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Inicio Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales ¿Hacia una “nueva época” en los estudios de memoria social?
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Vol. 59. Núm. 221.
Páginas 291-316 (mayo - agosto 2014)
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¿Hacia una “nueva época” en los estudios de memoria social?
Towards a “New Era” in Social Memory Studies?
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Bertha Mendlovic Pasol
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Resumen

La memoria social ocupa gran centralidad en el escenario contemporáneo, tanto a nivel retórico como académico. Esto ha resultado en una notable efervescencia teórica y conceptual del campo. Si bien para algunos autores tal tesitura sugiere una falta de precisión y claridad tanto terminológica como del mismo objeto de estudio –e incluso advierte sobre el inminente agotamiento del campo– nuestra perspectiva de análisis coincide con aquellos autores que señalan una reconfiguración de las manifestaciones de la memoria y una reconformación de los ámbitos a los que, en el contexto de la realidad social contemporánea, la memoria reenvía. A través de una historización analítica del desarrollo terminológico y conceptual del campo de la memoria, este artículo describe un primer y segundo periodo de acercamiento al campo, hacia principios y finales del siglo pasado. Asimismo, apunta a la emergencia de un tercer periodo, una nueva época en el hacer memoria y teorizar sobre ésta. En el marco de amplios procesos de globalización y flujos transnacionales, de la hipermovilidad de individuos y objetivaciones culturales impulsada por capacidades tecnológicas y alfabetismo mediático de creciente envergadura se conforman formas, prácticas y espacios mnemónicos antes inéditos. Este escenario exige una actualización de perspectivas, en diálogo con las existentes, y una ampliación de la mirada teórica y conceptual ante las transformaciones de la memoria, en relación dialéctica con sus permanencias.

Palabras clave:
memoria
estudios de la memoria social
cosmopolitización de la memoria
Abstract

Social memory is currently a central topic at both the rhetoric and the academic level. This has led to a remarkable theoretical and conceptual effervescence in this field. While for some authors such state of affairs suggests a lack of precision and clarity –terminologically as well as conceptually– and even warns us about the imminent ‘fatigue’ of the field, our analytical perspective is consistent with those authors who point to a reconfiguration of the manifestations of memory and the social arenas associated with it. Through an analytical historicization of terminological and conceptual developments in memory studies, this paper outlines a first and second ‘era’ of memory studies, towards the beginning and end of the last century. It also points to the emergence of a third period, a ‘new era’ in memory praxis and theory. As part of broader processes of globalization and transnational flows, as well as hypermobility of individuals and cultural objectification, fuelled by increasing technological capabilities and media literacy, unprecedented mnemonic modes, practices, and spaces develop. This scenario suggests a need for new perspectives, which can dialogue with existing ones, and an expansion of the theoretical and conceptual focus on the transformations and continuities of memory.

Keywords:
memory
social memory studies
cosmopolitanization of memory
Texto completo
Introducción

La memoria no es ahistórica; como forma social se transforma y tiene, por tanto, su propia historia. Las diferentes formas de recordar no sólo caracterizan las diferentes épocas y mentalidades, sino que se constituyen en un rasgo fundamental de la misma existencia de éstas (Olick, 1998). Desde esta perspectiva, en el proceso de dar cuenta de las formas que toma la memoria social, de las prácticas que la conforman y los espacios que ocupa en el escenario social contemporáneo, se abren ciertos interrogantes relacionados con su inserción en temporalidades y contextos sociales cambiantes.

Se han señalado dos períodos distintivos en la preocupación social y académica por la memoria que fundamentan, a través de elaboraciones teóricas que aquí retomamos a manera de reseña conceptual, anclajes fundamentales al actual estado del arte. En el marco de éstas, los debates y dinámicas de la memoria social se circunscriben tanto a comunidades de memoria reducidas –grupos sociales primordialistas– como a otras más amplias o construidas socialmente –“comunidades imaginadas” en el sentido de Anderson–. No obstante, estos acercamientos se ven limitados conceptual y metodológicamente a la nación; el dar cuenta de la memoria social o colectiva ha sido, como señalan A. Assman y Conrad (2010), una empresa más bien nacional.

Ahora bien, es insoslayable considerar los profundos cambios sociales que emergen, bajo el impacto de los actuales procesos de globalización y creciente movilidad, en los procesos y prácticas de la memoria. Su vinculación a los discursos globales así como el incipiente ingreso a una arena transnacional –lo que implica nuevos reclamos, reenvíos, agendas, valores y actores sociales–, ha afectado tanto los debates sobre la memoria como su praxis; es imposible comprender las trayectorias de la memoria fuera de un marco de referencia global. ¿Qué particularidades tiene la memoria en estos contextos cambiantes? ¿Qué nuevos términos y conceptualizaciones aparecen en el marco de los debates actuales sobre la memoria? ¿Qué espacios emergen y qué relaciones se exploran?

En este artículo, a partir de un recorrido a través de ciertas perspectivas que, en clave de continuidades y desplazamientos conceptuales y teóricos, influyen en acercamientos e interpretaciones actuales, exploramos –como recurso de reflexión– desarrollos que apuntan a una conceptualización del actual período como una nueva época en los estudios de memoria. En ésta, si bien es patente el diálogo con desarrollos anteriores, se apunta a cambios cualitativos fundamentales que conminan a una mirada teórico-conceptual más amplia.

Centralidad de la memoria en el escenario social contemporáneo

En el ámbito discursivo y retórico o la “realidad social”1

Indiscutiblemente, la memoria ocupa un lugar de gran centralidad, a nivel retórico y discursivo, en el escenario social contemporáneo. Huyssen (2002) ha descrito este fenómeno cabalmente; subraya una renovada pasión por la memoria durante las últimas décadas, una “obsesión cultural de monumentales proporciones en el mundo entero”. La memoria emerge como una preocupación cultural y política clave en las sociedades occidentales (Huyssen, 2003). Este “giro hacia el pasado (…) contrasta de manera notable con la tendencia a privilegiar el futuro, tan característica de las primeras décadas de la modernidad del siglo XX” (Huyssen, 2002: 13); es “síntoma significativo de nuestro presente cultural” (Huyssen, 2003: 3).

Este fenómeno ha convocado a diversos autores que se han ocupado de describirlo y dar cuenta de sus orígenes. Una extensa bibliografía y expresiva terminología refieren a estos esfuerzos.

Huyssen (2002) tematiza la “hipertrofia de la memoria” y la atribuye a una serie de acontecimientos sociohistóricos de gran envergadura: la descolonización y los nuevos movimientos sociales de la década de 1960; el debate sobre el Holocausto a comienzos de la década de 1980, su papel en la reevaluación de la modernidad occidental e incluso, puntualmente, su museización en el formato de un museo-memorial nacional en Washington, inaugurado en 1993; la caída del Muro de Berlín en 1989 y la subsiguiente reunificación alemana en 1990; así como la recurrencia de políticas genocidas en Ruanda y Bosnia a principios de la década de 1990. Una serie de “argumentos secundarios” (Huyssen, 2002: 18) constituyen el relato actual sobre la memoria en su alcance más amplio y diferencian claramente nuestra época de las décadas anteriores del siglo pasado. Estas “obsesiones” y “convulsiones mnemónicas” se manifiestan en prácticas culturales características de la sociedad contemporánea: la restauración de centros urbanos; diversos emprendimientos de protección patrimonial; la proliferación de museos, popularidad de la moda retro y marketing de la nostalgia; las prácticas de automusealización y otras prácticas de memoria en las artes visuales; el auge de documentales históricos en televisión, y la emergencia y popularidad de una cultura del trauma, en forma de apologías políticas del pasado y su conmemoración (Huyssen, 2002).

