Entre el vicio y la enfermedad. La construcción medicosocial del alcoholismo como patología en España (siglos XIX y XX)*
Between bad habit and disease. The medical-social construction of alcoholism as a disease in Spain (XIX and XX centuries)
CAMPOS MARIN, R.
Departamento de Historia de la Ciencia. Centro de Estudios Históricos. CSIC. Madrid.
Correspondencia:
Dr. R. CAMPOS MARÍN.
Departamento de Historia de la Ciencia.
Centro de Estudios Históricos. CSIC.
Duque de Medinaceli, 6.
28014 Madrid.
* Trabajo realizado en el marco del Programa de Becas Postdoctorales en la Comunidad de Madrid. Financiado por la Comunidad Autónoma de Madrid.
RESUMEN: Objetivo: en el presente trabajo se analiza a partir de los textos médicos el proceso de construcción del alcoholismo como patología en España.
Material y métodos: se analiza la información disponible durante la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX.
Resultados: se demuestra que a pesar de definir el alcoholismo como una enfermedad, los médicos no rompieron con la visión social preexistente del problema, que consideraba el consumo de bebidas alcohólicas como un vicio ligado a comportamientos antisociales.
Conclusiones: por tanto, desde la medicina se mantuvo una posición ambigüa ante el alcoholismo que osciló entre el vicio y la enfermedad y que finalmente primó el discurso moral sobre el científico.
PALABRAS CLAVE: Alcoholismo. Enfermedad. Vicio. Moral. Siglo XIX.
ABSTRACT: Objective: in this paper we study the alcoholism in Spain during the 2nd half of the XIXth century and early XXth C.
Material and methods: the available information regarding 2nd hald of the XIXth century and early XXth C was analyzed.
Results: in the spite of their consideration as an illness, we focus on how the doctors did not break up with the preexistent social image of the drunk.
Conclusions: the doctors maintained an ambiguous thesis on the alcoholism, between vice and illness, a vision where moral discuorse straped the scientific one.
KEY WORDS: Alcoholism. Illness. Vice. Moral. XIX th century.
Introducción
En el siglo XIX, al igual que en otros países euro-peos9,17,18 y en EE. UU.14 se produjo en España un significativo cambio de percepción de los problemas que acarreaba el consumo de bebidas alcohólicas, directamente vinculado a las transformaciones políticas, económicas y sociales del liberalismo. Determinados sectores ilustrados de la sociedad española entre los que destacaban los filántropos, los criminólogos, sociólogos, médicos, empresarios, urbanistas, higienistas, etc., elaboraron durante cerca de un centenar de años un discurso antialcohólico de fuerte contenido moral que en líneas generales contraponía el autocontrol del abstemio a la inmoralidad del bebedor. La condena moral que suscitaban la ingesta inmoderada de bebidas etílicas, sus efectos sobre el orden social y la figura del borracho no era una novedad, pero sí la magnitud de la reacción antialcohólica, los objetivos que ésta perseguía y el proceso de medicalización y patologización de lo que hasta ese momento había sido considerado ante todo un vicio6. En la segunda mitad del siglo XIX se producirá una transformación terminológica en lo referente al consumo de bebidas alcohólicas que reflejará el creciente protagonismo de la medicina en la definición de los problemas derivados de dicho consumo. Se pasará de utilizar términos como borracho, borrachez, embriaguez, ebriedad, etc., que tenían una carga moral, a emplear los de alcoholismo y alcohólico, de evidentes connotaciones médicas. Sin embargo, los médicos incorporaron a los nuevos parámetros científicos los prejuicios sociales hacia el consumo y el consumidor de bebidas alcohólicas, lo que convertía al alcohólico en un borracho medicalizado y al alcoholismo en una plaga social más que en una enfermedad15. En las próximas páginas pretendo explicar cómo la construcción del alcoholismo como enfermedad se caracterizó por ser un proceso contradictorio que aunaba en un mismo discurso la visión del fenómeno como un vicio asociado a desórdenes sociales y como una patología. Para ello me centraré principalmente en el papel desempeñado por los médicos, dejando de lado otras visiones sociales del problema que, no obstante, convergieron con la propiamente médica6,15.
