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Vol. 86. Núm. 3.
Páginas 138-141 (mayo - junio 2015)
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1804
Vol. 86. Núm. 3.
Páginas 138-141 (mayo - junio 2015)
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Escándalo político y rol cívico del personal de la salud
Politic scandal and civic role of health professionals
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1804
Sergio Micco
Doctor en Filosofía, Magíster en Ciencia Política, Abogado, Profesor del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile, Santiago, Chile
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Introducción

En Chile, a partir de fines del año 2014, se han hecho públicas una irregular relación entre dinero y política. Politológicamente se trata de un escándalo político que ha agravado la crisis de confianza en las instituciones nacionales, de por sí muy altas respecto de América Latina. Esto no ha dejado de extrañar, pues Chile estaba calificada como una de las 3 democracias más estables y transparentes de Sudamérica. La reiteración e intensificación de las acusaciones públicas y de la interposición de recursos judiciales han producido una vigorosa y sana reacción de la ciudadanía, de los medios de comunicación social y de la judicatura. Sin embargo, se extiende el temor que de no superarse esta crisis de credibilidad institucional corramos el serio peligro de disminuir la legitimidad y eficacia de la democracia. El presente artículo describirá lo que se entiende por escándalo político, analizará sus causas y sus efectos. Luego propondrá como terapias la transparencia y el civismo. Por último, se prescribirá un mayor involucramiento cívico del equipo de salud y en general del mundo profesional y académico, con el objetivo de superar el escándalo político promoviendo, de paso, una democracia de mayor calidad.

El escándalo como sintomatología de un cuerpo enfermo, pero esencialmente sano

«Todas las acciones que afectan el derecho de otros hombres son injustas si su máxima no es compatible con la publicidad. Todas las máximas que requieren de la publicidad para no fracasar en sus propósitos concuerdan con el derecho y la política a la vez».

Immanuel Kant

Immanuel Kant proponía la publicidad como medio para fiscalizar el poder y promover una ética pública superior. ¿Qué funcionario público o empresario privado entraría a saco al erario nacional si supiese que al día siguiente su acción será portada de un periódico de alta circulación nacional?1. Por cierto, el conocer masivamente un escándalo político supone un costo en credibilidad alto, pero su beneficio cívico es invaluable2. En efecto, el escándalo es la terapia, larga y dolorosa, que somete a una enorme tensión al cuerpo político. El escándalo es la reacción inmunológica de un organismo que aún mantiene su fuerza, vigor y virtud, pues aún no está gobernado por el vicio. En efecto, el escándalo político es una reacción social que provoca el conocimiento público de una conducta severamente desviada respecto de la norma moral que es practicada por una persona o institución que desempeña un papel cívico relevante. Es la indignación ética ante el abuso de poder político o la violación de la confianza ciudadana cometido por quien debía ser ejemplo de excelencia y civilidad. El objetivo del escándalo es bastante cruel: estigmatizar moralmente al agente que lo provoca. Se trata de condenarlo de tal modo que quede marcado como portador de un estatus moral inferior. Tal empresa ya no es una máquina de fabricar empleos, sino que de defraudación fiscal. Ese político ya no es un representante del pueblo, es agente de activa corrupción. Los rumores flotan en el aire, hasta que conforman un enjambre de denuncias que se «viralizan» y entra furioso al torrente sanguíneo. Así llega un momento en que la opinión pública se cristaliza de tal manera que los detractores del juicio hegemónico no pueden expresarse en público sin temor a quedar aislados socialmente. Así la estigmatización moral, que no admite dudas, tiene un feo rostro. Pero no ha sido la opinión pública que la que ha actuado espontánea ni arbitrariamente. Algunos, al hacerse públicos sus actos inicialmente reprochables, han desatado el proceso. Además, si hay escándalo político es porque la ciudadanía aún tiene reflejos morales, su cuerpo no está corrompido y, por el contrario, posee un alma cívica que caracteriza a todo republicano, de los que quería Immanuel Kant.

