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Inicio Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales El Holocausto y las comparaciones con otros genocidios1
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Vol. 61. Núm. 228.
Páginas 145-172 (septiembre - diciembre 2016)
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El Holocausto y las comparaciones con otros genocidios1
Comparing the Holocaust to Other Genocides
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Yehuda Bauer
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Resumen

La pregunta que guió la reflexión en este texto es si el Holocausto tuvo características que no existieron en ninguna otra forma de genocidio. Cuando se discuten elementos sin precedentes en un fenómeno social, la pregunta inmediata es ¿sin precedentes en comparación con qué? Por medio del método comparativo y tomando en cuenta que el horror del Holocausto no es que se desvió de las normas humanas sino que no lo hizo, en este artículo se revisan los genocidios de tutsis, armenios, khmer, chams musulmanes, vietnamitas y romas, para arribar a la conclusión de que el Holocausto es una forma extrema de genocidio. A su vez, se argumenta que las diferencias deben ser analizadas con el objetivo de aprender lo que ha sucedido. Adquirir conocimiento deja al descubierto la relación dialéctica entre particularidad y universalidad del horror. El Holocausto conlleva una advertencia. No sabemos si tendremos éxito en difundir este conocimiento, pero si hay una oportunidad siquiera en un millón, ese sentido debe prevalecer; tenemos una obligación moral, en el espíritu de la filosofía ética –moral– kantiana, de intentarlo.

Palabras clave:
Holocausto
genocidio
asesinato en masa
ideología nazi
Abstract

The driving question underlying this work is whether the Holocaust had features that did not exist in any other form of genocide. When unprecedented elements in a social phenomenon are discussed, the first question that comes to mind is: Unprecedented compared to what? Taking a comparative stance and bearing in mind that the horror of the Holocaust consisted not in that it diverted from human standards, but that in fact it did not, this work reviews the genocide of Tutsis, Armenian, Khmer, Muslim Chams, Vietnamese, and Roma, to conclude that the Holocaust represents an extreme form of genocide. On the other hand, it is argued that differences must be analyzed in order to learn from what has happened. As a result of the acquired knowledge, the dialectical relationship between particularity and universality of horror is revealed. The Holocaust conveys a warning. We do not know if we will succeed in spreading what we have learned, but if there is even a single chance in a million, that sense must prevail; we have the moral obligation of trying, in the spirit of Kant's ethical –moral– philosophy.

Keywords:
Holocaust
genocide
mass murder
Nazi ideology
Texto completo

La única manera de esclarecer la posibilidad de aplicar definiciones y generalizaciones es mediante comparaciones. La pregunta acerca de si el Holocausto tuvo características que no existieron en ninguna otra forma de genocidio –a diferencia de otros casos en los que no hay características que no sean comunes a todos los genocidios– es extremadamente importante si deseamos descubrir más acerca de la patología social en general.2 Cuando se discuten elementos sin precedentes en un fenómeno social la pregunta inmediata es ¿sin precedentes en comparación con qué? La sola afirmación de que un hecho histórico no tiene precedente puede ser hecha cuando el acontecimiento es comparado con otros de naturaleza presumiblemente similar con los cuales comparte al menos algunas cualidades. Excepto que se encuentre una medida de comparabilidad, la falta de precedente solo puede significar que el acontecimiento no es humano –en otras palabras, no es histórico–, en cuyo caso es inútil hablar acerca de él excepto en contextos teológicos o místicos.

Hay barreras psicológicas bastante obvias para comprender asesinatos masivos y hechos genocidas, tales como los que describió Rudolph Rummel (1992 y 1995) cuyo trabajo servirá de base a parte de lo que aquí se dice. Todos sabemos que los seres humanos muestran una tendencia a negar la existencia de hechos que ponen en peligro a la vida. En los textos escolares, las guerras son descritas en términos de motivaciones políticas u otras, y en términos de estrategias y tácticas militares. Napoleón, por ejemplo, ganó la batalla de Austerlitz pero, ¿estaba solo ahí? ¿No fue ayudado un poco por algunas decenas de miles de soldados a quienes él (y otros) condujeron en la batalla? ¿Cuántos soldados resultaron muertos en ambos lados?

No encontramos, generalmente, estas cifras en los textos de historia. El significado de tales estadísticas es aún menos discutido. Raramente encontramos reportes de prácticas médicas, incluyendo la amputación de miembros y otras prácticas similares, o descripciones sobre qué fue lo que les sucedió a aquellos mutilados. De acuerdo con la balada inglesa de fines del siglo xvi acerca de las explotaciones del gran lord Willoughby en Flandes, “A los soldados que fueron mutilados o heridos en el combate, la reina otorgó una pensión de dieciocho peniques por día”. Bueno, eso es algo. El resto –tratamiento médico, esposas y niños, etcétera– no es mencionado. Otros soldados, en otras guerras, no fueron suficientemente afortunados como para tener al gran lord Willoughby intercediendo ante la reina Bess; ¿Fueron tales canciones escritas acerca de Napoleón, von Moltke, o el Duque de Marlborough? ¿Y qué hay acerca de los civiles próximos a los caminos por donde transitaban los ejércitos? ¿Qué hay acerca de los muertos, los heridos, las violadas y los desposeídos? Enseñamos a nuestros niños acerca de la grandeza de los varios Napoleones, Palmerstons y Bismarcks como líderes políticos o militares y de ese modo esterilizamos la historia.

Todos sabemos que la historia humana está teñida con sangre. Tratamos de minimizar, ignorar, no enseñar acerca de este oscuro costado de la historia, porque es una amenaza constante a nuestro sentimiento de seguridad, y deseamos evitar el peligro mirando hacia el otro lado. Erich Fromm utilizó el concepto de Tánatos –instinto de muerte y destrucción– para explicar nuestro comportamiento.3 Parece ser que los seres humanos viramos entre la pulsión de vida, la libido descripta por Freud –en términos demasiado sexuales– y la pulsión de destrucción. Yo sostendría que el concepto de dioses “buenos”, o un dios justo, omnipresente y todopoderoso, o seres trascendentales no humanos que se supone generalmente que son los depósitos de la moralidad y sus opuestos, figuras diabólicas, o dioses del mal, o un dios monoteísta que oculta su rostro, son ideas que surgen de ese conflicto interno inmanente. Tenemos estos opuestos dentro de nosotros, como si estuvieran fijados genéticamente por una larga historia del desarrollo humano; podemos ser “buenos”, “justos” y “humanos”, o lo opuesto. Transferimos estas cualidades afuera de nosotros y creamos imágenes de seres trascendentales que personalizarán estas cualidades en nuestro lugar. Hacemos que estos dioses, o un dios al que inventamos con ese propósito, vuelvan a nosotros y nos impongan una “buena” moralidad, con el objeto de tener una autoridad que nos impida convertirnos en lo que sabemos y tememos que podemos convertirnos, a saber: criaturas “malas”, “demoníacas”. Cuando nos desviamos del camino recto y angosto, algunos de nosotros llamaremos a esa desviación pecado. Cuando queremos pecar, tenemos a nuestro dios (o dioses) para que nos indiquen hacerlo. El resultado, para el siglo xx, son las estadísticas de Rummel.

El genocidio y el asesinato masivo son descriptos en los así llamados libros sagrados, se trate de los Vedas hindúes, la Biblia o el Corán. Como judío, debo vivir con el hecho de que la civilización que heredé también incluye en su canon el llamado al genocidio, tal como registra la historia bíblica acerca del asesinato de los madianitas.4 Si esa historia no es una justificación “divina” para el genocidio, no sé qué otra cosa es. Posteriores generaciones de sabios tuvieron la tarea nada envidiable de justificarlo, pero permítase decir que se sintieron incómodos acerca de la matanza y no querían que ese hecho se convirtiera en un precedente para el comportamiento de los judíos, de modo que hicieron su patético mejor esfuerzo para erradicarlo por medio de la “interpretación”. Esta estrategia de cambiar los textos (re)inter– pretándolos es, debemos admitirlo, la señal de una civilización razonablemente avanzada.

Existen, por supuesto, justificaciones teológicas para el asesinato masivo y el genocidio fuera de las religiones monoteístas; sin embargo, valdría la pena examinar si el monoteísmo no es más homicida que otras formas de religión. Después de todo, millones de cristianos y no cristianos han sido muertos por otros cristianos en nombre de un dios amante. La cuestión es que el dios monoteísta del Medio Oriente fue creado a la imagen –desafortunadamente– muy precisa del hombre o la mujer, que alterna entre el homicidio sanguinario y la moralidad maravillosa que procura la justicia.

Por otro lado, los seres humanos no necesitan justificaciones teológicas para cometer matanzas masivas y genocidios. Los romanos en Cartago, los mongoles en Isfahán, los daneses en la Inglaterra post romana, los hindúes y los chinos en varios períodos históricos son ejemplos al azar. El marxismo leninismo es –o fue– una forma de religión no teísta y podríamos colocar cerca del encabezamiento de nuestra lista de atrocidades cometidas aquellas llevadas a cabo por los diversos regímenes comunistas en el siglo xx.

Con esto en mente, uno podría ver el genocidio definido como una actividad “humana”, como resultado de una tendencia que puede ser combatida y quizás evitada por medio del fortalecimiento de las inclinaciones opuestas en los seres humanos. Que estas inclinaciones antihomicidas existen, y que su importancia puede ser no menor que la de aquellas homicidas, será discutido más adelante.

En este análisis prefiero comenzar con el nacionalsocialismo para luego retroceder y avanzar en la historia porque mi preocupación central y el punto de partida es el Holocausto. Lo siguiente, sin embargo, debe ser enunciado y enfatizado: el horror del Holocausto no es que se desvió de las normas humanas; el horror es que no lo hizo.

