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Vol. 18. Núm. 3.
Páginas 186-191 (julio 2007)
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ética y manejo del dolor en instituciones de salud
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ARMANDO ORTIZ P.a
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Preguntarnos  por la dimensión  ética del manejo  del dolor, nos  conduce  ineludiblemente a respondernos por las obligaciones  morales  que  dicha realidad genera  en  todos  los actores  implicados,  entre  ellos profesionales  de  la salud e instituciones.  En ese momento no podemos eludir nuestras responsabilidades,  es decir debemos hacernos cargo. Situación que el manejo del dolor pareciera estar esperando  desde hace muchísimo  tiempo.

El dolor agudo, el crónico, el benigno o el maligno se abordan hoy con indicaciones cada vez más precisas y de mayor eficacia en los resultados. Los tratamientos a los cuales el clínico puede  acudir para buscar su alivio o incluso su eliminación, se han diversificado enormemente. Esto exige como  contrapartida un alto nivel de preparación teórica y práctica en muchas áreas de la medicina, de la enfermería y de otras profesiones que intervienen en el manejo del paciente con dolor. Las obligaciones profesionales exigen abordar con eficacia el alivio del dolor, el plan deberá ser completo e integral, flexible y buscar el equilibrio entre curar y cuidar. Los protocolos diagnósticos, pronósticos  y terapéuticos,  así como  la interdisciplinariedad en la atención, son herramientas esenciales para alcanzar una buena práctica clínica en el manejo del dolor.

Paralelamente, es a los gestores  del sistema de  salud, públicos  y privados,  a los  que  corresponde  la responsabilidad de poner en marcha los servicios necesarios para la correcta y justa atención del tratamiento del dolor. Tarea que  ha de acompañarse  de divulgación e información, tanto  a usuarios como a profesionales. Corresponde también a las autoridades de salud y políticas la distribución equitativa de recursos para el acceso de todo  el que necesite tratamiento de su dolor, y la realización de una evaluación de la calidad de los servicios que sea constante y conlleve acciones consecuentes.

En un futuro  deseable, hay un progreso que lograr; que las personas  con  dolor dispongan de  tratamientos que  eviten, eliminen, o al menos,  hagan soportable el dolor. Para lograrlo se necesita desarrollar inaplazablemente tres tareas: formar a los profesionales en  el abordaje del dolor según  buenas prácticas clínicas, instaurar en nuestras instituciones el tratamiento del dolor como prestación básica y comunicar los conocimientos sobre el dolor y su tratamiento a la ciudadanía. Que ese futuro deseable, se convierta en posible, depende en gran parte de todos nosotros,  profesionales e instituciones.

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