La percepción social del alcoholismo
Desde mediados del siglo pasado y directamente vinculado a las transformaciones socioeconómicas que acompañaron a la construcción del Estado liberal se desarrolló en España una publicística antialcohólica encabezada por una élite ilustrada de talante reformista que percibió y transmitió a la sociedad la idea de que el consumo de bebidas alcohólicas era nocivo para la salud individual y peligroso para el orden social. Interesados por la eficencia económica e identificados con una determinada idea del progreso social, esta élite económica y cultural asoció el consumo de bebidas alcohólicas con las clases populares y muy especialmente con la naciente clase obrera. En este sentido el alcoholismo era el indicador de todas las cualidades negativas del obrero y aparecía ligado a un conjunto de conductas antisociales como la indisciplina, el absentismo laboral, la criminalidad, la subversión, la indolencia, la miseria, la locura, la degeneración de la «raza», la quiebra de la familia, etc., que ponían en entredicho el orden social y la optimización de los rendimientos del trabajo6,22-25. Desde esta perspectiva la lucha antialcohólica no respondía exclusivamente a criterios altruistas, sino que formaba parte de una estrategia más amplia que desde diferentes puntos de vista perseguía disciplinar a la clase obrera por medio de la moralización de sus costumbres, el control de su ocio y la educación de las necesidades con miras a encuadrarla en la nueva organización capitalista y a mantener la armonía social y el orden establecido6,23-25. Esta identificación del alcoholismo con la clase obrera se fundamentaba en el carácter público que la ingesta de bebidas alcohólicas tenía entre esta clase social. Desde este punto de vista la taberna fue un espacio denostado y vilipendiado por los publicistas antialcohólicos porque representaba la transgresión de las normas de conducta social. Lo que les atemorizaba de la taberna era que constituía un lugar privilegiado de la sociabilidad de las clases populares donde éstas satisfacían sus necesidades de ocio y fundaban, llegado el caso, sociedades de resistencia y partidos políticos de talante socialista6,22,23,28. Para esta élite ilustrada el consumo de alcohol era antitético con los ideales de progreso social que propugnaban. Las bebidas alcohólicas eran una amenaza a valores como el trabajo, el ahorro, el espíritu de sacrificio, la austeridad, el autocontrol, etc., la burguesía pretendía imponer como pautas de conducta26. De ahí que el alcoholismo además de ser considerado el vicio más importante de la clase obrera y la causa de casi todos los males que la aquejaban fuera percibido también como fuente de todos los peligros y desórdenes sociales que acechaban a la sociedad, hasta el punto de que muchos propagandistas llegaron a considerar que la «cuestión social» quedaría resuelta erradicando el alcoholismo.
Los médicos desempeñaron en todo este proceso un papel de primer orden al dotar al discurso antialcohólico de una cobertura científica. Sin embargo, aunque el alcoholismo fuera definido por la medicina como una enfermedad, la percepción social del problema se imbricó en el discurso médico, considerándose en muchas ocasiones más un vicio que una patología. Esta indefinición del alcoholismo entre el vicio y la enfermedad alimentó el discurso médico hasta bien entrado el siglo XX y su principal consecuencia fue la preeminencia de un enfoque moral de la cuestión por parte de los médicos. Esta tendencia no fue exclusiva de la medicina española, pero en su caso se acentuó porque los médicos se interesaron más en la divulgación de los peligros que entrañaba el consumo de alcohol que en la investigación clínica sobre sus efectos en el organismo humano. De esta manera, en España el discurso médico antialcohólico tendió a simplificar las ideas, repitiendo hasta la saciedad un conjunto de tópicos medicosociales muy extendidos. Por tanto, la construcción medicosocial del alcoholismo en nuestro país se realizó a partir del peligro potencial que entrañaba como factor de desorden social. En cualquier caso este hecho no fue una peculiaridad de la medicina española, sino que en su caso se acentuó como consecuencia de la ausencia de una producción científica basada en la investigación6.