Creo, contrariamente a la opinión de muchos de mis colegas, que la ideología racista antisemita nazi fue el factor central en la evolución hacia el Holocausto. Decir que la ideología nazi debe su imagen del judío al antisemitismo cristiano es una verdad trillada.5 Las principales acusaciones nazis contra los judíos eran que había una conspiración judía para gobernar el mundo; que la influencia judía es satánica, y que los judíos salen a corromper las civilizaciones de los pueblos y países que los hospedan; que los judíos son parásitos y sanguijuelas; que raptan o matan a los niños cristianos, y así sucesivamente. Todas estas fantasías fueron desarrolladas por antisemitas cristianos a lo largo de muchos siglos y están basadas en la satanización de los judíos por parte de sus oponentes cristianos.

Los orígenes de la satanización se encuentran en la confrontación judía/cristiana que comenzó como una rencilla familiar de sectas judías. Cuando el grupo gentil cristiano se separó de la iglesia judía original, surgió la necesidad de mostrar las diferencias entre las dos teologías. En los primeros siglos de la era cristiana estas diferencias cristalizaron en antagonismo y satanización mutua.6 Cada parte pensaba que solo una interpretación de la voluntad de Dios era legítima, y la ideología cristiana –que hacia el siglo iv había sido sancionada por el poder estatal– tenía que mostrar que los judíos estaban motivados por un pacto con el diablo; de lo contrario, un pagano que deseaba aceptar el monoteísmo iría a la fuente judía antes que a la imitación cristiana. ¿Qué deseaba Satán si no conquistar el mundo y hacer que se rebelara contra Dios? ¿Quiénes si no los judíos estaban poseídos por Satán, ya que, quién mataría a Dios –de acuerdo con la falsa acusación de la responsabilidad judía por la crucifixión– sino un pueblo poseído por Satán? La conclusión lógica era que los judíos querían controlar el mundo para Satán. El antisemitismo nazi adoptó las imágenes antisemitas al tiempo que rechazaba la teología cristiana; en efecto, adoptaron el antisemitismo cristiano sin el cristianismo, al que veían –con bastante acierto– como una invención judía. En esto como en algunos otros aspectos de su ideología, la fuente del nacionalsocialismo fue la Ilustración y la Revolución francesa. François Marie Voltaire, después de todo, fue alguien que rechazaba al cristianismo y veía en él una fuerza destructiva introducida en Europa por el judaísmo y los judíos, a quienes aborrecía.

Otro aspecto de la ideología nazi fue, tal como sabemos, el Darwinismo Social, a saber, aquella distorsión de las ideas de Darwin según la cual las “razas” humanas están en un conflicto constante entre sí. En consecuencia, el más fuerte es el mejor y el más hermoso, y cualquiera que sea mejor tiene el derecho moral –incluso el deber– de gobernar y, si es necesario, destruir al resto. Esta variedad de racismo es considerada, normalmente, como el tipo general del cual el antisemitismo es un caso especial. No obstante, en un examen más próximo de los escritos y discursos nazis, vemos que su racismo estaba íntimamente conectado con un antisemitismo absoluto. Puede muy bien suceder que su explicación de la forma en que las sociedades se comportan –basada en el antisemitismo– utilizara el racismo como una clase de “superestructura”, para usar un término marxista; es decir, podríamos considerar al antisemitismo nazi como la motivación primaria y la adopción de una ideología racista como una conclusión lógica. Para explicar la misma idea de forma diferente y más explícita: la ideología racial, que era el elemento dominante en la ideología nazi, era antisemita en su mismísimo núcleo, lo que significa que el antisemitismo puede haber sido la motivación básica para adoptar el enfoque del Darwinismo Social que había sido desarrollado en la segunda mitad del siglo xix en Francia, Gran Bretaña, los Estados Unidos, Austria y Alemania.

Cuando leemos las fuentes nazis es casi imposible evitar una conclusión de importancia central: los judíos eran, a los ojos nazis, el enemigo central, la encarnación del diablo. Yo sostendría que los nazis externalizaron sus conceptos del bien absoluto y el mal absoluto en su noción de los pueblos germanos y nórdicos de la raza aria y la antiraza judía no humana, respectivamente. Dios y Satán se volvieron reales.7 Y que identificaran el polo negativo con los judíos estaba condicionado por la tradición cristiana. Su jerarquía de razas estaba también –en un sentido real– basada en precedentes cristianos: después de la expulsión de los judíos y los musulmanes de España en 1492, cada persona que aspiraba a ciertas posiciones importantes en el reino español debía probar su limpieza de sangre, es decir que no tenían “sangre” judía o morisca.8 Ideas que hoy llamaríamos racistas no eran ciertamente extrañas a los colonos europeos en el Nuevo Mundo, el Lejano Oriente o África. Ciertamente, los nazis desarrollaron estas nociones de modos novedosos pero tenían sobre qué construir. Esto no significa que hubo necesariamente una línea directa de desarrollo desde el racismo anterior al siglo xix hasta la forma moderna. Aún no se ha dicho la última palabra sobre este asunto tan importante.

Si bien hay diversas interpretaciones del nazismo, permítaseme decir que la importancia de la burocracia y factores similares como parte de la modernidad, así como la relevancia del impacto de las crisis económica, social y política, son generalmente aceptadas pero sin una motivación y una justificación ideológicas rectoras, el asesinato masivo en general, y el intento de aniquilar al pueblo judío en particular, habrían sido impensables. La ideología fue central.9 Pero no cualquier ideología. La clase de ideología crucial en esto es una moldeada alrededor de un núcleo antisemita que buscaba instalar una nueva forma de sociedad, una construida sobre una jerarquía de razas; una utopía cuyo reverso era el asesinato de un pueblo que ocupa una posición única en la sociedad cristiano/musulmana. Las motivaciones nazis para la matanza de los judíos consistían, en primer lugar, en que los veían como la encarnación de Satanás para controlar al mundo; en segundo lugar, su convencimiento de que eran parásitos y virus corruptores cuya eliminación era un problema de higiene racial mundial, en otras palabras: un problema médico; y, tercero, el sueño utópico de una nueva clase de humanidad que surgiría una vez que los judíos fueran eliminados. Saul Friedländer, en su libro Alemania Nazi y los judíos (1997) llama con acierto a este conjunto de motivaciones “antisemitismo redencionista” porque un elemento importante era el sueño de la redención universal, un tipo –falso– de mesianismo que se encuentra normalmente en el cristianismo y el judaísmo.10 Esta clase de utopismo pseudo religioso que se encuentra también en el pensamiento marxista leninista, contiene la semilla del asesinato masivo. No conozco una ideología redentora que no sea homicida, desde el cristianismo de los cruzados, al extremismo cristiano y musulmán, hindú o judío en nuestros días, a los sueños comunistas chinos de dar un salto hacia adelante. Las utopías con un mensaje universal son una vía segura hacia el asesinato masivo.

En el caso del nacionalsocialismo, el “antisemitismo redencionista” condujo a una forma sin precedentes de genocidio. La ideología motivadora fue absolutamente no pragmática e irracional. En el genocidio armenio, tal vez el más cercano paralelo al Holocausto, la motivación fue política y chauvinista, es decir, tuvo una base pragmática. El Jemiyet (Comité para la Unión y el Progreso) de Talaat Pashá, Enver y su grupo, los así llamados Jóvenes Turcos, deseaban establecer un imperio panturco que se extendiera desde Edirne –en la Turquía europea– hasta Kazajstán, un imperio dominado por pueblos turco parlantes –salvo los ta– jikis que hablan idioma iraní–. Los armenios, una nación “extranjera”, ocupaban Anatolia, el corazón de Turquía, por lo que debían ser eliminados. Aparte de los campesinos armenios, estaba la clase media armenia en las poblaciones y ciudades turcas, que tenían una importante influencia comercial, cultural e intelectual. La civilización armenia cristiana competía con la civilización turca, a la cual había precedido en lo que luego fue el territorio turco por muchos siglos.

Perseguidos por los turcos, los armenios naturalmente tendieron a buscar apoyo de los rusos, los enemigos acérrimos del Imperio Otomano. Los partidos políticos armenios, autonomistas y, en consecuencia, independentistas, aumentaron las sospechas hacia los turcos y eran, para éstos, una amenaza en el corazón mismo del territorio étnico turco. Las potencias occidentales utilizaron las aspiraciones armenias con el objetivo de presionar a las autoridades otomanas para que cedieran en elementos importantes para la soberanía otomana; aparentemente apoyaban las aspiraciones armenias, pero cuando dejaron de responder a sus intereses los abandonaron. Los armenios, desamparados, fueron asesinados en enormes cantidades, antes, durante y después de la Primera Guerra Mundial. Su genocidio sirvió a los objetivos pragmáticos de la expansión política, la apropiación de tierra, la confiscación de bienes, la eliminación de competencia económica y la satisfacción de impulsos chauvinistas del núcleo revolucionario del grupo étnico dominante, impulsos exacerbados por sentimientos de frustración y humillación absolutas en un imperio agobiado por la crisis y en desintegración.11

En el caso de Ruanda, la minoría de los tutsis –14% de la población en el presente que no eran un grupo étnico sino una clase social– fue durante siglos el sector dominante. Desde la Primera Guerra Mundial los colonizadores belgas apoyaban a los tutsis pero luego pasaron a apoyar al grupo étnico de los hutus, que a partir de 1959 se impusieron en todo el país y realizaron varias matanzas masivas de tutsis. En 1994, los años anteriores al genocidio, se impuso una dictadura liderada por un militar llamado Juvenal Habyarimana, perteneciente a los hutus. Bajo presión de los países vecinos y de la oposición local, Habyarimana tuvo que comenzar negociaciones de democratización. El genocidio debía impedir este proceso y además contrarrestar una invasión de un ejército tutsi que se había organizado años antes en Uganda e invadía desde el norte. Este genocidio fue organizado meticulosamente por la intelligentsia hutu que se había educado en universidades en Francia, Bélgica y Canadá, inspirados por el ideólogo Ferdinand Nahima –actualmente en prisión por orden de la Corte Internacional que juzga el genocidio en Ruanda–. La matanza alcanzó, además de a los tutsi, a los hutu del sur y el sureste que se oponían a la dictadura y al genocidio. Este es un ejemplo de un genocidio pragmático motivado por razones políticas, militares y económicas, que aspiraba a eternizar el dominio de uno de los grupos étnicos.12

