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Vol. 6. Núm. 2.
Páginas 140-151 (abril 2008)
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Vol. 6. Núm. 2.
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Sexualidad y erotismo en el mundo grecorromano
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19983
Javier Anguloa, Pedro A Fernández Vegab, Marcos Garcíac
a Servicio de Urología. Hospital Universitario de Getafe. Getafe. Madrid. España.
b Director. Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria. España.
c Supervisor de Centro. Cuevas Prehistóricas de Cantabria. Puente Viesgo, Cantabria. España.
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Mitos arcaicos basados en el sexo reflejan las pasiones ocultas de un inconsciente inamovible a lo largo de la historia de la humanidad. La sexualidad antigua representa la lucha entre lo cotidiano y lo divino, la preocupación por la muerte y por la continuidad de la vida en nuestro entorno. Existe un fenómeno de representación erótica explosiva en el mundo grecorromano apreciable en la decoración de los objetos de uso cotidiano, que transmite una profunda cultura artística y social. Para analizar el significado de esta iconografía es necesario filtrar el carácter represivo de influencias culturales posteriores a las que estamos sujetos. En este artículo se estudian los orígenes y el significado de estas representaciones. La sexualidad romana se sitúa generalmente en un entorno doméstico, sujeta a fuertes cánones morales. Príapo, invocador de la fertilidad y protector de las cosechas, de la enfermedad, del robo y del mal tiempo, fue una de las deidades más populares. Este culto recopila las creencias asociadas a seres itifálicos, desde época celta a época prehistórica. Numerosos objetos decorados revelan que el simbolismo fálico ocupaba un papel importante en la religión y en la superstición, relacionado con los cultos de fertilidad y la búsqueda de la fortuna y felicidad. En el mundo griego los ritos orgiásticos de sexo ritual formaban parte de cultos primitivos invocadores de la fertilidad, relacionados con el culto hierogámico a Ishtar en la antigua Mesopotamia o a Hator en Egipto, y la homosexualidad y el sexo lascivo reflejaban una forma de entender el sexo humano totalmente desligada del aspecto reproductivo y del orden social.
Palabras clave:
Sexualidad
Erotismo
Antigüedad
Grecia
Roma
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EL SEXO EN LOS ALBORES DE LA HISTORIA

Muchos vestigios arqueológicos que inundan los museos hacen referencia a aspectos genitales y a escenas de la esfera sexual, que desde una perspectiva de sexo restrictivo pueden considerarse objetos de índole erótico y de carácter obsceno. De hecho, la riqueza, la variedad y el desenfreno de la vida sexual expresada en los objetos y las representaciones cotidianas del mundo clásico contrasta con la oscuridad sexual que se inicia en la Edad Media y se desarrolla en épocas posteriores. Así, desde un análisis simplista, la mayoría de las imágenes y objetos de época grecorromana, o de épocas históricas anteriores, que nos han llegado y que representan actitudes sexuales, podrían considerase como pornográficos. Pero esto sin duda sería una aberración histórica. Pornos significa prostituta en griego; por ello, pornografía significa escritos acerca de fulanas. Ahora bien, sólo una mínima porción de las representaciones a las que nos referiremos tratan de la prostitución. La mayoría muestra diferentes aspectos de la vida sexual: sexo en casa, sexo privado, sexo como culto divino o sexo como actitud ante la vida. No puede compararse con la perspectiva del mercantilismo sexual, que, aunque seguramente sea tan antiguo como la propia condición humana, se desarrolló especialmente después de la revolución industrial1,2.

La inmensa mayoría de las imágenes sexuales que aparecen en los vestigios arqueológicos no representa actos pornográficos ni tampoco tienen un significado obsceno. Se trata por el contrario de una representación cotidiana y natural de las escenas sexuales de las que sus practicantes estaban completamente orgullosos, un sexo abierto que formaba parte de la vida pública3. Rara vez estas imágenes son escenas de burdeles. Por lo general, son imágenes que a los ojos de hombres y mujeres del mundo grecorromano representaban escenas de la vida cotidiana. Qué mejor manera para una imagen visual de un individuo que recordar los propios momentos vividos de placer. Por eso en el mundo clásico se representaban escenas sexuales en los objetos más cotidianos: copas, vasos, vidrios, mosaicos, estucos y piedras de pared (fig. 1).

Figura 1. Escenas de sexo en representaciones artísticas romanas: A) Detalle de mosaico (termas de Caracalla, Roma). B) Fragmento de vidrio (Metropolitan Museum, Nueva York). C) Pintura estucada (casa del Centenario, Pompeya).

