La seguridad alimentaria es el derecho que tienen todos los seres humanos de disponer de alimentos sanos y nutritivos. Sin embargo este derecho no se cumple igualmente para todos los seres del planeta.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) presentó en la nueva Cumbre Mundial sobre Alimentación, celebrada en Roma en 2008, un extenso informe sobre "El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo"1. En ese extenso informe se analiza la gravedad de la situación y se indica que, según datos de 2008, el número de personas que padecen hambre y desnutrición en el mundo asciende a 963 millones, de un total de
6.500 millones de habitantes en el planeta. Según dicho informe, lo más alarmante no es que casi un 15% de la población mundial sufra hambre o desnutrición, sino que el aspecto más grave es el sorprendente aumento de 40 millones de nuevos afectados respecto a las cifras de 2007.
Por este motivo, en enero del año en curso el Director de la FAO, Dr. Jacques Diouf, convocó en Madrid una jornada o "reunión de alto nivel", con el fin de diseñar una hoja de ruta de emergencia para concretar el cumplimiento de los acuerdos económicos adquiridos y no cumplidos por los países miembros2.
Ésta no es la primera vez que el Dr. Diouf hace una reclamación de esta naturaleza y, pese a que seguramente muchos profesionales del colectivo de dietistas-nutricionistas las conozcan, es un tema suficientemente importante e interesante como para dedicarle revistas enteras, o como mínimo unas páginas de nuestra revista. Al ubicarlo como Editorial en ACTIVIDAD DIETÉTICA, manifestamos nuestro apoyo a la denuncia que va dirigida a los políticos implicados y responsables de esta gravísima situación mundial.
La jornada se centró en la "Seguridad alimentaria para todos"2, y en ella se analizaron varios de los informes realizados por la FAO que han tratado este tema en los últimos 3 años. Por razones de espacio, se citan solamente algunos extractos de la conferencia del Dr. Diouf:
Nos encontramos ante una grave crisis financiera y económica, pero también nos encontramos frente una muy profunda crisis alimentaria, que ha puesto de manifiesto la fragilidad de la seguridad alimentaria mundial. Esta crisis reviste tonos particularmente tristes y trágicos: era previsible que ocurriera y la previmos, pero también era evitable y no pudimos evitarla. En 1996, en ocasión de la primera Cumbre Mundial sobre la Alimentación, los aquí presentes contrajeron el compromiso económico solemne de reducir a la mitad el número de personas hambrientas y desnutridas que había en el mundo. La primera meta a lograr era para el año 2015. Sin embargo, en el año 2002 fue necesario convocar una nueva reunión de seguimiento, para alertar a la comunidad internacional de que los recursos con que se financiaban los programas agrícolas de los países en desarrollo estaban disminuyendo, en lugar de aumentar. Había claro un incumplimiento y, de continuar con esa tendencia, sería menester postergar la meta fijada inicialmente del año 2015 para el año 2150.
Se elaboró entonces de forma alternativa un "Programa de lucha contra el hambre", cuyos recursos financieros se estimaron en 24.000 millones de dólares estadounidenses al año.
Es triste pero cierto, las promesas no se cumplieron y la ayuda propuesta para la agricultura disminuyó en un 58%, pasando de ser de 8.000 millones de dólares en 1984 a 3.400 millones de dólares en 2004. Las instituciones financieras internacionales y regionales redujeron drásticamente los recursos asignados a la actividad que constituye el principal medio de subsistencia del 70% de la población más pobre del mundo.
En paralelo, desde 2006 hasta mediados de 2008, los precios de los fertilizantes, las semillas y los piensos aumentaron en el 98, el 72 y el 60% respectivamente, lo que repercutió de forma directa en los precios de los alimentos básicos: maíz, trigo y aceites vegetales1. La media del índice de precios en febrero de 2008 fue un 53% más alto que en igual periodo del año anterior.
Los altos precios del petróleo y del gas repercutieron en el coste de la bioenergía y los biocombustibles, lo que ocasionó un inmediato recargo sobre las producciones agrícolas de los alimentos utilizados con ese fin: maíz, trigo, soja. Los de biocombustibles aumentaron tres veces de 2000 a 2007 y ahora suponen el 2% del consumo mundial de combustibles para transporte.
