INTRODUCCIÓN
La investigación arqueológica y antropológica permite interpretar de forma objetiva el modo de vida de nuestros ancestros, y el estudio del arte paleolítico proporciona muchas pistas acerca de cómo los individuos de aquella época interpretaban el entorno y se comportaban. No sólo su interés por la reproducción, sino también su sexualidad quedan patentes en algunas de sus obras. No cabe duda de que la reproducción humana durante la última glaciación permitió la supervivencia de la especie en lo que constituye uno de los mejores ejemplos de nuestra capacidad adaptativa.
Hace 25-15 mil años (ka), en plena última glaciación Würm, las condiciones climáticas fueron extraordinariamente duras. El clima era muy frío y seco, aunque hubo algunos períodos cortos en los que estas condiciones mejoraron. En los Alpes el nivel de nieve perpetua descendió 1.400 m por debajo del actual, lo que determinó la formación de un núcleo gigantesco de hielo en el corazón de Europa del cual descendían numerosas lenguas heladas por los principales valles hacia las llanuras. El nivel del mar se encontraba aproximadamente 100 m por debajo del nivel actual, uniendo el sur del Reino Unido y de Irlanda al resto del continente y desapareciendo casi todo el mar Adriático. La vegetación en las zonas más próximas al hielo era estepa y tundra. Los escasos bosques, principalmente coníferas y bosque mixto, había en las regiones más meridionales de lo que hoy es Europa1. Los animales más abundantes fueron el reno junto a los límites del hielo perpetuo, en las zonas en las que abundaban agua y pastos, el bisonte y el caballo en la estepa, el mamut en la tundra, y la cabra y el rebeco en las regiones montañosas de la Península Ibérica2. Estos animales sirvieron de motivo artístico, quedando plasmados en las paredes de las cuevas y en las piezas de hueso que los hombres y mujeres del paleolítico superior empleaban en sus tareas cotidianas.
En aquella época la población humana era muy limitada. La consanguinidad, la fertilidad limitada y la elevada mortalidad infantil debieron dificultar en extremo cerrar un ciclo vital. En los momentos de peores condiciones climáticas las tribus o clanes deben haber vivido sin contactar con otros seres humanos. Sabemos que la endogamia produce una situación en la que la selección natural no puede operar, y la sociedad no está genéticamente equipada para producir la adaptabilidad necesaria para progresar3. Además, en aquellas condiciones el período de fertilidad de una mujer debe haber sido muy corto. De hecho, se ha calculado que en la última glaciación la gente moría antes de los 30 años, y que menos del 5% de los individuos llegaban a los 40 años4. Una mujer que estuviese en todo momento embarazada o en período de lactancia podría disponer como máximo de 15 años fértiles entre la pubertad y su muerte; pero la lactancia continuada suprime la ovulación, lo que reduce aún más la posibilidad de embarazo. Por si fuera poco, los efectos de la malnutrición también deprimen la fertilidad. La escasez de recursos alimentarios y a las inclemencias del tiempo debieron condicionar una mortalidad infantil y perinatal muy altas. En este sentido, se sabe que algunas tribus de primitivos modernos necesitan al menos 12 embarazos para que sobrevivan 1 o 2 niños5. Por todo esto resulta muy probable que en los tiempos más duros del Paleolítico Superior el crecimiento poblacional haya sido nulo.
Las cuevas y los abrigos rocosos son los lugares donde los arqueólogos recuperan los residuos acumulados de la ocupación humana en época glaciar, en los mismos lugares donde el arte rupestre ha perdurado hasta hoy6. Posiblemente también hubo expresiones artísticas en rocas al aire libre, barridos ya por el paso del tiempo. De hecho, contrariamente a lo que la gente piensa, la mayoría de las personas en época glaciar vivieron en cabañas, parcialmente enterradas, de forma piramidal hechas de pilares de madera cubierta por piel de reno o de forma circular construidas con huesos de mamut, siempre en torno a un hogar central7. Entre las actividades cotidianas destacaban las expediciones, muy probablemente llevadas a cabo por mujeres y niños, destinadas al provisionamiento de sílex, colorantes y alimentos (moluscos, marisco, huevos, lagartos, bayas, frutos y tubérculos)8. No cabe duda de que el papel socioeconómico de la mujer era desde este punto de vista muy importante; hecho que ha llevado a diversos autores a definir la sociedad paleolítica, desde el punto de vista sexista, como igualitaria9. Si, además, tenemos en cuenta que se trataba de una sociedad sin excedentes en la que los bienes escaseaban debido a los fríos glaciares, a diferencia de las sociedades productivas del neolítico en las que la redistribución de los excedentes agropecuarios llevó a la jerarquía social, se trataba de una estructura, no sólo sexual sino también, socialmente igualitaria. La explotación del entorno resultó posible gracias a una elevada movilidad poblacional y al establecimiento de contactos entre grupos. Estos contactos produjeron un intercambio cultural y simbólico en el que se encuadran las representaciones ornamentales y artísticas, y más concretamente el arte rupestre.