Nora, entre 1984 y 1992, en una línea similar aunque desde una perspectiva fuertemente marcada por un centramiento en el ámbito nacional –Francia específicamente, como la primer nación en “embarcarse en esta era de ardiente, combativo y casi fetichista ‘memo– rialismo’” (Nora, 2002: 1)– apunta a un cambio profundo y fundamental en las últimas décadas,2 en la relación entre naciones y grupos sociales con el pasado, vinculado a una causalidad dual: 1) la “aceleración de la historia”, en un plano histórico-temporal, que refiere a una característica fundamental del mundo moderno, signado no ya por continuidad y permanencia, sino por un pasado en crecientemente raudo retroceso (Nora, 2002: 4), y 2) la “democratización de la historia” en el plano histórico-social, que refiere a la emergencia de memorias vinculadas a grupos minoritarios para quienes –a partir de la descolonización internacional, doméstica e ideológica característica de la segunda mitad del siglo pasado– la rehabilitación del pasado es parte de una reafirmación identitaria (Nora, 2002: 5–6). Esta “tendencia memorialista” que marca “la era de la conmemoración” (Nora, 2002: 4), se manifiesta característicamente en revisiones críticas de la historia oficial y la recuperación de áreas históricas antes reprimidas; reivindicación de pasados confiscados o suprimidos; interés en la genealogía; multiplicación de eventos conmemorativos y museos; renovada sensibilidad al establecimiento y conservación de archivos, y apego a legados patrimoniales. Al mismo tiempo, una serie de iniciativas epocales reclaman la memoria como llamado a la justicia: la recuperación de la memoria en Europa del Este, la caída de dictaduras militares en América Latina y el fin del apartheid en Sudáfrica (Nora, 2002).

Klein apunta al mundo actual como caracterizado por una “industria de la memoria”:

La memoria nos convoca, en parte dado que proyecta una proximidad que percibimos como ausente en la historia. Cuando otras categorías similares –el Hombre, la Historia, el Espíritu– han perdido gran parte de su brillo, la memoria parece adecuarse de manera ideal a una glorificación (Klein, 2000: 129). Tanto en el discurso académico como el popular, la memoria y los términos que se le asocian continúan invocando un rango de conceptos teológicos así como connotaciones de espiritualidad y autenticidad (Klein, 2000: 130).

La “vigencia de la memoria” y la concomitante “nueva conciencia memorial” es explicada a partir de su capacidad de sintetizar connotaciones tradicionales y esencialistas con invocaciones explícitas a vocabularios postmodernos; adquiere un aura de “religiosidad cultural” y permite “re-encantar” nuestra relación con el mundo (Klein, 2000). “La memoria puede cobrar relevancia en una era de crisis historiográfica precisamente porque emerge como alternativa terapéutica al discurso histórico” (2000:145).

Kansteiner (2002) señala el impacto social de las tecnologías de la comunicación que se desarrollan a un ritmo vertiginoso; la incertidumbre de pertenencias colectivas tras el fin de la Guerra Fría y los desafíos implicados en asimilar las guerras y genocidios.

Winter (2000), por otro lado, apunta a la memoria como la “firma histórica de nuestra propia generación” y a la Primera Guerra Mundial como clave en la fascinación contemporánea por la memoria. Este autor remonta los orígenes del “boom” o “explosión de la memoria” (Winter, 2006: 26) a las formas y prácticas que surgen de la necesidad de conmemorar a las víctimas de esta guerra y que han desembocado en nuevos formatos mnemónicos que incluyen una democratización del culto a los muertos, apropiado al aspecto masivo de este acontecimiento y la glorificación de sentimientos nacionalistas. Estos factores, más que los acontecimientos más actuales, inauguran la pasión del mundo occidental por la rememoración y la contemporánea conflación de historia y memoria que media, de manera profunda, nuestra habilidad para adjudicar sentido al mundo en el que vivimos.

No obstante, la naturaleza de la memoria es multifacética y ecléctica; Winter señala impulsos políticos, tecnológicos y filosóficos que privilegian el tema de la memoria en distintos campos discursivos. Desde un lente político, la memoria emerge como acto identitario en el marco de un contexto que promueve las identidades compuestas (hyphenated identities) de grupos minoritarios; así, las memorias de enfermos y víctimas de sida, de la lucha por la libertad afro-americana, de los japonenses internados en Estados Unidos de América durante la Segunda Guerrea Mundial y de las víctimas del Holocausto expresan un mismo formato de unión de lo particular y lo universal (Winter, 2000).

Como Klein, Winter apunta a la “industria de la memoria”. En una perspectiva que incluye un foco en la generacionalidad, señala factores como la afluencia del mundo occidental, la expansión del sector de servicios y democratización de la educación universitaria, que motiva al consumo de commodities culturales y afecta las reservas de capital cultural circulante en la sociedad. Evidentemente, para que se dé el “boom” mnemónico, debe haber recursos para costearlo y tiempo disponible para consumir los productos culturales derivados (Winter, 2000).

En una línea más demográfica y en el ámbito familiar, las generaciones mayores –que se extienden significativamente por el aumento en la esperanza de vida– se vinculan a las más jóvenes a través de la estafeta de la memoria, vía emprendimientos genealógicos y rescate de memorias, frecuentemente distantes geográfica y temporalmente y, en ocasiones, traumáticas.

Desde una perspectiva epistemológica, el giro cultural en los estudios de historia ha implicado, a su vez, una descolonización de la memoria; los procesos de globalización constituyen un impulso a su transdisciplinariedad (Winter, 2000).

En América Latina, las narrativas de crueldad y opresión en el marco de las dictaduras militares y terrorismo de Estado emergen en la esfera pública como actos de desafío político. La Comisión de Verdad y Reconciliación en Sudáfrica constituye otra forma de políticas identitarias, una “contra-narrativa” que desafía la historia, excluyente y parcial, que anteriormente encubría estas narrativas (Winter, 2000).

Por supuesto, el desarrollo de las tecnologías informáticas juega también un papel en la explosión mnemónica. Desde las décadas de 1960 y 70, bancos de datos audiovisuales y digitales protegen la “voz” de las víctimas (Winter, 2000).

En el ámbito académico

Ahora bien, más allá de la centralidad de la memoria en la producción discursiva, podemos apuntar a un creciente interés por el estudio académico de sus procesos y prácticas.

Kansteiner señala la “multiplicación de los estudios de memoria” (the rise of memory studies) (2002) y Beiner (2008:108), si bien anticipando una “fatiga de la memoria” –que no parece respaldar el estado actual del campo–, refiere a la proliferación contemporánea y vertiginoso crecimiento en los estudios de memoria (mushrooming of memory studies).3

Evidentemente, tal atención académica refleja la percibida relevancia social, política y cultural de la memoria a nivel retórico. A esto se agrega, como señala Kansteiner (2002: 180), una “inusual combinación de relevancia social y desafío intelectual”, que permite adentrarse en “los más interesantes legados filosóficos del pasado siglo”. Tanto las prácticas de la memoria como la reflexión sobre éstas se han convertido en un fenómeno socio-cultural inter y trans-disciplinario, además de internacional en sus alcances y objetos empíricos de interés (Confino, 2010; Erll, 2011; Olick y Robbins, 1998), lo que implica un gran ímpetu a su desarrollo.

Desarrollo conceptual del campo de los estudios de memoria social¿Fecundidad heurística o ambigüedad teórica y conceptual?