La definición del desastre de Camboya13 como genocidio presenta inconsistencias porque el objetivo de los criminales khmer no era, obviamente, la desaparición del pueblo khmer. Sin embargo, tiene por cierto elementos de genocidio. De acuerdo con los hallazgos de Ben Kiernan, hubo tres grupos de víctimas: khmer étnicos que eran residentes de la ciudad o que de algún otro modo eran estimados como enemigos potenciales o reales; chams musulmanes que fueron masacrados en gran cantidad, y vietnamitas residentes en Cam– boya, muchos de los cuales lograron escapar a territorio vietnamita. Lo que nos concierne de este tema es que la motivación para el asesinato de khmers por khmers fue el éxito de una utopía basada en la clase, de acuerdo con la cual los presuntos intereses reales de residentes de las ciudades potencialmente opositores debían ser eliminados aniquilando a los ciudadanos mismos y a todo el liderazgo religioso budista. El comunismo agrícola extremo podía ser asegurado solo mediante la eliminación de todos los centros de disenso posibles; aquí tenemos una clara motivación política que mostraba una suerte de racionalidad distorsionada a pesar de los extremos no racionales de sadismo y brutalidad en la ejecución.14

Sería superfluo analizar los motivos de los españoles para la matanza de los pueblos del Caribe, o el genocidio de los pueblos precolombinos mexicanos y peruanos; está claro que la codicia por el oro, el comercio y las riquezas naturales fueron el motivo central y la conversión al cristianismo, una superestructura ideológica.

También en el caso de los roma –gitanos–, se destaca el aspecto pragmático. En el territorio del Reich alemán, predominaba una ideología racista que pedía su completa eliminación, en gran parte por medio de su aniquilación, pero fuera del Reich las cosas eran diferentes. La política nazi frente a los roma fue confusa. Una investigación reciente ha demostrado que desde principios de 1942 en adelante, la Wehrmacht –ejército alemán–, probablemente siguiendo un consenso emanado del partido, distinguió entre los roma sedentarios y los nómades. Estos últimos debían ser asesinados porque estorbaban y no podían ser integrados en un orden político futuro dominado por los alemanes. Los nazis generalmente no se molestaban con los primeros, aunque había algunas excepciones. Los roma establecidos –la definición de quién estaba “establecido” era vaga– fueron en gran parte tratados como otros habitantes locales.15 Me ocuparé de este tema más adelante.

Una gran diferencia entre el Holocausto y otras formas de genocidio es, por lo tanto, que las consideraciones pragmáticas fueron centrales en todos los otros genocidios mientras que los motivos ideológicos abstractos lo fueron menos. En el caso del Holocausto, las consideraciones pragmáticas fueron marginales. Por supuesto, se realizó un tremendo esfuerzo para despojar a los judíos de sus propiedades o para tomarlas después de que fueran asesinados; pero ningún historiador serio ha argumentado que el robo fue la razón básica para el asesinato. El robo fue el resultado del Holocausto, no su causa. Los judíos no poseían territorio que fuera codiciado. Contrariamente a la leyenda los judíos alemanes no controlaban la economía alemana, aunque fueron prominentes en algunas de sus ramas y no actuaban como un grupo sino como individuos competidores. Además, no tenían poder militar, y en Alemania misma su poder político –en el mejor de los casos– era marginal. Políticamente, el único judío prominente en la República de Weimar después de 1920 fue Walter Rathenau, el ministro de asuntos exteriores que fue asesinado en 1922 por extremistas de la derecha. No, la motivación básica fue puramente ideológica, enraizada en un mundo ilusorio de la imaginación nazi, en el cual una conspiración judía internacional para controlar al mundo se oponía a una pretensión aria paralela. Ningún genocidio hasta la fecha ha estado tan completamente basado en mitos, alucinaciones, en una ideología abstracta, no pragmática, que luego haya sido ejecutado por medios pragmáticos muy racionales. Así como el antisemitismo cristiano se basó en especulaciones que cumplían funciones prácticas importantes, el antisemitismo nazi, que se originó en los mismos delirios cristianos pero abandonó los principios morales del cristianismo junto con sus creencias religiosas, trasladó sus abstracciones homicidas a políticas gradualmente evolutivas de segregación, inanición, humillación y, finalmente, el asesinato total planificado. La matanza de los judíos tuvo lugar porque una ideología homicida lo motivó, pero antes la ideología superó ideas y nociones contrarias en la sociedad alemana en el contexto histórico concreto de crisis convergentes (Friedländer, 1997: 73-112).

Una segunda razón por la cual el Holocausto no tiene precedentes es su carácter global, universal. Todos los otros genocidios estuvieron geográficamente limitados; en la mayoría de los casos el grupo elegido vivía en una localidad razonablemente bien definida –los pueblos precolombinos en las Américas, los khmer y cham en Camboya, los tutsi principalmente en Ruanda, Uganda, Burundi y Zaire, etcétera–. Los turcos acosaron a los armenios en áreas étnicamente turcas; no se preocuparon por los armenios en otros lugares; ni siquiera los armenios de Jerusalén –que se consideraban étnicamente árabes y estaban controlados por los otomanos– fueron perseguidos. Los grupos roma tanto nómades como sedentarios fueron asesinados en Alemania, pero fuera de ella, los roma establecidos no provocaban una preocupación especial; los nazis no intentaron registrar a los roma fuera del Reich. En el caso de los judíos, la persecución comenzó en Alemania pero se extendió a todo lo que los alemanes llamaron la esfera de influencia alemana en Europa y luego se convirtió en una política de exterminio total.16 En razón de que los alemanes planeaban controlar no solo a Europa sino al mundo, ya fuera directamente por medio de aliados, esto significó que los judíos serían finalmente cazados en todo el mundo. La bien conocida expresión de Hitler, de que al combatir a los judíos estaba haciendo el trabajo de dios, tenía una clara implicancia universalista. Por cierto, fue el antisemitismo lo que se exportó desde la Alemania nazi a todos lados. Este carácter global del asesinato planificado de todos los judíos no tiene precedente en la historia humana.

Un tercer elemento separa al Holocausto de otros genocidios: su planificada totalidad. Los nazis buscaban a los judíos, a todos los judíos. De acuerdo con la política nazi, todas las personas con tres o cuatro abuelos judíos estaban sentenciadas a muerte por el crimen de haber nacido. Tal principio no habrá sido aplicado jamás en la historia humana, y habría sido aplicado indudablemente en forma universal si Alemania hubiera ganado la guerra. Si comparamos esto con otros genocidios, –por ejemplo, el caso de los grupos étnicos caribeños, que fueron por cierto exterminados totalmente por la política española– encontramos que nunca hubo planes de alcanzar ese objetivo, ni fue una política de Estado expresa hacerlo, aunque ese fue el resultado práctico. En la Turquía otomana, algunas mujeres y niños pequeños armenios fueron perdonados para ser utilizados sexualmente o para ser educados como turcos. Más aún, como he señalado antes, se planeaba erradicar a los armenios en las áreas mayoritariamente étnicas turcas, no necesariamente en otras partes. Las tribus indígenas de Norteamérica fueron víctimas de genocidio por razones de codicia y explotación, y su asesinato fue el resultado de políticas nacionales, pero, nuevamente, no hubo un plan gubernamental para el exterminio total. En los ataques genocidas a pueblos antes del siglo xx, la tecnología por un lado y las complicadas estructuras burocráticas guiadas por ideologías universalistas utópicas por el otro, no se habían desarrollado todavía. Se podría argumentar que si el homicidio de los caribeños y los indígenas norteamericanos hubiera tenido lugar en una época en que la aniquilación dirigida por el Estado hubiera sido posible, se habría seguido esa política. Esto podría muy bien haber sido así, lo cual demuestra no solo que el Holocausto no tuvo precedente, sino que la civilización humana es propensa a hacer posibles los holocaustos cuando las condiciones están dadas, y esto es otro punto central en nuestro argumento. En otras palabras, el Holocausto puede repetirse, no con seguridad del mismo modo exactamente, no por los alemanes, no hacia los judíos, pero por cualquiera hacia cualquiera. Fueron los judíos la última vez; no sabemos quiénes serán los judíos si hay una próxima oportunidad.

Si este análisis es correcto, el Holocausto es entonces una forma extrema de genocidio. Es importante reafirmar qué significa aquí “extrema”. El sufrimiento de las víctimas de este genocidio no fue de ningún modo mayor que el sufrimiento de las víctimas de otros genocidios; no se puede hacer una gradación de sufrimiento. De este modo, el destino de las víctimas roma en Auschwitz fue exactamente igual al de las víctimas judías.17 Cuando decimos “extremo” nos referimos a los tres elementos descriptos más arriba: el carácter ideológico, global y total del genocidio de los judíos. La cualidad de extremo del Holocausto es lo que lo torna inédito.

Algunos comentaristas han etiquetado como sin precedentes a una cantidad de otros aspectos del Holocausto. Uno de ellos es, tal vez, el furor teutonicus, una expresión cuasi– genética, peculiarmente alemana, de violencia o sadismo extremos.18 Esta explicación no solo no es convincente, sino que huele a racismo inverso. Los colaboradores de los nazis, de otras naciones europeas, fueron por cierto no menos brutales que los alemanes. El campo de concentración croata de Jasenovac fue, si es posible, más horrible que sus contrapartes nazis. Las tropas y la policía rumanas mostraron su fuerza en tales trampas de la muerte tanto en Transnistria como en Bogdanovka y durante las marchas de la muerte de los judíos de Besarabia al territorio de Transnitria: unos 260 000 judíos rumanos y 100 000 judíos ucranianos fueron asesinados por criminales rumanos.19 La mayoría de los judíos lituanos fueron muertos por colaboradores lituanos, aunque con el estímulo alemán y en gran parte bajo supervisión alemana. Y en todos los otros genocidios conocidos por nosotros, los perpetradores actuaron en forma similar, como reconocerá fácilmente cualquiera que haya investigado a los españoles en el Nuevo Mundo, los colonizadores europeos en América del Norte, los comunistas camboyanos o los criminales hutu, por nombrar solo algunos.