EL PENSAMIENTO ANTROPOMÓRFICO Y EL ARTE PALEOLÍTICO
El arte prehistórico nace, posiblemente, como una respuesta sicológica a la ansiedad generada por un entorno misterioso y casual. El ser humano necesita saber interpretar y controlar su entorno cambiante y la duda que estos cambios le generan. De hecho las representaciones artísticas suelen ser más simbólicas y conceptuales que realistas. A menudo mezclan diseños antropomórficos y zoomórficos, con dominancia de signos cuyo significado nos resulta desconocido10.
Los hombres y las mujeres del paleolítico observaron los fenómenos naturales, aunque no pudieron explicar los mecanismos biológicos de la vida, de la procreación o de la muerte. Simplemente podían registrar los cambios que acontecían en el entorno, con una mentalidad muy observadora de éste. Cuanto mayor era su conocimiento mayores eran las dudas. Pongamos un ejemplo: la lluvia. Cuando los hombres del paleolítico dieron nombre a la lluvia la asociaron a un ser invisible que la producía y la controlaba. De esta forma se daba una explicación suficiente para el fenómeno, evitándose así la ansiedad que producía tal misterio amenazador. Así, cuando llovía, el fenómeno parecía justificado. Generaciones después, la lluvia era una evocación directa de ese ser, y podía ser tomada como una prueba convincente de su existencia. Si se repetía un ritual cada vez que llovía, la acción mágica del rito suponía un diálogo con el ser invisible. De esta forma entendían los seres humanos paleolíticos su existencia, como un sistema dualista que condicionaba los fenómenos vitales (lluvia-sequía, abundancia-escasez, díanoche, vidamuerte) dentro de un proceso natural11.
Algunos individuos, los chamanes, estaban considerados dotados de poderes de comunicación con seres sobrenaturales12,13. El lenguaje gráfico simbólico que plasma el pensamiento mágico incluye puntos geométricos, espirales y figuras o seres híbridos alucinatorios. Estos seres se representaban como quimeras o fantasmas, mezclando figuras humanas con cornamentas, rostros y genitales de otros animales, lo que les confieren un simbolismo sagrado de base totémica14. Así, algunas propuestas interpretativas del arte paleolítico, como el totemismo y el chamanismo, comparten puntos en común. Además, diversos estudios neuropsicológicos apoyan los postulados chamánicos. En cierto modo el pensamiento mágico primitivo sobrevive hoy en los primitivos modernos, en los niños y en el comportamiento obsesivocompulsivo.
Otras propuestas interpretativas del arte rupestre, hoy bastante desacreditadas, incluyen la teoría de los ritos propiciatorios (magia de caza y magia de la fecundidad)15, el estructuralismo y la dicotomía sexual16,17. Bajo el juego de luces y sonidos de los mundos subterráneos, siempre entre el plano de lo visible y lo invisible, y de lo real y lo imaginario, parece que la única realidad universal es que no existe una explicación global compilatoria para todo el arte paleolítico y que las bases regionales referidas a una cronología particular son determinantes18,19.
LOS RITUALES DE LA REPRODUCCIÓN HUMANA EN EL ARTE RUPESTRE
Representaciones genitales aisladas
Aunque puede decirse que el arte paleolítico es rico y florido, las representaciones humanas son raras20,21. Posiblemente, las mas fáciles de identificar, y uno de los más antiguos y universales motivos, sean las manos pintadas, tanto en positivo como en negativo. Se interpretan como el deseo de dejar una marca personal en un lugar sagrado, pero más probablemente sean parte de un código simbólico desconocido. Los genitales constituyen otra forma de representación humana parcial. Son bastante infrecuentes, posiblemente menos que lo que pensaron los prehistoriadores clásicos, obsesionados por su teoría de la magia simpática de caza y de fertilidad22. Ahora bien, si el arte rupestre se interpreta como un cúmulo de información estructurada, podemos admitir múltiples elementos memorísticos que ayudarían a los jóvenes a instruirse en cómo sobrevivir, mediante tácticas tanto de caza como de reproducción. Sin lugar a duda, las sensaciones que envuelven a una visita al mundo de la oscuridad, ese mundo en el que se insinúan las cosas sin verse y en el que algunos elementos que se sabe están ahí no se ven, deben haber constituido una experiencia memorable.
Pero las representaciones genitales, lejos de ser uniformes, han evolucionado con el tiempo. Los genitales femeninos "típicos" van desde los signos auriñacienses con forma de "V invertida", grabados con surco ancho en las rocas de los abrigos Cellier y La Ferrasie (35-30 ka), hasta las vulvas magdalenienses pintadas en rojo en el camarín de las vulvas de Tito Bustillo (14-11 ka), pasando por el raro conjunto de formas figurativas grabadas en época solutrense en Micolón (aproximadamente 20 ka) o los signos campaniformes de Monte Castillo. Todos ellos son diseños femeninos parciales que constituyen elementos decorativos en santuarios en los que pudo haberse realizado algún tipo de ceremonia en la que la figura sexual femenina constituía el centro del ritual (fig. 1). Los genitales masculinos como representación aislada son aún mas raros, y generalmente se trata de piezas de arte mobiliario. Entre ellos destaca el falo auriñaciense en asta de hueso del abrigo Blanchard, descubierto próximo a un bloque de piedra con la representación de una vulva, ambas de más de 300 siglos de antigüedad y depositadas hoy en el museo de Saint German en Laye. En este mismo sentido, en el Museo Nacional de prehistoria de Francia en Les Eyzies hay una colección de falos de distintos materiales y tamaños, y de diversas épocas; todos ellos objetos fetichistas de posible significado decorativo y ritual (fig. 2). En Dolní-Vêstonice también se han encontrado varios ejemplares en marfil que representan pene y testículos, y podrían haber sido objetos de trueque, elementos votivos o incluso amuletos protectores de forma similar a los falos romanos.