Los factores y contextos implicados en el desarrollo del campo se han traducido en una notable efervescencia teórica y conceptual, manifiesta en la heterogeneidad terminológica que se ha construido y aplicado en torno a la memoria como objeto de investigación y a la misma multiplicidad de adjetivos ligados al concepto de memoria. Para algunos autores, tal tesitura, aun cuando es un indicador de la relevancia de la memoria como objeto de estudio y de la vitalidad del campo, advierte sobre la falta de precisión y claridad, tanto terminológica –el término memoria puede aludir a distintos fenómenos y procesos– como del mismo objeto de estudio (Beiner, 2008; Erll, 2011; Kansteiner, 2002; Olick, 1999; Olick y Robbins, 1998).

Para Beiner, gran parte de la floreciente literatura es, en última instancia, derivativa y tautológica; la memoria es un “término resbaladizo”, que no resulta ser “auto-aclaratorio” (Beiner, 2008: 107); Lavabre señala que “la noción misma de memoria colectiva, fosilizada luego de los textos fundadores de Maurice Halbwachs, desgastada por sus usos demasiado numerosos, apenas es en ocasiones poco más que una forma de metáfora” (Lavabre, 2007: 5).

Se han emprendido diversas y múltiples revisiones críticas del desarrollo de los estudios de memoria; éstas han aportado indudablemente a los esfuerzos por definir y aclarar el término y delimitar sus significados y alcances.4 Ello, no obstante, el panorama conceptual y teórico con respecto a este objeto de estudio, no se ha logrado despejar. Rebasa a los propósitos de este escrito –y al estado actual del campo– aclarar cabalmente el término, sumar a lo ya expuesto o exponer estos esfuerzos de manera exhaustiva. Sin embargo, consideramos útil discutir una dimensión a la que apunta este desarrollo. Siguiendo a Erll (2011) y a Assman y Conrad (2010a), nos preguntamos: ¿Podemos apuntar a una ‘nueva época’ en el desarrollo teórico y conceptual de los estudios de memoria social?

¿Hacia una nueva era en los estudios de memoria?

Una historización del desarrollo conceptual y terminológico del término contribuirá a esclarecer tal cuestionamiento. Ahora bien, esta trayectoria no es continua; Erll (2010, 2011) señala dos períodos distintivos en el acercamiento teórico a la memoria que, si bien son discontinuos en el tiempo, presentan una relación de fundamentación y agregación que ha sido esencial al desarrollo del campo. Una característica notable de esta periodización, en ambas instancias, es que se ha dado en clave de “fenómeno emergente”; es decir, académicos de diversas disciplinas y países se interesan en las intersecciones entre cultura y memoria, en distintos contextos y de manera simultánea (Erll, 2010: 8).

Primer período de estudios de memoria

En este “primer período”, hacia principios del siglo pasado, Durkheim, sin hacer uso expreso del término memoria colectiva, aborda la función identitaria de la memoria para individuos y grupos sociales, en el marco de su capacidad de conferir continuidad histórica y asegurar una moral social compartida y, por consiguiente, cohesión social (Misztal, 2003). Así, surgen los siguientes términos:

Memoria colectiva y marcos sociales de la memoria

El uso del término memoria colectiva en su sentido contemporáneo se da específicamente con Halbwachs,5 discípulo de Durkheim y el primer científico social en abordar explícitamente la memoria como una construcción que depende de las estructuras sociales e instrumento a través del cual el grupo social establece su centralidad en la vida del individuo que pertenece a éste (Olick y Robbins, 1998; Stier, 2003). Los marcos sociales de la memoria refieren a los diversos ámbitos sociales que permiten la construcción de la memoria; incluso la memoria individual es inherentemente conformada y motivada por contextos socio-culturales (Erll, 2010).

Siendo el individuo aislado una ficción, los marcos sociales de la memoria constituyen la condición de posibilidad de los recuerdos individuales y una representación reificada que pone el acento sobre el grupo en tanto que grupo, lógicamente y cronológicamente anterior al individuo, constituyendo por lo tanto la única realidad de la memoria no como conservación sino como construcción del pasado (Lavabre, 2009: 19).

Memoria social

En la misma década de los 1920 y de manera independiente, Warburg, en el marco de una aproximación al arte como depositario o receptáculo de la historia, acuña este término para referirse a las imágenes como transmisores de memoria (Abarca Hernández, 2009–10; Olick y Robbins, 1998).

Algunos aportes a partir de estas teorizaciones

Indudablemente, Halbwachs y Warburg asientan las premisas clásicas para el acercamiento a la memoria como una construcción social.6 Las conceptualizaciones de memoria colectiva, memoria social y marcos sociales de la memoria resultan fundamentales anclajes teóricos, aún vigentes y relevantes. Básicamente, sus aportes se resumen en dos premisas fundamentales al acercamiento académico a la memoria social (Erll, 2011):

  • 1.

    La relación dependiente de la memoria frente a las estructuras sociales: la adjetivación de la memoria como “colectiva”, junto con el énfasis que esta vinculación pone en los contextos sociales –ya sean específicos (familia, religión, clase social) o bien de carácter más general (espacio, tiempo o lenguaje), y que crean, cada uno a determinado nivel de agregación, un “sistema global de pasado” que permite la rememoración individual y colectiva–, es fundamental a la comprensión de la génesis social de los recuerdos y, por tanto, su carácter procesual y múltiple. En otras palabras, el pasado construido como memoria es asumido como cambiante y múltiple; y continuamente reconstruido por los diferentes grupos sociales, de acuerdo a intereses y consideraciones presentes.

  • 2.

    La naturaleza extra-orgánica de la memoria y su transportabilidad en tiempo y espacio: al considerar las tradiciones como memorias cuyos horizontes temporales se extienden más allá del presente y trascienden a la memoria viva, por lo que necesitan emplazarse en objetos o lugares, Halbwachs abre el camino a la conceptualización de la memoria cristalizada fuera de la biología humana y, por tanto, transportable intergeneracionalmente.

Warburg accede a este aspecto paralelamente a Halbwachs, desde la perspectiva de la objetivación de la memoria en artefactos culturales. Toda obra humana, y el arte en particular, es expresión de memoria social, transmitida por medio de símbolos (Abarca Hernández, 2009–10:127). Aun cuando Warburg no desarrolla un sistema teórico propiamente dicho, la aplicación de su conceptualización de la memoria encarnada en imágenes o iconos como transmisores de memoria constituye un aporte central, a nivel empírico, al demostrar que es posible acceder a la memoria social exteriorizada a través de artefactos (J. Assman y Czaplicka, 1995; Erll, 2010). En un sentido más contemporáneo y amplio, esta perspectiva sobre la capacidad de externalización de la memoria permite enfocar la atención teórica en cualquier objetivación cultural como receptáculo o depósito para la memoria.

Segundo período de estudios de memoria

Hacia el último cuarto del pasado siglo, en el marco de una segunda fase que algunos autores denominan como período de “nuevos estudios de memoria” (Erll, 2011: 8; Olick, Vinitzky-Seroussi y Levy, 2011a: 4), el tema re-emerge en el ámbito teórico-académico. Diversos aportes se agregan a las teorizaciones clásicas; el término y sus acepciones se complejizan, atraviesan fronteras disciplinarias y se vinculan a perspectivas teóricas imperantes en tal momento en las ciencias sociales. En el marco del desarrollo teórico y operacionalización empírica ulteriores, se desarrollan cuestionamientos y elaboraciones que responden a insuficiencias o lagunas en los primeros acercamientos; éstos han generado, a su vez, nuevas propuestas terminológicas, con implicancias a nivel conceptual y metodológico.