Es difícil definir el origen de estas representaciones sexuales, sobre todo cuando este fenómeno de representación erótica de manera explosiva no había sucedido en épocas y culturas anteriores a la grecorromana4. Hay muy pocos ejemplos de imágenes eróticas en época histórica anterior al mundo clásico. La mayor parte de las representaciones de hombres y mujeres en las culturas prerromanas de Europa occidental son hieráticas y están desprovistas de elementos de carácter sexual. De hecho, el carácter erótico de algunas de estas representaciones, prácticamente inexistente, queda reducido casi siempre al engalanamiento y al adorno corporal. Asimismo, en Occidente son muy raros los ejemplos de caricias o actitudes amatorias, como el beso de Osuna, aunque este tipo de imágenes desenfrenadas sí que quedan patentes en el Oriente Próximo en forma de tablillas de arcilla que ilustran las destrezas del arte amatorio. En la cultura mesopotámica, estas placas con escenas sexuales abundaban a lo largo del segundo milenio antes de Cristo y posiblemente fueran empleadas como amuletos privados de fertilidad. Del mismo modo, hay evidencias para pensar que los actos sexuales copulativos pueden haber sido llevados a cabo como parte de los ritos del templo (fig. 2).

Figura 2. Placas de arcilla con imágenes de vida en pareja en Mesopotamia, período babilónico antiguo, 2000-1700 a. C. (Metropolitan Museum, Nueva York).

Ahora bien, no sólo en Oriente, sino también en Europa en época prehistórica, algunas obras de arte en este contexto preclásico reflejan la importancia del sexo como ofrenda sagrada. Posiblemente la más famosa y antigua de estas piezas encontrada en Europa corresponda a las placas del tesoro de Gumetsa, en Rumanía, que ilustran en la época arcaica de la cultura de los metales una imagen coital entre un caballero y una sacerdotisa (fig. 3).

Figura 3. Imagen de hierogamia en una de las placas de oro del tesoro de Gumetsa (Museo Nacional, Rumanía).

Pero realmente más allá del mundo clásico resulta difícil interpretar, al carecer de referencias escritas y hacerse cada vez más infrecuentes e incompletos los documentos gráficos, qué papel tendría el sexo en la sociedad. En el Museo Nacional de Copenhague se encuentra el caldero de Gundestrup, una gran vasija de plata de cultura celta formado por diversas placas con escenas de personajes y míticas bestias. Los dioses son barbudos y las diosas muestran sus pechos, estableciendo una gramática que revela el sexo de los personajes, aunque algunas figuras son más bien andróginas, es decir, no muestran barba ni senos y parecen hombres con facciones femeninas4. Una de estas figuras se sienta sobre sus piernas cruzadas, con la vista en trance y lleva un gorro coronado con astas de reno, a la par que sujeta con su mano derecha un torques de cuello y con la mano izquierda una serpiente con forma fálica. Esta figura se ha identificado como el dios celta Cernunnos y se encuentra rodeado de animales (fig. 4). No tiene sexo determinado y parece estar levitando en una postura de yoga tántrico que se basa en las energías animales. Este motivo representa un tipo peculiar de individuo con cualidades sexuales ambiguas, un intersexo, que aúna lo masculino, lo femenino y lo animal en el mismo cuerpo. Parece una naturaleza chamánica en estado alterado de conciencia que canaliza su energía sexual6. Este dios celta, que traduce prácticas tántricas indias y simboliza la trascendencia religiosa a través del sexo, no tiene en la cristiandad equivalente alguno, salvo el demonio.

Figura 4. Figura andrógina en caldero de plata de Gundestrup que representa al dios Cernunnos (Museo Nacional de Copenhague).

El caldero de Gundestrup muestra también mujeres con abundante vello que portan espadas y pelean con bestias. Herodoto había descrito a los escitas travestidos de hombre a mujer como Enares. Estos personajes bebían a lo largo de su vida orina de yegua preñada, con alto contenido en hormonas feminizantes. Eran altamente respetados y llevaban a cabo adivinanzas de boda para príncipes y otras acciones proféticas6,7.

Aristóteles empleó la palabra ginecocracia para describir el mito de otro tipo de personaje travestido, las Amazonas, mujeres guerreras a las que de niñas sus madres cauterizaron el pecho izquierdo. Amazos en griego antiguo significa "sin pecho". La carencia del pecho facilita el tiro con el arco y contribuye a establecer el mito de que estos seres son mitad mujer y mitad hombre. Las mujeres amazonas luchan hasta matar a 3 enemigos; si entonces lo desean pueden decidir llevar una vida más tranquila, casarse, tener hijos y amamantarlos con el pecho que les queda. Desde un punto de vista cultural la guerra entre griegos y Amazonas representa la guerra entre los sexos. Dice la tradición que el héroe Aquiles quedó enamorado de la reina amazónica Pentesilea en el mismo momento en el que blandió su espada en el pecho de ésta6.

