La sarcopenia, definida como la reducción de la masa, de la fuerza y de la función muscular, fue descrita por primera vez por Rosenberg en 1989 en su resumen del «Meeting in Albuquerque, New Mexico», sobre la salud y la nutrición en las personas mayores1.
Pero fueron Evans y Campbell en 1993 quienes empezaron a hablar de la importante asociación entre la composición corporal de los mayores y su capacidad funcional2.
Desde entonces, la investigación sobre la sarcopenia se ha incrementado de forma exponencial, como se muestra en la figura 1.
La relación entre la pérdida de masa, fuerza y función muscular no es lineal3, lo cual parece indicar que hay algo más que regula la función muscular, y a pesar de que la etiología de la sarcopenia no está del todo clara, cada día son más las hipótesis que apuntan hacia un origen multifactorial4.
Aunque no hay puntos de corte establecidos, los 3 documentos internacionales de consenso están de acuerdo en que para el diagnóstico de la sarcopenia es fundamental demostrar la reducción de la masa muscular (a ser posible con absorciometría con rayos X de doble energía [DXA], o con bioimpedanciometría [BIA]), la reducción de la fuerza (como la reducción de la fuerza del apretón de la mano, con dinamómetro) y de la función muscular (como la reducción de la velocidad de la marcha)5–8.
Masanes et al. publicaron en 2012 los resultados de un interesante estudio sobre prevalencia de la sarcopenia, siendo los primeros en describir puntos de corte para la masa muscular medida con BIA en los ancianos españoles9.
La sarcopenia no siempre se asocia a un descenso del índice de masa corporal (IMC), ya que la pérdida de masa muscular no es la única modificación de la composición corporal de las personas mayores, en las que se observa también un incremento de la masa grasa. Esta asociación, denominada obesidad sarcopénica, representa un importante factor de riesgo para el desarrollo de la discapacidad y la mortalidad10. Muchos estudios han valorado el particular patrón que asocia el IMC a la mortalidad en los ancianos, observando una relación en forma de U11.
En asociación al estudio de la composición corporal (sarcopenia y obesidad) y a la valoración funcional, es indispensable realizar escalas específicas para la evaluación del estado nutricional y del riesgo de malnutrición. Una de las más utilizadas es el Mini Nutritional Assessment (MNA), que nos permite valorar si hay un desequilibrio entre el aporte y el gasto proteico/energético12. Respecto a la valoración del gasto energético, dentro de la valoración nutricional, puede ser útil la ecuación de Harris y Benedict13.
Entre los posibles orígenes de la malnutrición tiene un papel fundamental la anorexia geriátrica, definida como una pérdida del apetito que condiciona una reducción de la ingesta14. Son muchos los factores que concurren en su desarrollo y pueden ser resumidos en 3 categorías: 1) fisiológicos, 2) psicológicos y sociales, y 3) médicos.
Una vez realizada esta valoración nutricional integral, la primera medida terapéutica consistiría en intentar corregir las posibles conductas inadecuadas o los factores que dificultan la ingesta, como la escasa higiene bucal o la falta de dientes, y los hábitos como horarios desorganizados de las comidas. Los consejos dietéticos representarían el siguiente paso, a los que hay que asociar recomendaciones sobre estilos de vida saludable, como la realización de ejercicio físico regular15. Solo en último lugar, y en caso de déficits nutricionales ya establecidos o ineficacia de los consejos dietéticos, o en alguna condición patológica específica (como por ejemplo, fractura de cadera), se aconsejaría la suplementación nutricional. Una reciente revisión ha evidenciado que los mejores resultados apreciados en estudios con suplementación nutricional se limitan a intervenciones en pacientes en mayor riesgo de malnutrición, y que los beneficios obtenidos fuera de esta población diana pueden no ser representativos16.
En conclusión, la valoración de la composición corporal (sarcopenia y obesidad), asociada a la valoración funcional y a una correcta valoración nutricional, representa una parte esencial de la historia clínica que nos permite evidenciar la población con más riesgo de desarrollar alteraciones funcionales, discapacidad y muerte, y que puede beneficiarse de forma más significativa de una intervención nutricional. Es en esta población diana donde una intervención nutricional controlada, asociada a una corrección de las conductas dietéticas inadecuadas y unos consejos dietéticos y un estilo de vida individualizado, puede mejorar la salud, reducir el riesgo de desarrollar deterioro funcional y favorecer un envejecimiento saludable y activo.
Conflicto de interesesLos autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.