Lugares de memoria y ambientes de memoria

Entre los primeros autores en retomar la memoria como objeto de estudio, Nora revela, desde una perspectiva histórica, la “erosión” de la memoria nacional francesa, enmarcada tanto en el papel específico que jugó la memoria en la construcción de la idea de nación francesa como por las transformaciones en la actitud de los franceses hacia su propio pasado nacional (Nora, 1996). El concepto lugares de memoria refiere al conjunto de lugares donde se ancla, condensa, cristaliza, refugia y expresa la memoria colectiva (Allier Montaño, 2008); a puntos de referencia –ya sean físicos o conceptuales– que señalan al pasado y juegan un rol crucial en la conformación de la identidad nacional en clave de ausencia de la memoria viva que, en la sociedad contemporánea, se desintegra. La memoria se congela en estatuas, objetos, mitos e incluso en obras históricas (Winter, 2000). Su conformación no es un acto espontáneo; implica necesariamente una voluntad deliberada por recordar. Por ejemplo: archivar, conmemorar y notarizar son actividades que no ocurren naturalmente (Nora, 1989). A los lugares de memoria se contraponen los ambientes de memoria, “reales” o “auténticos” pero hoy “extintos” o en proceso de desintegración. En otras palabras, los lugares de memoria, se conforman dado que desaparecen los ambientes de memoria, las memorias auténticas, vividas, que imbuían al presente de significado. Los lugares de memoria representan una ruptura con el pasado; ya que son sólo indicadores de la conexión a un pasado vivo; fundamentalmente “vestigios, últimas incorporaciones de una conciencia conmemorativa que apenas ha sobrevivido en una era histórica que, habiendo renunciado a la memoria, clama por ella” (Nora, 1989:12).

Memoria dominante y memoria popular; representaciones públicas y memoria privada

El Popular Memory Group, un grupo de académicos que se reúne en 1979–80 en el Centro para Estudios Culturales Contemporáneos de la Universidad de Birmingham, desarrolla un modelo teórico centrado en la memoria histórica como campo de producción social que supone, desde una perspectiva neo-marxista, la instrumentalización política de la memoria en el marco de una contraposición de intereses entre los grupos que componen la sociedad. Tal enfrentamiento puede implicar acuerdos o negociación, así como una franca batalla entre memorias de grupos hegemónicos y las de grupos subordinados o subalternos que se enfrentan en una esfera pública ocupada mayormente por las memorias dominantes y oficiales. Éstas últimas son creadas desde ámbitos públicos e institucionales; mientras que las populares, desde el ámbito de lo particular, concreto y privado.

En este acercamiento, la memoria emerge como una práctica política que se da en el marco de la producción social de la memoria. La memoria es creada y recreada mediante complejos procesos de negociación entre los grupos sociales y diversas versiones o construcciones del pasado compiten entre sí. La conciencia histórica popular, como forma de representación del pasado, se ve afectada por consideraciones políticas implícitas en esta contraposición dialéctica entre las memorias dominantes y sus representaciones públicas –ligadas a instituciones políticas, culturales y económicas, que detentan poder en la posibilidad de construcción de consensos, alianzas y procesos políticos formales– y versiones contestatarias procedentes del ámbito de la memoria popular, subordinada o privada. Ya que la dominación política incluye la capacidad de definición y delimitación históricas en el marco de la constante lucha por la hegemonía entre grupos sociales y, por tanto, entre modalidades de memoria, el sentido y significado de la historia se encuentra constantemente en juego en este proceso (Popular-Memory-Group, 2011).

Memoria pública y memoria privada

En una conceptualización que parte de líneas similares, el término memoria pública se refiere al campo de batalla entre expresiones culturales oficiales y vernáculas. Las expresiones oficiales tienen su origen en las consideraciones y constreñimientos de líderes y autoridades culturales que se posicionan en diversos niveles sociales e implican una contradicción y negociación entre, por un lado, el interés por la cohesión social, la continuidad de las instituciones y la lealtad general al status quo y, por otro lado, consideraciones particulares y grupales en la consecución de objetivos e intereses. La memoria pública implica, generalmente, un formalismo dogmático y una relativa inmutabilidad. La cultura vernácula representa intereses parciales, diversos y cambiantes, fluidos, derivados más bien de la experiencia personal y centrados en perspectivas de comunidades de memoria menores más que en comunidades “imaginadas” amplias, como sería la nación. Su existencia amenaza la naturaleza sacra e inmutable de las expresiones oficiales.

La memoria privada expresa versiones alternativas de la realidad y se relaciona con segmentos sociales menores. Memoria pública y privada chocan en el marco de eventos conmemorativos que normalmente privilegian la versión oficial sobre la vernácula (Bodnar, 2011).

Memoria incorporada y memoria inscrita

En el marco de la conceptualización de la rememoración o ejercicio de la memoria, Connerton distingue entre memoria incorporada e inscrita. La memoria incorporada refiere a una memoria no discursiva, interiorizada, dada cuerpo y que incluye un proceso emocional. Ésta se transmite, ejerce y representa principalmente a través de ceremonias conmemorativas y prácticas corporales que evocan el pasado de manera no pensada o no consciente, dada por sentado, o incorporada –en un sentido bourdieano–. Sin representarse explícitamente a través de palabras o imágenes, el pasado puede mantenerse en la mente por medio de la memoria que se constituye a partir de hábitos sedimentados en el cuerpo. La memoria inscrita se refiere, grosso modo, a la memoria representada o encarnada en artefactos físicos, como textos, objetos o imágenes. Una comunidad conforma su identidad, no de manera exclusiva pero si característica, en estas formas no-inscritas de traer el pasado al presente (Connerton, 1989).

Memoria Cultural7 y memoria comunicativa

Hacia finales de los ochenta, Aleida y Jan Assman desarrollan esta perspectiva a partir de la contraposición entre estas dos modalidades de memoria y la contingencia que implica la transición de la memoria comunicativa a la Cultural o su olvido. A diferencia de la memoria comunicativa –que se refiere a la historia experimentada, predominantemente informal, inestable y no estructurada, que se transmite a través de la socialización y la comunicación cotidianas y tiene un rango de vida limitado a la vez que pertenece al horizonte temporal del presente– la Memoria Cultural implica una conciencia histórica explícita y la intención de transformación del pasado en “historia fundacional” como parte de un horizonte temporal distante. La Memoria Cultural presenta una cualidad atemporal, abstracta, sacra, solemne y estable que rebasa el nivel orgánico y presente de la memoria comunicativa, se liga a las identidades grupales y se instala en los ámbitos colectivo-institucionales. La Memoria Cultural se aloja necesariamente en objetivaciones o simbolizaciones externas.

La memoria tiene su necesaria contraparte en el olvido y la transición entre sus modalidades implica agencia social. Tanto la memoria como el olvido pueden ser activos o pasivos. La memoria activa incluye actos deliberados que implican selección y colección, conformación como canon; la memoria pasiva incluye la memoria referencial y actos de archivo. El olvido pasivo implica negligencia o indiferencia ante la memoria; mientras que el activo, la negación y destrucción material, tabúes y censura (A. Assman, 2010a).

Post-memoria y memoria prostética

Hacia finales de la década de los años noventa, en el campo de los estudios sobre el Holocausto, la transición del estudio de testimonios de sobrevivientes a los de las memorias de la “segunda generación”, genera conceptualizaciones adicionales y términos nuevos e inéditos: el término de post-memoria, acuñado por Hirsch, subraya los complejos efectos de experiencias de vida más allá de la generación que los experimentó (Hirsch, 2008; Olick, Vinitzky-Seroussi y Levy, 2011b:132). Hornstein y Jacobowitz expanden la significación de este término para incluir no sólo el recuerdo de la segunda generación de sobrevivientes, sino la memoria que se filtra a través de fuentes adicionales (objetos, estructuras materiales, documentos, testimonios orales, narrativas, representaciones artísticas y museográficas). Landsberg (1997) acuña el término memoria prostética para referirse al modo en el que las tecnologías culturales de masas permiten a los individuos experimentar, como si fueran recuerdos propios, acontecimientos que no vivieron en forma personal o experiencial. Las memorias prostéticas circulan de manera pública y, sin ser orgánicas, se experimentan con los sentidos a través de un amplio rango de tecnologías culturales, por lo que se convierten en parte del archivo de experiencias personales. Esta forma de rememorar y este tipo de memorias son ubicuas en la sociedad contemporánea y en el marco de la “amplia inclinación cultural por re-experimentar el pasado en forma sensorial” que se da en ésta (Landsberg, 1997). El término subraya la capacidad de las formas culturales de masas experienciales para hacer significativos, en forma local y personal, acontecimientos históricos y políticos que no forman parte de experiencias personales (Landsberg, 1997).

