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Inicio Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales Más allá del crisol de razas: los judíos argentinos, el peronismo y la lucha ...
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Vol. 59. Núm. 222.
Páginas 141-160 (septiembre - diciembre 2014)
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Más allá del crisol de razas: los judíos argentinos, el peronismo y la lucha por un hogar multicultural
Beyond the Melting Pot: Argentine Jews, Peronism and the Struggle for a Multicultural Home
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Raanan Rein
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Resumen

Reconociendo el surgimiento del peronismo como punto de inflexión crítico en la historia moderna de Argentina -cuyo impacto en la sociedad contemporánea es duradero- el presente estudio centra su atención en una perspectiva analítica muy específica: las particularidades del proceso de inclusión de diferentes grupos étnicos de inmigrantes y sus descendientes nacidos en Argentina durante el primer peronismo. Luego de presentar los cambios experimentados en la representación política y las diferentes dimensiones del proceso de democratización participativa vividos en la Argentina peronista, el artículo examina los esfuerzos del peronismo por movilizar el apoyo entre la población argentina-judía. Bajo el supuesto de que en lugar de fomentar el crisol de razas tradicional el régimen otorgó una creciente legitimidad y un reconocimiento sin precedentes a las identidades múltiples, se sostiene que antes del surgimiento del peronismo no siempre se consideró a los judíos parte de la polis, civitas, o demos argentinas. Finalmente, se utiliza el concepto de ciudadanía como lente y marco analítico para comprender la transformación de la relación entre los argentinos-judíos, las instituciones y los símbolos del Estado argentino.

Palabras clave:
peronismo
ciudadanía
multiculturalidad
población argentina-judía
judaísmo
Abstract

Acknowledging the surge of Peronism as a critical turning point in Argentina's modern history -which has had a lasting impact on the contemporary society-, this study is focused on a very specific analytical perspective: the peculiarities of the process of insertion of different ethnic groups and their Argentina-born descendants during the first Peronism. The author describes changes in political representation and the various dimensions of the participative democratization process that the Peronist Argentina went through, and he later examines the Peronist efforts to mobilizing support within the Jewish-Argentinian population. Assuming that instead of promoting a traditional melting pot, the regime gave an increasing legitimacy and an unprecedented acknowledgment to multiple identities, this article asserts that before the rise of Peronism, Jewish were not always considered as part of the Argentinian polis, civitas or demos. Finally, the concept of citizenship is used as focal point and analytic framework to understand the change in the relationship among Argentinian-Jewish, the institutions, and the symbols of the Argentinian state.

Keywords:
peronism
citizenship
multiculturalism
Argentinian-Jewish population
Judaism
Texto completo
Introducción

El surgimiento del peronismo a mediados de la década de 1940 se considera un punto de inflexión crítico en la historia moderna de Argentina, cuyo impacto en la sociedad contemporánea es duradero. La mayor parte de los estudios se han centrado en diversos procesos de desarrollo económico y modernización social en la Argentina peronista, prestando poca atención a la inclusión de diferentes grupos étnicos de inmigrantes y sus descendientes nacidos en Argentina (Elena, 2014: 9–226; Rein, 2009: 19–95).

La década peronista fue un tiempo de transformación de significados y de fronteras de ciudadanía en Argentina. El país pasó por cambios profundos y las acciones gubernamentales contribuyeron a la promoción de un debate sobre la comprensión y conceptualización de la ciudadanía. En aquellos años, Argentina experimentó modificaciones en la representación política y, simultáneamente, se transformó para convertirse en una democracia participativa y en una sociedad multicultural. Las identidades étnicas se volvieron menos amenazadoras del concepto de argentinidad. En lugar de fomentar el crisol de razas tradicional, el régimen otorgó una creciente legitimidad a las identidades o identidades múltiples,2 y puso énfasis en la amplia variedad de fuentes culturales sobre las que se cimentaba la sociedad argentina. De este modo, las autoridades concedieron un reconocimiento sin precedentes a las diferencias multiculturales.

Este artículo examina los esfuerzos del peronismo por movilizar el apoyo entre la población argentina-judía, en especial mediante la sección judía del movimiento peronista, la Organización Israelita Argentina, conocida por sus iniciales, oia. Los líderes de la oia abogaron por la integración social de los judíos; al mismo tiempo, plantearon una declaración identitaria que subrayaba su nacionalidad argentina sin repudiar su judaísmo o su sionismo, incluyendo sus lazos sentimentales con su madre patria imaginaria: Israel. Así, con apoyo gubernamental desafiaban la visión anterior respecto al crisol de razas.

Se utiliza el concepto de ciudadanía en este ensayo como lente y marco analítico para comprender la transformación de la relación entre los argentinos-judíos, las instituciones y los símbolos del Estado argentino. Cualquier discusión sobre ciudadanía tiene que ver con pertenencia e integración a una comunidad política. En la Argentina pre-peronista, cuando menos al nivel del discurso público, había poco espacio para los no católicos. Desde sus primeros días como Estado-nación independiente, los estadistas e intelectuales de Argentina se preocuparon por la composición demográfica del país. Muchos compartían la idea de alentar la inmigración (“gobernar es poblar”, declaró Juan Bautista Alberdi a mediados del siglo xix) para “blanquear” la población y garantizar el desarrollo y el progreso del país, pero no todos estuvieron de acuerdo respecto a quién se podía considerar argentino. Entre las élites liberales, aún los más acérrimos promotores de la inmigración acogían la idea del crisol racial. Se esperaba que todos los recién llegados, en especial quienes no eran católicos y/o tampoco europeos, abandonaran las costumbres e idiosincrasias que traían consigo de sus países de origen, para favorecer la nueva cultura que surgía en la sociedad argentina de inmigrantes. La idea de una Argentina esencialmente blanca, cristiana, descendiente de europeos, era fundamental para los debates argentinos sobre la identidad nacional. Tal como Arnd Schneider sostuvo, “la noción misma del crisol de razas, aunque en apariencia transmite las ideas de igualdad y homogeneidad entre los inmigrantes y sus descendientes, también contenía elementos de una ideología de superioridad de ciertos inmigrantes sobre otros” (Schneider, 1996: 173–198). Esta actitud y la presión por lograr la homogeneidad cultural y la asimilación, se agudizaban en particular entre aquellos vinculados con los sectores nacionalista católico y xenófobo.

