosamente, aun sin estar preparado para aprehenderlo y comprenderlo unívocamente.
Red internacional mediante, la masa informativa que rodea al planeta permite una alternativa gnoseológica mínima, dada su inmediatez y transitoriedad fulminante que obligan a plantear formas de adquisición de conocimientos parciales y efímeros, con el consecuente déficit tanto de su reflexión posterior como acerca de las propiedades mismas del saber.
Metamorfoseando a Protágoras, podría afirmarse que actualmente «la Tecnología es la medida de todas las cosas», un verdadero atropello anti-humanista.
Herético: de herejía (opinión no aceptada por la autoridad establecida).