También existen ejemplos de travestismo chamánico en otras culturas antiguas de India y Polinesia8. Es solamente una hipótesis, pero probablemente los niños escitas escogidos en edad prepuberal montaban caballos sin silla hasta que perdían los testículos, lo que causaba cambios feminizantes en su desarrollo. No se descarta tampoco la posibilidad de otras formas de castración. Ovidio hace referencia a ello mencionando la emasculación completa, similar a la que se les practica a los Hijras en India para que se ganen la vida luego mediante la adivinación, el baile y la prostitución.

Pero si ya es difícil imaginar la cultura sexual de la época del Hierro sobre la base de las escasas piezas de orfebrería, casi imposible resulta ahondar, por falta de registros gráficos, en las actitudes sexuales en Occidente de épocas anteriores. Sólo podemos imaginar las relaciones entre sexos basándose en los enterramientos y a las evidencias artísticas que han llegado a nosotros. La gran figura fálica de Cerne Abbas (de nuevo el dios celta Cernunnos), grabada y pintada en una colina, muestra un enorme pene erecto en señal de virilidad y agresividad, dando asiento a ritos orgiásticos antiguos5. Las mujeres jóvenes con dificultad para quedar encinta subían a la colina y dormían una noche sobre el gran miembro viril.

En Varna (Bulgaria) se encontró una tumba con un esqueleto de varón ataviado, datado en torno al año 4000 a. C, asociado a un elemento de oro con forma de dedil ajustable al pene. Dicha pieza estaba perforada, lo que sugiere que pudiera haberse empleado en alguna práctica inseminante, tal vez en ritos de fertilidad. Ahora bien, tampoco existe realmente la certeza de que el esqueleto sea de varón, por lo que podría representar también algún tipo de sacerdotisa travestida, o incluso ser un elemento de inclusión vaginal9.

Por el contrario, en Oriente sí que existen evidencias gráficas (escritura cuneiforme y jeroglífica) que pueden darnos pistas de la cultura sexual arcaica. Ishtar fue la diosa del amor en Mesopotamia, seductiva y peligrosa para los hombres. A veces se representa como virgen y en otras ocasiones como sexualmente promiscua, pero siempre como una mujer joven llena de encanto. Fue la protectora de las prostitutas, objeto de matrimonio ritual sagrado con reyes (fig. 2). Los textos descifrados procedentes de tabletas escritas describen los rituales del matrimonio sagrado. Parecen haber existido diferentes grados de hierogamia, es decir, de coito sagrado. Las vírgenes sirvientes de Ishtar se reservaban para el placer de los dioses, seguramente en la persona del rey. Otras sacerdotisas también educadas, pero no vírgenes, prestaban sus favores a los visitantes del templo. Por último, un tercer grupo prestaba su servicio fuera del templo, en calles o tabernas. Estas últimas podían ser reclamadas para rituales en el templo durante las festividades con máxima frecuentación. Esta estructura recuerda a la que posteriormente en el mundo clásico ocuparon las vírgenes vestales2,6.

La vida sexual del mundo egipcio parece haber sido también muy curiosa y refinada, porque existen referencias que recogen la existencia de ritos fálicos destinados a Isis y Osiris10. Hator fue la diosa de los placeres corporales, de la alegría, de la risa y del éxtasis. En ocasiones se representa como una mujer sensual y otras veces como una vaca sagrada. Según la mitología egipcia, Hator se casó con Horus, quien a su vez fue concebido a través de Isis como hijo póstumo de Osiris. De esta forma se representa la magia inseminante del cadáver de Osiris con su falo erecto, engendrando la vida en el interior de Isis que suele representarse en la figura de un halcón11. Éste fue, según el mito, el último y el más importante acto de creación de vida de Osiris en la Tierra.

Pero en la cultura arcaica egipcia existe otro gran mito inseminante, que dice que el dios Ra, el dios supremo del sol, tomó a su puño por esposa, es decir, se masturbó. De esa eyaculación surgieron el aire (Shu) y la humedad (Tefnut), quienes a su vez tuvieron 2 hijos: la tierra (Geb) y el cielo (Nut). Nut estaba tan obsesionada sexualmente con su pareja Geb que hizo que Ra obligara a Shu a separarlos para siempre. No obstante, de la unión del cielo y la tierra nacieron Isis,

Osiris y Seth. Osiris representa la fertilidad y el orden, mientras que Seth representa el caos y la destrucción. El incesto entre Isis y Osiris fue considerado digno de imitación entre los reyes y reinas; de hecho, todos los faraones son también considerados hijos de Ra6.