¿Es la eficiencia moderna un distintivo especial del Holocausto? Ese pareciera ser el caso, pero en algunos otros genocidios también fue utilizado en forma completa el estado contemporáneo de la tecnología. Probablemente el mejor ejemplo es el caso armenio: los criminales turcos utilizaron el telégrafo para informar a su pueblo de los pasos que se tomarían contra las víctimas elegidas, usaron los ferrocarriles para transportar a las tropas, e instalaron una fuerza armada dirigida desde el centro para operar como la agencia central para ejecutar el asesinato.20 Uno podría emplear un argumento similar con respecto a la destrucción de los indios norteamericanos a manos de los blancos.

Por otro lado, aunque los nazis no inventaron el campo de concentración, lo desarrollaron de nuevos modos. Especialmente novedoso fue el procedimiento intrincado por el cual privaron a los presos de sus atributos humanos “normales” por medio de la humillación sistemática, que alcanzó su pico más alto en el uso de lo que podría llamarse control excrecionario: la humillación total mediante el control de las excreciones humanas. Quizás el aspecto más aterrador de este acontecimiento es que, hasta la fecha, no se ha encontrado ningún documento nazi que indique una discusión acerca de cómo humillar a las víctimas. La conclusión es inevitable: la humillación no fue resultado de la planificación sino un consenso que no requería órdenes o arreglos burocráticos. En otras palabras, probablemente la forma más extrema de humillación que conocemos fue resultado natural del sistema nazi.

También novedoso en su severidad, aunque no en su esencia, fue la utilización nazi de reclusos en el campo contra otros reclusos. La misma política básica se siguió en los guetos de Europa oriental.

Creo que uno debería, tanto como sea posible, evitar el término deshumanización para describir lo que les sucedió a los presos en campos y guetos porque, en todo caso, el término les cabe a los nazis: ellos “se deshumanizaron” a sí mismos. Lo que hicieron a sus desafortunadas víctimas fue transferir su propia deserción de todas las normas previas aceptadas como “civilizadas”, a seres realmente civilizados, judíos y otros. La utilización común del término deshumanización dejaría al criminal como el “humano” y a la víctima como menos que humana. Ese, por cierto, era el resultado buscado, pero de hecho el tratamiento nazi de aquellos presos en campos y guetos mostró lo opuesto, porque fueron los nazis quienes perdieron las características de seres humanos civilizados. Cuando aquella minoría de reclusos que sobrevivió fue liberada, volvió a sus modos de vida civilizados; es altamente dudoso que sus torturadores lo hayan hecho –salvo que se arrepintieran, cosa que aparentemente muy pocos de ellos hicieron–. En otras palabras, los nazis siguieron deshumanizados aun después de terminada la pesadilla; aquellas de sus víctimas que sobrevivieron, no.

Por lo tanto, se podría agregar un cuarto elemento de falta de precedente a los tres mencionados más arriba: debido a que los judíos estaban en el fondo del infierno como fue el campo de concentración nazi, ellos fueron las víctimas de un crimen jamás visto antes de total humillación, y les fue peor que a otros que fueron víctimas del mismo crimen.

Aún podría agregarse un quinto elemento. Se refiere al régimen desde el cual emergió el Holocausto y podría proveer algo de su contexto: todas las revoluciones anteriores al nacionalsocialismo que se propusieron organizar la humanidad fueron hechas en nombre de una clase, una nación –grupo étnico– o religión. Fueron intentos de reestructurar la sociedad y hacer dominantes a una clase, un grupo étnico o una creencia, reales o imaginarios, al tiempo que se abolían o subordinaban otros. La lista de revolucionarios incluye a los comunistas, por ejemplo, quienes –originalmente al menos– trataron de definir una nueva estructura de clase de la sociedad. Hoy, los regímenes fundamentalistas de Irán y Sudán tratan de hacer de su versión del Islam el elemento definitorio de la sociedad.

Ya se han hecho intentos como estos antes del siglo xx. El catolicismo pretendió en el pasado preeminencia y autoridad absoluta. La Rusia zarista reclamó poder absoluto para la monarquía, la aristocracia y la Iglesia ortodoxa. Los incas gobernaron un imperio en el cual solo una cierta clase de gente tenía intervención en el manejo de la sociedad; lo mismo se puso en práctica –más enérgicamente aún– en el sistema de castas en la India. Pero los nazis trataron de gobernar no solo Alemania sino Europa –y, finalmente, el mundo– en nombre de un nuevo principio, el principio de “raza”. Es cierto, ellos comenzaron desde el nacionalismo y actuaron en nombre del pueblo alemán. Pero, impulsados por su interpretación de la doctrina racial, se distanciaron progresivamente de una ideología puramente alemana. El fascinante documento de julio de 1940 evidencia que la campaña homicida fue planificada para diezmar también al pueblo alemán; el monstruo estaba por devorar a sus propios hijos (Aly y Roth, 1984: 105). El mundo debía ser gobernado por las razas más fuertes y mejores, con los pueblos germanos de la raza aria en la cima de la nueva jerarquía.

Para alcanzar semejante situación utópica, debían oponerse –diría yo– a los mayores logros de la cultura europea que les había precedido, especialmente al legado de la Revolución francesa y la Emancipación. Si fuéramos a creer en las anotaciones en las que Hermann Rauschning registró sus conversaciones con Hitler –y esto puede ser problemático, porque las escribió de memoria y las publicó años después de que hubieran tenido lugar– entonces Hitler parece haber estado consciente de la tremenda trascendencia de su rebelión contra la humanidad.21 Yo iría más lejos aún y afirmaría que la rebelión nacionalsocialista contra el humanismo, el liberalismo, la democracia, el socialismo, el conservadurismo, el pacifismo, etcétera, fue el intento más radical de cambiar al mundo que la historia haya registrado hasta la fecha: el más novedoso y el más revolucionario. El régimen nazi no tuvo precedente, para utilizar el término que he sugerido como una descripción del Holocausto. Es la cualidad sin precedente del régimen nazi la que mejor explica la naturaleza sin precedente del Holocausto. Al atacar todo lo que había sido definido como humano y moral anteriormente, era en cierto modo lógico que el nazismo viera a los judíos como su principal enemigo. ¿Por qué debería ser así?

Los judíos son un grupo de gente muy peculiar. No pueden ser definidos, por cierto, en términos raciales/genéticos, a pesar de que ciertas enfermedades se dan en mayor proporción entre ellos que entre otros grupos y a pesar de una declaración reciente de que se pueden distinguir ciertas cualidades genéticas en algún sector del pueblo judío –que tradicionalmente es considerado como descendiente de los sacerdotes de la tribu de Leví y que generalmente llevan el apellido Cohen y ciertos derivados del mismo–, cualidades que carecen otros judíos.

Judíos oriundos de Etiopía, la India, Marruecos y Rusia, evidencian el resultado de la mezcla con otros grupos étnicos. En el primer siglo de la era cristiana –en el cual fue destruido el Templo de Jerusalén– la población judía se duplicó, si no más, y ese no fue el resultado de un aumento natural sino de la incorporación al pueblo judío de grandes cantidades de miembros de otros pueblos mediante un proceso cuyos detalles no están todavía muy claros. En las fuentes judías del período son llamados “los temerosos de Dios” y aparentan haberse unido a las comunidades judías sin una membresía completa; sin embargo, sus niños fueron convertidos al nacer, de modo que la generación siguiente fue completamente judía.

Aunque los judíos no son una “raza”, heredaron una cultura y una civilización en las cuales su religión singular jugó un papel dominante. Esa civilización creó una vasta tradición oral que se convirtió en una tradición escrita e influyó decisivamente en la civilización moderna. El cristianismo y el Islam son retoños de esta tradición. Si, por ejemplo, en el siglo xviii un europeo común poseía algún libro, este habría sido la Biblia cristiana, que se compone de dos partes, el Antiguo y el Nuevo Testamento. Ambos fueron escritos, en gran parte, por judíos. El impacto de la tradición judía puede verse en toda la cultura “occidental” o “septentrional”, desde Chaucer, Shakespeare y Dante a la literatura polaca y rusa, desde el efecto de las enseñanzas morales de los profetas hasta conceptos legales y los derechos humanos. Los mismos judíos no siguen sus preceptos morales en mayor medida que otros, y no son mejores ni peores que cualquier otro grupo. Pero son diferentes desde el momento en que son los portadores de esta tradición especial, aunque la mayoría de ellos desean desesperadamente no ser diferentes en absoluto. Otros enfatizan la diferencia al extremo de crear una barrera infranqueable entre ellos mismos y otros.

La cultura occidental o europea (si aún se la puede calificar como cultura después de Auschwitz) se basan sobre tres pilares: Atenas, Roma y Jerusalén. Pero Atenas y Roma, que son la fuente de la estética moderna, de gran parte de la literatura moderna, de la ley moderna y mucho más, ya no existen. Los griegos e italianos contemporáneos hablan diferentes idiomas, aunque derivados de los antiguos; ya no adoran a los mismos dioses; ya no escriben extensiones de la misma literatura ni siguen costumbres similares. Pero los judíos siguen aquí y su cultura es, si no la más antigua, una de las civilizaciones continuas más antiguas que se conocen. Cualquiera que lea hebreo moderno puede leer textos que fueron escritos hace 3 000 años sin necesidad de un diccionario. Veamos si un lector moderno de inglés puede hacer lo mismo con Chaucer, o un lector moderno de las lenguas hindúes con el sánscrito.

Yo sostendría que hubo una lógica interna del ataque nazi a los judíos, que eran el remanente sobreviviente simbólico de los valores y la herencia que los nazis querían destruir. Este puede ser un factor contribuyente para la definición del Holocausto.