¿Por qué los escándalos políticos que hoy vive Chile han alcanzado tal magnitud, sobre todo en país que goza de gran prestigio democrático? Al responder esta pregunta nuevamente veremos que nos encontramos también ante hechos positivos. Un factor cultural que explica la actual reacción pública está dado porque, a pesar que decimos que «todos sabíamos lo que pasaba», Chile tiene una autoconciencia de probidad y transparencia; sobre todo cuando nos comparábamos con países del mismo nivel de desarrollo. A esta memoria de probidad se ha sumado recientemente la creciente vergüenza ante las desigualdades que nos caracterizan a nivel mundial. «Ley pareja no es dura» dice el refrán popular. La ley debe ser igual para todos. Estas demandas de legalidad e igualdad se venían intensificando desde hace un largo tiempo. Ya conocíamos bien la reacción contra los casos de abusos en farmacias, pollos, cerdos y grandes tiendas. Sumemos a todo eso la existencia de medios de comunicación más pluralistas e independientes. Agreguemos la reforma procesal penal que significó crear un Ministerio Público autónomo, con facultades legales y recursos humanos y físicos. Finalmente tenemos una ciudadanía más informada, educada y crítica, altamente conectada por redes sociales de información y comunicación. Las redes sociales fiscalizan a sus gobernantes, vetan políticas públicas y condenan como severos y anónimos jueces. Todo ello para bien y para mal. En el camino quedan los empresarios justos y los políticos honestos. Como siempre, trigo y cizaña nos acompañan inseparable y misteriosamente.

Populismo como una pésima terapia

«Cuando yo era joven teníamos un tirano cruel, cuya muerte deseaba, muerto el cual le sucedió otro más duro, y también deseé vivamente el final de su dominio; luego empezamos a aguantarte a ti, nuestro actual tirano, más insoportable que los anteriores. Por tanto, si tú eres removido, otro peor ocupará tu sitio»

Anciana dirigiéndose a un tirano que el pueblo quería derribar y ella defendía

Santo Tomás de Aquino

Tomás de Aquino le escribe a un joven príncipe que quiere ser rey de Chipre y quien le ha demandado consejo. El teólogo le manda una larga carta en que le aconseja ser justo, fuerte, templado y, por sobre todas las cosas, prudente. Un político debe tener una suerte de sabiduría práctica que le impulse a servir causas justas, pero que sean posibles de alcanzar, teniendo a la vista los medios con los que cuenta y los obstáculos que le estorban el paso. En caso contrario, el gobernante, deseando lo mejor, podrá llevar a su pueblo a lo peor. El idealista de Don Quijote de la Mancha debe escuchar los prácticos consejos de su buen amigo Don Sancho Panza. De ahí que Tomás de Aquino le cuente la historia de esa viejecita que defendía al tirano. Cuando todos clamaban por su muerte, ella se opone. El tirano, el mejor conocedor de su perfidia, le pregunta por qué tan extraña actitud. La anciana, con su inmortal respuesta, nos recuerda en esta época que ama el progreso que no todo cambio es para mejor3. Los italianos, grandes conocedores de la política desde los tiempos del fratricida Rómulo, dicen que no es cierto que no se pueda caer más bajo cuando se ha tocado fondo. Con conocimiento dicen que «siempre se puede cavar más hondo».

De un escándalo político los países democráticos pueden salir fortalecidos cívicamente o, por el contrario, aún más degradados políticamente. La experiencia hispanoamericana y europea nos enseña que hay veces que quienes siembran corrupción, desatan tempestades de indignación y estas, cuando se descontrolan, provocan ciclones que destruyen los edificios republicanos. ¿Por qué surgían los tiranos en la Siracusa de la prudente anciana, en la democrática Atenas y en la muy republicana Roma? ¿Por qué Dionisio de Siracusa, Pisístrato de Atenas o Marco Antonio de Roma? Porque en sus tiempos una oligarquía corrupta e incompetente llevó, ante la ausencia de líderes virtuosos, que surgieran los demagogos de siempre, esos que le dicen al pueblo que todos sus males tiene por causa a los que están «arriba» y que ellos, representando a los de abajo, traerán la salvación mediante el simple expediente del bisturí y el cauterio. Cuando todo político es corrupto, todo empresario un abusador y el dinero sórdidamente los une, la república no es amada por sus ciudadanos. Eso debilita la legitimidad y eficacia de las instituciones políticas. El pueblo puede soportarlo hasta que viene la crisis socioeconómica, la amenaza de la guerra civil o la derrota bélica. Ahí es cuando pueden surgir los caudillos que ayer llamamos tiranos, hoy autócratas electivos.