El descubrimiento del alcoholismo crónico
Para comprender mejor dicho proceso es necesario trazar someramente las principales líneas de la evolución del pensamiento médico europeo sobre el alcoholismo a lo largo del siglo XIX. Hasta finales del siglo XVIII y comienzos del XIX la medicina no mostró un especial interés por los efectos patológicos del consumo de bebidas alcohólicas. A lo sumo, algunos médicos describieron diferentes cuadros patológicos como el delirium tremens, la dipsomanía, la cirrosis o la monomanía ebriosa, vinculados al abuso de bebidas alcohólicas, pero sin agruparlos en una entidad nosológica3,12.
A pesar de estos avances mayoría de los médicos consideraba la embriaguez como un problema social y moral antes que una enfermedad. Un buen ejemplo de esta actitud se encuentra en la obra de Villermé, quien en 1840, al estudiar las condiciones de vida de la industria textil francesa trataba el problema de la embriaguez en la sección dedicada a sus costumbres y moral sin que le preocuparan los trastornos que las bebidas alcohólicas provocaban en el organismo humano. En la misma época el médico francés Descuret clasificaba el consumo de bebidas alcohólicas entre las pasiones animales y señalaba las diferencias entre la embriaguez, que era el estado de una persona embriagada, y la borrachez, o inclinación habitual de tomar inmoderadamente bebidas espirituosas, resaltando que la primera era un estado morboso mientras que catalogaba a la segunda de feo y vergonzoso vicio. En cualquier caso la medicina desarrolló durante este período una serie de observaciones confusas y dispersas sobre los efectos nocivos del consumo de alcohol que imposibilitaba una visión científica y uniforme entre los médicos. En estas condiciones de pobreza y desorden en la sistematización conceptual y nosográfica era normal que la imagen preponderante del bebedor fuera principalmente moral6).
En 1849, con la publicación de la obra Alcoholismus chronicus del médico sueco Magnus Huss, se produjo un importante giro en la percepción médica de la cuestión alcohólica. Escrito a partir de la observación de un grupo de bebedores internados en el Hospital Serafim de Estocolmo, su originalidad residía en la aplicación del método etiopatogénico a la investigación de la intoxicación alcohólica, lo que le permitió reconocer, estudiando diversas enfermedades en su forma aparente, un nexo común entre ellas establecido sobre un común origen, el uso o el abuso de los aguardientes, que conlleva una lesión marcada en las fuerzas asimiladoras y reproductoras. Elementos tan variados como la expresión clínica de la gastritis, las manifestaciones anatómicas de la cirrosis o los signos de deterioro mental quedaban integrados en el cuadro común de la intoxicación alcohólica. Su tesis era que el alcoholismo crónico se definía exclusivamente por una unión de lesiones nerviosas en un sentido amplio, que integraba además de las lesiones neurológicas las psíquicas y de comportamiento12,20. El mérito y la originalidad de la obra de Huss fue reunir bajo una nueva denominación (alcoholismo crónico) un conjunto de entidades patólogicas que hasta entonces había sido consideradas independientes. El término alcoholismo, construido a partir del agente considerado como causante de la intoxicación, sustituyó con éxito a los más imprecisos de embriaguez y borrachera, que a partir de la segunda mitad del siglo XIX fueron incluidos por los psiquiatras franceses en el cuadro del alcoholismo agudo. Traducida al alemán en 1852, la obra de Huss se difundió entre los médicos y psiquiatras europeos, especialmente entre los franceses, que le dispensaron una excelente acogida2. En 1857 el alienista francés Morel formuló la teoría de la degeneración de la especie humana, desarrollando la idea de que el alcoholismo era la principal causa de dicha degeneración y que podía heredarse2,12. La existencia de una «heredointoxicación etílica» fue descrita y minuciosamente estudiada por Morel y posteriormente otros autores degeneracionistas franceses como Magnan o Legrain ahondaron en dicha idea12.