Figura 1. Evolución en el tiempo de las representaciones genitales femeninas: vulvas auriñacienses grabadas en la roca del abrigo La Ferrasie (Perigord) y vulvas magdalenienses pintadas en la cueva de Tito Bustillo (Asturias).
Figura 2. Colección de diversos elementos de arte mueble de carácter fálico y diversa cronología procedentes de yacimientos europeos. Se desconoce si fueron empleados en rituales orgiásticos.
Estudiado con riguroso método arqueológico, el nivel gravetiense del abrigo de Laugerie Haute (23 ka) albergaba 2 bloques de piedra que, debido a su gran tamaño, es difícil definir si se trata de arte mueble o arte parietal y representan, respectivamente, vulva y falo. Probablemente, se trataba de elementos decorativos depositados en lugares de habitación y pudieran haber tenido una triple finalidad: estética, docente y votiva. Incluso, cabe la posibilidad de que hubiesen sido elementos transportables; lo que no cabe duda alguna es que se encontraban en el mismo estrato, lo que indica que fueron empleados en las mismas prácticas o ritos y representan de manera aislada e igualitaria ambos sexos.
Otra forma de representación genital realmente peculiar son las formas que se ajustan al soporte estructural de las paredes; me refiero a las vulvas que aprovechan grietas y oquedades más o menos modificadas con grabado o pintura. Uno de los ejemplos más formidables de este tipo de representaciones se encuentra en el techo de Chufín. Cientos de puntos rojos compuestos por digitaciones sobre piqueteado conforman una representación alrededor de un hueco natural que, a caballo entre el mundo simbólico y el mundo figurativo, los expertos consideran una vulva de época solutrense. Otra estructura rectangular, también formada por múltiples líneas de puntos observada desde lejos parece dirigirse hacia la vulva (fig. 3). Se trata solamente de una interpretación, pero este conjunto de signos puede simbolizar el coito (la penetración de la vulva por el falo); ahora bien, no debemos olvidar que desconocemos prácticamente en su totalidad el universo simbólico en el que los signos fueron realizados. Lo que si resulta evidente es que Chufin, como veremos más adelante, es otro lugar paleolítico en el que se percibe genitalidad y erotismo.
Figura 3. Techo de la cueva Chufín con conjunto de puntos (arriba). Detalles con vulva aprovechando un hueco natural (abajo izquierda) y posible falo (abajo derecha).
Representaciones humanas sexuadas
Las figurillas de Venus orondas del paleolítico superior inicial se interpretan como símbolos de fertilidad o fecundidad, expresión de una diosa Madre, al tratarse de féminas embarazadas o multíparas en un evidente canon de belleza esteatopígico. Ahora bien, estas Venus nunca van acompañadas de niños, como cabría esperar en un arquetipo de fertilidad. Más aun, el concepto de diosa o Madre Tierra más parece propio de una sociedad productiva, como la del período neolítico. Ahora bien, sí podrían plasmar un modelo estético, un canon de belleza gravetiense (entre los 30 y los 20 ma) que recorrió toda Europa; e incluso, por qué no, un ideal erótico o una especie de belleza sexual de la época. Algunas parecen estar claramente en gestación, otras no. Unas pocas tienen la vulva muy marcada, la mayoría no23. Incluso algunas de ellas, raros ejemplos, tienen esbozos de genitales masculinos; hasta tal punto este estigma masculino (pene y escroto) es tan evidente en una de ellas encontrada en Grimaldi, que se le conoce como el hermafrodita (fig. 4). La mayoría han sido exhumadas en cabañas, lo que les confiere un carácter doméstico y no las restringe a presuntos templos de culto. Muchas han sido fragmentadas intencionadamente, como la Venus de Brassempouy a la que posiblemente se la decapitó. Algunas de éstas, hoy rotas, podrían haber formado parte de elementos óseos mas complejos e incluso no haberse realizado como ídolos. También podrían haber sido, por qué no, juguetes para niños y niñas. El hecho de que las figurillas siberianas posean una perforación en los pies y que las de Grimaldi acaben en punta (fig. 4), hace suponer que pudieran haberse prendido o suspendido en la ropa10.
Figura 4. Conjunto de figurillas de Grimaldi, de izquierda a derecha conocidas como Polichinela, hermafrodita y rombo, en el Museo Nacional de Antigüedades (Saint German en Laye). El rombo presenta la vulva muy marcada y abierta.