El líder populista, usamos la expresión en términos peyorativos, es aquel que dice identificarse con la gente común y corriente4. Ayudado actualmente por la televisión contacta directamente con el pueblo, saltando la mediación de las instituciones políticas como los partidos, los congresos y tribunales de justicia. Este telepopulista desarrolla un discurso fuertemente anti estado, anti partidos, anti parlamento y, finalmente, anti política. Esta es sinónimo de mentira, corrupción e incompetencia. Estas pervertidas instituciones, dice el caudillo, no han podido con los delincuentes o los inmigrantes (etno populismo) No han satisfecho las justas demandas del pueblo pues los políticos son unos privilegiados y los empresarios unos cazadores del lucro; tan distantes como insensibles. Ante el abandono del pueblo por parte de la política, sindicatos y empresas nacionales, el pueblo ha sido abandonado a la cesantía o al empleo precario que la globalización neoliberal ha traído a nuestras costas (nacional populismo anti globalización) La solución consiste en que «se vayan todos» y el caudillo asumirá el poder con viril energía. Son elegidos por el pueblo, en elecciones más o menos limpias y libres. Pero cuando llegan al gobierno las emprenden de inmediato contra de los medios de comunicación y jueces, esos mismo que denunciaron a los abusadores de ayer. Se trata de una autocracia electiva que, si cae en la irresponsabilidad fiscal arrastra al país a una crisis peor. Por cierto, en América Latina y el Caribe asociamos a los populismos como las izquierdas y en Europa a las derechas. ¿Qué hacer para no caer del sartén a las brasas?

Ciudadanía activa como responsable de la buena política

«En una ciudad bien gobernada, todos vuelan a las asambleas; bajo un mal gobierno nadie da un paso para concurrir a ellas, ni se interesa por lo que allí se hace, puesto que se prevé que la voluntad general no dominará y que al final los cuidados domésticos lo absorberán todo. Las buenas leyes traen a otras mejores; las malas acarrean peores. Desde que al tratarse de los negocios del Estado, hay quien diga: ¿qué me importa?, el Estado está perdido».

Jean Jacques Rousseau

Jean Jacques Rousseau nos diría que no nos debe extrañar que los líderes abusen de sus facultades si no se sienten controlados por otros poderes. Solo un contrapoder balancea un poder. Para que esto no ocurra, junto con la separación de poderes públicos se requiere de una ciudadanía activa que fiscalice políticamente al poder. Pero eso no ocurre. ¿Por qué? Por múltiples razones. Anotemos algunas. La globalización ha hecho que cada vez grandes decisiones, que mucho afectan a una nación lejana, se tomen en Wall Street y no en el Ministerio de Hacienda o de Economía. Tras los procesos de liberalización, privatización y desregulación la importancia del Estado en nuestras vidas cotidianas ha descendido. Si el estado es pequeño, tiene menos facultades para garantizar el bienestar común, prevalecerán los negocios privados sobre los públicos. Peor aun si es ineficaz, ineficiente, opaco o corrupto. A eso sumemos el proceso de individuación, es decir, la razonable certeza de que nuestra felicidad depende de nuestros propios esfuerzos. Todo eso hace que valoremos más familia y trabajo que comunidades más amplias y la política. Las ideologías han decaído en el mundo, por lo que las discrepancias políticas y las alternativas programáticas son menos intensas. Tanto izquierdas como derechas valoran la democracia liberal y la economía de mercado. En consecuencia se precipitan las maldiciones de Rousseau. ¿Iremos a una asamblea a participar si prevemos que en ella no prevalecerá la voluntad general? Si la sociedad nos enseña con crudeza que los cuidados domésticos solo dependen de uno mismo, ¿participaremos políticamente? Si la cultura dominante nos dice que la patria no es nada y el individuo todo, ¿nos sacrificaremos por ella? Si la felicidad es asunto solo privado, ¿nos dedicaremos a la cosa pública? Si el Estado está dominado por abusadores que solo piensan en su gloria personal o conquistas imperiales, ¿deberemos concurrir a su llamado? «No, no, no, no y no», contesta Rousseau5.

