Unos 20 años atrás, los arriba firmantes empezábamos nuestra anhelada formación en la especialidad de Geriatría, tras haber superado el examen de acceso a la formación MIR, iniciando un periplo de sacrificios y ocasionales sinsabores, marcados por un contexto en el que la geriatría intentaba introducirse en el Sistema Nacional de Salud como una especialidad única, diferente, especial, aportando unos beneficios conocidos más allá de los modelos tradicionales de atención al anciano, objetivados en forma de reducción de la incidencia de caídas, delirium, declive funcional y en la reducción de la estancia hospitalaria e institucionalizaciones, entre otras1–5. Era una época de cambios, o quizás de transición, aunque algunos de los mantras que nos tocó vivir como residentes seguimos oyéndolos, especialmente en aquellos entornos en los que la geriatría se abre todavía paso, a pesar de los beneficios que la atención geriátrica aporta al paciente anciano y a la propia eficiencia del sistema sanitario. Afortunadamente, este panorama ha cambiado de manera considerable durante los últimos años, y actualmente solo la Comunidad Autónoma de Andalucía tiene pendiente el reconocimiento oficial de la especialidad y su implementación en los hospitales públicos.
No ha llovido tanto desde esa época en la que veíamos a nuestros jefes de servicio y a nuestros adjuntos como unos trabajadores ejemplares, en numerosas ocasiones abrumados por las dificultades para implementar dichas evidencias, y en otras tantas, frustrados por los problemas debidos a la escasa capacidad o nulo deseo de los gestores por introducir e implementar los niveles asistenciales que tan convencidos defendíamos. Era un contexto en el que primaba el área asistencial, pero en el que se fueron poniendo las semillas necesarias para que los que llegaran después pudieran brotar y crecer explorando aspectos como la docencia e investigación que poco a poco han ido transformando el panorama de la geriatría a nivel nacional y también posicionándonos a nivel internacional debido a nuestras aportaciones. Todo esto se lo debemos a todos los que nos han precedido y que tanto esfuerzo y sacrificio han demostrado a lo largo de sus carreras profesionales, e incluso tras la finalización de las mismas6.
Uno de los artículos que en esos momentos nos marcó y nos llenó de «orgullo geriátrico» fue el publicado por Baztán et al. en la revista British Medical Journal sobre el papel de las unidades de agudos hospitalarias de geriatría7. Era un artículo de tremenda calidad, liderado por investigadores españoles en un área en que las referencias anglosajonas marcaban el futuro de la geriatría, pero en el que la REVISTA ESPAÑOLA DE GERIATRÍA Y GERONTOLOGÍA ya había ido implementando bastantes evidencias8,9.
Algunos años después de aquellos hitos, el Dr. Baztán nos regala un excelente artículo10, que ahonda en las conclusiones obtenidas tras un nuevo metaanálisis publicado en Age and Ageing sobre dicho tema11. En este, se realiza una crítica constructiva matizando y justificando algunos de los argumentos sobre los que se asienta dicha revisión, todo ello desde una perspectiva que tiene en cuenta la evolución cronológica de nuestra especialidad y el impacto (¡o beneficiosa contaminación!) que la geriatría ha tenido de manera transversal sobre todos los entornos asistenciales relacionados con los ancianos. Este artículo nos facilita entender mejor dicha revisión y cierra un círculo que se inició con un artículo publicado por el Dr. Baztán y nuestro querido Dr. Guillén Llera relacionado con los servicios de geriatría hospitalarios y su coste-eficacia12. Este artículo coincide cronológicamente con otros en la misma línea que analizan aspectos fundamentales de la geriatría en el entorno hospitalario, como es la valoración geriátrica integral, plasmando el hito que ha supuesto la inclusión de esta herramienta geriátrica para modificar los anacrónicos sistemas de hospitalización de ancianos13.
Nos parece muy importante destacar que los principios aportados por la geriatría se han ido implementando de manera paulatina a nivel nacional, aunque de manera heterogénea. Hasta la completa implementación de los mismos, debemos seguir trabajando en la línea que nos marcaron aquellos que nos precedieron, realizando investigación de la mejor calidad, dispuestos a seguir «contaminando» positivamente con la filosofía de los principios de la geriatría, no solo a nivel hospitalario, sino en todos los niveles asistenciales, reconociendo el rol preponderante que tienen los compañeros de Atención Primaria y compartiendo con especialidades afines, como Medicina Interna, el devenir de los acontecimientos y la colaboración mutua en beneficio de las personas mayores. Los principios de continuidad asistencial, multiprofesionalidad y valoración integral son ya parte de numerosos entornos hospitalarios, y conceptos como el de fragilidad son ya parte de muchos servicios que atienden ancianos. Es un logro de la geriatría del que debemos estar orgullosos14.
Sin embargo, seguimos dilatando la implementación de intervenciones innovadoras, en ocasiones debido a discusiones y dilemas sobre conceptos que a veces nos hacen retroceder a una época en la que los geriatras de manera recurrente debatíamos sobre la fragilidad. Corremos el peligro, por ejemplo, de instalarnos en el bucle de la polémica definición de dicho concepto en vez de implementar la evidencia de intervenciones relacionadas en todos los entornos clínicos, incluso de tergiversar el propio concepto o enmarañarlo hasta hacerlo poco atractivo o incluso repelente a otros especialistas15.
Nos urge una refundación, una nueva transición, una nueva hoja de ruta consensuada tanto en la forma como en el fondo, incluyendo la homogeneización léxica de los conceptos homogeneizados generosamente por todos los geriatras, que nos ayude a continuar la labor que nuestros primeros profesores tan bien nos inculcaron. Surgen también nuevos retos, como la utilización y la transformación que la tecnología va a suponer para los ancianos, aunque nunca deberíamos olvidarnos de la necesidad de mantener la «humanidad» en nuestros entornos16,17. Es evidente la necesidad creciente de especialistas en geriatría, y aunque existe la extendida opinión de que nunca vamos a llegar a ser suficientes y hay que enseñar al resto de las especialidades los principios de la geriatría, esto no debe ser excusa para no seguir trabajando por el crecimiento de nuestra especialidad, y de conseguir nuevos líderes entre los geriatras más jóvenes, y nuevos servicios de geriatría en todos los hospitales de España. También es fundamental el desarrollo de más ensayos clínicos aleatorizados en el ámbito asistencial, dada la exclusión habitual de ancianos en dichos ensayos18, y aprender a trabajar de manera multicéntrica y colaborativa.
Y como hicieron con nosotros, seguir sembrando para que los que vienen detrás sigan recogiendo los frutos de nuestro trabajo y elevando la dignidad del objetivo de nuestra pasión: la Geriatría y la Gerontología19.