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Vol. 35. Núm. 142.
Páginas 188-201 (enero 2013)
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Ecos de la primera Feria del Libro del Palacio de Minería y el proyecto editorial vasconcelista
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Renate Marsiske
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Introducción

Para los intelectuales, escritores, maestros y estudiantes mexicanos el principal evento del año 1924 fue, sin duda, la apertura de la Primera Feria del Libro, organizada por la Secretaría de Educación Pública (sep) en el Palacio de Minería. La convocatoria fue firmada por el secretario de Educación Pública, Bernardo J. Gastelum, el 4 de agosto de 1924, y la Feria se llevó a cabo del 1 al 10 de noviembre del mismo año.

Nos parece importante resaltar los orígenes de este gran evento que ha permanecido en el tiempo y en el mismo lugar por casi 90 años. José Vasconcelos ya no estuvo presente porque había renunciado a la titularidad de la sep el 1 de julio de 1924, oficialmente para competir por la gubernatura del estado de Oaxaca, pero realmente por sus diferencias con el presidente Álvaro Obregón. El mérito de la organización de este evento se le atribuyó entonces a Jaime Torres Bodet, jefe del Departamento de Bibliotecas de la Secretaría. Sin embargo, no cabe ninguna duda de que organizar por primera vez una Feria del Libro en México sólo podía haberse llevado a cabo por la especial insistencia de Vasconcelos en la publicación y distribución de libros dentro del proyecto general de educación que él impulsó para todos los mexicanos, incluso a pesar de las críticas que se hicieron a lo largo de los cuatro años que estuvo al mando de la educación en México.

Hoy en día nadie dudaría de la importancia de la labor educativa de José Vasconcelos, pero en sus tiempos tenía tanto seguidores como detractores, sobre todo en lo que se refería a la orientación de los contenidos de su labor editorial. Vasconcelos era una persona por demás carismática y contradictoria, que gozaba de gran estima en los demás países latinoamericanos, y que supo aplicar sin demora su proyecto educativo, lo que contribuyó también a agenciarse muchos enemigos.

Los años veinte del siglo pasado en México son los años inmediatos después de la fase violenta de la Revolución Mexicana, y son también los años de la fundación de muchas de las instituciones que siguen existiendo hasta hoy en día. En el ámbito educativo, la fundación de la Secretaría de Educación Pública en 1921 fue el hecho de mayor impacto junto con la labor de José Vasconcelos en todos los ámbitos de la educación en México: de mediados de 1920 a mediados de 1921 como rector de la Universidad Nacional, y a partir de entonces como fundador y primer secretario de Educación Pública. Los años de 1920 a 1924 son “los años del águila”, como los define Claude Fell (1989). No se puede separar su labor como rector de sus acciones como secretario de Educación Pública, ya que él fue durante estos cuatro años el máximo dirigente de la educación mexicana y su influencia se extendió por muchos años más, quizás hasta hoy, a pesar de que vivimos en circunstancias completamente diferentes.

Son también los años del despertar editorial en México, los inicios de la labor editorial en gran escala; ya no sólo se imprimirían lujosos libros, de muy pocos títulos, y que eran los mismos que se editaban desde los inicios de la época colonial, sino que se empezó a hacer una labor editorial para la población mexicana en general a la par de la alfabetización de adultos y niños. También ayudaron los avances tecnológicos: gracias a las nuevas máquinas impresoras los libros se habían abaratado y los tirajes eran cada vez mayores; además, la instalación de luz eléctrica en el centro de la Ciudad de México permitía ahora leer en la noche.

Entre los principales intereses de Vasconcelos se encontraba la impresión y difusión de libros y revistas y la construcción de bibliotecas, es decir, proporcionar a la población en general material de lectura a bajo costo o gratuitamente, además, desde luego, de la alfabetización, una labor gigantesca en un país donde 80 por ciento de la población no sabía leer ni escribir.1

El hecho que nos ocupa aquí, la primera Feria del Libro en el Palacio de Minería, sólo se puede entender dentro de este ambiente de fervor revolucionario y de entusiasmo en espera de una nueva era histórica que transformaría a México en una nación moderna y progresista. Vasconcelos fue uno de los impulsores más destacados de este proyecto, además de que supo involucrar a los grupos intelectuales de la época en esta tarea. En este trabajo no se pretende solamente ofrecer una crónica de la Primera Feria del Libro, sino, sobre todo, explicar su importancia en el contexto de la labor de José Vasconcelos en la Secretaría de Educación Pública, aunque ni en las crónicas de periódicos y revistas alusivas a la Feria, ni en los respectivos discursos, se menciona la importancia de su trabajo y de su persona.

Otro hecho que llama la atención del contexto de inauguración de la Feria es la insistencia que se hizo en esas mismas fuentes de la labor de los obreros de la industria de las imprentas, lo cual tenía el propósito de destacar el sentir revolucionario de la época. Según las crónicas, la Feria no era un evento solamente para intelectuales y artistas, sino también para el pueblo y su clase obrera, la que por medio de su trabajo manual había hecho posible una exposición de este tipo.

El proyecto educativo de José Vasconcelos

Fue durante el gobierno de Álvaro Obregón cuando se realizó la gran obra educativa vasconcelista que sentó las bases institucionales para el desarrollo del futuro de la educación en México. El artículo 3 de la nueva Constitución de 1917, que garantiza a todos los mexicanos una educación gratuita, libre y laica, había llevado a la municipalización de la educación al suprimir la antigua Secretaría de Instrucción Pública, de manera que cada municipio mantenía la cantidad de escuelas que podía o quería con una orientación de lo más diversa. El resultado era, por supuesto, un completo caos del sistema educativo mexicano; además, los municipios carecían de fondos para atender las necesidades escolares y, sobre todo, para pagar los sueldos de los maestros. Se empezó entonces a vislumbrar una solución cuando el presidente interino, Adolfo de la Huerta, nombró a José Vasconcelos rector de la Universidad Nacional, el 4 de junio de 1920; éste era entonces el puesto más alto de la jerarquía del sistema educativo mexicano por la falta de una institución coordinadora mayor. El nuevo rector tenía una visión global de los problemas que aquejaban a la educación en México; desde su punto de vista la educación indígena, la educación rural, la educación técnica, la creación de bibliotecas, la publicación de libros populares, etcétera, tenían que ser parte de un mismo proyecto educativo. Pero también sabía que lo más importante en ese momento era una reforma constitucional que permitiera la fundación de una institución que pudiese encaminar un desarrollo equilibrado del sistema educativo, y que emprendiera la tarea de alfabetizar al pueblo de México.

