El envejecimiento es un proceso universal que afecta a todas las especies. En nuestro caso, los humanos, nos afecta de una manera particular, pues somos conscientes y nos perturba, pues es un tránsito hacia el desmedro y merma, que culmina con la muerte. Para conservar la especie, la naturaleza se vale, por un lado, del paso del tiempo y el envejecimiento, y, por otro, de la enfermedad, que tarde o temprano irrumpe y da paso a la muerte, la cual permite que otros vivan, y así persiste la vida.
De la misma manera en que ha progresado la ciencia y la medicina, esto ha redundado en que la gente vive mucho más, y se enferma y muere de otras causas con respecto a otras épocas de nuestra historia remota y reciente. No obstante, el proceso de envejecer no está exento de contradicciones y paradojas.
Si bien, producto del avance de la ciencia y la medicina, la gente vive más que antes, particularmente en los países desarrollados, esta extensión de la vida puede darse a expensas de senescentes discapacitados por enfermedades que afectan su desempeño físico y/o mental. De tal manera que vivir más, el tener una vida aún más larga, no implica necesariamente vivir bien. Y frente a lo anterior emerge la discusión de qué significa envejecer bien, discusión a la que convergerán distintas miradas y disciplinas, que trascienden a la exclusivamente biomédica.