Pese a que el estudio del alcoholismo sufrió gracias a la teoría de la degeneración una importante reinterpretación en favor de explicaciones biologicistas y deterministas, la visión del mismo como problema social y moral lejos de diluirse se ahondó a partir de los postulados científicos que la sustentaban. Tres fueron los elementos que el degeneracionismo aportó para convertir el alcoholismo en una plaga social. En primer lugar la teoría de la degeneración, tenía un importante contenido moral y el alcoholismo como causa de degeneración del individuo y de la especie estaba asociado a la transgresión de las normas morales11,12. Las consecuencias sociales del abuso de las bebidas alcohólicas eran a jucio de Morel terribles: «La miseria y el bastardeo de las poblaciones son la consecuencia directa del uso immoderado de los aguardientes.»16 En segundo lugar el determinismo biológico, que impregnaba la teoría de la degeneración, remitió las causas sociales del alcoholismo a un segundo plano, centrándose el peso de la causalidad en la herencia. Pero el desinterés por las causas sociales se vio contrarrestado por la inquietud que los degeneracionistas experimentaron por las consecuencias sociales que éste acarreaba. Así, el psiquiatra Legrain señalaba: «El alcoholismo es una de las cuestiones más graves de la actualidad, según la opinión de todos los hombres competentes que están de acuerdo en declarar que de su solución depende en buena medida el porvenir del país. Es un mal que, en efecto, ataca cada vez más el equlibrio nacional. Destruye la inteligencia, la moralidad y la salud; arruina nuestras finanzas. No hay una sola cuestión social que no esté seriamente comprometida por esta plaga, que golpea con la esterilidad todo lo que toca.»13 En definitiva, no era tanto el alcoholismo como enfermedad lo que preocupaba a los psiquiatras degeneracionistas, sino el alcoholismo como peligro social, como plaga de catastróficas consecuencias. En tercer lugar, el término degeneración sufrirá una enorme popularización en la segunda mitad del siglo XIX en el terreno social y político, convirtiéndose en un vocablo utilizado principalmente para juzgar situaciones morales y definir la pérdida de las características propias de la raza provocada por la relajación y corrupción de las costumbres. En este sentido el alcoholismo asociado a la degeneración sirvió para descalificar y estigmatizar los movimientos sociales como la Comuna de París10.
La medicina española ante el alcoholismo
En los primeros tratados de higiene industrial escritos por médicos españoles se abordó el alcoholismo desde una perspectiva exclusivamente moral. Autores como Salarich y Monlau, observadores e intérpretes de la industrialización en Cataluña, consideraron que el consumo de bebidas alcohólicas como el principal vicio de los trabajadores, atribuyendo sus causas a su innata inmoralidad y naturaleza viciosa26. En este sentido, Salarich describió la embriaguez como un hecho cotidiano en la vida del obrero y destacó como causas de su extensión una serie de factores sociales y morales. Así, el mal ejemplo que recibían los niños en el hogar y la fábrica, los hábitos de juerga y desorden del obrero, la ociosidad del domingo, el absentismo laboral de los lunes, la proliferación de cafés eran a su juicio las causas principales de la embriaguez. Lo que verdaderamente le interesaba era destacar los aspectos inmorales y el desorden social que acarreaba el consumo de alcohol: «Esta intemperancia no solamente se opone a los ahorros, a la buena educación de los hijos y a la felicidad de la familia, sino que le sumerge en una indigencia extrema. La borrachera hace al obrero perezoso, jugador, querelloso y turbulento; le degrada y embrutece; destruye sus buenas costumbres; escandaliza a la sociedad, y le impele al crimen. La borrachera es la causa principal de las riñas, de muchos delitos y de casi todos los desórdenes que cometen los obreros.»21 Este juicio emitido en 1858 sería machaconamente repetido hasta bien entrado el siglo XX por numerosos médicos higienistas, entre los que se implantó una corriente mayoritaria que consideraba que el consumo de alcohol era la primera causa de la miseria obrera y no a la inversa como defendían otros sectores de la sociedad, en especial los vinculados al movimiento obrero7.