Raul Hilberg, en su análisis monumental, brillante y, en mi opinión, no superado de la burocracia nazi, puede no haber planeado presentarnos un cuadro de una burocracia “teutónica” estereotipadamente eficiente, pero eso es lo que muchos observadores han visto. En realidad, la burocracia nazi estaba atestada de ineficiencia y se dio un margen de libertad muy amplio a iniciativas individuales, las que a veces chocaban con la acción planificada. De las descripciones existentes uno podría quizás atreverse a sugerir que, mientras los expertos burócratas prenazis ocupaban posiciones de responsabilidad, el sistema trabajaba con cierta fluidez como burocracia; sin embargo, a medida que pasaba el tiempo y el régimen nazi influía más y más en las rutinas y políticas de gobierno, la eficiencia disminuyó considerablemente.22 Había una competencia entre los señores nazis cuasi feudales responsables de una u otra estructura burocrática y existían las deficiencias inherentes a una dictadura que funcionaba –en un período de crisis y guerra– de acuerdo con un principio de liderazgo que estimulaba la autoexaltación y la huida de las responsabilidades, mucho más que en un régimen no autoritario.

La relación costo/eficiencia no era evidente –como algunos han sostenido– en las políticas genocidas nazis. Aparte del hecho de que los campos de la muerte –Auschwitz-Birkenau, Chelmno, Sobibor, Treblinka, Belzec, MalyTrostinetz-23 estaban destinados a matar judíos –varios miles de roma, y algunos cientos de prisioneros de guerra polacos y soviéticos también fueron gaseados en ellos–,24 el homicidio de estas multitudes, gente que pudo haber sido utilizada al menos para producir armamentos, construir aeropuertos o rutas, trabajar en campos y fábricas, era contrario a los principios económicos modernos.

Otro aspecto de lo inédito es quizás más elusivo. El modo en que una sociedad moderna que había dado al mundo algunos de los más importantes logros de una cultura humanística se convirtió en un lapso espeluznantemente breve en un terreno de reclutamiento de asesinos brutales, es un hecho con el cual tenemos que lidiar constantemente.25 Lo que resulta sorprendente es la participación de una vasta mayoría de alemanes en proyectos genocidas, primero y principalmente contra los judíos, pero también contra otros. Lo que es aterrador es el pensamiento de que si pudo suceder en Alemania, puede suceder en cualquier otro lado. La acusación genética estereotípica contra los alemanes como tales, tan cara a muchos judíos y no judíos, es una manera de decir que pudo suceder solo en Alemania, con alemanes y porque “nosotros” no somos alemanes, no necesitamos hacernos demasiados problemas.26 Es un caso obvio de represión de la preocupación.

La discusión acerca de los rasgos sin precedente del Holocausto nos conduce a la cuestión de la relación y comparación del Holocausto –como un caso extremo de genocidio– con otros genocidios. Para hacerlo, veamos por un momento al polémico asunto de las definiciones existentes. Yo sostendría que genocidio es la denominación apropiada para el brutal proceso de eliminación grupal acompañado de homicidio masivo que da como resultado la aniquilación parcial de la población víctima, según lo descripto por Lemkin (1973) y la Convención de las Naciones Unidas. La aniquilación total puede ser etiquetada “Holocausto” a falta de una palabra más aceptable. Definido de este modo, el término genocidio sería aplicable, por ejemplo, a lo que los nazis intentaron hacer a la población polaca. No existía el plan para eliminar a todo polaco; existía la intención de eliminar al pueblo polaco en tanto pueblo, como comunidad, por medio de la destrucción de las estructuras económicas polacas autónomas, de la aniquilación de su liderazgo religioso, de la devastación de todas las instituciones educativas y el impedimento de cualquier tipo de estructuras políticas polacas. Todo esto fue acompañado por la esclavitud, el secuestro de niños, la germanización forzosa y el asesinato masivo.

Las analogías entre el genocidio de los judíos y el genocidio de los polacos son obvias. ¿Cuáles son las diferencias? Para los polacos no había planes de eliminación total. Un primer borrador del así llamado Generalplan Ost (programa general para los territorios del Este) que fue presentado a Himmler a fines de 1941 por el doctor Konrad Meyer-Hetling, preveía la expulsión de 31 millones de personas en las áreas polacas y soviéticas y la germanización del resto, seguramente por medio de la liquidación de la intelligentsia y todo potencial de liderazgo, una política que se había practicado con los polacos desde septiembre de 1939. El plan no incluía detalles; éstos fueron considerados luego por el doctor Erhard Wetzel, un importante oficial de las ss y “experto en temas raciales”. Los pueblos bálticos serían eliminados como grupos separados, los elementos germanizables serían absorbidos, y aquellos que no eran germanizables –nicht eindeutschungsfahig– serían invitados a constituir la clase gobernante de los eslavos expulsados en el Este. A Wetzel le parecía “obvio que la cuestión polaca no podía ser resuelta de la misma manera en que se hacía con la cuestión judía, el exterminio. Tal solución [...] sería una acusación permanente contra el pueblo alemán por generaciones” (Heiger, 1972).27 Él propuso germanizar a algunos y deportar al resto a Siberia occidental, donde su antagonismo hacia los rusos aseguraría que nunca se formaría un frente unido antialemán. Los elementos antialemanes serían aniquilados. Los ucranianos que no pudieran ser germanizados también serían utilizados contra los rusos y los bielorrusos formarían una población vasalla de reserva disponible para utilizar en diversos trabajos.

Asimismo, Wetzel se oponía a la matanza masiva de los rusos, que había sido propuesta por el doctor Wolfgang Abel, del Instituto Kaiser Wilhelm, la misma institución ilustre de estudios académicos que había apoyado al famoso médico Josef Mengele de Auschwitz. Wetzel pensaba que los rusos serían necesarios para trabajar pero había que tenerlos bajo control, “con la cuerda muy corta”. La reacción de Himmler a estas propuestas fue positiva. Los nazis habrían tratado de poner en práctica estos planes si no hubieran sufrido la derrota de Stalingrado. No menos importante fue el plan –que no funcionó en la práctica– de hacer morir de hambre a alrededor de 30 millones de la población soviética conquistada con el objeto de proveer de alimentos a Alemania.28 Entonces: esclavitud, deportación, destrucción de nacionalidades como grupos identificables, asesinato masivo por hambre o por homicidio activo; en otras palabras, genocidio, pero no Holocausto.

El término genocidio se aplica aún con más exactitud al caso armenio en el cual también se aspiraba a la eliminación de la identidad armenia, y todos los armenios en lo que era considerado territorio étnico turco fueron exterminados mediante el homicidio masivo, aunque la muerte de todo armenio en cualquier lugar no era postulada como un objetivo. La persecución fue étnica, no racial, como en el caso judío. El destino de los armenios otomanos fue afectado decisivamente por un acontecimiento ya mencionado: las grandes potencias intervinieron a favor del deseo armenio de desarrollar su autonomía cultural y política dentro del marco del Imperio otomano, para influenciar y debilitar al imperio, pero no estaban preparados para continuar la tarea. Los armenios, alentados por el apoyo de las potencias, demandaron autonomía enfureciendo a los nacionalistas turcos, pero fueron abandonados a su suerte por aquellos que en apariencia los habían apoyado. Nadie se preocupó por los ellos y su tragedia fue olvidada, como se supone que Hitler había dicho de ellos cuando se discutía el destino de los polacos antes de que los ejércitos atacaran Polonia.29 Los judíos fueron igualmente abandonados por las potencias occidentales –las que expresaban compasión por su suerte– pero, a diferencia de los armenios respecto de los turcos, los judíos nunca demandaron nada de los alemanes. Las similitudes y las diferencias son nuevamente evidentes; las diferencias radican en que los armenios eran un grupo étnico reconocido dentro del Imperio otomano, mientras que los judíos a veces eran considerados un grupo étnico, otras un grupo puramente religioso y, en ocasiones, una combinación de ambos; tampoco había un precedente internacional legal que hubiera obligado a las potencias a intervenir en su favor, a diferencia de los armenios. En este caso, nuevamente, el número de víctimas comparado con el número total de la población seleccionada como objetivo –probablemente casi la mitad– quizás sea más alto que en el caso judío –un tercio de los judíos del mundo fueron exterminados, lo que puede ser también comparable al caso de los tutsi–.

Un rasgo llamativo del genocidio armenio es su negación por parte de los herederos de los criminales. La Alemania nazi fue derrotada y sus herederos, por el contrario, reconocieron el homicidio de los judíos –el Holocausto– así como el homicidio de otras víctimas. Los Estados Unidos han aceptado que los norteamericanos del siglo xix fueron responsables del asesinato de los indios norteamericanos y España ha reconocido lo que los españoles hicieron en las Américas. Esto es verdad también con respecto a otros genocidios, aunque no todos. La Turquía moderna, sin embargo, se niega terminantemente a reconocer la destrucción masiva del pueblo armenio, aunque el régimen republicano turco establecido por Mustafa Kemal Pasha Atatürk, en un punto, en sus propias palabras, no solo reconoció los hechos, sino que explícitamente condenó al gobierno de los Jóvenes Turcos que había sido responsable de ellos.30 La Turquía republicana revirtió la derrota de los ejércitos turcos a manos de los aliados, forzó un intercambio de poblaciones con Grecia, estableciendo así una nación homogénea –con la excepción de los kurdos en Turquía oriental–, y resolvió suprimir la memoria del genocidio. Pudo hacerlo porque se convirtió, gracias a los esfuerzos del gobierno kemalista, en un poder victorioso, en un sentido muy real. Los poderes victoriosos no necesitan buscar esqueletos en sus armarios. Lo que esta negativa produce en la identidad nacional turca es otro asunto. Se podría sostener que Turquía nunca adquirirá una identidad equilibrada a menos que reconozca que los predecesores del régimen presente decidieron el homicidio de otro pueblo.