Si queremos contar con una ciudadanía activa, debemos afrontar 3 desafíos. El primero es cultural. El estado a través de la educación cívica, la sociedad a través de los medios de comunicación social y cuerpos intermedios como iglesias, grupos de pares y partidos políticos deben dedicar más esfuerzos de socialización cívica. Esto es bueno para la democracia6. Los ciudadanos no surgen por generación espontánea. El segundo es político-institucional. Las instituciones pueden estar diseñadas para promover la participación o para obstruirla. Los poderes públicos pueden tener o no los recursos para fiscalizar y sancionar los abusos de poder7. El tercero es socioeconómico. La sociedad, sobre todos los sectores medios y populares le piden al estado seguridad ciudadana, salud, educación, seguridad social, vivienda y trabajo de mejor calidad. Si el estado, como vivimos es pequeño o ineficaz, no es capaz de garantizar esas demandas, no es raro que se participe menos8. Si la abstención gana terreno en nuestras democracias las autoridades electas, con los mismos poderes legales y económicos, serán controladas aún menos por la ciudadanía. Así se cierra el círculo vicioso conformado por la corrupción política y la falta de control ciudadano.

Como reflexión final: un ejemplo de civismo para el equipo de salud

«Actuar y ser libre son una misma cosa».

Hannah Arendt

Hannah Arendt es la filósofa de la acción y del espacio público. Si se quiere ser libre hay que actuar en política9. En efecto solo ciudadanos activos pudieron haber detenido los totalitarismos fascistas y estalinistas, las autocracias militares y las repúblicas corruptas del siglo xx. Arendt, sin embargo, era consciente de que participar en política supone altos costos personales y beneficios públicos siempre muy esquivos. Los profesionales de la salud lo saben bien. Los deberes familiares, la práctica clínica, el deber de siempre estar renovando los conocimientos y el gozo de un merecido descanso dejan muy poca energía para participar en política, sobre todo si ella está tan desprestigiada. Ante el desafío de promover el civismo, Hannah Arendt no describió un ideal platónico, un esquema teórico o un molde formal que prescribiera un buen ciudadano. Por el contrario, propuso como ejemplo hombres y mujeres de carne y hueso que se juzgan como el mejor modo posible de humanidad y que nos pudiesen servir como ejemplo para evaluarnos. Pues ese hombre particular revela una generalidad. Así decimos fuerte como Aquiles, hábil como Cicerón o fiel como Jesús10. Por ello, en este último apartado queremos poner como ejemplo inspirador al médico cirujano Eduardo Cruz-Coke, destacado político chileno de la segunda mitad del siglo pasado (1889-1974). Ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia Social, senador y candidato presidencial, manteniendo un enorme prestigio como profesional, maestro e investigador, ingresó en la esfera pública e hizo mucho bien al país. Su mensaje es universal, pues como él mismo lo sostuvo, Chile podía ser usado como «un futuro que sea útil a la trascendencia de la condición humana»11.

El Chile del Dr. Cruz-Coke estaba azotado por el alcoholismo, la desnutrición, la tuberculosis, la miseria, de la devastación de las familias, salud pública casi inexistente, etc. Desarrolló enormes esfuerzos para dar respuesta científica y médica a estos flagelos sanitarios. Pero pronto se percató de que una adecuada investigación que generara un diagnóstico científico y políticas públicas adecuadas no serviría mucho si no contaba con el apoyo político y económico del país. Por ello ingresó en la política sosteniendo: «Yo vengo de la Escuela de Medicina: he sido un profesor y he llegado a la política desde una experiencia clínica, desde una experiencia de hospital». Sus éxitos no fueron pocos. Me quedo con 2 testimonios.

