“Las Hijas del Pescador” es la fotografía que ilustra la portada de nuestro primer volumen de neurodesarrollo, inmortalizada por Sergio Larraín (1931-2012).
“Cuando uno mira, ama. Entonces hay alegría, hay vida. Luego uno toma la foto y después, cuando la gente la mira a su vez, siente ese minuto de emoción que vivió el fotógrafo. Sólo si así ocurre, este logró su objetivo” fueron sus propias palabras del proceso creativo, en un arte en el que fue referente internacional.
Larraín nos invita a reencuadrar nuestras prioridades, acercarnos a lo esencial. “Como el tiempo no existe, vivir en armonía, en el presente, es nuestra meta”. Estas palabras hacen pleno honor a la historia de su vida. Este gran fotógrafo chileno, que nació en Santiago en una familia acomodada, vivió e hizo fama en Europa, siendo el primer latinoamericano en formar parte de la prestigiosa Agencia Magnum. Más tarde se hartó de la opulencia y decidió pasar sus últimos años viviendo en forma austera en Ovalle*. Los niños fueron permanente objeto de su amor fotográfico y escritos. “Cuando los niños juegan, la cámara juega con ellos”. Entre 1957-1958, Larraín viajaba y fotografiaba “el alma” de Latinoamérica. En caminos de tierra, piedra y cemento, Sergio hablaba con los niños, se les acercaba y los retrataba. Era muy diferente a lo que solía pasarle con los adultos, los ricos, los importantes, los poderosos: con los niños no se escondía, sino que avanzaba en la relación, se hacía cómplice, se acostaba a ras de suelo para tomar fotos de niños vagabundos y compartir su mirada. Retrató distintas caras de la infancia en un tiempo de gran invisibilización.
“La fotografía perfecta es como un milagro, sucede en un instante de luz, formas, tema y estado de ánimo perfecto: uno aprieta un botón casi sin saberlo y el milagro ocurre”. Es así como nos regaló este eterno presente de 1957, en la caleta Horcón, región de Valparaíso, Chile. El milagro de “Las Hijas del Pescador” oscila entre la labilidad de la postura, afirmada en el dorso del pie, y la solidez del soporte de madera. Evoca el equilibrio inestable entre la vulnerabilidad de la infancia, y el apoyo necesario desde las instituciones públicas y privadas, de terapia y educación, y la responsabilidad de la sociedad en general de generar espacios amables para nuestros niños.
“Las Hijas del Pescador” juegan liberadas de la fuerza de gravedad y eximidas de nuestra pauta de arriba y abajo. Ellas interactúan entre sí, y para conectarnos con su juego, hemos de abrirnos a mirar el mundo desde una óptica distinta, guardar nuestros viejos manuales o paradigmas de cómo “debe ser” cada etapa de la infancia, o para donde “debe ir” dirigido el neurodesarrollo. Abrirnos a mirar, escuchar y conectar con la singularidad de cada uno de nuestros niños. Los de hoy, los de mañana, y los que fuimos nosotros mismos. Cada uno, nos enseña a mirar desde una nueva perspectiva y de ese modo, abrazando la diversidad, se enriquece nuestra cosmovisión.