Como movimiento populista, el peronismo se caracterizó por su postura antiliberal (De la Torre y Arnson, 2013; Rein, 2013: 289–311). Esto facilitaba que el peronismo desafiara las ideas tradicionales sobre el crisol racial argentino. Surgieron puntos de vista y enfoques novedosos que ampliaban el significado de la política y la ciudadanía por igual. De acuerdo con Roniger y Sznajder, esta problemática se relacionaba con:

[los] debates sobre las variadas fundaciones normativas de la democracia, con la tradición del liberalismo político y su comprensión individualista de los derechos, disputada por corrientes republicanas que enfatizan el carácter autogobernante de la comunidad política y por las bases asociativas que tienden hacia un modelo de cooperación social

(Sznajder, Roniger y Forment, 2013: 4).

Entonces, ¿qué cambió el peronismo en la relación entre etnicidad, ciudadanía, argentinidad y Estado? La respuesta simple es que: a) el peronismo fue más allá de los derechos legales otorgados a los judíos como ciudadanos argentinos y también les ofreció derechos políticos, y b) legitimó el deseo que muchos de ellos tenían de ostentar una identidad doble.

La representación política en la Argentina de Perón se volvió un tanto corporativa bajo su visión de la “comunidad organizada” (Perón, 1983; Wiarda, 1997). Confirió al Estado un papel mediador entre distintos sectores o grupos de intereses sociales, económicos y profesionales. Resulta interesante que, al lado de poderosos grupos organizados como el movimiento laboral enmarcado en la Confederación General del Trabajo (cgt), la Confederación General Económica (cge), la Confederación General de Profesionales (cgp), la Confederación General Universitaria (cgu), o incluso la Unión de Estudiantes Secundarios (ues), también se reconociera a las comunidades étnicas. Perón, a menudo conversaba con los líderes de las asociaciones judía, española, italiana o árabe y, de este modo, reconfiguraba los criterios de pertenencia a la comunidad política argentina, y abría las puertas a lo que décadas más tarde se volvería la Argentina contemporánea multicultural.

Esta ciudadanía corporativa implicaba un creciente reconocimiento de los derechos colectivos. Lo que se hizo evidente en la integración incremental de argentinos de ascendencia judía o árabe al sistema político (Noyjovich, 2014; Dimant, 2014) o a los movimientos indígenas más activos (Milanesio, 2010; Lenton, 2010; Chamosa, 2010) y movimientos de género (Barry, 2009). ¿Sostengo que lo que sucedió con los argentinos-judíos fue exactamente concordante con lo que sucedió en este momento, sobre el mismo tema, con otros grupos? No exactamente. Ocurrieron procesos similares con todos los grupos étnicos y de género mencionados, pero en ritmos y grados distintos. Sin duda fue más lento y menos consistente, en cuanto a políticas gubernamentales, la promoción de los intereses de los pueblos indígenas. En todo caso, el régimen alentó a que las personas inmigrantes y sus descendientes mantuvieran vínculos con sus países de origen y así, el peronismo representó un cambio inicial en la política del reconocimiento y en las políticas de las identidades colectivas y grupales, no sólo en lo referido a la justicia social.

Un argentino-judío que no ayuda a Israel no es un buen argentino

En febrero de 1947, un grupo de activistas judíos visitaron la oficina del ministro del Interior, Ángel Borlenghi, para expresar apoyo al gobierno y a las políticas de Perón. Esta iniciativa fue obra del viceministro del Interior, Abraham Krislavin, cuñado de Borlenghi. Hasta el momento, ningún argentino-judío había ocupado un puesto gubernamental de tal envergadura. Era un reflejo de las políticas peronistas que permitían que diversos grupos étnicos, incluyendo argentinos de ascendencia judía y árabe, tuvieran una amplia participación civil. Borlenghi, quien se convirtió en un vínculo importante entre la comunidad judía y el régimen, dio la bienvenida a los activistas, e incluso los acompañó a una reunión en la oficina presidencial. Perón los felicitó por su iniciativa y repitió las garantías que otorgaría antes, en el sentido de que no apoyaba medida discriminatoria alguna contra los judíos y no se identificaba con los prejuicios en su contra. “Solamente anhelo que todos los que vivan aquí se sientan argentinos, que sean realmente argentinos sin tener en cuenta su origen o su procedencia porque estamos demasiado mezclados en este país para hacer semejante discriminación” (en Sebreli, 1973: 147–148).

El presidente se quejó de que sus enemigos políticos lo hubieran etiquetado falsamente de antisemita (Mundo Israelita, 1947, 20 de febrero). En efecto, los dirigentes de la comunidad judía organizada tenían sospechas respecto al funcionario militar que había apoyado la neutralidad argentina durante la Segunda Guerra Mundial, el líder carismático de la clase obrera, el aliado de la Iglesia católica. Sin embargo, la comunidad judía jamás fue homogénea y, aunque no se trataba de la mayoría, una cantidad sustancial de judíos apoyaban al movimiento peronista (Rein, en preparación). Como gesto hacia los judíos y en un esfuerzo por alentar una iniciativa que pudiera traspasar el muro de hostilidad judía hacia su régimen, Perón le dijo a los miembros del grupo que acababa de firmar una orden para permitir que los 47 judíos que habían llegado al puerto de Buenos Aires en la embarcación llamada “Campana”, permanecieran en Argentina (Di idishe Tzaitung, 1947, 16 y 18 de febrero).3