Una conclusión similar puede extraerse del asesinato de los roma. Dos historiadores judíos estadounidenses, Sybil Milton y Henry Friedlander, han argumentado en una serie de publicaciones, que lo que ellos llaman el Holocausto es lo que los nazis hicieron a los judíos, los “gitanos” y los discapacitados alemanes (unos 70 000 de los cuales fueron asesinados en la primera etapa de lo que fue conocido eufemísticamente como el programa de “eutanasia”, hasta agosto de 1941, y muchos miles más secretamente después).31 El argumento es que las políticas nazis hacia los roma y los discapacitados estaban motivadas por la misma clase de ideología racista que motivaba la política hacia los judíos.

Las políticas nazis hacia los roma y los discapacitados estaban, es verdad, formuladas en términos racistas y basadas en una ideología biológico/racista. Citas de estos y otros autores de órdenes de Himmler y opiniones y directivas políticas dadas por otros nazis, son prueba fehaciente de esto. El hecho es, sin embargo, que todas las políticas nazis hacia otros pueblos estaban regidas por su enfoque racista. Es así, por ejemplo, que a los oficiales ss no les estaba permitido casarse con mujeres italianas sin recibir autorizaciones especiales, porque los italianos no eran considerados iguales a la raza superior, aun cuando Italia era un aliado de Alemania. Por supuesto, era imposible mantener estos principios racistas en el mundo real. Los eslavos eran considerados inferiores a los arios, pero los eslovacos, los croatas y los búlgaros –todos eslavos– eran aliados, de modo que no había una política general anti eslava. En cambio, algunos eslavos eran tratados como arios subhumanos –Untermenschen-; otros no. Se consideraba que los latinos eran mejores que los eslavos, pero el pobre desempeño de los soldados italianos en los campos de batalla aparentemente introdujo algunas dudas al respecto en las mentes de los buenos nazis. Las actitudes hacia los roma eran complicadas por su lugar de origen, la India noroccidental, lo que los hacía arios. La solución fue etiquetarlos como arios de tipo bajo que se habían mezclado con lo más bajo de los arios europeos –incluyendo a lo más bajo de la misma población alemana–. Se habían convertido, a ojos de los nazis, en criminales sociales hereditarios.

La documentación sobre este modo de catalogar según estereotipos surge de una gran cantidad de fuentes nazis, quienes fundaron una organización especial, el Instituto de Investigación para la Higiene Racial y Biología de la Población en el Ministerio de Salud del Reich –Rassenhygienische und Bevólkerungsbiolo-gische Forschungsstelle des Reichsgesundheitsamtes–, insinuando que el problema “gitano” –como el judío– era básicamente un problema de medicina social –preventiva–. El instituto estaba manejado por un médico joven, Robert Ritter, y una enfermera, Eva Justin –quien trabajaba como practicante médica y recibió más tarde su diploma de médica–. Ellos lograron dividir 18 922 de los 28 607 gitanos en Alemania según la “raza”: 1 079 fueron clasificados como gitanos “puros”, 6 992 como “más gitanos que alemanes”, 2 976 como “mestizos”, 2 992 como “más alemanes que gitanos”, 2 231 como inciertos, y 2 652 como “alemanes que se comportaban como gitanos” (Zülch, 1979: 85-90, citado en Bauer, 1985: 73-100; véase también Bauer, 1994: 451-453).

En 1938 Himmler declaró que la “solución” de la cuestión gitana debía estar de acuerdo con los principios raciales. Tras el arresto de muchos roma alemanes (principalmente de los clanes sinti) –varios fueron ubicados en campos especiales, y una cantidad considerable fue enviada a campos de concentración– se le presentó a Himmler un problema: después de todo, los gitanos sinti no eran judíos, y, en principio, se suponía que la ideología nazi respetaba las cualidades singulares de cada raza –excepto los judíos y los negros–, especialmente porque los gitanos eran, al menos en parte, arios, y algunos de ellos, los gitanos “puros”, debían ser tratados mejor aún que los parcialmente arios. Por lo tanto, Himmler decidió separar a los gitanos alemanes de acuerdo con los hallazgos de Ritter. Los gitanos puros y aquellos que eran más gitanos que alemanes serían protegidos del exterminio según un arreglo que semejaba a los Consejos Judíos –Judenrat-: nueve jefes sinti liderarían a estos grupos. El consideró incluso la posibilidad de darles permiso para mantener su vida nómada. El poderoso secretario de Hitler, Martin Bormann, puso reparos (3 de diciembre de 1942). Los historiadores estadounidenses mencionados más arriba citan esta objeción para demostrar que la idea de Himmler de segregar a los gitanos puros para mantenerlos vivos no dio resultado. Sin embargo, hay ahora nuevos descubrimientos: Himmler se encontró con Hitler el 6 de diciembre de 1942 y como resultado, el 27 de febrero de 1943, Himmler informó al ministro de justicia, Otto Thierack, que se continuaría la discusión sobre “la cuestión gitana” en base a la información recibida de la secretaría del partido (Bormann). “Una reciente investigación” había dejado en claro “que hay elementos raciales positivos también entre los gitanos”.32 Se aseguró a Bormann que no había ningún plan para dejar que los gitanos deambularan en el territorio del Reich; les sería permitido circular en un área circunscripta fuera de los límites del Reich en grupos controlados –aparentemente– por la policía alemana. Parece claro que Himmler había decidido, en principio al menos, dejar vivos a estos roma. Parece también que, como resultado de estas discusiones con Hitler, el resto de los roma alemanes serían asesinados después de ser utilizados como fuerza de trabajo: el 16 de diciembre de 1942 Himmler ordenó que todos los roma que se hallaban en el Reich, no incluidos en la categoría de los puros –y algunos otros– fueran enviados a campos de concentración. Aquellos que no fueran enviados allí serían esterilizados –se mantuvieron discusiones a principios de enero de 1943 entre varias ramas de las ss–. De este modo, con la posible excepción de los roma puros, quienes en ningún caso tendrían permitido permanecer en Alemania, todos los otros roma en el Reich serían expulsados, ya sea mediante el homicidio o la esterilización.

En este punto, debo señalar dos grandes diferencias entre el trato dado a los judíos y el que se dio a los roma. En el caso judío, el principal ataque homicida se dio a los que tenían tres o cuatro abuelos judíos. Los “medio-judíos” –Mischlinge– tenían una oportunidad de sobrevivir porque los nazis estaban inseguros acerca de cómo tratarlos (Hilberg, 2005: 8392, 456-469). Por el contrario, el ataque principal a los roma fue dirigido a los “mestizos”, porque el peligro, desde un punto de vista nazi, era el de penetración de la sangre gitana en la raza aria. En principio, tal mezcla era posible porque los roma no eran judíos; pero como la mezcla era indeseable, debía ser evitada. Por lo tanto, los roma puros en el Reich tenían una oportunidad de sobrevivir; los judíos puros no la tenían.

Un segundo asunto, mucho más significativo: todo el problema gitano era de una importancia marginal para el régimen nazi. Hitler mismo parece haber mencionado a los gitanos solo dos veces, ambas durante conversaciones dispersas de sobremesa. Una vez, el 2 de mayo de 1940, Hitler objetó la presencia de gitanos en la Wehrmacht y dijo que hablaría con el comandante del ejército, el general Wilhelm Keitel sobre eso; pero la orden de sacar a los gitanos del ejército no fue emitida hasta febrero de 1941. El 2 de octubre de 1941 Hitler se quejó del sufrimiento de los campesinos alemanes a manos de los gitanos, y opinó que los húngaros eran como los gitanos (Zimmermann, 1996: 13-15). Yo he afirmado reiteradamente que los nazis veían en los roma un problema marginal, y fui atacado por ello; esto, por supuesto, es una tontería. Es simplemente un hecho que para los nazis los judíos fueron el enemigo central, un Satán metahistórico que debía ser destruido. Los roma, para los nazis, fueron un problema menos irritante y, como con otros problemas sociales, la tendencia del régimen nazi era solucionarlo mediante el homicidio.

Los roma que vivían en el Reich eran apenas una pequeña minoría de los roma europeos. Michael Zimmermann ha examinado una gran cantidad de material acerca de los roma que habitaban otros países europeos. Aunque nuevos descubrimientos pueden cambiar las conclusiones a las que llegó, vale la pena repetirlas. En Serbia, que fue el primer país donde todos los judíos fueron asesinados, hubo masacres de varones roma y judíos. La primera fue una represalia por el asesinato de soldados alemanes a manos de los partisanos. Entonces, todos los varones judíos, y luego también las mujeres y los niños fueron asesinados e incluso algunos roma, utilizando el mismo lugar tanto para los judíos como para los roma. El 8 de diciembre de 1941 se estableció un campo en Semlin, próximo al asentamiento roma cerca de Belgrado, y fueron encarcelados allí entre 6 280 y 7 500 judíos, incluyendo mujeres y niños, junto con 292 mujeres y niños roma. Los judíos fueron masacrados; las familias roma fueron liberadas (Zimmermann, 1996: 255-257). En 1943 había 115 000 roma en Serbia. Hacia el fin de la guerra, cerca de 1 000, casi todos varones, habían sido exterminados por los alemanes. Aunque muchos de los otros sufrieron y murieron en el curso de la guerra, incluyendo algunos como víctimas de atrocidades alemanas antipartisanas y algunos como partisanos y soldados, la gran mayoría sobrevivió. La prueba real de las políticas relacionadas con los roma pudo verse en los territorios soviéticos ocupados. Las órdenes dadas a los Einsatzgruppen en agosto de 1941, aparentemente extendían el asesinato de los judíos y los comunistas a los roma. Pero tres Einsatzgruppen, A, B y c, no buscaron a los roma, de modo que pocos fueron eliminados. Por el contrario, el grupo D de Otto Ohlendorf, mató a “todos” los gitanos “porque no estaban establecidos”, lo que indicaría que él tomó como objetivo a los roma nómades, no a los que estaban asentados, aunque no hay una evidencia clara que lo corrobore (Zimmermann, 1996: 261).