Así, cuando investigamos la historia del sexo nos perdemos en los mitos más arcaicos de la humanidad. Dioses y humanos, hombres y mujeres, todos juguetes del deseo, elementos de un orden sin concierto: promiscuos, incestuosos y pasionales. No podemos dejar de preguntarnos si realmente estos arcaicos mitos culturales constituyen nuestras raíces sexuales y sociales o si, tal vez, más bien reflejan las pasiones ocultas de nuestro inconsciente a lo largo de la historia de la humanidad12. La sexualidad arcaica representa de alguna forma la vida cotidiana y divina, con un énfasis especial en la preocupación por la muerte y por la continuidad de la vida en nuestro entorno.

LAS FIESTAS ORGIÁSTICAS GRIEGAS

Los grandes festivales religiosos de los antiguos griegos no sólo servían para propiciar a los dioses y celebrar la unidad del estado, sino también para relajar la frustración colectiva a través de la bebida, el baile y el sexo. Entre los dioses más orgiásticos destaca Dionisio, también conocido posteriormente por los romanos como Baco. Probablemente se trate de una figura de la fecundidad originada en Tracia. En Grecia se le conocía como el dios del vino, las orgías, el sentido de la posesión y el éxtasis. Estos estados de trance se alcanzaban mediante bailes rítmicos hipnóticos repletos de experiencias alucinógenas y de alcohol. En ocasiones se trataba de danzas fálicas en las que los participantes actuaban como sátiros7. Estos ritos orgiásticos eran comunes en todas las religiones o cultos. A menudo el sexo ritual formaba parte de este culto invocador de la fertilidad (fig. 5).

Figura 5. Copa decorada con motivo orgiástico (Museo Kerameikos, Atenas).

Platón, en boca del cómico Aristófanes, cuenta una fábula acerca del origen de los humanos y de su sexualidad. En ella, al principio del mundo los seres no eran como hoy. Tenían cuatro patas y cuatro brazos, 2 caras y también dobles genitales. Algunos evolucionaban a hombres, otros a mujeres y otros retenían el potencial de ambos, a los que Aristófanes denominó hermafroditas. De esta forma se explica tanto la heterosexualidad como la homosexualidad, culturalmente aceptada en el mundo griego, y las prácticas sexuales que hoy se considerarían lascivas y depravadas como la penetración anal o la felación entre ambos sexos13.

Según la iconografía de las escenas cotidianas, las fiestas acababan en orgías llenas de imaginación irreprimida a menudo invocando la vida de los dioses, que estaban sujetos a los mismos avatares que los hombres y que daban rienda suelta a la pasión y al desenfreno.

El término hermafrodita es una amalgama de los nombres de los dioses Hermes y Afrodita, muy popular en Grecia y Roma, y que generalmente se le representa con cuerpo de bella mujer, con pechos y caderas pero también con pene. Es la descendencia nacida de una noche entre Hermes y Afrodita, quienes intentaron ocultar su nacimiento dejándolo al cuidado de las ninfas del monte Ida. Hermafrodita creció como un bello joven y la ninfa de agua Salmacis se enamoró de él. El tímido joven se resistía al ardor de la ninfa, que lo abrazaba apasionadamente pidiendo a los dioses que nunca se separara de ella. En ese momento emergieron Hermes y Afrodita en el joven combinando ambos sexos. Salmacis se llevó a Hermafrodita al fondo del lago y, desde entonces, los hombres que se bañan en esas aguas salen afeminados, lo que explica así desde un mito bien aceptado el origen del travestismo.

La desnudez en el mundo clásico evolucionó en los siglos V y IV a. C. y se constituyó tal y como hoy la conocemos14. Inicialmente en el contexto atlético la desnudez era muy bien aceptada, asociada en parte al homoerotismo. Llama la atención el pequeño tamaño de los genitales en muchas de las estatuas, porque los atenienses preferían un pene pequeño y bonito, y ataban el prepucio cubriendo el glande durante los ejercicios. Los grandes penes se atribuían a los bárbaros, a los sátiros y a las criaturas no elegantes que no podían contenerse (fig. 6). Las mujeres respetables estaban ausentes en los ejercicios atléticos. Asimismo, las copas pornográficas con los genitales masculinos al descubierto es muy poco probable que fuesen vistas por mujeres.

Figura 6. Sátiro de gran falo persiguiendo una ménada (Museo Vaticano, Roma).