Fue así que desde la universidad empezó a organizar una campaña de alfabetización que abarcaría a todo el país y que tendría matices de una cruzada laica; mediante la campaña se hacía un llamado a todos los ciudadanos que supieran leer y escribir para convertirse en profesores honorarios. Para lograr su propósito de involucrar a la mayor cantidad de gente en la campaña, Vasconcelos utilizó todos los recursos a su alcance: viajó por muchos estados de la República para motivar a todos a participar en esta gran obra y tocó el lado emocional de la población para garantizar el éxito. Se adelantó a la estructura legal e institucional extendiendo la campaña de alfabetización a todo el país, convencido de que esto evidenciaría las bondades de una acción educativa de alcance nacional. Y así fue: el aparato estatal, desde el presidente de la República hasta los presidentes municipales, se pronunciaron a favor de una federalización de la educación en México. De esta manera, en 1921 se reformó la Constitución, se creó la Secretaría de Educación Pública, se nombró a su promotor como primer titular de esta nueva dependencia y se le otorgó un presupuesto sin precedente para convertir a la educación en la tarea más importante del gobierno. La estructura de la Secretaría reflejaba las preocupaciones educativas primordiales del momento: estaba conformada por el Departamento Escolar, el de Biblioteca y Archivo, y el de Bellas Artes; más tarde se agregaron los departamentos de Cultura Indígena y de Alfabetización.

Para remediar el grave problema del analfabetismo y del aislamiento de los poblados en México, Vasconcelos creó las misiones culturales y después las casas del pueblo. Las misiones culturales se componían de grupos de maestros, especialistas en problemas agrarios y personas diversas que recorrían el país, poblado por poblado, para escoger en cada lugar a la persona adecuada para que organizara la escuela rural y asumiera el papel de maestro, apoyado por las publicaciones de libros y revistas que les entregaba la sep. El maestro y la escuela se convertían así en los únicos agentes del nuevo régimen en las comunidades, y los únicos que podían difundir la ideología de la Revolución mexicana. El mensaje nacionalista se hizo llegar a los niños y a sus padres en las fiestas escolares por medio del canto, el baile y la declamación, además de que desde entonces comenzaron a llevarse a cabo en todas las escuelas las ceremonias de saludo a la bandera.

Pero el nuevo secretario no sólo se ocupó de la campaña de alfabetización, de la labor editorial, del establecimiento de bibliotecas y de la construcción de escuelas en los lugares más remotos del país, sino también de las cuestiones prácticas del quehacer educativo, como los sueldos de los profesores, los horarios de las escuelas y las bases legales de su quehacer, es decir, de los reglamentos de las escuelas y de la propia secretaría.

Vasconcelos estaba seguro de que el único camino que tenía México para lograr el estatus de nación capitalista moderna era incorporar al pueblo, y muy especialmente a los indígenas, a la civilización moderna, lo cual sólo podría lograrse por medio de la educación. Para él, el México del futuro sería un país de mestizos, en su mayoría de clase media, con una cultura propiamente mexicana, que no sería una copia de la cultura americano-europeizante o hispánica.

En estos años en que toda América Latina miraba hacia México, el país de la Revolución y de un proyecto educativo nuevo y pujante, la Feria del Libro subrayaría esta nueva política y sería el escaparate de la labor cultural mexicana frente a los intelectuales y los gobiernos latinoamericanos. Vasconcelos fomentó estas relaciones con los demás países del continente por medio de intercambios de estudiantes, publicaciones e invitaciones a connotadas personalidades, como Gabriela Mistral, quien vivió en México de julio de 1922 a julio de 1924. Desde que llegó a México, la poeta trabajó intensamente apoyando a las escuelas rurales y las misiones culturales por medio de visitas y conferencias, así como preparando textos para su publicación en el Departamento Editorial de la sep.

Por otro lado, Vasconcelos fomentó también las relaciones de México con Estados Unidos por medio del envío de personas a las universidades de ese país para dar conferencias sobre el despertar cultural mexicano; también se invitaba con mucho éxito a profesores de Estados Unidos a seguir los cursos de español y cultura e historia de México en la Escuela de Verano de la Universidad Nacional. Así, por medio de acciones culturales como éstas, Vasconcelos logró sacar a México del aislamiento internacional en el que había quedado sumido como resultado de la Revolución mexicana.