La principal característica que tienen en común es su desnudez, y algunas de ellas el embarazo. Se ha especulado, por ello, que podrían haber sido amuletos personales para propiciar algún tipo de magia inseminante24,25, o incluso para favorecer el alumbramiento y prevenir los problemas del parto26,27. Otras teorías han propuesto ritos de iniciación de adolescentes, y las han considerado incluso sacerdotisas. De cualquier forma, han servido para alimentar la idea de que la sociedad paleolítica fuese matriarcal, en oposición a la perspectiva patriarcal de los cazadores paleolíticos, al verse en estas figurillas la representación de la mujer protectora de la familia, de los hijos, del bienestar y de la vida. Sin querer resultar irreverente, recuerdan a las imágenes de la Virgen del Carmen que cada familia tenía en su casa en la España de los años sesenta. Lo que no hay duda es de que se trataba de fetiches que expresaban una mentalidad antropomórfica, que se hace patente en la Venus de Dolní-Vêstonice en la que unas lágrimas fluyen como ríos desde las órbitas de los ojos hasta los senos.
Existe un abrigo especial en Laussel en el que se desenterraron en un espacio reducido grandes bloques de piedra con varias representaciones de Venus grabadas y pintadas en ocre rojo. La más famosa de ellas es la Venus del cuerno, una figura también esteatopígica de 42 cm de altura esculpida en bajorrelieve, una mujer joven con exuberantes signos de maternidad que sostiene en la mano derecha un cuerno con marcas, por algunos interpretado como un calendario obstétrico (fig. 5). Sin lugar a dudas, esta escultura, una de las mejores piezas del arte paleolítico, sirvió para enseñar a las jóvenes los atributos de la maternidad y para definir un canon de belleza. Otro hallazgo enigmático de este yacimiento lo constituye una pieza formada por un diseño, también en bajo relieve, que muestra dos figuras simétricas acopladas por la cintura. Porque recuerda al comodín del juego del póker se ha denominado el naipe, aunque se desconoce su significado. Para algunos constituye una pareja fundida en un abrazo, vista desde las alturas, por lo que se ha llegado a plantear la hipótesis de que se tratase de una representación coital. Para otros podría representar un parto; es decir, una mujer ayudada por otra que sujeta sus manos en el momento del alumbramiento26,28. Es en cualquier caso, es una imagen sorprendente, más naturalista que simbólica, cuyo significado permanece oculto.
Figura 5. Venus parietal de gran tamaño procedente de Laussel y actualmente en el Museo de Aquitania de Burdeos.
Curiosamente en España no se ha encontrado hoy por hoy ninguna figurilla del mismo estilo que las Venus gravetienses del resto de Europa. Tampoco se han descrito Venus parietales como la de Laussel. Ahora bien, sí que existen imágenes femeninas de aproximadamente medio metro de altura, que representan a mujeres con marcados atributos femeninos y pueden denominarse Venus. En Los Casares hay varios ejemplos de estas Venus, todas de perfil. Llama la atención una de ellas, de probable época gravetosolutrense, acéfala (en las figurillas gravetienses tampoco suelen apreciarse los detalles de la cabeza ni de los pies) y con los brazos levantados, con exuberante vientre y senos. En Chufín hay otra Venus de época solutrense (aproximadamente 18 ka), en la que la roca natural da forma a los pechos y al vientre expectante. El artista simplemente dibujó con ocre rojo el área púbica y la cabeza, con un peinado rallado similar al de la Venus de Brassempouy (fig. 6). A su izquierda se pintaron formas de caballo y de uro, y a la derecha 2 pequeños trazos digitales y un posible antropomorfo de pequeño tamaño. A pocos metros existe un falo de tamaño natural erecto grabado en la roca, prácticamente a la altura en la que quedaría el pene de un visitante varón.
Figura 6. Porción cefálica de la conocida venus de Brassenpouy procedente de las Landas.
Este falo de Chufín es una de las escasas representaciones parietales que se conocen de órgano masculino aislado; junto con el grabado de pene y testículos de Cosquer o el moldeado en arcilla de Bédeilhac. Ahora bien, existen más representaciones, aunque tampoco demasiadas, de antropomorfos varones sexuados en actitud grotesca. Se han interpretado como monstruos o seres compuestos que aparecen por lo general en posición bípeda, con falo erecto y cabeza de animal, y a veces con rabo (otra vez más un ejemplo de pensamiento antropomórfico con cariz totémico)21.
Su principal característica es que el rostro parece más el de un pájaro, o incluso un pez, que el de una persona (fig. 7). Se consideran representaciones de época solutrense o gravetosolutrense (en torno a los 20 ka, coincidiendo con el pico máximo de frío glaciar) y los ejemplos más conocidos de estos seres son los representados en Lascaux (escena de bisonte y cazador muertos), Hornos de la Peña, Peña de Candamo, Altamira y Le Portel. Este último tiene la peculiaridad de que el falo en erección está representado por una estalagmita alrededor de la cual se pintó el hombrecillo. La cueva de Los Casares es un lugar único en el mundo porque, a diferencia del resto de las cuevas en los que estos antropomorfos se representan una sola o escasas veces, en sus paredes pueden verse docenas de ellos que incluso representan acciones complejas de grupo. La observación de estas figuras lleva a diferenciar su sexo en la forma de la cara: los rostros picudos van en consonancia con imágenes asexuadas o fálicas de varón, mientras que los rostros de cara redondeada se asocian a imágenes con pechos, vulva y sin falo. Pueden, incluso, reconocerse niños mediante la comparación de su tamaño. Curiosamente, la capacidad observadora de los artistas paleolíticos y el realismo de las representaciones animales contemporáneas contrastan con la falta de definición de los rostros de estas figuras. Esta característica puede relacionarse con pensamientos totémicos, tal vez combinados con temores oscuros, como el respeto, que podrían tener estos hombres a revelar sus rostros de forma natural.