La situación referida era tan crítica que en diciembre de 2007 la FAO intervino de inmediato y lanzó su Iniciativa relativa al Aumento de los Precios de los Alimentos (IAPA), organización que provee de fondos para fomentar la producción agrícola a los agricultores de los países pobres asegurando las próximas dos temporadas de plantación. Este programa se integró a los ya existentes y funciona con éxito en más de 57 países, con un coste anual de 40 millones de dólares estadounidenses.
Es necesario que en un futuro inmediato se analice el impacto que han tenido y tendrán los fenómenos meteorológicos debidos al cambio climático en la menor disponibilidad de espacios de tierra cultivables, escasez de agua y la biodiversidad agrícola3. El análisis de mayor trascendencia debe hacerse sobre las deforestaciones cuyo objetivo es satisfacer la demanda de productos agrícolas destinados a biocombustibles4.
Pero si miramos a un futuro algo más lejano, en los próximos cincuenta años, la alimentación mundial pasará por etapas muy difíciles derivadas de las alteraciones del suelo. Actualmente somos 6.500 millones de habitantes, pero llegaremos a 8.300 millones en 2030 y a casi 9.200 millones en 2050. Será necesario que en 2030 la producción mundial de alimentos aumente más del 50% y se duplique para el 20503.
Los indicadores demográficos dicen que este crecimiento poblacional tendrá lugar en los países en desarrollo, localizándose principalmente en las zonas urbanas y disminuyendo en las zonas rurales. Es decir, un número de agricultores cada vez menor deberá producir dos veces más alimentos de los que se producen hoy para todo el mundo. Serán necesarias entonces grandes inversiones de dinero para desarrollar más infraestructuras, mejor tecnología y más estudios para solucionar dicho problema. Capítulo aparte es el tema del agua; su déficit va en aumento y actualmente hay más de 1.200 millones de personas que viven en cuencas fluviales con escasez absoluta de agua.
Cuando en 2003 preparamos el Programa de Lucha contra el Hambre, la inversión económica para disminuir el hambre a la mitad en 2015 ascendía a 24.000 millones de dólares anuales. Actualizados los cálculos, e introduciendo el ajuste correspondiente a la inflación total anual, la cifra se eleva a día de hoy a 30.500 millones de dólares estadounidenses.
Y la pregunta es: ¿de qué manera podemos hacer frente a estos desafíos?
Los desafíos citados —el cambio climático, la bioenergía, las enfermedades transfronterizas de las plantas y los animales y el alza de los precios de los productos agrícolas— sólo podrán abordarse mediante un diálogo franco, basado en un análisis objetivo que vaya más allá de los intereses a corto plazo de las partes.
Creemos que debe buscarse el regreso a una política de autosuficiencia agrícola incrementando la capacidad de los países pobres a autoalimentarse. La solución estructural al problema reside, pues, en el aumento de la productividad y la producción de los países de bajos ingresos y con déficit de alimentos. Esto comporta, más allá de las medidas de asistencia para el desarrollo, la adopción de soluciones innovadoras e imaginativas. Será necesario establecer acuerdos entre los países que tienen recursos financieros, capacidad de gestión y tecnología, con aquellos que poseen tierras, agua y recursos humanos.
Existen planes estudiados por la FAO, la IAPA y los países en desarrollo. Estamos listos para actuar.
Si bien es cierto que la situación internacional actual, marcada por una grave crisis del sistema financiero, no facilita la tarea, cabe destacar que la Unión Europea apoyó con una cuantía de 1.000 millones de euros la campaña de "Facilidad alimentaria para los países en desarrollo", la reconstrucción de los recursos del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), y para créditos al sector agrícola, mediante el Banco Mundial.
La pregunta es: ¿seremos capaces de encontrar 30.000 millones de dólares por año para asegurar a 953 millones de pobres el derecho a la alimentación y, por tanto, a la vida? Lamentablemente —explicó—, la comunidad internacional reacciona tan sólo cuando los medios de comunicación llevan a los hogares de los países ricos el espectáculo estremecedor del sufrimiento en el mundo.
El problema de la inseguridad alimentaria es político. Es una cuestión de prioridades frente a las necesidades humanas fundamentales y son los gobiernos, con sus decisiones, los que determinan el reparto de los recursos.
Les pido soluciones urgentes y valientes.
Muchas gracias.
Dr. Jacques Diouf
Director General de la FAO
Esperamos que las palabras, reclamaciones, denuncias y críticas del Dr. Diouf llenen no sólo los corazones y revistas de todo el mundo, sino también las necesidades de los menos favorecidos.