Los problemas de la edición de libros en México

Para entender los problemas específicos del mercado del libro mexicano entre 1920 y 1924 —y con ello la importancia de la labor de José Vasconcelos en este campo— hay que considerarlos en el contexto continental y consultar a algunos comentaristas de la época que abordaron el tema en varios periódicos y en la revista El Libro y el Pueblo, editado por la sep. Entre la segunda mitad del siglo xix y la primera década del xx el mercado del libro en Hispanoamérica estaba dominado de manera desordenada por Francia, España y Estados Unidos. Los libros franceses eran los que gozaban de mayor popularidad, tanto en el campo literario como en el científico y técnico; en las universidades se utilizaban textos franceses o traducciones francesas de autores alemanes, ingleses o italianos, muchas veces de muy mala calidad. “La explotación comercial no estuvo nunca sustentada por un desarrollo paralelo del estudio de los pueblos hispanoamericanos por parte de los que aspiraban a venderles mercancías… Todo libro, en suma, era bueno para vendérselo a Suramérica, y Suramérica estuvo comprándolos dócilmente hasta hace poco' escribió el crítico venezolano Jesús Semprúm en 1922 en su artículo “El libro en América”, publicado en el tomo 9 de El Libro y el Pueblo (Semprúm, citado en Fell, 1989: 480). Todos los colaboradores de la revista coincidían en que a pesar del problema tan grande del analfabetismo, había en Iberoamérica una gran sed de cultura y con ello un creciente mercado para la venta de libros. Los problemas más frecuentes mencionados eran:

  • la concentración en manos de libreros españoles y franceses de las 23 librerías más grandes de la Ciudad de México;

  • en lo que concierne a la novela, el tiraje era muy bajo: la demanda para todo el continente era de entre mil y 2mil ejemplares, que correspondía a la mitad del tiraje total de una obra hecha en Madrid o en Barcelona;

  • la falta de promoción de los buenos novelistas españoles, lo que permitía que autores locales mediocres dominaran el mercado;

  • los autores no tenían ningún tipo de defensa frente a los abusos, los juicios arbitrarios y la ineptitud de los editores y libreros;

  • la población no estaba informada sobre las nuevas publicaciones;

  • los catálogos de las bibliotecas eran muy pobres;

  • la dificultad de comunicación entre los diferentes países latinoamericanos;

  • la dominación del mercado del libro por españoles, franceses y estadounidenses tenía como consecuencia la falta de adecuación del libro al contexto de los países latinoamericanos;

  • los libros importados estaban plagados de juicios morales y de prejuicios sobre los “salvajes”;

  • el papel para la impresión de libros era muy caro en este continente, y con ello el precio de los libros;

  • el público no compraba los libros “serios” escritos por latinoamericanos; tenían que ser de autores extranjeros.

Las propuestas de este autor venezolano fueron:

  • que el gobierno español estableciera en América almacenes y librerías oficiales para obligar a los libreros a reducir los precios;

  • España debería poner en práctica una política de calidad y abstenerse de inundar América con obras mediocres;

  • instaurar un verdadero intercambio, es decir, sería necesario que el libro hispanoamericano tuviese una difusión seria en España;

  • en mayo de 1923 se constituyó en Madrid la Liga de Escritores de España y América para elaborar un estatuto de la propiedad literaria favorable a los autores;

  • crear una casa editorial de Hispanoamérica;

  • tomar como ejemplo el éxito de la colección Cultura Argentina, dirigido por José Ingenieros, que publicaba con regularidad ensayos de política, economía, historia y sociología sobre problemas de la región del Río de la Plata (Fell, 1989).

Todos estos problemas también se hacían notar en el mercado de los libros en México y explican en parte la debilidad del mercado editorial mexicano de esta época, una y otra vez discutido en los periódicos de estos años. Juan B. Iguínez, subdirector de la Biblioteca Nacional, señaló en un artículo periodístico del 7 de junio de 1923 en El Universal Ilustrado (Jiménez, 1923: 20), una serie de elementos técnicos y sociales que dificultaban la edición y difusión de los libros en México: la elevada tasa de analfabetismo, la total ausencia de producción en ciertos sectores especializados (ciencia y tecnología), la necesidad de comprar en el extranjero todo el material de imprenta, la debilidad de los tirajes (los más importantes no excedían los 2mil ejemplares), el alto costo de la impresión (tres o cuatro veces mayor que en España), la mala difusión y la ausencia de publicidad, y las ediciones “de cortesía” o de coyuntura, a menudo de “obras mediocres”.

La industria editorial mexicana, pública y privada, tenía que recurrir a España y, sobre todo, a Estados Unidos, para obtener obras indispensables y modernas en el terreno de los libros técnicos y especializados; Nueva York desempeñaba un papel cada vez más importante en este campo. Decía Rafael Heliodoro Valle, encargado de los asuntos bibliográficos del Departamento Editorial de la sep, en octubre de 1922:

Pudiera decirse que Nueva York es nuestra “clearing house”, de la que recibimos libros hispanoamericanos que no nos pueden llegar de otro modo. Para que un autor mexicano sea conocido con puntualidad y buena propaganda en las capitales centro y sudamericanas y en las antillanas, es preciso que se edite en Madrid (Valle, 1922: 338).

A pesar de la urgente necesidad en este campo, la falta de libros especializados no se subsanó durante el tiempo de Vasconcelos: los libros anunciados por él en enero de 1921 (un tratado de higiene, seis tratados industriales y seis de industrias agrícolas, además de tres obras sobre la organización de sindicatos y cooperativas, una historia de México y una de Hispanoamérica), nunca fueron impresos.

La labor del Departamento Editorial de la SEP y la multiplicación de las bibliotecas

Dentro de este panorama tan desolador de la industria editorial mexicana a principios de los años veinte, la labor emprendida por Vasconcelos representó un enorme impulso en este campo. A partir de 1921 se publicaron, aparte de los famosos Clásicos, manuales escolares para todos los niveles de educación. Del Libro nacional de escritura-lectura destinado a los alumnos de primaria se repartieron un millón de ejemplares en todo el país; de la reimpresión de la Historia patria de Justo Sierra se repartieron 100mil ejemplares. Se publicaron tratados de metodología del dibujo, la topografía y algunas técnicas industriales para los estudiantes de la Escuela Nacional Preparatoria. Además se imprimieron, en 1923, la antología de Gabriela Mistral Lecturas para mujeres y las revistas El Maestro, El Libro y el Pueblo, los Anales del Museo Nacional de Arqueología e Historia y etnografía; de agosto de 1920 a diciembre de 1921 se publicaron también siete números del Boletín de la Universidad, y entre 1922 y 1924 cinco números del Boletín de la Secretaría de Educación Pública. Era obvio que el interés de Vasconcelos se centraba en la publicación de obras “para ennoblecer el espíritu”, y no tanto en obras de interés social o de tecnología. Tampoco se dio mayor importancia a libros de autores mexicanos o iberoamericanos del siglo xix.

