En ocasiones ocurren cosas sorprendentes que hacen dudar de la cordura de personas o instituciones que siempre han gozado de respeto y credibilidad dentro de la comunidad científica. En esta ocasión es la Organización Mundial de la Salud (OMS) quien pone en riesgo su prestigio con una sugerencia incomprensible e inesperada. La OMS anuncia su intención de introducir al término vejez en la próxima edición de su Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) como un trastorno más dentro de su catálogo, con efectos de 1 de enero de 2022.
La idea resulta aberrante desde cualquier perspectiva que se analice. Lo es desde un punto de vista conceptual, ya que choca de frente con el concepto de “enfermedad”. También desde la biología. La vejez es una etapa más de la vida como la infancia, la adolescencia o la edad madura. Ninguna de ellas aparece recogida en ese documento. Peor aún, implica un ataque directo a la bioética al sumar a un catálogo estigmatizador bastante extenso, otro elemento de discriminación etaria que sugiere actuar de oficio sobre la persona mayor con los parámetros habituales de cualquier enfermedad real.
Además, supone una invitación directa a la resignación, en línea con ese refrán ofensivo para el ciudadano de edad avanzada que recuerda eso de que “a su edad que querrá…”. Esta iniciativa entra en contradicción con la propia doctrina de la OMS, que viene publicando durante décadas documentos que rechazan esa idea e incluso ha declarado el decenio 2020-2030 como el del envejecimiento saludable. La doctrina emanada de las asambleas mundiales del envejecimiento (Viena-1982 y Madrid-2002) promovidas por Naciones Unidas a través de la OMS, es muy tajantes en este sentido
El diccionario de la RAE define “enfermedad” como “alteración leve o grave del funcionamiento normal de un organismo o de alguna de sus partes debida a una causa externa o interna”. En el Medical Dictionary de Dorland, quizás el más prestigioso y utilizado de habla inglesa, la palabra disease viene definida de manera algo más alambicada como “cualquier desviación o interrupción total o parcial estructural o funcional que comprometa la normalidad de cualquier órgano o sistema del cuerpo humano, manifestada a través de síntomas y signos, cuya etiología, patología y pronóstico pueden o no ser conocidos”.
En ningún caso la vejez encaja en estas definiciones. Que la vejez no es una enfermedad lo hemos tenido siempre claro los profesionales de la salud de las personas mayores, los geriatras. Afirmar lo contrario solo indica ignorancia o pereza mental. Durante años la Sociedad Americana de Geriatría entregaba en sus congresos una chapa para colgar de la chaqueta cuyo lema era “Age is not a disease”. Se trataba de llamar la atención contra un concepto que invita al abandono y a la resignación. De luchar contra otra frase popular castellana “lo que a Vd. le pasa son cosas de la edad”, una sentencia edadista, que invita al nihilismo, válida sólo para despachar consulta y enfermos.
El proceso de envejecer se asocia a pérdidas en nuestra reserva orgánica (envejecimiento primario). Su aparición, intensidad y cadencia, muy heterogéneas, están sometidas a una enorme variabilidad individual. Además cualquier cambio durante el proceso de envejecer viene condicionado por el tipo de vida anterior y por las secuelas de la patología previa (envejecimiento secundario).
Lo que determinan estas pérdidas es una mayor susceptibilidad para enfermar ante estímulos cada vez menos intensos. Nos volvemos más vulnerables, claudicamos más fácilmente, aumenta la “pluripatología” y con ella las necesidades de atención sanitaria. Cubrimos más apartados del CIE de la OMS, pero resulta obvio que en ese catálogo no debe existir ningún epígrafe definitorio englobado bajo el término “vejez”. Nadie se muere de viejo. En todo caso hace falta añadir a la edad un empujón final determinado por alguna causa concreta de las que sí resulta legítima su presencia en la CIE
La sorprendente idea que aquí comentamos ha recibido respuesta inmediata, unánime y universal de todos los sectores afectados, desde las sociedades oficiales internacionales y nacionales de Geriatría y Gerontología, hasta de academias científicas, asociaciones y fundaciones que trabajan con el colectivo de mayores desde cualquier perspectiva. Quejas y protestas procedentes, no sólo del mundo sanitario, sino también originadas en el ámbito de lo social o en el de las ciencias del comportamiento.
Estas semanas han aparecido manifiestos y declaraciones de todo tipo y se ha llegado a pedir la dimisión del presidente de la OMS. Todo esto ocurre cuando la pandemia de la Covid-19 todavía colea y persisten quejas razonadas sobre la forma de gestionar la epidemia por parte de este organismo. En unos momentos en los que los problemas de salud de todo tipo enturbian el panorama, vivas aún las secuelas de la agresión promovida por el anterior presidente de los Estados Unidos, no se comprenden las razones que haya tenido la OMS para poner sobre el tapete de la polémica nuevos problemas tan absurdos e innecesarios como el que aquí se comenta.
Cabe confiar en que esta queja unánime y multitudinaria ante una decisión sustentada solo por la ignorancia y repudiada de manera universal, surta el efecto deseado, despierte la sensibilidad y el sentido común de aquellos más concienciados sobre el tema en el marco de la OMS y permita revocar este disparate. Aún se está a tiempo.