El nudismo femenino no se desarrolló hasta el siglo IV a. C, al principio tímidamente, como pone de manifiesto la bella estatua, hoy perdida, de Afrodita de Knidos. Afortunadamente fue imitada por Praxíteles y puede verse hoy en los Museos Vaticanos. En la representación del nacimiento de Afrodita, pieza clave en el arte helénico que puede verse hoy en el Palacio Altemps en Roma, aparece también una bella mujer que pudorosamente vestida sale de su baño (fig. 7).

Figura 7. El nacimiento de Afrodita surgiendo vestida del agua (Palacio Altemps, Roma).

La sexualidad griega a menudo se describe en términos jerárquicos. Es decir, el amor no suele verse en términos de sentimiento mutuo entre iguales, sino que más bien se plantea como una relación entre alguien que desea y el objeto deseado; relación por otra parte sujeta a un control social. Los hombres y mujeres que no eran ciudadanos y los esclavos de ambos sexos estaban libremente disponibles. Por ello, aunque se hable poco de esto, es bastante probable que las mujeres también pudieran perseguir a otras mujeres. El dominador deseoso dependía de la respuesta del amado, salvo que hablemos de un esclavo o de una prostituta. Por ello el pretendiente vivía "capturado" (hecho esclavo) por el objeto de su deseo y se representaba como poseído por el dios Eros14. Cuando se anunciaba una boda la familia de la novia aceptaba llevar a cabo las ceremonias, que incluían sacrificios a las diosas Hera (diosa del matrimonio), Afrodita (diosa del amor) y Artemis (diosa de la juventud). Se traía agua de un río sagrado para bañar a la novia y su padre presidía un banquete al final del cual se conducía a la novia con antorchas hasta la casa de su esposo, y después de un baño de frutos secos en deseo de fertilidad se retiraban al dormitorio. Según la ley la novia debía ser virgen. Si no fuera así debía ser vendida como esclava. También dictaminado por la ley, el hombre debía copular con su pareja tres veces al mes, lo que sugiere que muchos hombres buscaban sexo fuera del matrimonio con chicos jóvenes o con mujeres no ciudadanas13.

Pero las costumbres no fueron uniformes en todo el mundo griego. Los atenienses rechazaron los hábitos espartanos de entrenar a las mujeres como luchadoras, permitiendo que apareciesen desnudas, y se mofaban del estilo espartano del matrimonio en el que el hombre vivía con sus amigos y colegas de armas y se escapaba de vez en cuando para visitar a su esposa por la noche. Algunos hombres tenían hijos sin conocer siquiera a sus esposas. Había 2 tipos de prostitutas: hetaera (la versión fina cortesana) y porne (la categoría general). Todas ellas eran esclavas y se distinguían por su corto corte de pelo7. No había para ellas condena moral, porque estaban fuera de la estructura social y por ello tampoco suponían ningún problema para las mujeres ciudadanas ni para la legitimidad de sus hijos. Nunca podrían ingresar en la clase de los ciudadanos, pero sí podían comprar su libertad ahorrando dinero o siendo emancipadas por un varón que las admirase.

EL SEXO EN LA VIDA ROMANA

La tradición y la ley romana consideraban el matrimonio como el camino para la procreación de hijos legítimos (fig. 8). Esta unión se basaba en el consentimiento mutuo y duraba mientras ambos participantes mantuvieran dicho consentimiento. El matrimonio a menudo era monógamo y las mujeres mayores casadas gozaban de gran autoridad. No obstante, el divorcio era también frecuente y no particularmente censurado. Con frecuencia una mujer podía volverse a casar, pero aquellas que sólo se habían casado una vez eran las preferidas amas de compañía de las doncellas casaderas. La intención de tener hijos legítimos iba de la mano de un fuerte código moral basado en la castidad y en el puritanismo1.

Figura 8. La estructura social romana principal es el matrimonio de mutuo acuerdo entre ambos cónyuges (A). La procreación se concebía en el entorno doméstico del matrimonio (B) (Museo Nacional de Antigüedades, Saint Germain en Laye).

Al final de la República, durante el siglo I a. C, hay un preocupante incremento en la literatura de otras formas de relación sexual alternativas al modelo monógamo heterosexual. La expansión romana aumentó la influencia cultural griega, egipcia y persa. Estas regiones se consideraban centros de decadencia en oposición a los tradicionales valores romanos reflejo de pureza y austeridad. La pederastia se concebía como una costumbre griega y el comportamiento homosexual pasivo del varón un vicio griego. Del mismo modo las leyes romanas comenzaron a preocuparse mucho acerca del adulterio. En los registros escritos el moralista Cato felicita a un joven por visitar un burdel, lo que significaba que evitaba el contacto con las mujeres de otros hombres respetables. La preocupación jurídica contra el adulterio se basaba en la similitud existente entre la ruptura marital y la decadencia política. De hecho, hay evidencia de numerosos castigos infligidos a mujeres adúlteras y a sus amantes que llegan a incluir la violación anal del varón por el marido o por sus esclavos. Asimismo, eran especialmente condenadas las relaciones entre mujeres de alto rango y hombres de bajo estatus, porque resultaban amenazantes para la estructura social y cuestionaban la valía de la elite masculina7.