Algunos aportes a partir de estas teorizacionesCristalización de la memoria en lugares de memoria

La explicitación del vínculo entre memoria y lugar,8 abre el estudio de la memoria a nuevas posibilidades. Destaca la conexión existente entre memoria y el concepto de comunidad imaginada de Anderson. Central a esta idea es la posibilidad que tiene el lugar de memoria de constituirse de forma conceptual y no sólo física. Así, aun cuando en Nora la comunidad imaginada se ve constreñida por la nación y la identidad se vincula –si bien problematizada– a este ámbito, queda implícita en esta óptica la posibilidad de explorar y conceptualizar el vínculo entre memoria y los distintos tipos de comunidad imaginada, sin perder de vista la función creadora de identidad de la memoria.

Desde esta óptica, podemos señalar que, aun cuando el fenómeno pensado por Nora como erosión de la memoria “viva” o “auténtica”, refleja más bien la erosión de la nación como foco de identidad y no de la memoria en sí misma, ciertamente ilumina el camino a la búsqueda de otros ámbitos identitarios que dan sentido a la memoria.

Asimismo, esta conceptualización apunta a la posibilidad de la memoria de externalizarse, cristalizarse y objetivarse en símbolos relativamente estables, lo que nutre acercamientos posteriores a la memoria. Por otro lado, el binomio memoria–lugar, presupone cierta calidad estática de la memoria; es decir, los lugares de memoria no sólo no son “vivos”, sino que la memoria contenida en éstos, queda “estática” al ser externalizada por símbolos relativamente inalterables. Esto permite acceder a ellos desde la perspectiva de su constitución como palimpsestos de la memoria, que pueden ser “excavados” o “desenterrados” para ser examinados (Beiner, 2008). Este aspecto se retoma y adquiere centralidad en la conceptualización de Memoria Cultural de los Assman.

Instrumentalización o funcionalización de la memoria. Batallas por la memoria

La oposición conceptual entre versiones mnemónicas populares y dominantes o públicas y privadas, desafía el énfasis durkheimiano en el consenso y la homogeneidad social del acercamiento clásico halbwachsiano a la memoria. Como resultado, emergen a la luz analítica las batallas por la memoria que expresan una realidad social antes poco visible: la disensión y la falta de acuerdo entre intereses en competencia. Esto conduce a una visión de la memoria social como campo de batalla entre marcos sociales dominantes y subalternos.

Estas perspectivas, en conjunto, iluminan la instrumentalidad o funcionalización de la memoria y, en el marco de la clásica dicotomía sociológica agencia-estructura, apuntan a la dimensión de la agencia: la memoria emerge como instrumento de la política y queda sujeta a ésta; así, queda claro que hay diversos intereses en juego en la representación del pasado y que los diferentes grupos sociales luchan por avanzar sus propias visiones de la sociedad (Olick y Robbins, 1998; Olick, Vinitzky-Seroussi y Levy, 2011b).

El individuo no es pensado ya como un “autómata poseído por una memoria colectiva extra-orgánica” (Olick, 1999). No se trata sólo de lo que la memoria hace sino lo que, en los marcos sociales, los actores, individuales o grupales, hacen con o mediante ésta. Así, desde esta perspectiva, la memoria involucra problemas económicos y morales; y en un plano más profundo, cuestionamientos fundamentales sobre la misma existencia social, ya que su organización y sus estructuras de poder se vinculan con el significado del pasado en el presente. En este sentido, implica una discusión sobre la interpretación de la realidad mediada por la dimensión de poder.

Incorporación de la memoria. Conmemoración como acto performativo de memoria social

La teorización de Connerton enfatiza la relevancia de la conmemoración y las prácticas corporales que se le asocian en el proceso de construir y sustentar la cohesión de grupos sociales a través del tiempo, mediante su capacidad de conformar identidades sociales, delimitar sus recuerdos compartidos y asegurar su conservación y continuidad generacional.

Se asienta que la memoria tiene un componente performativo que va más allá del proceso cognitivo y de la experiencia de vida de cada individuo y que las prácticas que involucran al cuerpo contribuyen a la estabilización y reproducción generacional de la memoria social (Connerton, 1989: 40–2).

Cabe señalar que la dimensión corporal de la memoria social se ve claramente influida por el concepto de habitus de Bourdieu. Éste refiere a códigos de práctica social y de valores que tienen como referencia el cuerpo; estructuras sociales interiorizadas e incorporadas por los individuos en forma de esquemas de percepción, valoración, pensamiento y acción. En el marco de esta perspectiva, el cuerpo emerge como el centro de la acción y de la memoria en sí misma, lugar de incorporación de lo social en el sujeto.

Una perspectiva adicional estriba en el énfasis sobre la dimensión afectiva de la memoria. Los grupos sociales “recuerdan” su identidad a través de un proceso de atribución de sentido al pasado, en una especie de “autobiografía conectiva” representada por actos de conmemoración, en el marco de una narrativa maestra o meta-narrativa (Connerton, 1989). En este proceso, el potencial de la memoria para alojar peso afectivo y valencia moral toma relevancia, ya que la memoria no es constituida por todo lo que sucedió en el pasado sino que se delimita a ciertos recuerdos y tal demarcación se ve cruzada por el plano de lo significativo; en este proceso, la dimensión afectiva adquiere centralidad.

Memoria como producto cultural, dialéctica entre forma y práctica

Esta conceptualización retoma los fundamentos halbwachsianos y el esfuerzo analítico de Warburg y, abrevando de la perspectiva de desarrollos posteriores, los reconstruye en el marco de una teoría moderna de la cultura en la que memoria y cultura están intrínsecamente ligadas (Erll, 2010). Esta perspectiva arroja luz sobre los procesos y articulaciones de la memoria como un producto cultural, fruto de la agencia social enmarcada en procesos de atribución de sentido al pasado que la conectan al presente y al futuro. En esta línea, es clave centrar la mirada en la dialéctica entre los aspectos estáticos y dinámicos de la memoria, su navegar entre lo estable y lo fluido (J. Assman, 2010a; Erll, 2010).

El paso de la memoria comunicativa, fluida y cotidiana, a la Memoria Cultural pasa por ámbitos institucionales. Esta operación necesita de la agenciar social pero, a la vez, de su relación con la estructura: los marcos sociales de la memoria en términos halbwachsianos o el entramado interpretativo que señala Alexander (2009). En esta interrelación, codificaciones culturales amplias y percepciones individuales dialogan para hacer de ciertos elementos de la memoria un canon social, parte del capital cultural de una sociedad, y olvidar o dejar fuera de este canon otros elementos. En estas transiciones, tres cualidades de la memoria iluminan la interrelación entre la agencia social y sus contextos estructurales para explicar los distintos procesos y prácticas de la memoria que se dan en la realidad social: la selección, que presupone decisiones y luchas de poder; la adscripción de valor y significado, que provee a las objetivaciones de la memoria de un aura y un estatus sacrosanto –aun cuando en el mundo contemporáneo éste es principal y crecientemente secular–; y la misma intención e inversión requeridas para asegurar la duración de la memoria (A. Assman, 2010a; J. Assman y Czaplicka, 1995).