Figura 7. Calcos que representan antropomorfos itifálicos de época solutrense representados en diferentes cuevas, de izquierda a derecha: Lascaux, Hornos de la Peña, Altamira.
No sucede así en las representaciones antropomorfas realistas de época magdaleniense (16,5-11 ka), en las que el trazo es más fino y los detalles están más elaborados. Estos hombres parecen cubiertos con la piel de un cuadrúpedo (Castillo, Trois-Frêres, Gabillou), por lo que han sido interpretados como brujos en actitud chamánica o cazadores mimetizándose entre las piezas. Son imágenes más dinámicas y realistas que las de los antropomorfos gravetosolutrenses. También son de época magdaleniense los retratos grabados en las plaquetas de La Marche o las figuras humanas enteras con marcado falo grabadas en la cueva de Saint-Cirq y en una roca al aire libre en Foz-Côa. A este último haré mención más adelante.
Escenas de copulación, masturbación y erotismo
El hombre paleolítico fue un excelente observador de la naturaleza que le rodeaba. Lógicamente conocía la vida sexual de los animales, incluido el cortejo precopulatorio y la cópula. Así, no es de extrañar que en los grabados con cierta frecuencia aparezcan animales olfateándose los genitales o incluso en actitud de apareamiento. Pero poco ha quedado registrado en el arte rupestre que pueda considerarse representación coital humana. Aparte del mencionado naipe de Laussel (fig. 8), hay 2 plaquetas con grabado inciso procedentes de Enlène que representan escenas de probable significado erótico29,30. Una de ellas muestra a 2 personajes copulando de frente a espalda, la hembra reclinada en posición mahometana y con una larga melena caída hacia delante. Igualmente, en Les Combarelles existe un conjunto que se ha interpretado como una pareja en los momentos previos al acoplamiento. Un antropomorfo con falo tiende sus brazos hacia otro sujeto que le da la espalda. Este último tiene el vientre hinchado y un motivo oval identificado como una posible vulva. Recuerda a las escenas del cortejo de preapareamiento que se repiten en el registro arqueológico con diversos motivos animales en soportes de hueso.
Figura 8. Escena compleja conocida como el naipe de Laussel en la que algunos reconocen una escena coital representada desde un plano superior.
Con estos datos podría pensarse que la cópula era un acto mecánico, natural, llevado a cabo entre hombres y mujeres, por la espalda como los animales y únicamente con intención reproductiva, pero sin goce ni sentido estético. Ahora bien, no todas las escenas sexuales que se conocen están desprovistas de erotismo. De hecho, muy recientemente se ha descrito en Chauvet una bellísima imagen (en un entorno gráfico de aproximadamente 25 ma) en la que un antropomorfo con cabeza de bisonte pintado en negro abraza una figura femenina con exuberante vulva, todo ello representado en una estalactita (fig. 9). La vulva está tan marcada y abierta que recuerda los cambios propios del orgasmo en este órgano. La imagen de la mujer y el bisonte es una constante con sentido ritual, al asociarse vulvas a bisontes en diversos lugares y, posiblemente, en diversas épocas (Angles-sur-l'Anglin, Pech-Merle, Bedeihlac). Todas éstas son representaciones sensuales, por sus curvas y por la forma en la que destacan los elementos sexuales (pechos o vulvas) (fig. 10); y no necesariamente significan, tal y como entendieron los estructuralistas, que el bisonte representaba el sexo femenino en oposición al caballo, que simbolizaba el masculino16.
Figura 9. Escena compleja en la que una mujer desnuda es abrazada por un bisonte en la cueva Chauvet.
Figura 10. Mujeres grabadas en el abrigo de Angles sur l'Anglin canon de belleza magdaleniense, con pechos y vientres voluptuosos sin esteatopigia.
Una de las plaquetas de La Marche es también un claro ejemplo de erotismo sin genitalidad. Se trata de una pequeña composición que mezcla dos imágenes de manera magistral. El observador rápidamente aprecia una de ambas y para ver la otra debe observarla repetidamente con más atención: unos analistas descubren primero una imagen y otros, la complementaria (fig. 11). Los más obsesionados por el sexo pronto verán a una mujer de senos voluptuosos acéfala en perfil oblicuo. Cuando se aprecia la composición más atentamente se visualiza un rostro. Los pechos de esta mujer se convierten en arcos ciliares y ojos, y su vientre se transforma en el resto de las facciones de la cara. Puede significar simplemente que se trate de un peculiar retrato, o que se quiera simbolizar un pensamiento complejo, tal vez un deseo carnal. Nunca sabremos de forma cierta lo que quiso expresar el autor, pero el juego erótico es evidente.
Figura 11. Plaqueta de La Marche que muestra imágenes humanas superpuestas con alto contenido erótico, Museo Nacional de Antigüedades (Saint German en Laye).
