El delirium es un síndrome que, de manera aguda y generalmente transitoria, produce alteración del nivel de consciencia, de atención y de otras habilidades cognitivas. Su etiología es multifactorial, originada por la interacción de factores predisponentes, la vulnerabilidad del paciente y factores precipitantes1. Desempeñan un papel importante los trastornos orgánicos de las funciones mentales superiores, ya sea por envejecimiento celular, estrés oxidativo, neuroinflamación o por afectación de neurotransmisores2.
Habitualmente afecta a población anciana, pero también al paciente oncológico de cualquier edad, con tasas de prevalencia entre el 13 y el 88%, siendo más frecuente en fase final de la enfermedad3. Se relaciona con mal pronóstico, deterioro funcional y de calidad de vida, aumenta la mortalidad y provoca un alargamiento de las estancias hospitalarias.
El delirium es un síndrome frecuentemente infradiagnosticado4,5. La detección del delirium hipoactivo en el paciente oncológico es difícil de identificar, pudiendo confundirse con cuadros de intoxicación por opiáceos dado el elevado porcentaje de pacientes que precisa estos fármacos para control del dolor.
La fragilidad, entendida como una situación dinámica de equilibrio inestable y riesgo de eventos adversos por la reducción de la reserva fisiológica, los mecanismos compensatorios y una disminución de la adaptabilidad al estrés, es un factor de riesgo para desarrollar delirium6. Esta fragilidad, habitual en pacientes de edad avanzada, la podemos observar también en pacientes oncológicos jóvenes, sobre todo con enfermedad avanzada, como consecuencia de varios factores, como, por ejemplo, la toxicidad acumulada por tratamientos oncoespecíficos7,8.
Constituye un perfil de pacientes muy complejos que requieren un manejo multidisciplinar. Este abordaje, que tiene en cuenta aspectos clínicos, funcionales, cognitivo-emocionales y sociales, se debería llevar a cabo por un equipo interdisciplinar, permitiendo detectar todas las necesidades del paciente y generando una visión integral y holística. Así, la detección de un síndrome tan grave y frecuente como el delirium es más efectiva y su resolución puede ser más rápida siempre que se trate de pacientes que no se encuentren en situación de final de vida, en cuyo caso el objetivo sería priorizar el tratamiento sintomático4.
Por ello, el paciente oncológico que presenta un delirium se podría beneficiar del mismo manejo integral que se realiza en el paciente geriátrico9. Tanto su diagnóstico, como la identificación de agentes etiológicos y la realización de un abordaje individualizado mediante medidas ambientales y farmacológicas, son fundamentales en el manejo interdisciplinar de estos pacientes4,10.
Aunque el tratamiento principal del delirium se basa en medidas de la esfera no farmacológica y aunque la evidencia científica demuestra que el uso de fármacos es inefectivo para la prevención o tratamiento, en la práctica clínica, nos encontramos con la necesidad de complementar el abordaje no farmacológico con el uso de medicamentos para mitigar los síntomas10. Por ello, es importante conocer los fármacos neurolépticos y su indicación en función del síntoma para individualizar el tratamiento y evitar los efectos secundarios derivados, muchas veces, de un uso incorrecto.
El abordaje no farmacológico es esencial y conlleva la potenciación de las medidas ambientales10. La prevención se basa en promover la actividad física, evitando el sedentarismo y potenciando la autonomía del paciente11. Asegurar ambientes tranquilos, disponer de elementos de orientación (calendarios, relojes, etc.), evitar la instrumentalización, valorar la vía oral o subcutánea como primera opción, evitar la contención mecánica, hacer partícipe a la familia en el proceso de acompañamiento (tranquilizar, reorientar, etc.) y recuperación mediante estimulación cognitiva, son factores decisivos para la correcta evolución del delirium.
Este síndrome supone un impacto emocional importante en las familias y en el propio paciente, que además ve mermada, en ese momento, su capacidad de decisión. En pacientes tan complejos como los oncológicos, donde la incertidumbre desempeña un papel importante, la participación del paciente y su familia en la toma de decisiones es fundamental, por lo que un buen manejo del delirium puede permitir al paciente involucrarse activamente en el proceso y proporcionar al facultativo un mejor juicio clínico para tomar decisiones.
Es importante tener en cuenta que el delirium puede llegar a ser reversible. Su resolución permitirá, en muchos casos, poder continuar el tratamiento oncoespecífico, mejorar la calidad de vida, disminuir el impacto emocional de la familia4 y facilitar en los pacientes con peor pronóstico, una toma de decisiones compartidas con el equipo asistencial para realizar un final de vida digno.
Por ello, un correcto diagnóstico, así como un buen abordaje y manejo del síndrome, en muchas ocasiones infradiagnosticado e incluso infravalorado en el paciente oncológico, resulta determinante ya que puede plantear un desafío a los facultativos para adecuar la intensidad terapéutica y la toma de decisiones.
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