Con el emperador Augusto, que hablaba de sí mismo como del "padre universal", se inicia una larga reforma cultural y política que incluía el control de la moralidad doméstica. El adulterio se asimiló a traición estatal. Era sin lugar a dudas la acusación ideal para arruinar a los oponentes políticos. Augusto ordenó que un padre matase a su hija y a su amante si la descubría en adulterio, y a un marido que se divorciase de su mujer adúltera antes de 3 días si no quería convertirse en cómplice reprochable de ese abominable acto. Las mujeres adúlteras se convertían en meretrices. Igualmente, Augusto multaba a los senadores que permanecían solteros y clamaba por un mínimo de 3 hijos por pareja, de manera que pudiera paliarse la crisis demográfica causada por las guerras civiles. Pero esta legislación estuvo lejos de cumplirse. Los romanos, al igual que los griegos, eran muy hábiles en el uso de la contracepción, el aborto y el infanticidio para limitar el número de hijos7. Empleaban espermicida de vinagre y de un sinfín de mezclas naturales en forma de supositorios vaginales, o de esponjas y lanas untadas. Entre las plantas que utilizaban destacan la artemisa y la férula, ambas con propiedades proabortivas. Igualmente se conocen espéculos y curetas que se emplearon para promover la interrupción voluntaria del embarazo, seguramente con un elevado riesgo vital para la mujer que la recibía. También se sabe que empleaban amuletos para limitar la concepción y especialmente los cambios posturales durante el coito. En este sentido, Ovidio publicó en el año 1 a. C. Ars Amatoria, una obra de 2 volúmenes que da instrucciones amatorias a los varones. Cuando las mujeres reclamaron una obra similar para ellas, Ovidio enfatizó, dándose cuenta del peligro que corría con la nueva legislación de Augusto sobre el adulterio, ya que sus poemas se dirigían al trato con cortesanas y no con mujeres casadas. Aun así, las inevitables referencias al adulterio de la hija y de la nieta de Augusto llevaron al propio Ovidio al exilio7.

A pesar de que el sexo explícito no es sinónimo de prostitución en las representaciones del mundo clásico, abundan las evidencias y las alusiones a profesionales del sexo, generalmente esclavas sexuales. Una de las evidencias arqueológicas más curiosas de esta práctica se encuentra en las fichas de burdel de la Roma antigua6. Se trata de objetos con forma de moneda en los que aparecen diversas escenas de coito y en la cara opuesta números. Durante siglos se desconoció su significado, hasta que un numismático polaco las ordenó en una secuencia cronológica propia de los distintos períodos de la era romana, de acuerdo con discretos cambios estilísticos similares a los de las monedas. Como sabemos, la vida económica en Roma estaba muy sujeta a la inflación. De hecho, las fichas más recientes tenían valores más altos y, curiosamente, las posturas sexuales que reflejaban coincidían con sus valores relativos dependiendo de la época en la que habían sido interpretadas. A pesar de todo, no parecía tener lógica que la felatio fuera más "barata" que la penetración vaginal desde detrás. Hasta tal punto el numismático Alexander Bursche estaba convencido de su secuencia, que llevó a cabo un estudio entre prostitutas en Varsovia ordenando en una escala de valores sus servicios. Curiosamente el orden asignado fue el mismo que aparecía en el código que Bursche había descifrado6. Las prostitutas que atendían a un gran número de clientes coincidieron en describir el sexo por detrás como la postura más molesta por ser profundamente penetrante, y por lo tanto debía costar más al poder dañar más. No obstante, lo que sí parece claro es que estas piezas prueban que existía una verdadera industria del sexo. Seguramente las meretrices tendrían poco control sobre las ganancias, porque muy probablemente serían esclavas o harían su trabajo a cambio de techo y protección en una sociedad de incertidumbres para las clases más humildes.