Desde enero de 1921, siendo Vasconcelos rector de la Universidad Nacional, comenzó con su plan de publicación de los clásicos.2 Él elegía los autores y supervisaba su edición; la labor editorial estaba en manos de Julio Torri. Entre los autores seleccionados estaban Homero, Esquilo y otros autores clásicos griegos; también Dante, Shakespeare, Lope de Vega, Calderón, Cervantes, Justo Sierra, Goethe, Tolstoi, Ibsen, Romain Rolland y Bernard Shaw. Alentar al pueblo a leer estos libros significaba una labor sistemática de traducción, ya que hasta ese momento sólo se podían leer en idiomas extranjeros. Además, así se pretendía evitar que los alfabetizados volvieran a caer en el analfabetismo funcional por falta de material de lectura o que leyeran textos banales que se distribuían masivamente; por otro lado, de esta manera se estaría respondiendo a las necesidades culturales y a la sed de conocimientos que manifestaba la población en general. Los 17 “libros fundamentales” publicados fueron los siguientes:

  • Homero, La Iliada (2 vol.), La Odisea

  • Esquilo, Tragedias

  • Eurípides, Tragedias

  • Dante, La divina comedia

  • Platón, Diálogos (3 vol.)

  • Plutarco, Vidas paralelas (2 vol.), los Evangelios

  • Romain Rolland, Vidas ejemplares

  • Plotino, las Enéadas (selección)

  • Tolstoi, Cuentos escogidos

  • Tagore, Obras escogidas

  • Goethe, Fausto

De los clásicos se repartieron entre 130 y 140mil ejemplares entre julio de 1921 y septiembre de 1924 a todas las bibliotecas del país y a distintos países latinoamericanos; esta cantidad era menor que el tiraje, de manera que quedaban libros para su futura distribución. Tres libros estaban en prensa en el momento que Vasconcelos dejó la secretaría, pero ya no fueron publicados: un tomo de obras de Lope de Vega, una Antología Iberoamericana y un Romancero. Deberían haberse publicado después obras de Calderón, Shakespeare, Ibsen y Bernard Shaw.

Es de destacar igualmente la labor de edición de revistas en estos años y la multiplicación de bibliotecas.3 Si en el centro de la labor educativa de Vasconcelos se encontraba la impresión de libros, igualmente se preocupó por la difusión y distribución de libros por medio de bibliotecas públicas. En la misma situación deplorable en que se encontraba la edición de libros en 1920 se encontraban las escasas bibliotecas. En varios artículos aparecidos en El Heraldo de México de mayo y junio de 1919 señalaba Martín Luis Guzmán, refiriéndose a la Biblioteca Nacional, que ésta no poseía ningún catálogo completo de los 500mil libros en su haber, que los volúmenes estaban apilados en completo desorden, que el departamento de revistas y periódicos estaba desorganizado, que la Escuela de Bibliotecarios y Archivistas había sido cerrada por falta de presupuesto y que los fondos destinados a la compra de libros eran casi inexistentes. Antes de 1920 existían en México 39 bibliotecas que guardaban libros que no se podían consultar. En enero de 1921 se fundó la Dirección de Bibliotecas Populares y entre enero y julio del mismo año se abrieron 165 pequeñas bibliotecas en el país y se distribuyeron 13mil 362 volúmenes, según el Boletín de la sep de 1923. Se crearon bibliotecas públicas, obreras, escolares, para niños y también bibliotecas ambulantes, como complemento indispensable de las escuelas, como freno al analfabetismo funcional y para que los libros llegaran hasta el último rincón del país.

Desde antes de iniciar esta gigantesca labor editorial, y a pesar de sus logros en sólo cuatro años, cuando todo era apenas el anuncio de un plan (octubre de 1920), ya había vehementes reacciones hostiles de algunos diputados en los debates de la Cámara (enero de 1921):

Se reprochó a Vasconcelos el despilfarro de fondos públicos, la imposición de criterios culturales no populares, una actitud considerada como despreciativa ante las verdaderas necesidades del pueblo, la publicación de obras de difícil lectura, históricamente anacrónicas y carentes de aplicación práctica inmediata (Fell, 1989: 490).

Según este razonamiento, en un país revolucionario se necesitaban más bien manuales escolares y material simple de lectura para acompañar la alfabetización, especialmente sobre temas mexicanos, para los lectores mexicanos, y no libros para una ínfima minoría. En su autobiografía, Jaime Torres Bodet explica cómo se intensificaron estos ataques a finales de 1923 tras la publicación de las Enéadas de Plotino. En un editorial de El Demócrata, cuyo director era Vito Alessio Robles, se pedía la suspensión de la edición de los clásicos. Las discusiones alrededor de esta labor editorial recuerdan el debate sobre la importancia de la Universidad Nacional —y en especial de su Facultad de Filosofía y Letras— a principios del gobierno de Plutarco Elías Calles, en 1924: ¿por qué mantener una Universidad y una facultad donde no se enseñaba nada útil, o un proyecto editorial dirigido a sólo un par de personas cultas en un país con una urgente necesidad de alfabetizar a las masas de mexicanos?

Fue sobre todo por las publicaciones que se distribuyeron en Argentina, Chile y otros países latinoamericanos por lo que allí la labor editorial de Vasconcelos fue motivo de elogio, tanto que incluso se llamaba a imitarla, calificándola como popular y universal. Las restricciones del presupuesto a partir de 1924, la ausencia de Vasconcelos y la nueva política educativa de Calles, aparte del clima de hostilidad casi general de la prensa capitalina, acabaron con todos estos proyectos.