En Crimea fueron muertos tanto los roma asentados como los nómades principalmente por parte de los efectivos de Ohlendorf: a fines de 1941, 824 roma, más 17 645 judíos, y otros 1 585 roma, algunos de los cuales estaban probablemente establecidos, y alrededor de 10 000 judíos a principios de 1942, para un total de 31 000 personas (Zimmermann, 1996: 263-264).

Sin embargo, lentamente se fue desarrollando una política diferente. El 21 de noviembre de 1941, el general que comandaba las áreas de retaguardia en el frente norte decretó que “a los gitanos establecidos, que hayan estado viviendo en el mismo lugar durante dos años, y no estén bajo sospecha política o criminal, no se los debería molestar” (Zimmermann, 1996: 265). Hubo excepciones, como el comandante de la división de infantería 339, que quería eliminar a todos los gitanos. Pero desde principios de 1942 en adelante, la política general –como lo muestra Zimmermann para la región báltica– fue diferenciar entre los roma asentados y los nómades, aunque en la práctica, por ejemplo en Letonia, no se hizo esta distinción hasta abril de 1942, cuando el comandante de la policía del orden –Ordungspolizei/orpo–, Karl Friedrich Knecht, decidió que “solo los gitanos nómades” debían ser exterminados. Como resultado, casi la mitad de los 3 800 roma de Letonia murieron. Especialmente en Estonia, la nueva política llegó demasiado tarde para salvar a la pequeña población roma local (Zimmermann, 1996: 271). El Ostministerium, responsable de la administración civil en las áreas bálticas y partes de Bielorrusia dirigido por Alfred Rosenberg, provee un buen ejemplo de esta política inconsecuente. En 1942 se decidió no diferenciar entre los roma asentados y los nómades. Luego, el 11 de mayo de 1943, cuando una orden sugerida por la administración local fue enviada a Berlín para su revisión, Himmler aclaró que “los gitanos asentados debían ser tratados como la población local” (Zimmermann, 1996: 275). Para la Polonia ocupada, Himmler ordenó el 13 de agosto de 1942, por medio del comandante de la policía del orden en el lugar, que en principio la policía no debía intervenir contra los gitanos asentados (Witte, Wildt y Voigt, 1999: 405). Es obvio que tales decisiones dejaban mucho lugar para iniciativas homicidas. Un historiador polaco citado por Zimmermann, Jerzy Ficowski, afirma que 8 000 de los 28 000 roma en Polonia, fueron asesinados (Zimmermann, 1996: 283). Si ahora, después de más de cincuenta años, de acuerdo con información incompleta, hay en Polonia mucho más de 100 000 roma, la cifra de 28 000 roma en la preguerra es problemática; parece que es necesaria más investigación.

Es probable que la única zona donde no se hizo distinción entre roma nómades y los asentados fuera Croacia, donde fueron asesinados entre 25 000 y 50 000. Allí, sin embargo, seguramente la iniciativa no fue alemana sino local. El régimen fascista croata de Ante Pa– velic asesinó a cientos de miles de serbios, decenas de miles de roma, y unos 35 000 judíos, con los alemanes observando sin intervenir. Los alemanes solo “ayudaron” con los judíos: lo que quedaba de los judíos croatas fueron deportados a los campos de la muerte en Polonia.33 En Rumania, el régimen fascista local deportó a unos 20 000 / 26 000 roma (de 300 000), junto a unos 170 000 judíos, a Transnistria –territorio entre los ríos Dniéster y Bug, administrado por los rumanos–, en la Ucrania ocupada. De los roma deportados, se estima que han muerto entre 8 000 y 9 000, aunque una fuente rumana no muy confiable dice que durante la guerra murieron en Rumania un total de 36 000 roma (Zimmermann, 1996: 288289). Las pérdidas en Eslovaquia y Hungría fueron pequeñas en comparación y tuvieron lugar en las etapas finales de la guerra, con su consecuente confusión y la brutalidad incrementada por parte de los ejércitos alemanes en retirada.

De acuerdo con las órdenes de Himmler, se deportaron 22 600 a Auschwitz, 81% de los cuales provenía del Reich y el “protectorado” (las tierras checas) y 6% de Polonia. Los registros de Auschwitz muestran que más de 5 600 fueron gaseados, y más de 13 600 murieron de hambre, enfermedades y agotamiento. De los roma alemanes y austríacos, 2 500 fueron esterilizados, lo que significó un desastre indescriptible, en cierto sentido peor que la muerte, en términos de la cultura roma. Adicionalmente, 5 007 roma austríacos que fueron deportados al gueto judío de Lodz, murieron en Chelmno, y de los 2 330 deportados a Polonia desde Alemania en las primeras etapas, más del 50% murieron, lo mismo que la mitad de los cerca de 1 000 roma del Reich detenidos en varios campos de concentración. En total, alrededor de 15 000 roma alemanes y 8 250 roma austríacos murieron (de un total de 37 000, excluyendo para nuestros propósitos a aquellos definidos por Ritter como alemanes que se comportaban como gitanos). No está claro si aquellos que no fueron asesinados eran “gitanos puros” o “más gitanos que alemanes”.

Zimmermann no aporta una cifra total de las pérdidas de los roma, pero si sumamos los números de los países europeos individuales contenidos en esta investigación, llegamos a un gran total de alrededor de 150 000. Como no sabemos cuántos roma había en 1939, no podemos estimar las pérdidas en porcentajes.34

Deseo repetir que no hay una gradación del sufrimiento y que el número de víctimas no determina la crueldad del ataque. Claramente, los nazis deseaban eliminar a los roma como un grupo de gente identificable, los portadores de una cultura. Llevaron a cabo esta política por medio del asesinato masivo, la humillación, la brutalidad y el sadismo extremos. Dentro del Reich, esto significó la eliminación total por homicidio, esterilización o deportación. Fuera del Reich, después de un período de hesitación y señales confusas, los roma nómades fueron asesinados, mientras que los roma establecidos, en líneas generales, se salvaron.

Lo que tenemos aquí es un genocidio, no un Holocausto, es decir, no un propósito de asesinar a cada individuo de la población elegida, a una escala global y su implementación –hasta donde el perpetrador hubiera podido–. Los nazis no tenían el objetivo de matar a todos los roma. Himmler escribe en su cuaderno de citas, el 20 de abril de 1942, después de un encuentro con Hitler, “Keine Vernichtung der Zigeuner” [“no hay que exterminar a los gitanos”] (Witte, Wildt y Voigt, 1999: 405). La opinión expresada tan a menudo por varios historiadores según la cual los alemanes planeaban aniquilar a todos los roma, es errónea.

He dedicado atención a la comparación del Holocausto con el genocidio de los roma por lo que creo es una interpretación errónea que está ganando espacio en la literatura sobre el genocidio. La raíz del error podría ser expresada en la muy legítima pregunta: ¿Cuál es la razón para subrayar diferencias cuando los paralelismos, especialmente en el hecho básico del asesinato masivo, son tan obvios? Hay un par de respuestas. Una es que si consideramos que toda brutalidad y homicidio son lo mismo, no hay motivo para hacer ninguna diferencia entre el asesinato masivo, el genocidio y, digamos, la muerte salvaje de niños de un pueblito escocés a manos de un individuo perturbado: todas las víctimas de asesinatos deberían clasificarse del mismo modo. Las diferenciamos por una razón pragmática: para facilitar la lucha contra todos estos tipos de asesinato. Tal como no podemos combatir el cólera, la tifoidea y el cáncer con la misma medicina, el asesinato masivo por razones políticas debe ser combatido de manera diferente a la utilizada para los genocidios y los Holocaustos.

Esto nos conduce a una segunda razón por la cual las diferencias deben ser analizadas: al aprender lo que ha sucedido la última vez, aprendemos no solo acerca de los criminales sino también acerca de los llamados espectadores, y acerca del comportamiento de las poblaciones víctimas y sus grupos de liderazgo bajo este tipo de amenaza máxima. Adquirir conocimiento deja al descubierto la relación dialéctica entre la particularidad y la universalidad del horror. El Holocausto le aconteció a un pueblo específico por razones específicas en un momento específico. Todos los acontecimientos históricos son concretos de esta manera: suceden a gente específica por razones específicas en momentos específicos. No se repiten exactamente sino aproximadamente y con las mismas características de especificidad. Y eso es, precisamente, lo que los convierte en acontecimientos de significación universal. Lo que sucedió puede volver a suceder. Todos somos víctimas posibles, criminales posibles o espectadores posibles. Con respecto a Ruanda, Camboya, la ex Yugoslavia y Darfur, la mayoría de nosotros somos espectadores que, hasta el momento, hemos aprendido muy poco del pasado. El Holocausto es una advertencia. Agrega tres mandamientos a los diez de la tradición judía: no cometerás crímenes, no serás una víctima pasiva, no serás, por cierto, un espectador. No sabemos si tendremos éxito en difundir este conocimiento. Pero si hay una oportunidad siquiera en un millón, ese sentido debe prevalecer; tenemos una obligación moral, en el espíritu de la filosofía ética –moral– kantiana, de intentarlo.

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Este artículo es una versión editada del capítulo 3 del libro Reflexiones sobre el Holocausto (2013) que presentamos con el consentimiento del profesor Yehuda Bauer y los traductores y editores. El libro fue publicado en Jerusalén por e.d.z Nativ Ediciones bajo la dirección editorial de Efaim Zadoffy la traducción de Enrique Zadoff a partir del original en inglés Rethinking the Holocaust (2001), y publicado por Yale Univeristy Press.

Doctor en historia por la Universidad Hebrea de Jerusalén. Profesor Emérito de Historia y Estudios del Holocausto en el Avraham Harman Institute of Contemporary Jewry en la misma universidad, así como Consejero Académico para Yad Vashem (Israel). Editor fundador del Journal of Holocaust and Genocide Studies. Ha escrito numerosos artículos y libros sobre el Holocausto y los genocidios. En 1998 fue galardonado con el Israel Prize, el más alto reconocimiento civil en Israel, y en 2001 fue electo miembro de la Israeli Academy of Science. Bauer ha servido como asesor del Task Force for International Cooperation on Holocaust Education, Remembrance, and Research, y como consultor senior para el gobierno sueco sobre el International Forum on Genocide Prevention. Entre sus publicaciones destacan: A History of the Holocaust (1982); Rethinking the Holocaust (2001); y The Jews – A Contrary People (2014).