Abundantes imágenes eróticas han llegado a nuestros días en los baños públicos de Pompeya, en lucernas y en otros objetos de uso cotidiano. La casa del Centenario de Pompeya guarda unos magníficos ejemplos de pintura en estuco que ilustran diferentes escenas de coito (fig. 1). Cuando los arqueólogos hallaron esta habitación pensaron que se trataba de un prostíbulo, aunque un análisis posterior sugiere otra teoría totalmente distinta. Más probablemente se trate de una decoración liberal que a los dueños de la casa les recordase sus mejores momentos sexuales, la felicidad de la pareja. Muestran posturas desinhibidas, con la mujer encima montando a horcajadas y en cuclillas15,16. En otra escena se aprecia un trío en el que el hombre penetra a una mujer mientras él es penetrado por el ano por otro hombre. El hombre de en medio, a quien se le conoce como cinaedus, era considerado un depravado. Los primeros excavadores del lugar cuando encontraban una pintura que consideraban obscena, la destruían o bien la recortaban y la mandaban a una sala secreta del Museo de Nápoles que ha hecho de almacén de objetos obscenos durante casi 300 años. En el siglo XIX el Ministerio de Moral Pública obligó a cerrar la sala, que hoy se denomina gabinete de los objetos reservados, con un muro de ladrillo. El objeto más famoso de esa colección es la estatua denominada Pan y la cabritilla (que representa a Pan penetrando lascivamente a una cabra) descubierta en 1753 en la Villa de los Papiros en Herculano y que fue motivo de un gran escándalo. El rey Carlos III la clasificó como digna de ser reducida a escombros, pero pese a ello no la destruyó y la encerró bajo llave1.

Las imágenes eróticas romanas muestran la variedad de posturas amatorias que formaban parte de la vida amorosa y expresan numerosas fantasías sexuales que culminan lo que podríamos denominar sexo no productivo, es decir, sexo no encaminado a la reproducción, sino al propio placer sexual: coito anal, felatio, cunnilingus, trío o incluso cuarteto1. Las acrobacias en ocasiones asociadas al acto sexual ponen de manifiesto una cultura de cuidado del cuerpo. Una de las posturas de cópula más frecuentemente representadas en los vasos decorados es la del hombre de rodillas y la mujer tumbada con las piernas alrededor de sus caderas o de sus hombros (fig. 5).

No son raras las imágenes que representan la penetración anal de la mujer, pero bien sea anal o vaginal dando imagen de dominación masculina. También se han representado prostitutas practicando la felación, generalmente con escaso agrado por su parte. Curiosamente la felación no era considerada un acto depravado para quien la recibía, pero sí para quien la producía, al manchar su boca (fig. 9). Probablemente este tipo de prácticas fueran adoptadas en familia y representan costumbres propias de sátiros, según las creencias griegas. Hay también algunas imágenes de zoofilia. Algunos mitos reflejan el hecho de que ciertas deidades se encarnaban en animales, como sucede con Zeus que se convierte en cisne al perseguir y penetrar a la adúltera Leda. En resumen, sin duda alguna los objetos cotidianos que han llegado a nuestros días reflejan cómo en el mundo grecorromano los juegos amorosos y fantasías sexuales desempeñaron un papel importante en la vida de los hombres y las mujeres2,5,7,15.

Figura 9. Lucerna romana que muestra escena sexual de felación.

EL CULTO ROMANO A PRÍAPO

El culto fálico en época romana se dedica principalmente a Príapo, hijo de Dionisio y divinidad dedicada a la fertilidad. Sus representaciones siempre le exhiben con un enorme y desproporcionado falo erecto (fig. 10). Es una divinidad protectora de las cosechas, de la enfermedad, del robo y del mal tiempo. Se convirtió en una de las deidades más populares en el ámbito doméstico. Curiosamente recopila la imagen de otras culturas anteriores a la romana, en particular de las deidades representadas igualmente por seres itifálicos, desde época celta a época prehistórica9.

Figura 10. Representación de Príapo en pintura sobre estuco en Pompeya.

Los principales tesoros descubiertos de la época de los metales muestran raros ejemplos de cuencos de oro decorados de una manera desproporcionada para su finalidad de vasija. Algunos de ellos recuerdan a los elementos rituales para decorar las cabezas de los sacerdotes fenicios, pero de lo que no cabe duda es de su carácter fálico. Igualmente, en época neolítica abundan también ídolos de forma fálica, propios de diferentes culturas y hallados en diversos lugares. Tal vez los más conocidos de estos amuletos de forma fálica sean los ídolos de Anatolia. Representan pequeños perfiles que remedan figuras humanas de largo cuello con forma fálica, similar a las venus conocidas como cícladas4. Todos estos ejemplos muestran cómo el culto fálico se pierde en la esencia de los tiempos.