La animadversión contra Vasconcelos se notaba también en las publicaciones periodísticas que se refirieron a la Feria del Libro: ni en el discurso de apertura de la Feria, ni en las publicaciones sobre la misma se mencionó su nombre, a pesar de que era la culminación de su labor al frente de la Secretaría de Educación Pública.

La Feria del Libro

La Feria del Libro del Palacio de Minería (la edificación es propiedad de la Secretaría de Educación Pública), es una muestra del enorme esfuerzo editorial, expuesto en conjunto por primera vez en México, aunque para entonces Vasconcelos ya se dedicaba a otras empresas políticas. La Feria tuvo lugar gracias a la intervención de dos de sus excolaboradores, quienes compartían el espíritu vasconcelista: Jaime Torres Bodet y Julio Torri,

…para promover el conocimiento recíproco de la producción editorial de la República, facilitar el comercio del libro hoy entorpecido por la falta de propaganda, estimular la concurrencia de los editores extranjeros al mercado del país, alentar el arte de la imprenta y la decoración del libro, honrándolo por ser el más eficiente vehículo de cultura y de humanidad, y, además, para propagar el afán de la buena lectura, tan descuidada entre nosotros… (Boletín de la sep, 1924: 297).

Estas fueron las palabras mediante las cuales el sucesor de Vasconcelos en la Secretaría de Educación Pública, Bernardo J. Gastélum, convocaba a la Feria del Libro y Exposición de Artes Gráficas el 4 de agosto de 1924, organizada por un Comité Ejecutivo designado por esa Secretaría. Éste se había constituido por dos miembros de la sep, dos representantes de la Unión de Industriales de Artes Gráficas, un representante de los libreros de la capital y un representante de los periódicos diarios.

La Feria no sólo reunió a intelectuales y artistas, pues al exponer también la maquinaria de las imprentas se constituyó también como una feria de los obreros y del trabajo manual que había detrás de la impresión de cada libro; esto lo hizo patente más tarde el propio Gastélum en su discurso de inauguración de la Feria, y fue divulgado ampliamente en las notas periodísticas y en las memorias del evento. El periódico Excelsior del 1 de noviembre de 1924 publicaba al respecto:

Los obreros ratificarán su prestigio. Y aquellos, los que tienen “manchadas sus manos, pero con la tinta de sus versos inmortales”… se confundirán en la feria con los linotipistas, los grabadores, los dibujantes, los encuadernadores, todos los artistas que contribuyen a enriquecer el trabajo espiritual con las galas del trabajo manual (p. 1).

En la convocatoria se asentaba que podrían tomar parte en la Feria todos los libreros y editores de la república mexicana, los editores del exterior que estuvieran representados en México, los libreros de viejo y anticuarios, los comerciantes y fabricantes de papel, maquinaria y accesorios de la artes gráficas; los impresores, fotograbadores, fotógrafos, pintores e ilustradores de libros; las casas productoras de música impresa, cartas geográficas y material escolar, siempre y cuando se hubieran inscrito a más tardar el último día de septiembre. La Feria estaría abierta de las 9 a las 21 horas y su entrada sería gratuita.

Para ello, la sep daría las siguientes facilidades:

  • a)

    asumir los gastos de adaptación y alumbrado del sitio elegido dentro de la Feria;

  • b)

    permitir el libre comercio de las mercancías expuestas;

  • c)

    facilitar pasajes de ida y vuelta desde los lugares de procedencia de los expositores a la Ciudad de México;

  • d)

    eximir de porte y cuotas de flete los bultos que llegaran de los estados de la Republica;

  • e)

    contribuir con programas especiales de conferencias, conciertos, lecturas y espectáculos artísticos para mantener el interés y el atractivo necesario para el éxito de la Feria;

  • f)

    abrir concursos de habilidad, rapidez y limpieza en trabajos de linotipia, fotograbado, composición y formación, entre otros, para los obreros mexicanos del ramo de artes gráficas;

  • g)

    conceder medallas y diplomas honoríficos a las empresas o personas propietarias del mejor lote de trabajos presentados en cada una de las secciones de la Feria.

Constaría de las siguientes secciones:

  • a)

    Feria del Libro: exposición y venta de libros, música impresa, mapas y material escolar, a cargo de las librerías y casas editoras mexicanas y extranjeras.

  • b)

    Exposición del Libro Mexicano Antiguo y Raro, desde los códices hasta nuestros días: una feria anticuaria.

  • c)

    Exposición de los ilustradores y los decoradores del libro, exposición de carteles para anuncios.

  • d)

    Exposición de la cultura popular, en dos secciones: publicaciones y producciones artísticas del pueblo, como calendarios, corridos, canciones, grabados, dibujos y la sección de libros infantiles.

  • e)

    Exposición especial de fotografía y técnicas de artes gráficas, para dar a conocer el funcionamiento de la maquinaria moderna de impresión.

Al mismo tiempo, otro de los departamentos de la sep, el de Bellas Artes, convocó a dibujantes, pintores, grabadores e impresores nacionales y extranjeros residentes en el país a los concursos ex-libris del Departamento de Bibliotecas, de ilustración de libros, carátulas y pastas, tricromía, grabados en madera y carteles anunciadores como parte de la Feria, con especificaciones para cada premio, que consistía, para cada categoría, en un viaje de un mes a Alemania para perfeccionar sus conocimientos.

El Departamento Editorial de la Secretaría de Educación Pública, a su vez, convocó a todos los impresores del país que tenían prensas u otras máquinas o útiles de imprenta anteriores al siglo xix para contribuir a una exposición cronológica sobre el arte y la industria de imprimir.