Este enfoque en las transiciones de la memoria remite a la diferenciación entre memoria contemporánea y la referencia a épocas más distantes; entre formas oficiales y no oficiales de conmemoración; entre memoria cotidiana, modificable o negociable y tradiciones; entre formas orales de rememoración y memoria que se apoyan en otras tecnologías y medios más elaborados; entre fluidez y permanencia relativas, y entre las formas más líquidas y las más estables de la memoria social. En este sentido, ciertamente dialoga con la distinción entre lugares y ambientes de memoria (al pensar los lugares de memoria como concretizados, cristalizados y los ambientes de memoria, de características más fluidas); memoria popular y memoria dominante; memoria oficial y vernácula; y memoria incorporada e inscrita (Erll, 2011).

En otra línea, esta conceptualización contribuye a aclarar la percibida paradoja entre la comprensión de la memoria social o colectiva como un proceso orgánico, situado en el individuo, o como una fuerza externa impuesta a éste. Ciertamente es el individuo quien rememora en sociedad; más a su vez, las objetivaciones de la memoria –la creación de versiones compartidas del pasado que resultan a través de la interacción, comunicación, mediación e institucionalización que se dan en el marco de grupos sociales– le hacen rememorar.9 En otras palabras, son los individuos o grupos quienes recuerdan, aun cuando lo hacen en sociedad; por lo que sus ideas y maneras de pensar se ven influidas por los grupos y contextos sociales a los que pertenecen. Al mismo tiempo, la memoria puede ser objetivada o encarnada por simbolizaciones externas (Erll, 2011).

Este desarrollo conduce a una comprensión más madura de la memoria entendida como el conjunto de sitios, prácticas y formas a través de las cuales conformamos el pasado y somos conformados por éste, de manera dialógica y en circunstancias del presente (Erll, 2011), y contribuye a encarar carencias centradas en una comprensión esencialista de la memoria, marcada como herencia positivista y limitante de la perspectiva halbwachsiana. La comprensión de esta relación dialéctica entre los marcos sociales de la memoria y los actores, nos permite desencantar la reificación de la memoria social y comprenderla como fruto de la actividad humana y en continua interacción con esta última (Erll, 2011).

Postmemoria y memoria prostética

El estudio de los efectos de la memoria del Holocausto en la segunda generación de sobrevivientes prueba que aun cuando algunos acontecimientos no pertenecen al pasado personal, tienen efecto en el presente postgeneracional.

Como lo adelantó Halbwachs, la memoria intergeneracional permite “recordar” experiencias no vividas, “experimentadas” a través de historias, imágenes y conductas o rituales. Esto implica un mecanismo a través del cual acontecimientos o sucesos del pasado se hacen significativos y son “incorporados” a través de las generaciones. En este sentido, las familias y las generaciones son medios mnemónicos. En diálogo con esta postura, Hirsch enfatiza igualmente la dimensión afectiva: la conexión de la postmemoria al pasado no es mediada en realidad por el recuerdo sino por inversión, proyección y creación imaginativas (Hirsch, 2008). En esta línea, Hirsch, por un lado distingue la memoria de la evocación (recall) de quien realmente vivó la experiencia y, por otro lado, la ubica como una característica de la sociedad contemporánea, que caracteriza como una “era de postmemoria” (Hirsch, 2008).

En un ámbito más amplio, el concepto de memoria prostética dirige la atención académica a la ubicua y característica mediación de las tecnologías de medios y plataformas digitales en la sociedad contemporánea y a su creciente ascendencia en la conformación de la realidad y, por ende, de lo que se recuerda y del cómo se recuerda.

En esta perspectiva –si bien confinada a sus implicaciones en la rememoración del Holocausto conformado como trauma– se enfatiza la dimensión afectiva y emocional de la memoria. Ésta, intersectada por la creciente capacidad tecnológica para construir y reflejar la realidad social, no sólo a través de su objetivación en narrativas, imágenes, objetos y conductas, sino en sensaciones y experienciación vicaria –simulaciones–, emerge como un elemento prometedor para el contemporáneo quehacer de teorización sobre la memoria.

Tercer período de estudios de memoria o reubicación del foco de la memoria socialGlobalización, universalización, cosmopolitización y transnacionalización de la memoria

Siguiendo a Olick, Vinitzky-Seroussi y Levy (2011a) y Olick (1998), a través de los distintos períodos históricos y los cambiantes modos de comunicación y mentalidades que éstos conllevan, no sólo cambia el contenido y la forma de la memoria –el qué y cómo se recuerda–, sino que surgen nuevos modos de conceptualizarla. Las diversas prácticas y formas mnemónicas, entonces, no son solamente síntoma de los tiempos, sino que los conforman en sí mismos.

En este tenor, es imposible ignorar las dimensiones culturales contemporáneas, enmarcadas por procesos de globalización y flujos transnacionales; las migraciones, la hipermovilidad, el alfabetismo mediático y la firme presencia de la cultura visual, contribuyen al escenario actual de formación de nuevas memorias y nuevas formas de recordar y hacer memoria –en interdependencia con ámbitos morales y políticos– (Appadurai, 1996). En este escenario, procesos sociales, políticos, económicos y culturales se intersectan con las formas, prácticas y espacios de la memoria; entre ellos: el paso del Estado homogéneo al plural, la pérdida del monopolio estatal en la construcción de los imaginarios políticos, la legitimación del pluralismo cultural y la afirmación de la diversidad social, la universalidad del derecho y el particularismo de las pertenencias e identidades colectivas, la construcción democrática de la sociedad civil, la desterritorialización y la porosidad de las fronteras (Bokser Liwerant, 2009b).

Lo que marca una diferencia cualitativa, entonces, no es realmente la evidente frecuencia y profundidad de la rememoración cultural, ya que esta característica se aplica igualmente a otros períodos históricos, sino el hecho de que los discursos y prácticas de la memoria se ven crecientemente vinculados a través del globo (Erll, 2011). La memoria ocupa nuevos espacios –es reflejo y a la vez motor de flujos territoriales y movilidad social–; es escenario y ámbito de tensiones y contradicciones entre procesos homogeneizantes e individualizantes, y da forma y contenido a la creciente visibilidad de la sociedad civil, marcada por una transposición de las esferas pública y privada (Bokser Liwerant, 2009a).

Erll señala algunos desarrollos, en parte ya mencionados por otros autores, que convergen en la transnacionalización de la memoria (2011). En el plano de transformaciones históricas, pueden enumerarse: la pérdida, actual e inminente, de la última generación de actores que experimentaron el Holocausto y el consiguiente paso de la memoria comunicativa a una Memoria Cultural de este acontecimiento; el fin de la Guerra Fría y el colapso de la estructura binaria oriente-occidente; las transiciones democráticas en América Latina, Europa Oriental y Sudáfrica; la descolonización del mundo, las crecientes migraciones y la circularidad transnacional. Por su parte, en el plano político-cultural, se evidencia crecientemente la naturaleza multicultural, y por tanto multimnemónica, de la sociedad moderna. La diversidad de grupos étnicos y afiliaciones religiosas en un escenario social extenso estimula la emergencia de una diversidad de tradiciones y visiones que claman por ser reconocidas; el reconocimiento a las minorías incluye dar voz a sus versiones del pasado. Asimismo, la nueva realidad que implicaron los acontecimientos del 11 de septiembre y la “guerra” contra el terrorismo, fenómeno político con profundas implicaciones éticas, tiene también un impacto mnemónico. En el plano tecnológico destacan: las transformaciones en las capacidades de la memoria y el rol de los medios masivos de comunicación que incrementan la posibilidad del almacenamiento de datos; al mismo tiempo, el internet, como mega-archivo global, da lugar a la paradoja de un inminente peligro de amnesia cultural. Las culturas mediáticas y las representaciones populares globales resultan expresión y motor de la explosión mnemónica que vive la sociedad contemporánea. A la vez, en el plano de los desarrollos académicos que en ésta se perfilan, destaca el desencanto de la historia como un hecho dado, como singular colectivo o como proceso de progresión teleológica. Bajo el paradigma de la memoria, el estudio del pasado avala las teorías posmodernas; el foco de los estudios de memoria no yace en el “pasado como en realidad fue”, sino en el pasado “como constructo humano”; además permite la integración de los esfuerzos teóricos en el campo de las humanidades al estudio de los procesos políticos y sociales.