Dos días después de la reunión con el presidente, se estableció la Organización Israelita Argentina (oia, siglas en inglés). Muchas personas, judías y no judías por igual, la consideraban la sección judía del Partido Peronista. Su primer presidente fue Natalio o su hermano Eduardo Cortés (antes Shejtman), oriundos de la mitológica colonia agrícola judía, Moisesville en Santa Fe, quienes entonces eran parte del consejo del Hospital Israelita en Buenos Aires (Guy, 2007: 215–221),4 uno de siete hospitales administrados por inmigrantes en la capital argentina, y de docenas de sociedades de ayuda mutua que atendían a gran cantidad de pacientes en la ciudad. Ricardo Dubrovsky escribió en 1950 que “por imperativo moral y social la colectividad ha levantado asilos, orfelinatos, hogares infantiles, instituciones para luchar contra diversos males. El Hospital Israelita, por su magnitud y trascendencia, se encuentra al frente de todas esas fundaciones” (Dubrovsky, 1950: 53–54). Tal como señaló Benjamin Bryce, los líderes que fundaron estos hospitales y sociedades eran figuras clave en sus comunidades: “mediante la caridad, los hombres de recursos confirmaban sus posiciones de patriarcas benevolentes de una comunidad definida por la etnicidad” (Bryce, 2014: 8). Según los registros del hospital, Natalio Cortés/Shejtman donó la importante suma de 2,500 pesos en una fecha tan temprana como 1940–1941, para ayudar a cubrir la deuda de la institución (Memoria y balance general, 1941). En el Libro del cincuentenario del Hospital, publicado en 1950, Natalio Cortés aparece en la “nómina de los gentiles colaboradores que durante las últimas tres décadas aportaron con su esfuerzo, recolectando fondos, para sostener la magna obra humanitaria de la Ezrah (Libro del cincuentenario, 1950: 217).5

El grupo de fundadores de la oia incluía a Samuel Rosenstein y al popular cronista deportivo Luis Elías Sojit, así como a Salvador Woscoff, Mauricio Nikiprovesky, Julio Jorge Schneider, J. Krasbutch, Samuel Buerdman, Carlos Lokman, Jaime Weitzman, Gregorio Perlmuter, Manuel Grinstein, José Kafia y Jaime Rozovsky (Lewin, 1981: 273).6

Pronto se les unirá el joven abogado Pablo Manguel y el industrial de los textiles Sujer Matrajt, así como otros más. De esta manera, el grupo se componía principalmente de empresarios, profesionales y comerciantes de clase media. Un pasaje de la declaración de principios de la oia asienta la perspectiva de Cortés y de la organización que encabezaba:

Para nosotros, argentinos de origen judío, existe una sola patria, la Argentina, y una sola lealtad, (la debida) a nuestro conductor Juan Domingo Perón. Hacia Israel admiración, apoyo a su existencia y lazos de afecto. Lo mismo que unen a hijos de italianos con Italia o hijos de españoles con España. No, en cambio, una lealtad como la que profesamos a nuestra tierra, ya que no creemos tener doble nacionalidad. Eso lo deben entender todos nuestros compatriotas bien claramente

(Feierstein, 1993: 349).

De este modo, abogaban por la integración social de los judíos mediante el peronismo y, a la vez, planteaban una declaración de identidad que subrayaba tanto su nacionalidad argentina, como sus componentes identitarios judío y sionista. Bajo los auspicios del gobierno, contribuyeron a la articulación de nuevas identidades colectivas y desafiaron el viejo concepto del crisol de razas.

Mientras que la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (daia) -la organización política paraguas de la comunidad judía organizada- luchaba por preservar su identidad apartidista, principio esencial que ha servido para salvaguardar la existencia de la organización desde la década de 1930, pese a las frecuentes turbulencias en el sistema político argentino, la lealtad política de la nueva organización jamás se puso en duda, y el gobierno de Perón apoyó los esfuerzos de la oia por desafiar la ascendencia de la daia (Rein, 2005: 173–182; Bell, 2006: 93–121; Bell, 2003: 285–308; Senkman, 1993: 115–136; Marder, 1995: 125–152). Esto seguía el patrón establecido antes, en los días del régimen militar, cuando Perón fue secretario de Trabajo y Previsión. En ese momento había alentado el establecimiento de sindicatos en apoyo al régimen, como competencia de los sindicatos existentes, que se rehusaban a identificarse con el peronismo. Esta estrategia de cooptación se aplicó también a otros sectores de la sociedad argentina. De manera gradual, no obstante, se volvió claro que Perón no ejercía fuertes presiones sobre la comunidad judía para que se uniera a la oia La comunidad logró mantener una gran dosis de autonomía. La oia fungió de foro mediante el que Perón podía hacer insinuaciones amables a los judíos y al Estado de Israel, así como ser jugador clave de las constantes luchas en torno a la conformación de las identidades argentinas-judías.

Los integrantes de la oia tenían un acceso particularmente cómodo a los niveles superiores del gobierno. Por ejemplo, unos días después de que se fundara la organización, dos de sus líderes, Salvador Woscoff (figura relevante en el Hospital Israelita) y Mauricio Nikiprovsky, fueron recibidos por el ministro del Interior Borlenghi y el ministro de Salud, Ramón Carrillo. Al final de esta reunión pudieron anunciar que las restricciones en torno a la matanza kosher7 y la discriminación contra judíos en la escuela de medicina pronto se resolverían de manera favorable (Di Idishe Tzaitung, 1947, 26 de febrero). Los integrantes de la oia tuvieron menos éxito durante una reunión de marzo de 1947 con el jefe de la Policía Federal, el general Juan F. Velazco, a quien le habían pedido que actuara en contra de la violencia antisemita (Mundo israelita, 1947, 8 de marzo). En junio de 1948, los integrantes de la oia expresaron su deseo de jugar un importante papel mediador en las relaciones entre la comunidad y el régimen, cuando acompañaron a los líderes de la daia al palacio presidencial para solicitar a Perón que permitiera la entrada de 27 judíos indocumentados al país. Perón accedió a esta petición (Mundo israelita, 1948, 26 de junio).

En agosto de 1948, durante una ceremonia para inaugurar las oficinas de la oia con la presencia de Perón, su esposa Evita (Eva Duarte) y altos funcionarios de su régimen, ambos-Perón y su esposa- tomaron la palabra. Esta ceremonia fue importante tanto para el escenario institucional, como para el ámbito discursivo. Se trató de una reunión sin precedentes con un jefe de Estado argentino en una institución judía. Durante su discurso, Perón preguntó:

¿Cómo podría aceptarse, cómo podía explicarse, que hubiera antisemitismo en la Argentina? En la Argentina no debe haber más que una clase de hombres. Hombres que trabajen por el bien nacional sin distinciones (…) Por esta razón, (…) mientras yo sea presidente de la República, nadie perseguirá a nadie

(Mundo israelita, 1948, 21 y 29 de agosto; daia, 1954: 15; daia 1974: 11; ajyb 50, 1948–1949: 270; Sebreli, 1973: 150).

