Está suficientemente claro, y así lo aceptamos, que la sexualidad representa un comportamiento universal en la respuesta biológica y, por ende, médica, que trasciende a muchas propiedades y características de los seres vivos. Sexualidad o conducta sexual que, desde nuestros ancestros los primates, emerge como proceso socializador, probablemente más allá de los estrictamente reproductivo y genital. Podríamos afirmar que, en gran medida, condiciona y puede determinar el comportamiento de la especie humana.
De ello se desprende el notable acierto, por parte del Comité Científico, de incluir en el programa de nuestro último Congreso en Córdoba, una mesa redonda titulada "El pene como atributo de virilidad", actuando de panelistas nuestros colegas el Dr. J.M. Pomerol Montseny, que desarrolló el tema "El hombre como cazador sexual", con su vehemente pasión y convencido de cuanto dice, el Dr. J.L. Arrondo Arrondo, con la exposición "Nueva sexualidad masculina. Evolución en los moldes culturales del deseo", igualmente vehemente y convencido como quien le ha precedido, pero en el lado opuesto, y la Dra. Ana Puigvert Martínez, que nos habló de "¿El tamaño no importa?" y sacándonos del enfrentamiento entre amigos para llevarnos al terreno más profesional y objetivo del denominado "síndrome del vestuario" o dismorfofobia.
Y he dicho notable acierto, porque sustrayéndonos del campo médico nos hemos adentrado en el humanístico, algo en absoluto contradictorio, máxime en lo que a la sexualidad se refiere. Y es que nosotros, como descendientes del mono o primates humanos, es decir, primates con conciencia de especie, no estamos eximidos de los condicionantes de conducta sexual. No sólo en lo concerniente a la reproducción y la genitalidad, sino como una adquisición personal, social y cultural que va más allá de la mencionada reproducción y genitalidad (fig. 1). Es desde esta perspectiva desde la cual se pretende analizar empíricamente la importancia histórica, social y cultural del comportamiento sexual, y no sólo biológica y médica, tendiendo como puente que une y relaciona ambos campos a la individualidad y el humanismo.
Figura 1. Posiblemente el comportamiento sexual en nuestra especie recapitule en parte conductas de otras especies que nos han precedido en la escala filogenética. Texto e imagen tomados de Angulo J, Gracía M. Sexo en piedra. Sexualidad, reproducción y erotismo en la época paleolítica. Madrid: Luzán 5 S.A. de Ediciones; 2005.
Hasta aquí las consideraciones, más o menos generales, acerca de la sexualidad humana. Sin embargo, y en última instancia, el sexo configura una identidad y un deseo, que para nada excluye, también y en última instancia, que hablemos de varón y mujer, macho y hembra, identidad masculina y femenina, pene con testículos y vulva con vagina, útero y ovarios. Conectado con lo que acabamos de decir, entendemos y asumimos que los 3 artículos de opinión que componen la trilogía, "El pene como atributo de virilidad", expresión escrita de las ponencias arriba reseñadas, se focalicen unilateralmente en una de las polaridades: el varón y su falo (fig. 2). Algo cierto, aparentemente incoherente y contradictorio. Ahora bien, si lo analizamos más detenidamente observaremos que en todo momento se tiene en cuenta y se considera a la pareja, y nadie puede reprochar a la andrología española cualquier falta de sensibilidad y compromiso en el estudio y conocimiento de las funciones y disfunciones sexuales femeninas y de eventual tratamiento. Quede como reto, desde esta Revista Internacional de Andrología y hacia quienes desarrollaron como ponentes la mesa redonda "Es hora de hablar" en el mencionado Congreso de Córdoba, íntegramente dedicada a la mujer, para que publiquen aquellas aportaciones a la sexualidad femenina.
Figura 2. Genitales masculinos enmascarados. Detalle de Apoxiomenos de Lisipo. Museos Vaticanos. Ciudad del Vaticano.
Pero volvamos a las consideraciones generales, analizar el pasado de nuestra sexualidad y entender la fuerza de ésta nos ha de permitir comprender las facetas elementales, y por tanto vitales, del comportamiento de nuestra especie, y más específicamente de la esencia masculina. Esto cobra más importancia en un momento como el actual, tan inquietante para la humanidad, con una evolución y transformación exponencial de nuestra organización social, cuando las unidades domésticas se están diversificando y están emergiendo nuevos tipos de relaciones de pareja y parentesco, reflexionar acerca del sexo, desde lo genital a lo social y cultural, a través de estas aportaciones, puede resultarnos de gran valor formativo y operativo.
Estamos convencidos que en esta trilogía se descubrirá, a poco que escarbemos, el peso aún presente de nuestro pasado, la evolución de nuestros conocimientos y nuestros comportamientos en el presente, que nos tiene que hacer más humanos en el futuro.