Desde esta perspectiva, es insoslayable dirigir la mirada a desarrollos teóricos que dan cuenta de ciertas características y tendencias en las prácticas y formas de la memoria contemporánea, a niveles de inserción social que cruzan los ámbitos meso y macro:

Globalización de la memoria

Huyssen (2003) sostiene que el mundo ha experimentado un proceso de “globalización de la memoria histórica” vinculado al Holocausto; la globalización de este discurso implica la utilización de este acontecimiento histórico como un tropo universal para el trauma histórico.10

Universalización de la memoria

Alexander (2002, 2009) señala que la memoria del Holocausto se “universaliza”, pierde especificidad en cuanto a tiempo y lugar y se recubre de significado como norma moral universal.

Cosmopolitización de la memoria

Levy (2010; 2004) y Levy y Sznaider (2004) apuntan a la “cosmopolitización” de esta memoria –si bien, en efecto, ésta se universaliza, desterritorializa y pierde especificidad; no obstante, al reterritorializarse y concretizarse en tiempo y espacio se ajusta a lo local, se glocaliza o cosmopolitiza–.

Transnacionalización de la memoria

A. Assman y Conrad (2010), A. Assman (2010) y Erll (2011), refieren a una “transnacionalización” de la memoria; las memorias cruzan fronteras nacionales para entrar en una emergente “esfera pública global”. Tanto los espacios como las comunidades de memoria se redefinen y lo global deviene arena y ámbito para los actores (individuos y grupos), ya sean los Estados nación, las instituciones transnacionales o la sociedad civil.

Ahora bien, es ciertamente interesante notar que estas teorizaciones se ven signadas por un centramiento en el Holocausto, ya sea como caso de estudio o caso paradigmático de las transformaciones mnemónicas.

Para Huyssen (2002), el Holocausto define mas no agota la complejidad de la memoria global e ilustra las fallas de la civilización occidental en la práctica de la anamnesis: una reflexión sobre la incapacidad constitutiva de vivir en paz con la diferencia y la alteridad, y de derivar consecuencias de la relación entre la modernidad ilustrada, la opresión racial y la violencia organizada. Para Alexander (2002 y 2009), la universalización de la memoria del Holocausto es un arquetipo de la tendencia de los actores a adjudicar sentido al pasado, a partir de procesos de codificación, narración y valoración que se dan en el marco de su mundo social presente. Para Levy y Sznaider (2006), la memoria del Holocausto ejemplifica la transición de culturas de memoria nacionales a cosmopolitas, en el sentido original de Beck; o sea, que refiere a un proceso de internalización de la globalización a través del cual preocupaciones globales devienen parte de experiencias locales en un número creciente de personas. En este marco, cambiantes representaciones del Holocausto se convierten en un símbolo político y cultural central a partir de su capacidad de constituirse en un código amplio para edificar un compromiso con valores democráticos y universales, así como en fundamento cultural para políticas globales de derechos humanos, sin dejar de ajustarse a condiciones locales y particulares. En este proceso, nuevas narrativas globales se reconcilian con viejas narrativas nacionales, con resultados distintivos. Más allá de ilustrar la “tragedia de la razón y la modernidad”, esta memoria se constituye en una medida para identificaciones humanistas y universales. Para A. Assman (2010), el Holocausto es motor y a la vez reflejo de procesos sociales que sitúan las identidades sociales en ámbitos que trascienden lo nacional y en los que se intersectan tendencias primordialistas en el ámbito de lo particular con una capacidad identitaria amplia y universal capaz de manejar simultaneidades identitarias y albergar lo particular en un código universal amplio.

En este escenario, se recodifica la relación entre interpretaciones globales y sensibilidades locales y se extienden los límites de memorias particulares y específicas. La memoria social –en sus procesos y sus formas– se reajusta y ocupa espacios crecientemente descentrados del ámbito de lo nacional, a la vez que el vínculo entre estos espacios sociales y geopolíticos o territoriales se difumina. Las dinámicas de producción de la memoria se ven cada vez menos constreñidas por los límites del Estado-nación y la capacidad integradora de las memorias nacionales homogeneizantes se reduce; las fronteras territoriales entre comunidades de memoria se erosionan y las memorias, que migran con los individuos y los medios de comunicación, se enfrentan a nuevas constelaciones y contextos políticos (A. Assman y Conrad, 2010; Erll, 2011).11

Tal y como la memoria, durante los siglos antepasado y hasta finales del pasado, se conformaba para servir al Estado-nación y su naciente o pujante nacionalismo, en la sociedad contemporánea se enfoca crecientemente en un futuro transnacional; por lo que una ontología nacional o territorial no puede ya establecerse como punto de partida evidente para el análisis de los procesos y flujos de la memoria.

Ciertamente, la memoria contiene visiones particulares del pasado, pero esto no quiere decir que las preserve miméticamente o simplemente las almacene; más bien, genera pasados en el contexto de nuevas tramas epistemológicas, tales como las iteraciones globales de las dos últimas décadas (Levy, 2010: 18. Location 516).

Conclusiones

Invariablemente, las transformaciones socio-históricas del contexto han implicado cambios tanto en el contenido y la forma de la memoria como en los modos de conceptualizarla. En esta línea, más que pensar en una “erosión” de la memoria a la Nora, o incluso la “fatiga” de la memoria anunciada por Beiner, dirigimos nuestra mirada a la reconformación de sus manifestaciones y de los ámbitos a los que, en el contexto de la realidad social contemporánea, reenvía la memoria. Para Olick, Vinitzky-Seroussi y Levy (2011a), más que perder relevancia, los marcos analíticos a través de los cuales se ha dado el creciente acercamiento académico a la memoria, dibujan los contornos de un paradigma de creciente relevancia que unifica múltiples y diversos enfoques e intereses a través de distintas disciplinas y consolida, en el interior de éstas, perspectivas de largo alcance.

Ciertamente, el escenario social actual presenta características particulares que, en su conjunto y en sus intersecciones, dan cuenta de la emergente esfera pública global que A. Assman conceptualiza. A nivel tecnológico se destacan los vertiginosos desarrollos mediáticos y digitales, la ubicuidad y simultaneidad de los medios masivos en la conformación del mundo social y las posibilidades de la simulación experiencial. A nivel socio-demográfico: la creciente globalización y flujos transnacionales que no sólo implican migraciones y acelerada movilidad de individuos –y sus memorias con ellos–, sino también la transportabilidad de memorias a través de grupos sociales y fronteras nacionales, vía sus objetivaciones digitales. A nivel socio-político: las políticas identitarias compuestas (hyphenated political identities) en contextos de multiculturalismo, la politización del trauma y la victimización en clave de reivindicaciones de justicia histórica a la vez que la defensa de derechos humanos confieren gran valencia a las dimensiones moral y afectiva del mundo social.