Ese mismo año Perón designó al rabino Amram Blum, presidente de la corte rabínica de la comunidad judía, como su asesor en temas religiosos. Eliahu Eliachar, uno de los líderes de la comunidad sefardita en Jerusalén, visitó Argentina ese mismo año como enviado de los jefes del yishuv [asentamiento] judío en Palestina. En sus memorias, Eliachar escribió:

En Buenos Aires era el rabino Amram Blum el principal rabino sefardita. Una persona querida, de aspecto y trato agradable. Sionista entusiasta que se había desempeñado anteriormente en diversos cargos de importantes instituciones en Jerusalén. Era aceptado igualmente por [judíos] askenazíes y sefarditas, así como por el gobierno peronista

(Eliachar, 1980: 287).

Según Máximo Yagupsky del American Jewish Committee, para agosto de 1953 Blum se había vuelto “el espíritu guiador de Perón en la vida judía”.8

Los miembros de la oia intentaron reclutar a la opinión pública judía a favor de su organización y del régimen populista de Perón. Publicaron un manifiesto con el titular “¿Por qué estamos con el gobierno?”, dirigido “a los miembros de nuestra laboriosa colectividad, obreros, universitarios, intelectuales, comerciantes, industriales y millares de israelitas argentinos que, con su esfuerzo y dedicación, han coadyuvado al engrandecimiento de esta noble Patria, que también es nuestra”, para que se unieran a la organización (Mundo israelita, 1947, 1 y 4 de mayo, 11 de octubre). Los autores del manifiesto justificaron su llamado en nombre de patriotismo argentino así como de los intereses económicos judíos, ya que Perón trabajaba para promover el comercio y la industria, para beneficio potencial de la mayoría de los argentinos-judíos que pertenecían a la clase media. Los manifiestos de la oia en esencia utilizaban lenguaje e iconografía peronista para intentar que los judíos no peronistas se acercaran a la oia Por lo general, mencionaban los gestos que Perón había tenido para facilitar la inmigración judía, así como sus declaraciones en condena del antisemitismo y alabanza al Estado de Israel. Los líderes de la oia emprendieron esfuerzos no despreciables para transmitir mensajes similares a los judíos estadounidenses. El representante diplomático argentino en Israel, Pablo Manguel, a menudo se detenía en Nueva York camino a Tel Aviv, y de vuelta de esta ciudad, para presentar discursos de relaciones públicas respecto al amable trato que Perón tenía para con los judíos. Tanto Sujer Matrajt como Manuel Scheinsohn visitaron Estados Unidos para declarar que ya no había antisemitismo alguno en Argentina, gracias a las vigorosas medidas de Perón en este sentido (La Nación, 1949, 10 de junio; La Prensa, 1949, 9 de julio). El empuje del líder de la oia, Sujer Matrajt, jugó un papel central en la decisión presidencial de incluir una cláusula que ampliaba el texto de la Constitución de 1853, que prohibía la discriminación sobre la base de diferencias raciales o religiosas, en la nueva Constitución (Constitución de la Nación Argentina de 1949, 1983: artículos 28, 29 y 30; Mundo israelita, 1949, 19 de marzo; ajyb 51, 1950: 266; ajyb 52, 1951: 214).9

En sus discursos Perón y Evita siempre rechazaron el antisemitismo con energía. Evita incluso intentó atribuir el antisemitismo a los enemigos del régimen. En un discurso que dio en agosto de 1948, la primera dama sostuvo:

En nuestro país los únicos que han hechos separatismos de clases y religiones han sido los representantes de la oligarquía nefasta que ha gobernado durante cincuenta años nuestro país. Los causantes del antisemitismo fueron los gobernantes que envenenaron al pueblo con teorías falsas, hasta que llegó con Perón la hora de proclamar que todos somos iguales

(daia, 1985: 10; Sebreli, 1973: 156).

En los años siguientes, Perón presentó al pueblo judío como un pueblo mejor colocado que otros para comprender la relevancia del justicialismo, ya que habían sido víctimas de la opresión y la injusticia durante largo tiempo. Evita, por su parte, habló del pueblo judío como ejemplo de una conciencia nacional que se había preservado por dos mil años, así como de una lucha inflexible por una patria perdida (daia, 1954: 23, 27–29; daia 1974: 14–15; Perón, 1987: 58).

Al principio de julio de 1951, una delegación encabezada por la oia visitó el palacio presidencial para pedirle a Perón que se postulara para un segundo período en la Presidencia. Muchas otras organizaciones étnicas, laborales, culturales y sociales hicieron lo mismo. La delegación encabezada por la oia incluía a representantes de casi todas las organizaciones judías que había en Argentina. La ceremonia tuvo gran cobertura de prensa; asistieron Juan y Eva Perón, los ministros de gobierno, el presidente de la Cámara de Diputados y otros notables. El evento representaba un logro total de la oia y reflejaba el reconocimiento de que una sólida postura contra el antisemitismo se había vuelto parte integral de la política de Perón (ajyb 54, 1951: 203; Mundo israelita, 1951, 7 de julio).10

Algo que no tiene una importancia menor es que Perón no veía incompatibilidad entre la lealtad de los argentinos-judíos por su país y su apoyo a Israel. Consideraba a Israel su “madre patria” al mismo nivel que consideraba el “país de origen nacional” de los otros grupos de inmigrantes, presentes en Argentina. Del mismo modo que los italianos mantenían sus conexiones con Italia, y los españoles con España, era natural que los judíos hicieran lo mismo con su “país de origen”. En resumen, las declaraciones de Perón legitimaban por completo la abierta identificación de la comunidad argentina judía organizada con el sionismo y el Estado de Israel. Durante el régimen de Perón, este doble vínculo que sentían los judíos argentinos no se consideraba indicativo de “lealtades dobles”, como sucedería a veces en períodos posteriores.11 En una ocasión, Perón incluso declaró que “un judío argentino que no ayude a Israel, no es un buen argentino” (Tsur, 1981: 114; Varon, 1992: 206).12

