Sr. Editor:
En estos primeros meses sin la presencia de Fernando Jiménez Herrero, nos han llegado algunas necrologías sobre él, escritas por ex compañeros que, como yo, no acabamos de acostumbrarnos a su ausencia. Siento un compromiso de lealtad hacia su persona porque le sucedí en la dirección de la Revista Española de Geriatría y Gerontología y gracias a esa circunstancia pude conocer de cerca su pasión por la geriatría y la ilusión y el esfuerzo por la Revista que transmitió a los miembros de esta Sociedad.
Releía hace unos días un artículo suyo sobre la historia de la Revista1 en el que relataba que fue su primer director, pues desde el primer número publicado en 1966 hasta 1975, en que ocupó ese puesto, no se le encomendó a nadie realizar esa función. Desde 1975 hasta su retirada voluntaria en 1998 ocupó el cargo con la única excepción de los años 1985 a 1989 en que lo fue Francisco Guillén Llera por pasar Fernando a desempeñar la presidencia de la SEGG. A lo largo de esos años, colaboraron con él nada menos que 4 redactores jefes, 4 secretarios generales y 11 secretarios de redacción.
Como él mismo cuenta1, durante ese período pasó de llamarse Revista Española de Gerontología a Revista Española de Gerontología y Geriatría en 1977 y adquirió su cabecera actual en 1980. Muy pronto, bajo su dirección, se empezó a publicar 6 números anuales ordinarios además de numerosos monográficos; se incrementó la colaboración de colegas extranjeros; se consolidó el premio Beltrán Báguena al mejor artículo publicado, que vio multiplicada su dotación económica, y se incrementó la tirada hasta más de 3.000 ejemplares. En 1977, la Revista Española de Gerontología recibió el premio de la Real Academia Nacional de Medicina como publicación más actual y novedosa del año.
Fernando fue el motor y el alma permanente de esta Revista. Tuve la oportunidad de comprobarlo durante los 7 años que compartí con él tareas editoriales, y me cupo el honor de poder glosar el reconocimiento hacia su persona por parte de la redacción que le sucedió2. En aquellas fechas, ya lo explicamos para conocimiento de los socios, durante su etapa de director, además de dirigir, coordinó el Comité de Redacción; solicitó colaboraciones de autores; mantuvo correspondencia con autores españoles y extranjeros; redactó un sinfín de artículos, noticias, comentarios de libros y otras aportaciones; cuidó las relaciones externas, y mimó con un cariño especial todo lo referente a la Revista. Sus colaboradores siempre recibimos de él grandes dosis de ilusión y de interés por la calidad de la publicación y nos motivó «con el mejor de los estímulos, el de su gran capacidad de trabajo». Tuvo constantemente palabras y actitudes de respeto y elogio no sólo para sus principales colaboradores, los Dres. Francisco Guillén Llera y José Manuel Ribera Casado —cada uno de ellos 10 años como Redactor Jefe—, sino también para cualquiera de los demás componentes de la redacción e incluso para los empleados de la editorial que tuvieran que ver con la Revista. Ningún nombre le era ajeno.
Tuvimos la satisfacción de que, tras su despedida voluntaria, la directiva de la SEGG le otorgara el nombramiento de «Director Honorario», que ha mantenido hasta su fallecimiento. Sin embargo, su colaboración no fue honoraria, sino efectiva y palpable, ya que continuó aportando colaboraciones en forma de comentarios de libros —una de sus secciones más queridas.
Era constante su presencia en las reuniones quincenales del Comité de Redacción, para las que se desplazaba a su costa desde La Coruña a Madrid. Los pocos días en que sus obligaciones no le permitían viajar nunca dejaba de llamar por teléfono a la hora de la reunión, donde a la voz de «¡el director!» se le pasaba el aparato al Redactor Jefe o al Secretario, ante quienes amablemente pasaba lista, pedía novedades y daba instrucciones. Aun desde lejos, su mente y su corazón estaban en la redacción de la Revista. Y probablemente siguen estando desde donde quiera que se encuentre ahora.