Son muy poco frecuentes, pero también hay imágenes eróticas de mujeres desnudas tumbadas, presentando sus genitales con las piernas abiertas, en actitud que invita a practicar el sexo. En Le Gabillou una de estas representaciones ha sido denominada la parturienta, por la indicación expresa de la vulva. En La Magdaleine 2 bajorrelieves en pose de maja desnuda voluptuosa, que bien pudieran tratarse de modelos modernos inspirados en el mundo clásico, desbordan naturalidad y elegancia. Son muestras cargadas de erotismo y sensualidad, que ponen en evidencia que el canon de belleza magdaleniense (16,5-11 ka) está bien próximo al actual.
También de esta época parece ser el antropomorfo de cuerpo entero de Ribera do Piscos (Foz-Coa), al que ya se ha aludido previamente. Esta figura de gran tamaño y grabado fino muestra un varón eyaculando en actitud masturbatoria, sin pareja alguna (fig. 12)31.
Figura 12. Calco de grabado fino al aire libre en Foz-Coa con escena de onanismo.
Es la única representación definitivamente onanista que se conoce hoy; aunque una vulva modelada en arcilla, que se encuentra próxima a un pequeño bisonte en Bedeihlac, tiene una pequeña estalactita clavada en el lugar del clítoris. Los dedos del autor que la moldeó se pasaron una y otra vez dando forma a la vagina, en lo que sin duda refleja también una actitud masturbatoria que coincide con la erección del clítoris y la amplia apertura del introito. También en Foz-Coa existe un grabado en trazo fino en el que se observa una cierva con la vulva marcada y justo detrás un antropomorfo en erección a punto practicar una escena de zoofilia (fig. 13). Se desconoce la época de esta escena, aunque los expertos creen que el animal pudiera ser solutrense y el antropomorfo haberse grabado miles de años después en época posglaciar; pero tampoco puede descartarse que ambas figuras hayan sido realizadas simultáneamente, tal vez en época holocénica (en torno a los 10 ma)31. Asimismo, otra curiosa placa encontrada en el yacimiento magdaleniense de La Marche muestra varias figuras masculinas y en una de ellas se realza el falo erecto, en lo que podría ser la representación de una escena de penetración anal (fig. 14).
Figura 13. Calco de un grabado al aire libre en Foz-Coa con escena de bestialismo.
Figura 14. Calco de una plaqueta de La Marche, con posible escena de coito anal entre varones.
Secuencia de reproducción en Cueva de los Casares
Normalmente las representaciones rupestres tiene cierto dinamismo pero suelen ser imagines inconexas entre sí, superpuestas a otras con el paso del tiempo. En ocasiones esta superposición puede parecer una asociación, más aun si los temas son coincidentes. Otras veces sí que da la sensación de que estemos ante secuencias narrativas, especialmente cuando seres humanos forman parte de ellas. Dentro de las simbologías mitológicas destacan aquellas que ponen en evidencia situaciones de peligro. Se puede poner como ejemplos el hombre perseguido por un bisonte en el bajorrelieve de Roc de Sers, el hombre muerto de Lascaux junto al bisonte por él destripado (fig. 7), o los hombres atravesados por venablos en Cougnac13,29. Estas narraciones desempeñarían un triple papel: instruir a los jóvenes acerca del peligro de la caza o de la guerra, impresionarles en rituales iniciáticos y servir de registro gráfico perdurable de algo que aconteció. Otra secuencia narrativa, cuyo significado real desconocemos, es el grupo de antropomorfos de Addaura, que parecen bailar una danza en torno a dos prisioneros atados del cuello a los tobillos, en lo que podría ser una ejecución por ahorcamiento10.
Existe otro lugar especial, al que ya hemos hecho mención por la abundancia de representaciones humanas que encierra, Los Casares. También peculiar su localización distante respecto a otros núcleos coetáneos de cuevas con arte (cornisa franco-cantábrica y Pirineos), en la meseta central de la Península Ibérica. En plena época glaciar debió ser un lugar especialmente castigado por las condiciones ambientales, donde resulta difícil creer que pudo haber existido ocupación humana. Es en ese entorno de difícil subsistencia donde la preocupación por la reproducción llevó a grabar en sus paredes secuencias de época gravetosolutrense (hace mas de 20 ka), que incluyen inequívocas escenas de copulación, gestación, parto y grupo familiar.
Como en muchas otras cuevas, su entrada actual pudo no haber sido el acceso que los hombres paleolíticos emplearon. Hoy es un corredor con 2 senos bien diferenciados, uno con predominio de antropomorfos y el otro con predominio de fieras salvajes. La secuencia de la reproducción se representa en 2 paredes consecutivas. Comienza con una composición compleja en la que destaca una pareja de antropomorfos en indiscutible actitud de cópula frontal. En ella el macho tiene pene prominente y perfil facial puntiagudo, posiblemente reflejo de la barba, característico de todas las representaciones masculinas de la cueva, y la hembra tiene marcada esteatopigia, relieve facial redondeado y el falo en el interior de su vientre (fig. 15). Ambos dirigen su mirada hacia 2 mamuts grabados con trazo profundo, el más grande cubierto de pelo y con prominentes colmillos, uno de los cuales se apoya sobre la inflexión del pubis de la mujer en actitud de guiar al pene. Esta escena fue descrita en 1934 por Cabré32 y décadas después interpretada como un ejemplo de hierogamia (sexo sagrado o sexo ofrecido a una deidad, representada por el mamut). De hecho, el mamut peludo también podría representar un ente chamánico33.