Una cuestión interesante es la tardía aparición del término alcoholismo en los escritos de los médicos españoles. Acuñado en 1849, no parece haberse divulgado en España hasta su utilización por Giné y Partagás en su «Tratado teórico práctico de frenopatología», en el que dedicaba un capítulo a la locura alcohólica o alcoholismo. Hasta ese momento los términos más utilizados fueron borrachera, borrachez, embriaguez e incluso «asqueroso vicio». Todo ello nos da una idea del desconocimiento que los médicos españoles tenían de los trabajos más innovadores sobre alcoholismo a mediados del siglo pasado. También nos muestra que no existía entre ellos la conciencia de que el consumo de bebidas alcohólicas pudiera constituir una patología. Más bien era considerado una desviación de la conducta producto de la ignorancia y la inmoralidad.
Ahora bien, a partir del último cuarto del siglo XIX el mejor conocimiento de las obras sobre alcoholismo publicadas en el extranjero y la irrupción en nuestro país del degeneracionismo francés provocaron un cambio terminológico y conceptual entre los médicos españoles: la utilización del término alcoholismo y su consideración como patología. De hecho, se comienza a definir el alcoholismo como enfermedad social al vincularlo con las transformaciones socioeconómicas de la industrialización y las duras condiciones de vida y trabajo de los obreros19. Factores como la mala alimentación6, la vivienda insalubre4, la fatiga producidas por las largas jornadas de trabajo y sus lamentables condiciones, la carencia de alternativas de ocio y la desesperación que provocaba la miseria se apuntarán como causas sociales del alcoholismo7.
Pero junto a esta concepción del alcoholismo como enfermedad social existía otra que lo entroncaba con las plagas sociales. Esta mentalidad, muy arraigada entre los higienistas, asimilaba el término enfermedad social a las alteraciones del orden económico, político o moral de la sociedad, con lo que la enfermedad se apróximaba a los conceptos de vicio o plaga, incorporando una visión moral a la patología19. Todo aquello que afectaba al orden social y moral era incorporado al concepto de patología social. Desde esta concepción fue habitual incluir al alcoholismo entre los extravíos sociales o defectos de la organización social junto al pauperismo, la prostitución, la criminalidad, la locura, la vagancia, etc,6,15. Por otra parte, los médicos veían en el alcoholismo más una causa de enfermedad, un hábito morboso, que una patología en sí misma. Un aspecto clarificador a este respecto fue la atención que le prestaron como causa de la tuberculosis, vinculando la lucha antituberculosa a la antialcohólica6.
Las implicaciones del alcoholismo como causa de enfermedad y factor de degeneración de la especie se tradujo en una importante preocupación por los perjuicios económicos que producía a la riqueza nacional. Los costes en hospitales, en pérdidas de jornadas de trabajo y en accidentes laborales fueron argumentos de peso para condenar y combatir el alcoholismo. En esta línea algunos médicos propusieron en la Conferencia de Seguros Sociales celebrada en 1917 la exclusión o el gravamen de las enfermedades nacidas de hábitos morbosos como el alcoholismo, alegando que los alcohólicos podían resultar ruinosos para las sociedades de seguros por su mayor riesgo a contraer enfermedades.