La muerte de Evita, en julio de 1952, a quien se había percibido como la patrocinadora de la oia y había tenido un papel positivo en las relaciones con Israel, despertó temores de que pudiera haber un cambio en la actitud del régimen. Sin embargo, tales temores fueron infundados.13 La impresión de los diplomáticos israelíes era que las nuevas circunstancias habían fortalecido la posición del ministro del Interior Borlenghi quien, junto con su cuñado Krislavin, era un fuerte promotor de la actividad de la oia Bajo el liderazgo de Ezequiel Zabotinsky se reorganizó la oia en 1953, y parecía colocada para comenzar un nuevo impulso en su existencia (La Prensa, 1954, 27 de febrero, 20 de marzo y 15 de abril).14

En noviembre de 1953, cerca de seis mil judíos participaron en una ceremonia patrocinada por la oia con el propósito de presentar el certificado de registro de Perón en el Libro de Oro del Fondo Nacional Judío. En esta ocasión, Perón dio otro discurso, descrito por Tuvia Arazi, un secretario de la embajada israelí, como “un salmo de alabanzas para Israel y los judíos”. Un año después, los líderes de la comunidad judía dieron a Perón un libro publicado por la daia que compendiaba una colección de discursos y declaraciones del presidente denunciando el antisemitismo y enfatizando el vínculo de los judíos argentinos con Israel (daia, 1954: 33–35).15

La mayor parte de los estudios sobre la oia han examinado esta asociación bajo el prisma de la historia política. Emilio Corbière sostuvo que el que la oia disfrutara de amplio apoyo entre los argentinos-judíos, no se apoya en evidencias (Corbière, 1992: 159–163).16 En efecto, había muchos judíos que creían con firmeza, como lo hacían otros argentinos, que el movimiento peronista instituiría reformas que permitirían que la República avanzara hacia un futuro más halagüeño -reformas que encaminarían al país en una ruta hacia el desarrollo y la modernización, al tiempo que garantizarían justicia social-. Tales judíos también pensaban que la comunidad judía no debía ser indiferente a los deseos de la mayor parte del pueblo argentino que apoyaba a Perón, de modo que se unieron a la oia Ante la ausencia de estadísticas confiables, no podemos calcular cantidades, pero queda claro que estos judíos no eran mayoría en la comunidad. Por otro lado, el embajador israelí Yaacov Tsur, estaba muy equivocado cuando describió a la oia como “un puñado de judíos rastreros, allegados a las autoridades y ejecutores de sus instrucciones en ámbitos judíos”, o como “una organización de judíos arribistas, contra la cual la comunidad estaba unificada” (Tsur, 1981: 42, 45).

Sin embargo, es nuestro interés aquí centrarnos más en la política identitaria y los desafíos al viejo concepto del crisol de razas argentino. Una serie de entrevistas realizadas me han dado fundamento para desafiar la descripción de Tsur17 -descripción que, hasta cierto punto, tiñe los escritos de Haim Avni (1991), Leonardo Senkman (1993) y Jeffrey Marder (1995), así como las tesis doctorales de Joseph Goldstein (1993) y Lawrence Bell (2002)-. Sus estudios se basaron en la prensa de la comunidad (que por lo general ignoraba a los miembros de la oia), en documentos de otras instituciones judías que competían con la oia, o en los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel, en el que varios de sus diplomáticos, notablemente Moshe Tov, eran hostiles a la oia

Algunos funcionarios del Congreso Judío Mundial, como Jacob Hellman, sostuvieron un tono alarmista en sus informes sobre la oia Hellman escribió sobre la “campaña de terror” de la oia contra la daia y, al informar sobre la recaudación de fondos de la oia para un nuevo hospital judío en la provincia de Entre Ríos, a construirse bajo los auspicios de la Fundación Eva Perón, la describió como “una demanda fraudulenta de la oia para defraudar a la comunidad por tres millones [de pesos] para construir un hospital que lleve el nombre de la Primera Dama”. En otra ocasión escribió sobre la atmósfera en la que vivían los judíos en Argentina “como marranos, bajo una horripilante opresión y hacia fuera se dirá que los judíos de la Argentina son libres y no vivencian antisemitismo alguno” (Bell, 2002: 171–172).

Las referencias a los líderes de la oia como charlatanes y timadores también se basaban en material publicado por la Comisión Nacional de Investigación, formada por la Revolución Libertadora para documentar a los “autores y cómplices de las irregularidades durante la Segunda Tiranía”, es decir el peronismo. Un informe sobre los legisladores de la dictadura “que habían llevado agua a sus molinos de manera ilegal” incluía, entre muchos otros individuos “corruptos”, el nombre de Pablo Manguel, la figura más importante de la oia, condenado por “su acrecentamiento patrimonial” (Vicepresidencia de la Nación, 1958: vol. 3). A lo largo de esta investigación, sin embargo, entrevisté a familiares y asociados de Salvador Woscoff, Adolfo Minyevsky, Sujer Matrajt, Luis Elías Sojit, Pablo Manguel, Natalio y Eduardo Cortés y Ezequiel Zabotinsky, logrando adquirir perspectivas que me han ayudado a atemperar la imagen negativa que la mayor parte de los historiadores describe respecto a la oia.18

Varios de los líderes de la oia fueron judíos inmigrantes de primera generación, de Europa Oriental. Algunos, como los hermanos Cortés, Sujer Matrajt y Salvador Woscoff, estaban muy involucrados con la comunidad judía organizada, el sionismo e Israel. Los últimos dos mantenían con orgullo sus apellidos originales. Supuestamente, otros estaban menos apegados a sus identidades judías, cuando menos en público, aunque los cambios en los apellidos -como en el caso de Luis Elías Sojit, por ejemplo, cuyo apellido original era Shoichet- no reflejaban necesariamente indiferencia hacia el judaísmo (Diario Olé, 1997: 522).19 Ninguno de ellos era religioso. Todos se unían en torno a un concepto del “yo” que subrayaba el componente argentino de sus identidades individuales y colectivas. Eran argentinos judíos, más que judíos argentinos. Varios de ellos, como Adolfo Minyevski y Sujer Matrajt, eran industriales textiles o tenían negocios como los Laboratorios Woscoff, y se beneficiaban de las políticas económicas peronistas.