Semanas antes de la inauguración aparecieron en periódicos como El Universal y Excelsior largos artículos sobre la importancia del evento por venir:

Más pronto tendrá el modesto lector mexicano días de especial regocijo. La Feria del Libro será la fiesta del aficionado a la lectura, quien podrá decir sin rubor, en alta voz y hasta con un leve orgullo: “Hoy es la fiesta del libro, por consiguiente, mi fiesta”. ¡Qué íntima satisfacción experimentará al recorrer los salones donde los libros se ofrecerán en nueva ordenada distribución, ocupando un primer término en la atención de los simples espectadores! Cada reflexión, cada elogioso juicio que los libros susciten, los sentirá como dirigidos a algo propio (Boletín de la sep, 1924: 344).

Algunos periodistas hicieron hincapié en varias ocasiones en que en otras capitales del mundo, sobre todo en París, era frecuente que se diera este tipo de ferias, en donde el bibliófilo podía encontrar “libros que podrá mover, revisar y, a menudo, leer a su antojo, sin que el librero lo interrumpa, sin que el librero desconfíe de él. En otras naciones —¿por qué no decirlo?— el lector sabe respetarse a sí mismo” (Boletín de la sep, 1924: 343). Por otro lado, insistían en subrayar que una Feria del Libro no era lo mismo que una librería, ya que en México normalmente un librero quería vender libros sin enseñarlos y sin permitir que el amante de los libros pudiera hurgar en los anaqueles y estantes para encontrar lo que buscaba o lo que quería ver. Una vez inaugurada la Feria, podemos leer en el periódico Excelsior del 3 de noviembre de 1924:

El libro, como las hadas de los cuentos de la puericia, posee lazos invisibles y sutiles con que ata nuestros corazones y los subyuga para siempre. En los instantes de desaliento, cuando en vano buscamos un amigo verdadero que aporte un lenitivo a nuestra desazón, acudimos al libro predilecto, que hemos leído repetidas ocasiones y que no obstante nos parece nuevo ¡tanto así es el poder del pensamiento (p. 5).

Para este gran evento se inscribieron todas las compañías y personas que tenían que ver con la producción y distribución de libros, o que estaban relacionados con las artes gráficas: librerías, como la Librería Herrero, la Librería Porrúa, la Franco-Americana, la Alemana, la Librería Fausto, la Librería Cultura y El Libro Francés; editoras como la Nacional Editora “Águilas”; compañías productoras de papel como la Loreto, la American Writing Paper, la Nacional Paper &Type y las fábricas de papel de San Rafael; periódicos como El Universal y Excelsior; compañías productoras de maquinaria de imprenta y máquinas cosedoras de libros, como La Helvetia, para exponer en la planta baja y la planta alta del patio central del Palacio de Minería. Por supuesto, también estaban presentes las instituciones oficiales, como los Talleres Gráficos de la Nación, que desde el 13 de enero de 1921 dependían de la Universidad Nacional; la imprenta del Museo Nacional; el Departamento de Bellas Artes de la sep y el Departamento Editorial de la misma secretaría; y la Dirección de Estudios Biológicos de la Secretaría de Agricultura. Muchos de estos stands o “lotes” se pueden admirar en las fotos que se reproducen en la memoria de la Feria en el Boletín de la sep, tomo III, núm. 7, 1924.

Finalmente, a las 11 horas del sábado 1 de noviembre de 1924 se inauguró la Feria del Libro en el Palacio de Minería, ubicado en la primera calle de Tacuba, con la asistencia del presidente de la República, Álvaro Obregón; el discurso de apertura estuvo a cargo del secretario de Educación Pública, Dr. Bernardo J. Gastélum, quien hizo referencia a la historia del libro y de la imprenta en la época colonial, subrayando que esta Feria era la primera en Iberoamérica, como había habido en México la primera imprenta y la primera escuela, y donde se habían editado los primeros libros de América; también anunció el tema del discurso: el libro y el obrero como los dos factores que más habían contribuido al desenvolvimiento de la mentalidad humana. Al respecto afirmó: “la difusión del libro hará la educación del país libre de los errores del pasado” ya que “ningún esfuerzo, ningún mito, ningún sistema político podrá hacer nunca lo que el libro” (Boletín de la sep, 1924: 324, 325). Para evitar cualquier crítica acerca de que el evento era elitista y superfluo en un país de analfabetas, elogió la labor del obrero “que da la sensación de la vida y cuya fuerza se encuentra en todas sus creaciones”. El secretario también hizo alusión al protestantismo y a Lutero como fundador de la Reforma; con estas palabras ya se anunciaba el nuevo discurso político referente a la educación, impregnado por las ideas protestantes de Moisés Sáenz, subsecretario de Educación Pública durante el gobierno de Plutarco Elías Calles (1924–1928) y nuevo ideólogo de la educación en México. Así, al humanismo cristiano de José Vasconcelos seguiría el pragmatismo protestante de tipo estadounidense en la educación mexicana.4

Al final el secretario se dirigió directamente al presidente, haciendo alusión a que su mandato estaba por terminar:

Habéis sido en la historia militar del país el soldado de la constante victoria y si por esto solo tenéis derecho a ser recordado como una figura viril y heroica, ésta se agiganta cuando vuestra actividad fue aplicada en hacer la difusión de la cultura que ha de dar origen a una nueva vida que superará en contenido y amplitud a la anterior. Que vuestro prestigio al que trae el próximo Gobierno de la República haga porque continúe esta labor que con el tiempo será la más eficaz para unir a las almas y elevarlas a la cima desde donde pueden hacerse solubles los más difíciles problemas (Boletín de la sep, 1924: 326).

