Pintor holandés, cuyo primer maestro fue su padre, era un grabador en vidrio. Luego fue aprendiz de otros artistas locales, de los cuales probablemente aprendió una dedicada minuciosidad, hasta en los más mínimos detalles, que lo hacía tardar días en realizar un retrato: cuentan que podía tardar hasta cinco días en pintar una mano. Se convirtió en el primer discípulo de Rembrandt, pintor ya reconocido, en ese entonces de 22 años de edad. De él adquirió algunas de sus habilidades más significativas, como el exquisito uso del color y la forma de plasmar los más sutiles efectos del claroscuro.
Esta escena corresponde a la Uroscopía, definida por el Diccionario de la Lengua Española como “la inspección visual y metódica de la orina, antiguamente usada para establecer el diagnóstico de las enfermedades internas”.
Con los adelantos de la ciencia, ya avanzado el siglo XVIII la uroscopía perdió su importancia como método diagnóstico y por lo tanto, los artistas dejaron de representarla en sus cuadros.
Por esta razón utilizamos esta pintura en la portada de este número, como una forma de mostrar el progreso de la Medicina y en particular la Urología.
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