La mayoría fue leal a Perón y al movimiento peronista incluso después de su derrocamiento -evidencia adicional de que su relación con el peronismo no era tan sólo oportunista-. Muchos pagaron altos costos durante la Revolución Libertadora debido a este apoyo. Las víctimas de la campaña antiperonista incluían a integrantes de la oia, notablemente a Pablo Manguel, en cuya casa las autoridades encontraron “documentación de gran valor, bebidas alcohólicas y cigarrillos norteamericanos”. Tal y como narró su esposa:

Públicamente vinieron a casa, eso sí a revisar la casa, a ver si encontraban algo, y claro encontraron, encontraron un poco de vino, un cortado, un poco de qué sé yo (…) cosas así (…) Seis años en el exterior, ¿cómo no vas a traer?20

Las nuevas autoridades arrestaron a Manguel y a Zabotinsky, a quienes encarcelaron un breve lapso de tiempo en la prisión de Las Heras.

El viceministro del Interior, Abraham Krislavin, voló al vecino país de Uruguay y Argentina y solicitó su extradición (La Razón, 1956: 9 de noviembre; La Nación, 1957: 11 de febrero). El carismático y popular periodista deportivo, Luis Elías Sojit, salió al exilio a Brasil y no volvió a Argentina hasta 1958, después de la caída del régimen militar que derrocó a Perón.

En último análisis, la oia logró obtener beneficios del gobierno para los argentinos judíos como comunidad, promoviendo sus intereses étnicos y religiosos. Es difícil decir cuánta influencia pudo haber tenido la oia sobre el voto judío en las elecciones presidenciales y la parlamentaria, pero la organización sí otorgó a Perón “un espacio comunitario judío leal desde el cual enunciar su discurso projudío y pro-Israel” y también colaboró con la difusión del mensaje anti-racista, pro-sionista de Perón “en prestigiosos escenarios exteriores, como eeuu” (Senkman, 1993: 121, 124). La oia influyó sobre las decisiones de Perón de añadir la prohibición contra la discriminación racial a la Constitución y declarar una amnistía que beneficiaba, entre otros, a los inmigrantes judíos ilegales. Al igual, logró que su secretario, Pablo Manguel, fuera designado el primer embajador argentino en Israel, a pesar de la reserva que expresó el Ministerio de Relaciones Exteriores argentino.

De hecho, el primer emisario que mandó Perón al Estado recientemente establecido fue el líder de la oia, Sujer Matrajt (Di Presse, 1949: 24 de marzo y 28 de agosto). Cuando se formaron lazos diplomáticos entre ambos países, Manguel fue quien se convirtió en el primer ministro oficial plenipotenciario de Argentina. Cuando Manguel cerró su período, se suponía que Ezequiel Zabotinsky, otra figura clave en la oia, lo reemplazaría. No obstante, antes de que pudiera mudarse a Israel, el régimen peronista fue derrocado y la “carrera diplomática” de Zabotinsky llegó a su fin.

Como embajador en Israel, Manguel contribuyó a la firma de un acuerdo comercial entre Argentina e Israel que daba una serie de ventajas a este último país (Klich, 1995: 177–205), y los líderes de la oia lograron persuadir a Evita de que su Fundación enviara mantas y medicinas a Israel.

Por tanto, no sorprende que los líderes de la oia mantuvieran relaciones perfectamente amistosas con la comunidad judía organizada local, incluyendo a aquella parte que no pensaba que apoyar al movimiento justicialista fuera políticamente correcto.21 Las autoridades de la daia no intentaron boicotear a la oia y, en lugar de ello, aprovecharon este canal de comunicación con el gobierno -aunque se cuidaron de frustrar los intentos que hiciera la organización judía peronista por ampliar su base de apoyo entre la opinión pública judía-. El último presidente de la oia, Ezequiel Zabotinsky, gozaba en general de respeto en el interior de la comunidad como “un hombre honesto (…) un buen argentino y un judío leal”, vástago de una familia muy estimada, para citar las publicaciones periódicas judías Di Idishe Tsaitung y La Luz. Según Bell, el padre de Zabotinsky había sido presidente de la Asociación Mutual Israelita Argentina (amia) en 1925, a la vez que en su juventud Zabotinsky había participado en los grupos de autodefensa judíos sionistas (Di Idishe Tsaitung, 1954: 29 de junio y 29 de diciembre; La Luz, 1995: 14 de enero; Bell, 2002: 263).

Una visión nacional incluyente

Cuando llegó al poder por primera vez, el peronismo compartía actitudes tradicionales que consideraban que los no católicos no eran “buenos argentinos”. De este modo, transformó en ley el decreto militar de diciembre de 1943 que instituía la educación católica obligatoria en las escuelas del Estado (Rein, 2000: 163–175). Perón declaró en una ocasión:

Creo que en nuestro país es imposible hablar de un hogar argentino que no sea un hogar cristiano. Nuestras ideas se formaron bajo la cruz. Bajo la cruz recitamos nuestros abcs (…) Todo lo distintivo de nuestros hábitos es cristiano y católico

(Confaloneri, 1956: 254–255).

Esta definición de identidad nacional era problemática para la comunidad judía, ya que parecía excluirlos.

Para principios de la década de 1950, sin embargo, el movimiento populista argentino adoptó un enfoque más incluyente y comenzó a mostrar respeto por todas las religiones como un rasgo del peronismo. En la esfera religiosa comenzó a aplicar la ambición peronista de proteger -de las trasgresiones de los privilegiados- los derechos de las minorías y de los débiles, de los grupos marginales. El peronismo se presentó como un conglomerado que tenía un lugar para cada argentino decente que apoyara el proyecto justicialista.

En esta época, se aconsejó a los maestros no conminar a los no católicos a participar en las lecciones de doctrina católica, sino a respetar el principio de libertad de creencias. Los nuevos libros de texto peronistas publicados en los años 1953–1955 reflejaban el deseo de defender este principio. En un libro de lectura de segundo grado aparece un diálogo entre dos niñas, Beatriz y Esther; la primera cuenta a su amiga que ese año celebrará su primera comunión y la segunda que su padre, judío, pidió que la pequeña cursara Moral en lugar de Religión. Ante el temor de Esther de que ello pueda no gustar a su maestra, Beatriz la tranquiliza y le explica que cada uno debe obrar según la religión de sus padres y al mismo tiempo respetar el credo del prójimo, lo cual es muestra de buena educación y tolerancia. Esther no olvida agradecer al presidente Perón por permitir su ausencia a clase en las festividades hebreas, lo cual les permitía ahora no sentirse extranjeros ni tener que ocultar su religión. También Beatriz elogia la fraternidad entre todos los argentinos y la armonía que logró el Justicialismo (Reynoso, 1953: 54; Tejada, 1953: 12; Caimari, 1995: 11–12).