Figura 15. Escenas coitales en posición frontal. Calco del grabado de Los Casares (A) y de la plaqueta de La Marche (B).
La mirada de otro antropomorfo fálico conduce al espectador a otra escena que resulta no menos espectacular. Una mujer embarazada se superpone a una yegua preñada y de su pecho salen una serie de largas líneas concéntricas. Esta Venus radiante tiene en la espalda una vulva sin perspectiva y entre sus piernas puede observarse un pequeño antropomorfo que, hoy por hoy, no ha sido descrito, y podría representar un parto cefálico vía vaginal. A unos pocos metros se observan 2 escenas sublimes: una de ellas es un varón que se arroja de cabeza al agua en posible actitud de pesca y su figura se refleja como si apareciese en un espejo, y la otra es una escena de vida familiar, compuesta por varón, hembra y niño, rodeados de multitud de peces. Los peces constituyen otro tipo de representación infrecuente que, desde un punto de vista antropológico, se interpretan como símbolo de abundancia12.
Desconocemos el verdadero sentido de las representaciones de Los Casares, pero personalmente pienso que se trata de una representación gráfica de escenas de vida cotidiana que para estos hombres resultaban de una gran importancia34,35, de forma parecida a los capiteles románicos en los que se contaban historias que se transmitían de generación en generación. Por ello, lejos de la teoría de la magia fecunda, del estructuralismo, de la dicotomía sexual y del chamanismo, estas representaciones pueden interpretarse como un instrumento mnemónico del ciclo completo de la reproducción humana, y la galería de la cueva, como una escuela de sexo para adolescentes o como un lugar destinado a favorecer la reproducción y el cuidado de la prole en los momentos de peor condición climática en la última glaciación.
Otra representación de coito frontal similar a la de Casares, aunque algo más realista a la hora de representar el contacto entre los cuerpos, la imagen genital y las caricias, ha sido también encontrada en otra de las plaquetas del yacimiento de La Marche (fig. 15), aunque podría distar entre la representación gravetiense de Guadalajara y la magdaleniense de la Vienne un período igual de largo que lo que dista entre la representación de La Marche y nuestros días. Curiosamente el coito frontal sigue siendo una de las posturas coitales que podríamos considerar "actual".
LA REPRODUCCIÓN Y EL SEXO EN ÉPOCA GLACIAR
Generalmente se acepta que la sociedad del Paleolítico Superior fue matriarcal y que el hombre no era consciente de su papel en la impregnación, ni en la paternidad, hasta el período Neolítico en el que observó la secuencia coito-parto en animales en cautividad, y en el que se consolidó el sentir social de la posesión de bienes y el patriarcado, característicos de las sociedades productivas36. Igualmente, parece aceptarse que la mujer en el Paleolítico tampoco era consciente de que la gestación y el parto son consecuencia del coito. Este pensamiento se alimenta por comparaciones etnológicas y por la hipótesis de que en época gravetiense una mujer que deseaba un hijo llevaba con ella una imagen que la representaba gestante, una figurilla, que realizaría sobre ella algún tipo de magia inseminante.
Ahora bien, el conocimiento de las representaciones humanas en el arte rupestre aporta la evidencia de que dicha interpretación, basada en la ignorancia del papel reproductor de ambos sexos y en especial del masculino, está muy lejos de ser realista. A lo largo de todo el Paleolítico Superior múltiples lugares, entre los que destaca la cueva de Los Casares y la cueva del Chufín, podrían haber sido entornos dedicados a enseñar al iniciado técnicas de reproducción que desvelasen el secreto del sexo y de la paternidad. Lo que sí resulta innegable, es que los hombres y mujeres que allí vivían eran conscientes de su papel en la procreación y que comprendían tanto la fertilidad como la vida sexual de la pareja.
Desde el punto de vista biológico la mujer se caracteriza por la ausencia de estro, y porque en su lugar la fertilidad se ha dispuesto en una fase cíclica proliferativa-descamativa (estrógeno-progestágeno) que condiciona la menstruación. Desconocemos en qué momento de la evolución de la especie sucedió este cambio, pero el hombre del paleolítico superior era biológicamente igual que nosotros. Por ello, podemos asumir que la mujer de esta época menstruaba, siempre y cuando su organismo estuviese en condiciones de salud y nutricionales aptas para ello. Lo que no sabemos es cómo interpretarían ellos este fenómeno misterioso; aunque seguramente el pensamiento antropomórfico les ayudaría a conseguir algún tipo de explicación que aplacase su ansiedad y, posiblemente, equiparase menstruación y fertilidad. Desde el punto de vista antropológico, algunos autores han planteado que la menstruación significaría una adaptación evolutiva para prevenir las enfermedades de transmisión sexual37, pero esta hipótesis es burda, excesivamente teleológica e implica un profundo desconocimiento del ámbito biológico. La menstruación solamente significa que el ciclo hormonal femenino tiene una fase descamativa que permite preparar la siguiente fase proliferativa, encaminada a la anidación del óvulo fecundado. Así, la presencia de la regla (la falta de estro) permite la receptividad continua, fenómeno que resulta esencial para diferenciar sexo y reproducción.