Pero no es Príapo la única deidad eréctil en el culto romano. Otras imágenes divinas de época romana, como Silvano, o eventualmente Mercurio, también se muestran en erección. Asimismo, muchos objetos de uso cotidiano se decoran con falos y con escenas sexuales. La figa y el falo con frecuencia se unen evocando seguridad, alegría y bienestar. Juntos curan y previenen mejor del mal de ojo (fig. 11). Otros objetos curiosos son las campanillas conocidas como Titinnabulae, que sonaban para preservar del mal. Su poder se amplificaba por la forma desmedida del falo o de los falos múltiples que portaban. A menudo el propio falo se representa como una bestia con patas, pene erecto y cola; esta última también con la forma de un falo. Realmente se trata de un ser fantástico que derrocha capacidad eréctil por doquier (fig. 12).

Figura 11. Amuleto romano con doble forma de falo y figa, protector del mal de ojo (Museo Arqueológico, Lisboa).

Figura 12. Roca fálica de Clunia, Peñaranda de Duero, Burgos.

Estos objetos revelan que el simbolismo fálico ocupaba un papel importante en la religión y en la superstición del mundo clásico, relacionado con los cultos de fertilidad y la búsqueda de la fortuna17. Sus dueños no pensaban directamente en el sexo, sino que los portaban como amuleto. Las imágenes sexuales a las que hemos hecho mención en las pinturas domésticas seguramente implicaban también cierto pensamiento religioso, a la par que reflejaban una actitud placentera expresada de la forma más directa. Los falos que decoraban el suelo o las fachadas de los edificios o en las partes visibles de las calzadas y elementos arquitectónicos públicos eran símbolo de buen recibimiento (fig. 12). Lejos de lo que hoy pudiéramos pensar, en ningún caso pueden considerarse objetos indecorosos o motivos de mofa; sino todo lo contrario, se trataba de signos de bienvenida que mostraban deseos declarados de fortuna y alegría2,18.

La sexualidad romana se sitúa generalmente en un entorno doméstico. El papel activo de la mujer en la vida sexual se hace evidente en numerosos objetos cotidianos decorados que muestran a la mujer liberada, fuente de erotismo y que goza además del sexo. Estas imágenes quedan patentes en lámparas, espejos, copas y ungüentarios. La vida sexual doméstica quedaba a menudo reflejada en pinturas sobre estuco de las habitaciones de las villas romanas, para el disfrute de sus dueños y de sus seres cercanos.

Esta concepción de la vida sexual en el mundo clásico contrasta enormemente con la represión de la manifestación genital sufrida en épocas posteriores en las que el sexo se consideró lascivo y pecaminoso. En este sentido la sexualidad griega no deja de sorprendernos. Los mitos de la Antigua Grecia quedan plasmados en piezas de cerámica que los hombres empleaban en sus banquetes. Mujeres con elementos masturbatorios, sátiros de grandes penes y ninfas desenfrenadas, lesbianismo y homosexualidad reflejan una forma particular de entender el sexo humano totalmente desligada del aspecto reproductivo y pensada para el deleite contemplativo13. El falo, por su parte, se presenta como un elemento apotropaico, protector de todo maleficio, un ser de vida independiente al que se le debe alimentar, cuidar e incluso regar. Un amigo del que se puede estar orgulloso, realmente un agente benefactor.

Curiosamente, la sociedad grecorromana fue sin duda alguna muy permisiva con la homosexualidad y con el sexo entre adultos y jóvenes. Existen numerosos ejemplos griegos, etruscos y romanos que confirman esta observación5,7,13,19. Ahora bien, realmente existe una marcada diferencia entre el sexo en familia y las experiencias sexuales fuera del entorno progenitor. Las personas con cargos públicos podían tener este tipo de relaciones fuera del entorno familiar, siempre y cuando no comprometieran la herencia de su prole. Por ello, estas relaciones solían mantenerse no con ciudadanos romanos, sino con esclavos con quienes no podía existir una relación contractual. La sociedad romana parece haber sido realmente permisiva con este tipo de prácticas sexuales, como la pederastia, que hoy consideramos terriblemente aberrantes19,20. La copa Warren, actualmente en el Museo Británico de Londres constituye un perfecto reflejo de esta apreciación (fig. 13).

Figura 13. Copa de plata Warren (Museo Británico, Londres).

AGRADECIMIENTOS

A todos los guías de los museos a los que se hace mención en este artículo y a los arqueólogos que han trabajado en los yacimientos en los que se han encontrado los objetos de uso cotidiano a los que nos referimos.


Correspondencia:

Dr. J. Angulo.

Servicio de Urología. Hospital Universitario de Getafe. Ctra. de Toledo km 12,500. Getafe. Madrid. España.

Correo electrónico: jangulo@futurnet.es

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