Carta al Ateneo Navarro
Subiza, 24 de abril de 1986
Señoras y señores asistentes a las conferencias del Ateneo Navarro, un atento saludo para todos.
Mi buen amigo el doctor Marino Rodrigo Bañuelos, en muy atenta carta de fecha 20 del mes pasado, me invitó a acudir a esa magnífica institución al servicio del saber, para hablarles a ustedes sobre la homeopatía hoy, 24 de abril de 1986, y, como quiera que estoy ocupadísimo en muchos menesteres de la medicina, y de momento sin sustituto, suplo en cierto modo por el presente escrito lo que sustancialmente expresaría allí personalmente. Y, a la vez, como agregado a la conferencia que el doctor Rodrigo Bañuelos por mi ausencia les dé con su asistencia acerca de este tema en cuestión.
La medicina, al igual que sucede en religión o política, tampoco ha tenido el privilegio de la inmunidad de los prejuicios, hijos legítimos de la pobre falibilidad humana. Y, por lo tanto, desgraciadamente, el mundo de la medicina es también mundo de contrariedades y confusión, recayendo la repercusión sobre la muchedumbre enferma. Muchos son los ateneos que se necesitan en aras de la desvastación de los citados prejuicios con miras al diálogo. Y, por lo demás, imprescindiblemente también, las demostraciones por las investigaciones sobre el terreno de los hechos, es decir, sobre el enfermo, que mucho lo desean las nuevas ciencias médicas magistrales.
Durante el pasado siglo y el actual ha habido grandes novedades en la medicina, por el descubrimiento de varias nuevas ciencias médicas magistrales, siendo una de ellas la llamada por médicos franceses "terapéutica positiva", pero que, por piedad y respeto a su fundador, el médico alemán Hahnemann, continúa con el nombre de homeopatía. Y, aunque diferentes entre sí, se reconocen mutuamente por tener de común base y principio, esencial condición para poder ser curativas y no meramente supresivas. Pero, ¿es que todo procedimiento terapéutico no es curativo? Pues no. Los hay que sólo son supresivos. Hay una enorme diferencia entre lo que es curativo y lo que es supresivo, aparentemente iguales, como lo ilustraré más adelante.
Por el inevitable antagonismo de lo curativo con lo supresivo, resultan imposiblemente reconciliables las 2 escuelas mayores de la medicina: la antigua alopática, o tradicional, y la nueva u homeopática.
El inteligentísimo catedrático de medicina legal y toxicología, don Pedro Mata, fue un destacado detractor y opositor de la homeopatía, con sus discursos en el Ateneo de Madrid por los años 1850 y, a mi juicio, le supongo entre los más notables adversarios del mundo. Pero el ilustre catedrático, de tanta inteligencia y elocuencia, jamás propuso continuarse los debates al campo de la práctica de la medicina, a la cabecera del enfermo, que a ello estaban muy dispuestos los homeópatas. Todo era limitarse a su oratoria y teorías dentro del Ateneo.
Hay un hecho extrañísimo en homeopatía, y es que, para aquel entonces, en los pocos años de su existencia, se había descubierto y formado lo que constituye el arsenal fundamental o principal de la farmacología homeopática. Y, a pesar de que desde aquel tiempo hasta hoy se ha aumentado en unas 20 veces más el número de medicamentos homeopáticos, siguen siendo aquellos los principales, y el incomparable número mayor posterior muy secundario, de lo que resultaría poco perjuicio el privar de éstos a la homeopatía.
La homeopatía, pues, en 1850 disponía de todos los elementos para poder combatir toda clase de enfermedades concebiblemente curables por mortíferas, alarmantes o aparatosas que fueren, al igual que hoy, por poseer el eficiente arsenal medicinal mencionado. Por el contrario, la medicina tradicional se hallaba tan desarmada que en sus manos sucumbían hasta a raudales los pacientes. Donde más agudamente se comprobaba la gran diferencia entre las 2 escuelas rivales era en las estadísticas de los fallecimientos en los hospitales de una y otra medicina, respectivamente, cuando las epidemias. Y, además, aún hubiera sido menor el irrisorio número de pérdidas de los homeópatas si parte de los muertos no hubieran tenido enmascarado el cuadro sintomatológico, desaparecidos los síntomas característicos y guías para poder hallar el positivo medicamento homeopático, por causa de haber usado, antes de llegar al hospital, otros procedimientos inútiles y obstaculizadores mortales. Pero, posteriormente, con la llegada de las sulfamidas, los antibióticos, etc., desde hace unos 60, 40 años, respectivamente, la medicina tradicional viene salvando millones de seres humanos. Entonces, ante estos resultados salvíficos conseguidos también por la medicina tradicional, parece colocarse a la misma altura o nivel de la nueva escuela de medicina.