Estos desarrollos inciden en la memoria, en sus posibilidades de concretización en lugares de memoria físicos e ideales; en los ámbitos y foros en los que la memoria se enfrenta o se negocia y en las mismas modalidades que implican estos procesos y prácticas; en la democratización de la memoria y sus posibilidades de constituirse y diseminarse “desde abajo” y no solamente “desde arriba”; en las formas y prácticas de su conmemoración e incorporación; en las decisiones y experiencias involucradas en su canonización como Memoria Cultural; en su transmisión a generaciones subsiguientes y en las sorprendentes posibilidades tecnológicas de la realidad virtual.

En este cambiante contexto, más allá de las políticas particulares a nivel de Estado-nación, la transnacionalización de la memoria implica que la adjudicación o adscripción de sentido que se da al pasado, así como las consideraciones y decisiones implicadas en esta operación –sean instrumentales o afectivas–, se den e imaginen de maneras y en formatos distintos.

En el marco de este giro “global” o “transnacional” en los estudios de memoria social (A. Assman y Conrad, 2010; Erll, 2011; Sundholm, 2011), el acercamiento a la memoria no deja de dialogar, de modo continuo y fértil, con acercamientos anteriores. No obstante, queda claro que constituye un redireccionamiento que alude a un cambio cualitativo en la memoria y su teorización, con significativas repercusiones teóricas y metodológicas; si bien su temporalización y ubicación en el desarrollo conceptual de los estudios de memoria no es unívoco o contundente –precisamente debido a que tal desarrollo se da en clave de fenómeno emergente y no en forma lineal–, se perfilan direcciones y tendencias que ciertamente anuncian un tercer período en los estudios de memoria, una nueva época, tanto en los procesos y prácticas de la memoria social como en el acercamiento teórico a este fenómeno.

La memoria, la rememoración, la evocación y la conmemoración, así como el afán conmemorativo de la sociedad contemporánea se transforman; se manifiestan nuevas e inéditas formas, prácticas y espacios. Esta realidad requiere una actualización de perspectivas, una mirada amplia, teórica y conceptualmente, a las transformaciones de la memoria, en relación dialéctica con sus permanencias.

Como señala Kratochwil (2013), las teorías y conceptos proporcionan el sistema semántico para una acercamiento analítico a la realidad; es decir, hay una relación de dependencia teórica entre los cuestionamientos que sobre la realidad social se hacen, como objetos construidos, frente a realidades cambiantes. Así, cuando el “vocabulario teórico” pierde relevancia, emergen más claramente los puntos ciegos de conceptualizaciones pre-existentes.12

En coyunturas teóricas como éstas, es menester retomar el objeto de investigación desde nuevas perspectivas que ciertamente requieren ser incluidas en el campo de la memoria, un campo en expansión (Huyssen, 2003); así, “es posible y necesario des-cubrir los panoramas mnemónicos (memory-scapes) que corresponden a los modos identitarios emergentes en la era global” (Levy y Sznaider, 2006: 2).

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Introduction: War, Memory, Remembrance.
Remembering War: The Great War between Memory and History in the 20th Century, Yale University Press, (2006), pp. 1-13

Licenciada en Sociología, Universidad Iberoamericana. Maestra en Comunicaciones, Universidad Hebrea de Jerusalén y doctorante, Programa de Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales, unam, (México). Se desempeñó como asistente de investigación en el Departamento de Comunicaciones (Universidad Hebrea de Jerusalén), asistente editorial de la revista Jerusalem Studies in Arabic and Islam de la misma Universdiad y docente en la Universidad Hebraica. Sus líneas de investigación son: análisis sociológico de la cultura, memoria cultural, transnacionalización de la memoria y memoria del Holocausto.

Retomamos el sentido que Schütz le otorga a la noción, entendida como el mundo cotidiano de objetos culturales e instituciones sociales que es experimentado por el individuo que vive en sociedad, en el marco del pensamiento de sentido común.

En 2002, este autor se refiere a los últimos 20 o 25 años (Nora, 2002).

Beiner (2008) presenta un recuento del número de publicaciones sobre memoria durante la década 1998–2008, ilustrativo de la producción académica sobre el tema: el isi Web of Knowledge registra más de 9,500 referencias a memoria colectiva, cultural, social, pública o popular; Google Books, 936 libros y Google Scholar, más de 41,000 ítems que incluyen alguno de estos términos en su título.

Como ejemplo, véase: Olick (1998 y 1999).

El término “memoria colectiva” fue utilizado anteriormente por Hugo von Hofmannsthal en 1902, en el campo de la literatura; sin embargo, su difusión en el campo de las ciencias sociales se dio tras la publicación del texto de Halbwachs, Los marcos sociales de la memoria (Les cadres sociaux de la mémoire), en 1925.

Cabe resaltar que las teorizaciones de Halbwachs, canonizado como el ‘padre fundador’ de los estudios de memoria, no se dan en un vacío intelectual. En un marco más amplio, se da una preocupación teórica por la memoria en contextos sociales en otros autores, contemporáneos en líneas generales a Halbwachs y Warburg. Véase Olick y Robbins (1998) para una discusión de autores cuyos trabajos contribuyen al enfoque en los procesos de la memoria. Como ejemplo: Frederic Bartlett, atiende a las dimensiones sociales de la memoria en el rememorar individual como proceso reconstructivo y define la memoria en relación con la conformación de significado en el marco de “esquemas mentales”; Walter Benjamin, concibe el mundo material como historia (o memoria) acumulada y apunta a la relación entre cultura y formas particulares de historicidad; Lev Vygotsky, subraya la forma narrativa que toma la memoria y cómo ésta es conformada y transmitida por la interacción social. Bloch y Freud atienden asimismo a la memoria; sin embargo, la conciben como fenómeno psicológico individual.

Esta conceptualización distingue entre la memoria cultural en su sentido amplio y el término utilizado por A. y J. Assman, que hace referencia a la memoria “construida como monumento”. Para distinguir entre ambas, Erll (2011) propone utilizar mayúsculas para referirse a la conceptualización acotada de los Assman. En el presente artículo, nos suscribimos a este uso.

En este punto, cabe resaltar la diferencia entre lugar y espacio. Blair, Dickinson y Ott (2010) introducen una interesante analogía: memoria es a lugar como historia es a espacio. Es decir, memoria y lugar –en contraposición a historia y espacio– requieren de marcadores, delimitación y selección.

Esto se expresa de manera óptima en la diferencia entre to remember y to remind (Erll, 2011).

Cabe señalar que J. Assman (2010b) distingue entre globalización y universalización, dos términos que frecuentemente se conflacionan en el marco de acercamientos contemporáneos al estudio de la memoria; aun cuando memoria y globalización se oponen en su esencia y sus objetivos. Mientras que la memoria es inherentemente divisoria ya que contribuye a la cohesión de las identidades colectivas al implicar una noción de diferencia, su globalización tendería a erosionar o diluir los marcadores de diferencia cultural. Así, para A. Assman, es adecuado hablar, más que de una globalización de la memoria, de una re-organización de ésta, por parte de las diversas comunidades mnemónicas, en respuesta a los procesos de globalización.

Esto no implica una permutación, el cambio de un lugar-espacio a otro; sino que apunta a la aparición de nuevos espacios, en simultaneidad con los existentes.

Beck ejemplifica este proceso mediante “conceptos zombi”, como sería el concepto de Estado-nación: “conceptos que han perdido casi todo su poder pero siguen pululando por las trilladas sendas de la teoría y calan en las tendencias como si estuviesen vivos” (Willms y Beck, 2004; citado en Kratochwil, 2013: 101).

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