Así, el gobierno peronista se acercó a la reconfiguración de los criterios de pertenencia en la entidad política argentina, no sólo al incluir a sectores débiles, previamente marginalizados en lo social y económico, sino también a grupos étnicos, al tiempo que reconocía la legitimidad de sus vínculos transnacionales. Aun cuando seguían usando la terminología “crisol de razas”, las autoridades peronistas le dieron un sentido más incluyente. Si la Constitución de 1853, en su artículo 25, se refería a la necesidad de promover la “inmigración europea”, un panfleto del gobierno peronista buscaba traer inmigrantes al hablar de Buenos Aires como un destino que daba la bienvenida a “hombres de razas amarilla, negra y blanca”. El panfleto explicaba que:

Algunos inmigrantes, sin conocer las condiciones de vida en el país, imaginan que las autoridades discriminarán en su contra debido al color de su piel o de sus ojos. Su temor es natural. Ostentan profundas heridas que aún no han sanado. Han visto cómo se aplica el sistema racial en su propio país o en países en los que han debido residir durante algún tiempo (…) El hombre que sufrió persecuciones o desprecio de carácter racial descubre, para su sorpresa, que no sólo ha encontrado un nuevo país, sino un nuevo mundo. Desde ese momento vuelve a vivir con la seguridad de que es igual a cualquier otro hombre del mundo.22

El régimen peronista se dio a la tarea de integrar a una serie de grupos tradicionalmente excluidos, también a los judíos, en su proyecto social y políticamente incluyente. A diferencia de sus antecesores liberales, las ideas corporativas de Perón le permitieron considerar a los grupos étnicos como actores sociales independientes. Aunque a menudo se le vincula con el fascismo europeo de entreguerras, en los hechos el corporativismo fue también un importante elemento del populismo latinoamericano. Cualquier recapitulación justa de las políticas del régimen peronista hacia la comunidad de argentinos-judíos, debe tomar en cuenta el hecho de que la ola de antisemitismo de octubre-noviembre de 1945, fue seguida por una clara y consistente disminución en las actividades y las publicaciones antisemitas. El periodista y diplomático Benno Weiser Varon escribió a principios de la década de 1990, de manera algo exagerada, que bajo el régimen de Perón la comunidad judía disfrutó de la primera y única década en la historia moderna de Argentina en la que el régimen no permitió actividades antisemitas. El Ministerio de Relaciones Exteriores israelí documenta, y la prensa judía contemporánea registra algunos incidentes antisemitas en la capital federal y en las provincias para los años 1948–1955. Pero fueron relativamente raros. Un incidente antisemita sucedido en un café judío en Buenos Aires en agosto de 1950 se describió en un informe de la embajada de Israel como “el primer incidente en la capital de los últimos dos años”, y subraya que el evento no destacó en la prensa judía.23

No hubo mejor indicación del declive del antisemitismo durante la presidencia de Perón que el cambio en la perspectiva de la Alianza Libertadora Nacionalista (aln), agrupación de derecha. Los seguidores de esta organización fueron responsables de los actos violentos contra judíos hacia fines de 1945 (Furman, 2014). Sin embargo, en abril de 1953, el simpatizante de los nazis, Juan Queraltó, fue destituido del liderazgo de la organización y reemplazado por Guillermo Patricio Kelly. A principios de 1954, la aln abandonó públicamente su perspectiva hostil respecto de los judíos. Kelly, el nuevo secretario general de la Alianza, se reunió con el embajador israelí, Arieh Kubovy, y le dijo que la organización se estaba deshaciendo de toda manifestación antisemita.24

Obviamente, estos hechos no disiparon la intranquilidad que sentía al menos parte de la comunidad judía, intranquilidad que en ocasiones daba forma a las políticas de los líderes de la comunidad organizada. Gran parte de ellos provenían de Europa Oriental y el recuerdo del Holocausto afectaba su mirada de la política argentina. Sus sospechas sobre Perón, un funcionario del Ejército que había tenido el apoyo tanto de la Iglesia como de los nacionalistas durante los primeros años de su régimen, seguían intactas.

Un segundo punto a tomarse en cuenta al evaluar la política de Perón hacia los judíos fue que el populismo peronista mostró gran disposición a promover la integración social y política de aquellos grupos que previamente habían quedado en los márgenes del sistema. Los beneficiarios principales de esto fueron, sin duda, los integrantes de la clase obrera, pero los grupos de inmigrantes, incluyendo los judíos, también se beneficiaron. Una serie de personalidades judías alcanzaron puestos que jamás se habían abierto a este grupo hasta entonces. Por ejemplo, se designó viceministro del Interior a Abraham Krislavin; primer juez liberal judío a Liberto Rabovich, y Pablo Manguel fue nombrado el primer embajador judío de Argentina y enviado a representar a su país en Tel Aviv. En otras palabras, el peronismo fue más allá de los derechos legales otorgados a los judíos como ciudadanos argentinos, y les ofreció también derechos políticos, así como derechos sociales.

En cuanto al legado posterior a 1955 de los procesos planteados aquí, lo descrito nos permite entender mejor el amplio apoyo que los argentinos judíos dieron al peronismo durante las décadas de 1960 y 1970, y quizá incluso la facilidad con la que el argentino judío se puede identificar con el kirchnerismo en la actualidad.