Me he expresado en el término salvar. Pero salvar puede no significar curar y, a la inversa, en la curación siempre está contenida la salvación, como es lógico. Para poder salvar no es preciso que el procedimiento tenga base y principio, o se ajuste a alguna ley universal, como es la homeopatía. Estos requisitos de base y principio son imprescindibles para poder curar, como se ha dicho anteriormente, pero, para salvar, resultan muy positivos aún los sistemas supresivos que son carentes de base y principio. Luego, ¿cuál es la diferencia tan enorme, como se ha dicho precedentemente, entre lo que es curar y lo que es suprimir? Curar es la eliminación de la enfermedad en toda su extensión por tiempo indefinido o finalización absoluta del proceso a todos los efectos. Y supresión es la desaparición aparente de la enfermedad, que puede ser desde días hasta decenas de años. O sea, que la aparición de la enfermedad de nuevo es señal de que no fue curada, sino suprimida. La supresión suele originar también la metástasis, es decir, la transformación de una enfermedad en otra; y estas metástasis pueden ir produciéndose una tras otra a medida que cada proceso resultante de la metástasis se va tratando con medios supresivos. Y siendo cada vez peor o más profunda la enfermedad posterior que la inmediata anterior.
La supresión también da lugar a restos o secuelas de la enfermedad. La supresión es incapaz de extinguir la predisposición a la enfermedad, recayendo el enfermo de la misma una y otra vez. Para saber si un procedimiento es supresivo o curativo existe un medio que se llama la ley de Hering: cuando la enfermedad se trata por sistema curativo se va curando de arriba para abajo, de partes más importantes a las menos importantes, de dentro para afuera y en el orden inverso al de la aparición de los síntomas, es decir, los últimos desapareciendo primero, y los primeros los últimos. Y por lo supresivo acontece todo lo opuesto a esto.
Me permito una anécdota del doctor Hering. El doctor Hering era una celebridad extraordinaria de la medicina tradicional, y por esta dote le pusieron expresamente para rebatir a la homeopatía. Para poder realizar mejor el propósito, le facilitaron las doctrinas de la homeopatía, pero, al contrario, quedó plenamente convertido a la homeopatía por las mismas. Y por temor a que le matasen huyó al continente americano. Entre las diversas obras de homeopatía que escribió una es la materia médica homeopática, que consta de diez mil páginas.
La medicina tradicional está incomparablemente mucho más extendida que todo el resto de los demás sistemas juntos por causa de su tradición. Y es juzgada unánimemente por las nuevas ciencias médicas magistrales como método sin base ni principio, ni sujeto a ley alguna universal, como lo demuestra claramente por su forma de actuación supresiva, y confirmándolo una vez más su manera de obrar opuesta o inversa a la ley de Hering. Informado cualquier profano en lo que tan claramente creo he manifestado lo que es curativo y lo que es supresivo, puede afirmar sin vacilación que la medicina que conocemos de siempre es supresiva.
La eficiente difusión de la homeopatía en el mundo reduciría el sufrimiento humano a la décima parte, prolongaría el nivel medio de vida de 20 a 30 años más y disminuiría el uso de la imprescindible cirugía en un 95 %. Bien interpretado, en el campo exclusivo de las enfermedades, que es lo único que venimos refiriendo aquí.
Aunque la homeopatía tiene miles y miles de médicos prosélitos, la invidencia de los citados prejuicios, la pereza o indolencia, pues exige una dedicación incomparablemente mayor que cualquier método si se aspira a ser un homeópata competente, y los intereses creados son los mayores oponentes para su satisfactoria propagación.
Y termino manifestando que Hahnemann dejó insertada su doctrina médica filosófica en un libro titulado el Órganon, y es una ignorancia en muchos homeópatas el creer que la citada doctrina depende de la homeopatía. Por el contrario, es la homeopatía un sistema curativo que se ajusta a dicha doctrina. La visión de Hahnemann fue más lejos de la homeopatía, al augurar la posible existencia de otras terapéuticas también verdaderas. Como ya se van cumpliendo sus vaticinios por los descubrimientos de las posteriores. Y a la vez que comenzó en no atribuirse la arrogancia de la exclusividad de su método, confirmado por el reconocimiento y elogio en su libro al mesmerismo o magnetismo, ya conocido y en práctica en aquella época
Muy agradecido por la atención dispensada, y con los mejores deseos para todos ustedes, se reitera saludándoles muy cordialmente desde del Palacio de Subiza.