En el programa del evento, que comprendió del 1 al 9 de noviembre, podemos apreciar que era mucho más que una simple exposición de libros: después de la solemne inauguración a las 11 de la mañana, acompañada por música de Manuel M. Ponce, Mendelssohn y Saint-Saens y finalizada con el himno nacional, todas las tardes se ofrecieron conferencias, como “Las bibliotecas de México”, de Juan B. Iguíniz; “La imprenta y la Inquisición en el siglo xvi”, por Alberto María Carreño; “Los modernos ex-libris mexicanos”, por Francisco Monterde García Icazbalceta; “La novela corta en México”, por Francisco Carreño; y “La labor de la Secretaría de Educación Pública”, por Juana Manrique de Lara. Además se presentaron lecturas de libros o de poemas, como la de Finales, libro inédito de Francisco Monterde García Icazbalceta; también se hicieron lecturas de Cuauhtémoc, drama inédito de Joaquín Méndez Rivas; de Las señales furtivas de Enrique González Martínez, también inédito, y leído por Xavier Villaurrutia; del poema “El trompo de siete colores”, de Bernardo Ortiz de Montellano; y de un libro póstumo de Jesús T. Acevedo, leído por Genaro Estrada. Durante la semana de la Feria también se presentaron grupos de música clásica, de canto y de música sacra para hacerla atractiva; todo ello la convirtió en un evento cultural de primer orden.

En el stand de Bellas Artes se podía admirar, entre otras obras de arte, una colección de grabados en madera y fotografías de Tina Modotti y Paul Weston, así como dibujos de Roberto Montenegro que habían adornado varios libros de poetas. En el salón expositor de Bibliotecas se encontraban los primeros manuscritos, códices y libros antiguos de gran valor, incunables, antiguas encuadernaciones, crónicas religiosas y ex-libris elegantes. También se podían admirar ejemplares de libros de la imprenta de Juan Pablos —el primer impresor de México que en 1538 ya trabajaba en la Nueva España— hasta libros del siglo xix, muchos con encuadernaciones de lujo, de cuero dorado.

También el Museo Nacional exhibió los mejores ejemplares de su biblioteca, pero ciertos libros que estaban guardados “bajo los siete candados de la fábula”, no se presentaron; como decía la crónica del evento dentro de la “Convocatoria” (Boletín de la sep, 1924): “parece que el bibliotecario —que es un dragón colosal custodiando ese tesoro— halló un magnífico pretexto para no soltar prendas”.

La Sociedad Científica “Antonio Alzate”, “que apenas tenía local y luz eléctrica para su biblioteca”, según el mismo Boletín de la sep, pudo haber expuesto los 41 volúmenes de la memoria de la institución. La Sociedad de Geografía y Estadística no se presentó.

De las editoriales particulares se menciona en el mismo Boletín la de Eusebio Gómez de la Puente, con 30 años de imprimir libros con pastas de lujo y en especial su Iconografía de los virreyes de la Nueva España; y la editorial Gerardo Sisniega, de reciente creación, que estaba por imprimir 10mil ejemplares de La calandria de Delgado.

Llamó mucho la atención la variedad de tipos de papel que producía la fábrica de papel de Alberto Lenz para litografías, imprentas y oficinas, además del papel de estraza para tiendas, el de empaque gris y azul para azúcar, el papel de China y las bolsas de papel de todos los tamaños. Pero había otras compañías productoras de papel presentes en la Feria, como la Nacional Paper & Type Company, las fábricas San Rafael, la papelería de Enrique Zuñiga y la casa Carpeta.

Y por supuesto estaban presentes los stands de la prensa nacional en un pabellón aparte, al que hizo una visita especial el presidente de la República durante el acto de inauguración.

Los Talleres Gráficos de la Nación presentaron, entre otras impresiones, el Reglamento de la crom (Confederación Regional Obrera Mexicana) y regalaron 17 de estos ejemplares al presidente Álvaro Obregón.

Había tantas cosas que ver, que “hay que detenerse allí siquiera un par de horas, para que el buen gusto vibre, el aplauso se depure y hasta los reacios, los ciegos que tienen ojos que no quieren ver, se den cuenta que México puede disputar algunos campeonatos artísticos en el mundo” (Boletín de la sep, 1924: 359).

El Departamento Editorial de la Secretaría de Educación Pública, encabezado por Julio Torri, mostraba al público su labor editorial de los últimos cuatro años, empezando por los 17 volúmenes de los clásicos mundiales, así como la serie Lecturas para mujeres, coordinada por Gabriela Mistral, y el anuncio de una edición de clásicos infantiles con ilustraciones de Roberto Montenegro. Además se anunció que se estaba haciendo una reimpresión de la Historia patria de Justo Sierra, con ilustraciones y en papel especial.

Entre las librerías que expusieron en la Feria destacan en primer lugar la Librería Porrúa, la Herrero Hermanos, la Francoamericana, la Alemana, cuyo dueño era Otto Bettinger, y la Casa Fausto, con sede en Hamburgo, representada en México por Emilio With.

La afluencia de personas interesadas fue enorme, por lo que se afirmaba que la Feria:

…ha venido a confirmar plenamente la verdad de que en México no todos se entregan a labores ingratas, a faenas de odio y de inmisericordia, sino hay un núcleo de trabajadores conscientes, de artistas de la patria que se desvelan y se afanan por permanecer aislados en su reducido círculo para construir obra perdurable, para enaltecer las glorias tradicionales de nuestra cultura (Boletín de la sep, 1924: 356).

La sep publicó también en el Boletín arriba mencionado una gran cantidad de fotos de los diferentes stands de la Feria y además decía que ésta había cumplido con creces su objetivo de llegar “a esa muchedumbre reacia y hosca, más bien por inercia mental que por carencia de gusto para lo bello, llevando encendida la lámpara del ideal para iluminar la selva bravía de ignorancia en que se agita su alma”. Con la misma tónica reseñan los periódicos el evento hablando de un éxito rotundo y, según ellos, sorprendente también para el jefe del Departamento de Bibliotecas de la sep, Jaime Torres Bodet. No se menciona ni una palabra de José Vasconcelos. Además se subraya lo acertado de haber escogido como sede el Palacio de Minería, entre otras cosas por la iluminación del recinto, pues recordemos que no hacía mucho que se había instalado la luz eléctrica en el centro de la ciudad: el cronista del Boletín de la sep del segundo semestre de 1924 escribió:

La Feria del Libro y la Exposición de Artes Gráficas ha sido, pues, un triunfo clamoroso que nos complace proclamar, porque pertenece a México y enaltece nuestra cultura. En cualquier lugar del mundo civilizado sería alabada sin ponderación. Como ensayo superó a los augurios; como realización es una culminación de trabajo y belleza que cierra justamente el periodo de cuatro años en que ha trabajado la Secretaría de Educación desde que Vasconcelos se puso al frente. Muchos de los expositores no creían en ese triunfo y ahora deben estar apenados por no haber pedido más local (p. 363).