Este género de argumentos se reforzó con la divulgación del degenacionismo en España durante la década de 1890, llegando a convertirse en la principal obsesión de los propagandistas antialcohólicos. En este sentido centraron su atención en las relaciones entre alcoholismo y degeneración, subrayando el papel del heredoalcoholismo como fuente de prácticamente todos los males individuales y sociales. La publicación en Francia desde el decenio de 1880 de numerosas obras y artículos en las que se estudiaba minuciosamente el heredoalcoholismo desde la perspectiva degeneracionista12 empezó a repercutir en España unos años después, convirtiéndose en poco tiempo en uno de los argumentos principales de la lucha antialcohólica5. Así, en 1896, Rafael Cervera Barat se refería a las «leyes de la herencia en el alcoholismo» con el objeto de demostrar que «los estragos del alcoholismo se van acumulando de una generación a otra, hasta que se extinguen por completo las familias». A lo largo de 3 generaciones R. Cervera establecía y clasificaba en 3 grupos (debilidad de la inteligencia, locura moral e impulsivos) una serie de desarreglos mentales heredados a partir del alcoholismo. «Estos herederos --explica-- padecen infinidad de trastornos y desarreglos de la mente, cuyos múltiples efectos los sintetiza la ciencia en una palabra: la degeneración mental.»8
La aceptación de la «herencia polimorfa», mediante la cual las patologías mentales podrían ir transformándose y agravándose de generación en generación hasta llegar al agotamiento y desaparición de la estirpe, fue general entre los médicos que abordaron el alcoholismo. Éste se transmitía por vía hereditaria, aumentando la degeneración de los descendientes que presentaban toda clase de alteraciones del sistema nervioso. El resultado era que los descendientes del alcohólico acababan formando «un verdadero museo patológico» donde podían estudiarse toda clase de monstruosidades de índole moral, físico e intelectual, sobre todo cuando el padre y la madre abusan de los espirituosos. La especie, la raza, en definitiva la patria, pagaban los excesos individuales por obra y gracia de una herencia que se metamorfoseaba, dando lugar a una prole patológica. Asimismo, la degeneración alcohólica tenía su correlato en las estrechas relaciones con la locura y la criminalidad, 2 de las manifestaciones más peligrosas del alcohólico5.
El tono y la idea general de los textos médicos españoles sobre el tema resultan similares; los autores repetían, apoyados en los tratados franceses, un mismo discurso con el que alertar tanto a la profesión médica como a la opinión pública de los peligros que el abuso de bebidas alcohólicas entrañaba para la supervivencia de la especie. No obstante, el determinismo biológico del degeneracionismo no impidió a la medicina española llamar la atención sobre las consecuencias sociales del alcoholismo, proponiendo medidas de carácter educativo y moral dirigidas a corregir la tendencia al vicio de la población obrera, que por otra parte era considerada en la tradición degeneracionista como el segmento de población degenerado por excelencia.
El alcoholismo como enfermedad voluntaria
La confusión entre los términos vicio y enfermedad para referirse al alcoholismo también se incardinó en los aspectos clínicos del etilismo crónico. La mayor parte de los médicos españoles estaban de acuerdo en definir el alcoholismo como un proceso de intoxicación originado por el consumo voluntario de bebidas alcohólicas. El que el individuo se alcoholizara de forma voluntaria es fundamental para comprender que el alcoholismo como concepto médico incorporase valoraciones ético-morales y que el alcohólico fuera considerado un vicioso antes que un enfermo. Un aspecto que contribuyó de forma importante a mantener la confusa definición del alcoholismo fue la división de los síntomas clínicos de la intoxicación etílica en 2 períodos: alcoholismo agudo y crónico. Huss describió la diferencia que existía entre los efectos (síntomas) físicos y psíquicos que producía el alcohol en el organismo según el grado de intoxicación, distinguiendo entre una primera fase o alcoholismo agudo, pasajera y equivalente a la borrachera, y una segunda fase, el alcoholismo crónico, que constituía la verdadera patología. Estas ideas fueron aparentemente bien comprendidas por los médicos españoles, aunque no siempre se admitió que el alcoholismo crónico fuera una enfermedad. El hecho de que fuera el producto de una ingestión continuada de bebidas alcohólicas era para muchos tratadistas sinónimo de vicio, de hábito, mientras que el alcoholismo agudo no era más que un accidente. De alguna manera el alcoholismo agudo se equiparaba a la embriguez, mientras que el crónico lo era con la borrachez o inclinación habitual a tomar inmoderadamente bebidas alcohólicas6.