Robert Melson (1995 y 1992) llegó a conclusiones similares a las mías.

Fromm (1955: 42) escribió: “Si no puedo crear vida, puedo destruirla. También al destruir vida trasciendo. Efectivamente, la capacidad del hombre de destruir vidas es tan sorprendente como su capacidad de crearlas, porque la vida es en sí un milagro, algo inexplicable. En el acto de la destrucción, el ser humano se sitúa por encima de la vida, trasciende a sí mismo como criatura. Por ello la última opción del hombre al desear trascender a sí mismo, es la de crear o destruir, amar u odiar. La avidez inmensa por destruir que presenciamos en la historia humana, que en nuestro tiempo adoptó una forma tan amenazante, está enraizada en la naturaleza humana, tal como está arraigado el impulso de la creatividad”.

“Matad, pues, ahora a todos los varones de entre los niños; matad también a toda mujer que haya conocido varón carnalmente. Pero a todas las niñas entre las mujeres, que no hayan conocido varón, las dejaréis con vida” (Números 31:17-18).

Pocos historiadores negarían esta afirmación. Algunos historiadores y pensadores cristianos irán más lejos aún y dirán que hay una línea directa de continuidad entre el antisemitismo cristiano y la versión nazi. Yo no apoyo esta opinión. Véase: Nicholls (1993).

Véase: Littell (1975).

Uriel Tal (1974: 72) planteó que en tanto que para el antisemitismo cristiano el judío era un símbolo de Satán y las fuerzas diabólicas en el mundo, para el nacionalsocialismo el judío era Satán. De simbolizar el mal se convirtió en el mal en sí mismo –una transformación muy significativa–. “El significado del símbolo y su función estructural se revirtió por completo. Se negó al símbolo la función de representar algo más allá de él o representar ‘una entidad que trasciende’, que la señala, la sustituye, encubre lo que nunca puede ser descubierto [...], el símbolo [...] se convierte en idéntico al original del cual proviene [...], el judío ya no es más el símbolo del antinazismo”. Los Nazis argumentaban que el judaísmo es “el demonio que se convirtió en visible”. Palabras de Alfred Báumler en 1943, citadas por Tal (1981: 63).

Véase: Yerushalmi (1982).

En mi opinión, mi amigo y colega Raul Hilberg demostró en varias ocasiones de un modo convincente el papel central que cumplió la burocracia alemana en la destrucción de los judíos. Intencionadamente evitó discutir la razón que motivó esta acción. Él solía decir que no quería formular grandes interrogantes por temor a tener que presentar pequeñas respuestas; sin embargo su respuesta se acerca a la mitificación: nunca sabremos; algunas de las preguntas no tienen respuesta. En principio la respuesta podría ser válida para toda acción humana: los seres humanos están motivados a realizar una acción social cuando en su sociedad hay un consenso a actuar de este modo que se expresa en la ideología dominante.

Véase: Friedländer (1997).

Véanse: Melson (1989 y 1996); Dadrian (1994); véase también una compilación de trabajos sobre el genocidio armenio con contribuciones de Roger Smith, James Reid, Robert Nelson y otros en Hovanissian (1992).

Véanse: Fein (1997); Der Überblick (marzo 1994, septiembre 1994, enero 1996, marzo 1996); Prunier (1995).

Kampuchea Democrática fue el nombre oicial de Camboya bajo la dictadura de Pol Pot (N. de la E.).

Véanse: Ciernan (1997); Kiernan (1996).

Véase: Zimmermann (1996).

Ver las famosas instrucciones de Goering a Heydrich del 31.7.1941, Documentos del Juicio de Núremberg, ps-710. En su entrevista con el Mufti de Jerusalén Hadj’ Amin al-Husseini, el 28.11.1941, Hitler dijo que Alemania estaba decidida a exigir de todos los países europeos la solución de la cuestión de los judíos “y en la oportunidad apropiada se dirigirá con la misma demanda a los pueblos de afuera de Europa” (sich im gegebenen Augenblick mit einem gleichen Appell auch aussereuropäische Völker zu wenden). Citado en Mallmann y Cüppers (2006: 101-103).

Véase: Bauer (1994).

A pesar de su negación, en su libro Los verdugos voluntarios de Hitler, Daniel Goldhagen (1997) presenta una explicación supuestamente genética al comportamiento alemán.

Véase: Ancel (2002).

Véase: Bauer (2013), en el capítulo 4, el debate sobre el libro de Zygmunt Bauman, Modernity and the Holocaust (1989).

Véase: Rausching (1939).

Herf (1984) plantea que la versión alemana del modernismo era una combinación de un rápido desarrollo industrial moderno con la continuación del dominio político de la élite social aristocrática y reaccionaria que logró absorber la emergente élite de industriales y grandes comerciantes. La mayoría de los miembros de esta élite eran movidos por una ideología cuya mirada estaba puesta en el pasado. La clase media liberal no logró vencer a esta fuerza. En mi opinión, el análisis de Herf es convincente; los casos de Japón durante y después de la Revolución Meiji y la Rusia zarista prebolchevique (que no es mencionada por Herf) parecería que presentan una situación paralela. Para una descripción parcial de los problemas internos de la burocracia nazi véanse: Aly (1995) y Bauer (2013) capítulo 4.

El campo de exterminio Maly Trostinetz cercano a Minsk, ha sido descrito recientemente y aún resta realizar una amplia investigación. El número de víctimas probablemente fluctúa entre 200 000 y 230 000 personas. Ahí fueron asesinados no solo judíos. Véase: Tsur (1995). Gerlach (1999) cita un número mucho más reducido de cerca de 60 000.

Para una descripción detallada de la estructura interna de los campos nazis, véase: Gutman y Berenbaum (1994).

Goldhagen está acertado en destacar este hecho, aunque ya otros lo señalaron antes que él.

Véase: Goldhagen (1997).

Para una documentación más amplia, véase: Madajczyk (1990).

Véase: Gerlach (1999).

Palabras de Hitler del 22.8.1939. Lo que dijo en forma precisa y si es que lo dijo, está en discusión. Sin embargo hay un testimonio razonable que comentó algo cercano a lo que se le atribuye. Véase: Bardakjian (1985).

Según el General Harbord, jefe de la legación militar estadounidense a Armenia, en una entrevista realizada el 22.9.1919, Mustafá Kemal protestó que “solo Turquía es considerada responsable por la masacre de 800 000 de sus ciudadanos”; y el 20.4.1920, al día siguiente de la inauguración del nuevo parlamento turco, Atatürk se refirió a “las masacres contra los armenios” calificándolos como un acto vergonzoso. Los líderes Ittihadistas (o unionistas) y sus cómplices “merecen la horca. ¿Por qué los aliados posponen colgar a todos estos bandidos?”, citado en Dadrian, (1991: 549).

Frielander (1995: xiii) dice: “Comprendí que el régimen nazi asesinó en forma sistemática solo tres grupos humanos: los minusválidos, los judíos y los gitanos”. El hecho que se haya centrado en los roma alemanes se aclara solo cuando agrega: “Desde un principio excluyó el régimen de los grupos elegidos de la comunidad nacional” (Ibíd., 1995). Esto es totalmente cierto pero irrelevante: es posible agregar también a otros opositores políticos o de otra categoría (como ser homosexuales que eran denunciados a las autoridades o Testigos de Jehová), a pesar de que no fueron excluidos por razones biológicas. Friedlander continúa: “Con la invasión de la Unión Soviética en junio de 1941, los asesinatos incluyeron a judíos y gitanos” (Ibíd., 1995). Él habla del aniquilamiento de los gitanos. Tal como se demostrará abajo, muchos roma fueron efectivamente asesinados, pero no hubo un “aniquilamiento” planificado de todos los roma. Finalmente, en la página 295 Friedlander dice: “No se puede explicar ninguna de estas operaciones nazis de matanza sin explicar las otras. Juntas representan el genocidio nazi”. Debido a que Friedlander no distingue entre diversas formas de genocidio (incluyendo el exterminio total), él puede poner los tres casos en la misma categoría que, como trato de demostrar, es un error. Al parecer, el trabajo sumamente importante de Friedlander sobre los minusválidos lo condujo a asociar íntimamente el asesinato de los judíos con el de los minusválidos. No deseo ocuparme de la matanza de los minusválidos alemanes. Utilizando un término anacrónico, se puede decir que esta fue una acción de “limpieza” interna, e indudablemente no se trata de un genocidio; fue un asesinato en masa que no fue diferente del asesinato de indeseables políticos y otros por parte de regímenes comunistas, aun cuando diferían en los motivos. Cientos, y probablemente un número mayor, de minusválidos polacos en los territorios anexados al Reich fueron víctimas de masacres, pero en este caso, su asesinato pretendía “liberar” instituciones para que pudieran recibir en ellas colonizadores alemanes de los países bálticos y otros lugares. Véanse: Milton (1991, 1992); Frielander (1995).

Me baso en Zimmermann (1996: 300-301). Esta es la única investigación exhaustiva sobre el destino de los roma europeos después del libro de Kenrick y Puxon (1972) que está desactualizado y es inexacto. Zimmermann es muy cuidadoso y no presenta un resumen de las muertes de los roma. Véase también: se Lewy (2000), quien rechaza la afirmación que contra los roma se cometió un genocidio. No acepto su planteamiento.

Evito el término “campos de exterminio polacos” debido a la implicación totalmente errónea que se podría atribuir a los polacos con algo que tenga que ver con estas instalaciones que fueron establecidas por los alemanes en territorio polaco conquistado.

De acuerdo a informes publicados en periódicos, el número de los roma europeos en 1997 era estimado entre 6 y 12 millones. Se precisa una investigación seria ya que todos los informes solo ofrecen estimaciones y es probable que estén influidos por prejuicios adversos a los roma.

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