Este texto es significativo porque es el único sitio en que se menciona que la Feria del Libro se podía considerar como culminación del trabajo de la sep, encabezado durante cuatro años por José Vasconcelos, es decir que Vasconcelos habría sido un secretario como cualquier otro; al término de su administración sólo había que esperar al nuevo responsable de la Secretaría, y con él, una nueva política.

Consideraciones finales

  • 1.

    La primera emisión de la Feria del Libro del Palacio de Minería, que se llevó a cabo del 1 al 10 de noviembre de 1924 es, sin duda, la culminación de la labor editorial y cultural de los cuatro años de Vasconcelos al mando de la educación en México: primero de mediados de 1920 a julio de 1921 en la rectoría de la Universidad Nacional, y después como primer secretario de Educación Pública. La feria sirvió para mostrar al público en general el despertar de la educación en México.

  • 2.

    Poco después de que tomó posesión como rector de la Universidad Nacional, en octubre de 1921, Vasconcelos presentó su plan de publicación de libros clásicos para apoyar su labor de alfabetización, ya que, según él, el individuo aprende sobre todo a través de los libros. Una vez autorizado un presupuesto sin precedente, de inmediato se dio a la tarea de conformar su equipo de trabajo para la impresión de libros, de manera que pocos meses después ya se tenían los primeros resultados. Cualquiera que se relacione hoy en día con la publicación de libros, sabe lo tardado y difícil que es este trabajo y sin embargo, tenemos frente a nosotros la gigantesca labor cultural que se llevó a cabo entre 1921 y 1924, y cuya muestra es esta Feria del Libro.

  • 3.

    Esta labor se llevó a cabo contra viento y marea, con el apoyo del gobierno de Álvaro Obregón, pero también en contra de muchas voces críticas y duró sólo cuatro años.

  • 4.

    La Feria del Libro de 1924 fue, sin duda, el evento más importante y más esperado del año para los grupos cultos de las clases medias de la Ciudad de México y del interior del país, como lo sigue siendo hasta hoy. Ofreció una plataforma a la industria editorial del país —y a algunas extrajeras también— por medio de la exposición de las librerías, así como por parte de los exponentes de artes plásticas de la época.

Referencias

Doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Investigadora titular del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE), de la UNAM.

Aunque las cifras del analfabetismo en México en estos años no son uniformes, todos los autores coinciden en que era más o menos el 80 por ciento de la población. Claude Fell explica, para el año 1919, los detalles y diferencias por estados federados (Fell, 1989: 661): 91 por ciento en Chiapas, 88 por ciento en Oaxaca, 90 por ciento en Guerrero, 82 por ciento en el Estado de México, 47 por ciento en el df. Carmen Ramos (1993: 305) completa estas cifras para el año 1912: 65 por ciento en Nuevo León, 72 por ciento en Tamaulipas, 74 por ciento en Zacatecas, 54 por ciento en Colima. Según la autora antes mencionada, Alberto J. Pani, subsecretario de Instrucción Pública en el gobierno de Francisco Madero afirmó en su folleto “La instrucción rudimentaria en la República”, publicado en 1912, que de una población total de 15millones 139mil 855 personas, 10millones 324mil 484 eran analfabetas. Gregorio Torres Quintero, quien había sido secretario de la Dirección General de Instrucción Primaria y jefe de la sección de Educación Primaria de la misma secretaría rebatió estas cifras en 1913 en el Primer Congreso Científico Mexicano, afirmando que 11millones 750mil 696 personas de una población total de 15millones 103mil 542 eran analfabetas.

Cada libro se encuadernaba en tela verde, con un tiraje de 20 a 25mil ejemplares y un costo de 94 centavos el ejemplar, para poderlo vender en un peso. Cada volumen iba ilustrado por viñetas grabadas al principio y al final de cada capítulo. En general, cada libro era precedido por un estudio que lo situaba en su época y explicaba su sentido, muchos de ellos de autores traducidos del inglés, francés o italiano, o también de autores mexicanos.

Más información y una descripción detallada de la publicación de revistas y de sus contenidos se encuentra en el libro de Claude Fell (1989), igual que las estadísticas del número de bibliotecas en 1920, casi todas concentradas en la Ciudad de México. Igualmente hay estadísticas sobre la creación de bibliotecas en todo el país entre 1921 y 1924 y la cantidad de libros distribuidos.

Durante los cuatro años del gobierno de Calles, con José Manuel Puig Casauranc como secretario de Educación Pública y Moisés Sáenz como su subsecretario, la educación fue considerada parte de la política económica y contribuiría como sustento ideológico a la consolidación del Estado revolucionario. En el proyecto de Moisés Sáenz se mezclaron las ideas educativas de John Dewey, pedagogo de gran importancia en esos años, las experiencias prácticas estadounidenses y las influencias de la ética protestante, adquiridas por las experiencias personales del subsecretario como miembro de la comunidad protestante de México, y con años de estancia en Estados Unidos. La mayor diferencia entre el proyecto de Vasconcelos y la nueva política educativa residía en su actitud hacia los libros y la cultura: para Vasconcelos la educación era inseparable de la lectura y de las artes; Moisés Sáenz, en cambio, nunca habló de los libros o de las actividades artísticas. Para él, la educación llegaría a los niños por medio de los maestros, no de los libros, y las actividades deportivas desplazarían a las actividades artísticas.

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