Frente a este estado de cosas el doctor Artes publicó un folleto titulado «Borrachos», cuyo objetivo era clarificar la ambigüedad del concepto de alcoholismo y la confusión semántica del término borracho. A su juicio el alcoholismo sólo era considerado como una enfermedad si a consecuencia del hábito de beber se adquirían afecciones del sistema nervioso central tales como el delirium tremens y la dipsomanía, a pesar de que estas afecciones eran únicamente las consecuencias mórbidas del alcoholismo. Los estrechos márgenes a los que quedaba reducido el alcoholismo-enfermedad y la despreocupación médica por estudiarlo como causa eficiente de esos estados era la razón por la que se consideraba que no era materia médica, sino un «vicio cuya corrección compete a los moralistas y legisladores»1.
Un elemento íntimamente unido al problema de la voluntariedad de la ingestión del alcohol que también contribuyó a mantener la indeterminación del alcoholismo entre el vicio y la enfermedad fue el de la costumbre o hábito de ingerir bebidas alcohólicas.
Ya hemos visto cómo a través de la herencia biológica el individuo heredaba bien los estigmas, los efectos psicofísicos del alcoholismo, bien la predisposición o inclinación a ingerir alcohol. Sin embargo, esta inclinación también podía ser adquirida. El individuo podía comenzar a beber por múltiples motivos, la mayor parte de ellos relacionados con el entorno en el que vivía, desarrollando una pasión por las bebidas etílicas a medida que aumentaba su capacidad de tolerancia que irremisiblemente habría de conducirle al alcoholismo crónico. Esta interpretación moralista del proceso de alcoholización del bebedor no era más que una forma de señalar una cuestión que los propagandistas antialcohólicos de nuestro país no alcanzaron a definir con nitidez: la adicción. Esa «violenta inclinación» de ingerir alcohol iba acompañada a la larga de la pérdida de voluntad y comportaba el abuso incurable del mismo, con lo que el individuo podía caer en la locura o en la dipsomanía. Clasificada entre las enajenaciones mentales, la dipsomanía era una patología que se caracterizaba por accesos de locura que empujaban al dipsómano a ingerir sin control todo género de bebidas alcohólicas. Su principal diferencia con el alcoholismo (entendido como vicio) era que el dipsómano carecía de voluntad y razón mientras que el alcohólico bebía por placer y vicio6. «El dipsómano es un loco que bebe porque está enajenado, mientras el alcohólico es un ser degradado que se enajena», escribía un tratadista de la época27.
Conclusiones
A pesar de la medicalización del alcoholismo y de la importancia que la nueva patología cobró desde mediados del siglo XIX en ningún momento se desprendió de la visión social preexistente que la consideraba como un vicio ligado a comportamientos antisociales. La reponsabilidad individual, la voluntariedad de su vicio, el gasto social que producía el alcohólico, la consideración del alcoholismo como factor etiológico de otras enfermedades, su asociación a la degeneración de la raza, fueron algunos de los rasgos que los médicos apuntaron como definitorios del etilismo crónico. La principal consecuencia de este proceso fue la consolidación de una situación de ambigüedad conceptual del alcoholismo entre el vicio y la enfermedad que se mantuvo al menos hasta la década de 1950, en que se produjo un aparente intento de abandonar los contenidos moralizadores y reclamar una jurisdicción exclusivamente médica del alcohólico.
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