Antes del surgimiento del peronismo, no siempre se consideró a los judíos parte de la polis, civitas, o demos argentinas. Otorgar ciudadanía formal a todos los pueblos indígenas y grupos de inmigrantes no tenía gran significado en una sociedad en la que las elecciones estaban arregladas y las élites veían con desdeño a la cultura inmigrante y a la popular. Fue el peronismo el que abrió el camino a las nuevas definiciones de ciudadanía. Con su rehabilitación de la cultura popular y el folklore, sus esfuerzos por reescribir la historia nacional, y su inclusión de las minorías étnicas que previamente languidecían en los márgenes de la sociedad (como en el caso de judíos y árabes), el peronismo transformó a muchos de estos “ciudadanos imaginarios” en parte integral de la sociedad argentina. Las políticas de Perón reconocieron la legitimidad de los reclamos de las identidades étnicas colectivas -y por ello múltiples-. Precisamente al tomar en cuenta no solamente a los derechos individuales, sino a los de grupo, cimentó la ruta hacia la Argentina multicultural actual.

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Vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv, (Israel). Director del S. Daniel Abraham Center for International and Regional Studies. Es miembro de la Academia Nacional Argentina de la Historia y copresidente de la Asociación de Estudios Judío Latinoamericanos. Comendador de la Orden del Libertador San Martín por su contribución a la cultura argentina. Profesor sobre América Latina e Historia española. Sus líneas de investigación son: movimientos populistas, sociedad y política argentina, los judíos en el mundo de habla hispana, minorías étnicas en América Latina. Autor y editor de más de veinticinco libros y varias decenas de artículos en revistas académicas. Entre sus últimas publicaciones destacan: Fútbol, Jews, and the Making of Argentina (2014); La segunda línea del Liderazgo peronista. Perfiles biográficos (2014) y Cultura Para Todos. El Suplemento de cultura La Prensa cegetista (1951–1955) (2013).

Traducción de Lucía Rayas.

N. de la T.: “hyphenated identities” en el original en inglés.

Sobre esta reunión, véase también Central Zionist Archives (CZA), Jerusalén, Z6/22.

Véanse también las entrevistas del autor con la esposa de Eduardo, Perla Cortés (Buenos Aires, 5 de agosto de 2008), y con su hija Rosalía (Río de Janeiro, 12 de junio de 2009).

Libro del cincuentenario de la Ezrah y Hospital Israelita, p. 217.

En los años 1950, se nombraría director de la Agencia Noticiosa Argentina (apa) a Sojit. Según Alberto Woscoff su padre, Salvador, fue el fundador de la organización precursora de la oia, la Organización Nacional Judía Argentina; la palabra “nacional” se eliminó porque tenía connotaciones negativas para los judíos (entrevista del autor con Alberto Woscoff, Buenos Aires, 1° de diciembre de 2008).

N. de la E.: de acuerdo a las reglas alimenticias.

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Tov a Eytan, 7 de marzo de 1950, Archivo del Estado de Israel, Jerusalén, 2574/17.

Schneerson al Ministro de Relaciones Exteriores israelí, 1° de agosto de 1951, Archivos del Estado de Israel (isa), Jerusalén, 2574/3.

Tales acusaciones fueron comunes entre los nacionalistas de derecha de los aos 1960, ⊠aciones fueron comunes entre los nacionalistas de derecha de los aidentificaci2000 años, asigarquinteragradable. Sioniños 1960, en especial después del secuestro del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann por agentes de la mossad, en mayo de 1960. Véase: Rein (2014). Los intelectuales nacionalistas identificados con la izquierda peronista en ocasiones expresaron puntos de vista similares. Véase, por ejemplo: Jauretche (2009).

Véase también Yagupsky a Segal, 26 de julio de 1955, archivos del American Jewish Committee (ajc), yivo Institute for Jewish Research, Nueva York, Caja 1, en especial, pp. 8–9.

Tsur al Ministro de Relaciones Exteriores israelí, 11 de junio de 1952, 23 de junio y 24 de agosto de 1952, isa 2579/17; Aznar a mae, 30 de junio de 1952, Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores (amae), Madrid, R.3177/49; y Torrehermosa a mae, 31 de marzo de 1952, amae, R.3177/49.

Kubovy a Darom, 1953, 23 de noviembre, isa 2573/14; La Prensa, 1954, 27 de febrero, 20 de marzo y 15 de abril.

Arazi al Ministro de Relaciones Exteriores israelí, 19 de noviembre de 1953, ISA, 4701/1.

Una perspectiva exagerada del poder e influencia de la organización judía peronista puede encontrarse en un reporte del embajador español en Argentina, José María de Areilza, fechado en enero de 1950. Véase: Archivo de la Fundación Francisco Franco (Madrid), Legajo 121, folio 56.

Entrevistas con Perla Cortés (Buenos Aires, agosto de 2008), Rosalía Cortés (Río de Janeiro, agosto de 2009), Alberto Woscoff (Buenos Aires, diciembre de 2008), Eduardo Isidoro Sojit (Buenos Aires, diciembre de 2008), Juan Domingo Manguel (Buenos Aires, agosto 2008, agosto 2009 y agosto 2014), así como con Clara Borlenghi (Buenos Aires, septiembre de 1997).

Se trata de una serie de entrevistas hechas en Buenos Aires con la ayuda de Adrián Krupnik e Iván Cherjovsky, agosto de 2008 a marzo de 2009.

Intercambio por correo electrónico con Lorena Grojsman, abril de 2014. Sojit era el hermano de su abuela. Sobre Sojit véanse las columnas publicadas por la revista Gente en 1970, bajo el titular “¡Luis Elías! ¡Qué personaje!” (sin fecha) y en Clarín 1985 por Carlos Marcelo Thiery, “Un ilusionado del micrófono” (sin fecha). Aunque su hijo insiste en que Sojit no tenía una identidad judía muy sólida, se le enterró en el cementerio judío Liniers en 1982 (entrevista con Eduardo Isidoro Sojit, Buenos Aires, 4 de diciembre de 2008).

Entrevista con la esposa de Manguel, Rosalía, Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Eva Perón, Programa de Historia Oral, p.9.

Entrevistas del autor con Marcos Korenhendler (Tel Aviv, 21 de agosto de 2000) y con David Hurovitz (Tel Aviv, julio de 2004).

The Immigrant in Argentina en Biblioteca del Congreso de la Nación, Biblioteca Peronista, s/f, 19–20.

Eshel a la Secretaría de Relaciones Exteriores de Israel, 21 de agosto de 1950, ISA, 2574/3.

Kelly a Kubovy, con la declaración de la Alianza añadida, 21 de enero de 1954, isa, Consulado de Buenos Aires, 477/23.

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