El Dr. Cruz-Coke fue un maestro que formó futuros premios nacionales y reconocidos científicos. Héctor Croxato recuerda al profesor que entraba en el aula de clases, sin solemnidad, pero «una vez, frente a nosotros un silencio se hacía de inmediato y súbitamente la atmósfera esa tensa y se cargaba de expectación e incertidumbre». Sus discípulos declaran que su maestro no solo enseñaba, hacía sentir, creer y actuar. Formó una escuela universitaria, una comunidad de ideas, emociones e ideales compartidos. Se juntaban los sábados en la tarde, en su casa, para hablar de medicina, filosofía y poesía. Como político, promotor de la Ley de salud preventiva y del Servicio Nacional de Salud, trabajó por «contribuir al lanzamiento de una conciencia médica que ve en el esfuerzo mancomunado del Estado, del médico y del ciudadano, la única manera de realizar una verdadera medicina social». Sus conferencias en la Sociedad Médica se llenaban, sobre todo de jóvenes, terminaban en atronadores aplausos y continuaban días después en los pasillos de los hospitales. ¿De qué hablaban? De Chile, de su salud y de su futuro. De clase en clase, de conferencia en conferencia, de estudio en estudio, fue haciéndose un político. Fue un político fiero, de oratoria brillante y de visión global de lo que acontecía en la ciencia, en la economía y en la política global. De sólida formación social cristiana no dudó en ponerse de acuerdo con los doctores Salvador Allende y Hernán Alessandri, de diversas ideologías a la suya.

En suma, el escándalo político es la reacción inmunológica de un cuerpo político sano. Una terapia eficaz supone medios de comunicación críticos, judicaturas independientes y una ciudadanía activa. La transparencia pública ayudará a develar los poderes ocultos y la participación política a fiscalizar el ejercicio del poder. De este modo, una crisis de ética pública puede terminar generando una mejor democracia12. Finalmente, se ha propuesto al Dr. Eduardo Cruz-Coke como un modelo a seguir de médico cabal y político eficaz. La buena política consiste en anteponer el interés general y el diálogo al particularismo y a la confrontación. La política es la infinita capacidad –que tenemos hombres y mujeres, que dotados de ideas e intereses distintos– de ponernos pacíficamente de acuerdo acerca de cuál es la mejor forma de organizar una sociedad tan pacífica como justa. Por ello vale la pena participar en ella, más aún si vivimos tiempos difíciles para nuestras democracias.

Referencias
[1]
N. Bobbio.
El futuro de la democracia.
Fondo de Cultura Económica, (1994), pp. 23
[2]
F. Jiménez.
Posibilidades y límites del escándalo político como forma de control social.
La corrupción política, pp. 293-334
[3]
T. Aquino.
La monarquía.
Tecnos, (1994), pp. 32
[4]
A. Mastropaolo.
Democracia y populismo.
La democracia en nueve lecciones, pp. 61-75
[5]
J.J. Rousseau.
El contrato social.
Porrúa, (1979), pp. 15
[6]
R. Dahl.
Poliarquía.
Tecnos, (1990), pp. 117
[7]
A. Przeworski, M. Álvarez, J. Cheibub, F. Limongi.
Las condiciones económicas e institucionales de la durabilidad de las democracias. En: La democratización y sus límites. Después de la tercera ola. Revista La Política. N.° 2.
Paidós, (1996), pp. 96
[8]
Mainwaring S, Scully T. América Latina: ocho lecciones de gobernabilidad. En:Journal of Democracy (en español). 2009; 1:141. Pontificia Universidad Católica de Chile; Santiago de Chile.
[9]
H. Arendt.
Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política.
Península, (1996), pp. 165
[10]
H. Arendt.
Vida del espíritu.
Centro de Estudios Constitucionales, (1984), pp. 534-535
[11]
A. Neghme, A. Garretón, H. Croxatto, et al.
Figuras señeras de la medicina chilena: Eduardo Cruz-Coke L. Academia chilena de medicina.
Editorial Universitaria, (1986),
[12]
F. Hagopian.
Derechos, representación y la creciente calidad de la democracia en Brasil y Chile.
Política y Gobierno., XII (2004), pp. 41-90
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