El sexo es una actividad creativa y existen datos para pensar en que estos hombres y mujeres no carecían de gusto, sentido estético o sensualidad. Diversas imágenes con alto contenido erótico así lo confirman. Incluso la documentación en el arte rupestre de prácticas masturbatorias y desviaciones sexuales hace pensar que sabían bien que sexualidad y reproducción no necesariamente coinciden. Mucho se ha hablado también respecto a la postura de la cópula. Los primates practican un coito rápido cuando la hembra presenta la espalda al varón, como los hombres de la plaqueta de Enlène. La cópula en posición frontal potencia el contacto de zonas erógenas, facilita el beso y favorece el orgasmo femenino que los primates no experimentan38. Las representaciones de Los Casares son el primer documento gráfico de un coito frontal, en oposición al resto de las posibles escenas coitales reconocidas (Enlène, Les Combarelles, La Marche). Así, se rompe el tabú de que el hombre paleolítico copulaba como los primates.
Ahora bien, lo que resulta absolutamente desconocido es si se trataba de grupos monógamos o polígamos36. No existe razón alguna para considerar que una de las 2 posibilidades fuese la norma de comportamiento. Dependiendo de las condiciones de subsistencia (proporción varón-hembra, aislamiento poblacional, climatología, abastecimiento) la situación pudiera haber fluctuado entre altamente promiscua o marcadamente monógama. De hecho, el registro fósil del hombre primitivo moderno destaca un predominio de restos masculinos y una supervivencia media mayor en el varón4, lo que podría haber favorecido una mayor competencia entre los varones, y cierta promiscuidad por parte de la mujer. Desde otro punto de vista los antropólogos tienden a asociar la falta de estrógenos con monogamia, porque tanto las mujeres como las hembras de gibón, en oposición al resto de los primates, carecen de estrógenos y tienen un hábito predominantemente monógamo. El estro permite receptividad sexual sólo los días próximos a la ovulación. Al perderse el estrógeno se esconden las señales biológicas de la ovulación y desaparecen las pistas que hacen suponer que la hembra ha sido impregnada. Así, la receptividad continua propiciaría una convivencia prolongada llevando a los varones a aumentar su confianza en la paternidad y, secundariamente, a potenciar una mayor inversión en el cuidado de la prole37. De hecho, en la época glaciar debe haber sido necesario un alto grado de cooperación entre sexos para conseguir la supervivencia de los hijos. Sólo así se explica como nuestros antepasados fueron capaces de hacer que la especie sobreviviese en las peores condiciones climáticas del último período glaciar8,39.
En resumen, el sexo es una constante a lo largo de la historia de la Humanidad. Las imágenes paleolíticas de personajes masculinos con carácter fálico no son numerosas. Esta escueta representación está vinculada a la escasa presencia de la figura humana en el corpus artístico del Paleolítico superior39,40. Se han propuesto diferentes explicaciones, pero es muy probable que la respuesta esté en la consideración zoocéntrica de las sociedades superopaleolíticas, con escasas alusiones a lo antropomórfico. De hecho, al igual que ocurre en otras culturas, la representación humana pudiera estar condicionada por aspectos religiosos o culturales.
La mayor parte de las imágenes masculinas itifálicas recogidas en el imaginario paleolítico son de época magdaleniense41,42. No obstante, el contexto estratigráfico que presentan los documentos de arte mobiliario permite asegurar que algunas imágenes son mucho más antiguas, como los penes de Laugerie-Haute o las representaciones de Laussel. Se desconoce la datación de la composición coital de Los Casares, aunque para algunos autores podría corresponder también a una fase inicial del Magdaleniense. A partir del Magdaleniense (16.000-10.000 años a. C.) los documentos artísticos muestran imágenes, con carácter expresivo e incluso narrativo, de sexo como reproducción, placer y probablemente como juego41. Constituyen sin duda muestras que reflejan una vida sexual variada. Amor sensual y apetito sexual son 2 tendencias innatas en el género humano. Podría decirse que sus prácticas sexuales fueron, al menos desde esa época, similares a las de nuestra sociedad39.
A partir de una lectura diacrónica de la información disponible, y considerando las imágenes femeninas, se podría señalar que durante los aproximadamente 30.000 años que dura el Paleolítico superior se produjeron cambios en el comportamiento sexual, o cuanto menos en la "exposición gráfica" que las gentes hicieron de él. Se pasó de unas primeras imágenes donde el carácter relacionado con la reproducción era casi único a otras donde se expresa una visión más actual de la relación sexual y de lo sexual, basada no sólo en lo reproductivo, sino también en el gozo y el placer y en la exploración de lo sexual39-42.
AGRADECIMIENTOS
A todos los guías de cuevas, abrigos y museos con arte rupestre a los que se hace mención en este artículo, muchos de ellos declarados recientemente Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, por su dedicación a la hora de proteger la herencia prehistórica; así como a los Departamentos de Cultura del Gobierno de Cantabria, del Principado de Asturias y de la Junta de Castilla La Mancha.
Correspondencia:
Dr. J. Angulo.
Jefe de Servicio. Servicio de Urología. Hospital Universitario de Getafe. Ctra. de Toledo km 12,500. Getafe. Madrid. España.
Correo electrónico: jangulo@futurnet.es