Introducción
La familia, como núcleo de socialización primaria, no ha jugado hasta la fecha el importante papel que le corresponde en la prevención del consumo de drogas en niños y adolescentes. Con mucha frecuencia ha sido un ámbito de intervención de segunda clase en el que su potencial preventivo ha estado subordinado, como complemento o apoyo, a otro tipo de actuaciones preventivas1.
Se sabe que una importante fuente de factores de riesgo y de protección frente al consumo de drogas provienen del ámbito familiar2-7 y también que los padres ejercen una influencia duradera sobre los valores, actitudes y creencias de sus hijos4.
Si bien es cierto que a lo largo del desarrollo evolutivo los hijos van dependiendo cada vez menos de la familia y más de los amigos y compañeros para obtener soporte social y emocional, y para desarrollar normas y expectativas de conducta adecuadas, también lo es que los padres juegan un importante papel en la selección del grupo de iguales con el que se relacionan sus hijos. Los niños tienden a elegir compañeros que proceden de familias con valores similares a aquellos que tienen sus padres y su familia. Las áreas en las que suelen ejercer una mayor influencia los amigos y los compañeros son las relacionadas con la moda, el argot y las actividades en las que se implican, mientras que los padres ejercen una influencia duradera sobre los valores, actitudes y creencias de sus hijos y sobre las decisiones que pueden tener efectos a largo plazo4. Como ha puesto de manifiesto Brook8, la existencia de factores de protección en el ámbito familiar como: convencionalismo, equilibrio, ajuste materno y fuertes vínculos de apego en la familia, puede compensar el riesgo que afecta a los hijos cuando se relacionan con amigos y compañeros que consumen drogas.
La prevención familiar con los padres como mediadores ha estado presidida muy a menudo por intervenciones puntuales, desprovistas de continuidad en el tiempo y basadas en métodos escasamente sistemáticos: charlas, folletos, encuentros, etc. Asimismo, la prevención familiar ha consistido con mucha frecuencia en actuaciones demasiado inespecíficas; por ejemplo, escuelas de padres o programas generales de apoyo a la familia. Estos programas no se diseñan para prevenir el consumo de drogas o no abordan con la intensidad debida los factores de riesgo y de protección en la familia que la investigación etiológica ha identificado asociados al consumo de drogas. En estas circunstancias los padres desconocen la forma de abordar riesgos específicos relacionados con las drogas o cuál debe ser su actuación para manejar las conductas incipientes de consumo en sus hijos.
Por si todo lo anterior no fuera suficiente, también es muy habitual que los programas de prevención familiar se encuentren subordinados a la prevención escolar, de modo que el papel de los padres se reduce a apoyar en casa las acciones preventivas realizadas en el aula. Esta forma de actuar olvida que muchas acciones de prevención sólo pueden hacerse en el marco del sistema familiar y que en él los padres son insustituibles. Piénsese, por ejemplo, en la calidad de las relaciones y en el clima familiar, en la comunicación padres-hijos, en el apoyo emocional, en la ocupación compartida del tiempo libre con aficiones comunes, en el control paterno del uso que hacen los hijos de la asignación semanal o en la supervisión de con quién salen y de cómo se divierten.
Mientras que la prevención escolar, con sus puntos fuertes y sus puntos débiles, ha experimentado un importante desarrollo en España, la prevención familiar, entendida como un ámbito de intervención con entidad propia, no ha evolucionado de la misma forma.
Son múltiples las instancias que señalan la necesidad de impulsar decididamente la prevención familiar del consumo de drogas, situándola en un plano equiparable al que han alcanzado las actuaciones de prevención escolar. A pesar de estas intenciones, lo cierto es que todavía queda mucho por hacer en este terreno. La situación en España contrasta enormemente con lo que sucede en EE.UU. En este país la prevención familiar tiene un rango de primer orden en las acciones públicas de reducción de la demanda, disponiendo en la actualidad de programas científicamente contrastados de prevención universal, selectiva e indicada para intervenir en la familia4.
Etiología familiar del consumo de drogas
Factores de riesgo
La etiología del abuso de drogas comprende una compleja trama de interacciones entre factores biológicos, genéticos y psicosociales que tienen un diferente grado de importancia a lo largo del desarrollo de las personas. Los factores de riesgo para el abuso de drogas generalmente proceden de tres campos: el individuo, la familia y el ambiente social más o menos cercano; dentro de este último campo se incluyen el grupo de amigos y compañeros, la escuela, el vecindario y la cultura en sentido amplio.
Entre los factores de riesgo asociados al consumo de drogas se pueden destacar los siguientes en el ámbito familiar:
Historia de alcoholismo y de abuso de drogas en la familia. Los hijos de padres alcohólicos tienen 3 veces más riesgo de ser alcohólicos y 2 veces más riesgo de ser drogodependientes que los hijos de padres no alcohólicos6. Se ha observado que los hijos de alcohólicos presentan unos altos niveles de ansiedad9 y de problemas de conducta, tanto observables como encubiertos6. Ansiedad10, problemas externos de conducta y de socialización11, y altos niveles de agresividad, desatención e impulsividad12 también se han encontrado en los hijos de padres que abusan de otras drogas. Así por ejemplo, en los hijos varones de estos padres se ha detectado que se diagnostican más frecuentemente severas conductas agresivas y destructivas, mientras que en las hijas es más probable el diagnóstico de trastorno por déficit de atención con hiperactividad13. Hay que recordar que los trastornos psiquiátricos mayores, como la ansiedad y los trastornos afectivos, así como los problemas de conducta son factores de riesgo individuales para el consumo de drogas6 ,14.
En los estudios familiares de la transmisión generacional del abuso de drogas se ha encontrado que el uso y abuso de drogas es elevado entre hermanos de personas que abusan de ellas, existiendo una relación directa entre este hecho y el consumo paterno de sustancias psicoactivas6.
Factores genéticos. Como ha puesto de manifiesto Merikangas6 en una reciente revisión sobre los factores familiares en la etiología del abuso de drogas, hay un creciente número de estudios que proporcionan evidencia de que los factores genéticos pueden jugar un importante papel en la acumulación de casos en las mismas familias. Los factores genéticos parecen estar implicados en la persistencia, pero no en el inicio del consumo de ciertas drogas. Estos factores determinan el metabolismo y los efectos fisiológicos de las drogas. Por otro lado, la evidencia científica sugiere que la adicción a las drogas está más influida por la herencia que el uso y abuso de las mismas, y que los factores genéticos son más importantes en la transmisión de problemas con las drogas en los hombres. Se han identificado dos caminos genéticos independientes que llevan al abuso de drogas. En el primero, su influencia incide en el desarrollo de una personalidad antisocial, incluidos trastornos de conducta en la infancia, en el que el consumo de drogas está presente como una manifestación más de comportamiento desviado. En el segundo, los factores genéticos parecen estar en la base de una mayor vulnerabilidad individual para el desarrollo de la adicción a las drogas.
Uso y abuso de drogas por parte de los padres y de los hermanos. Además de los factores de transmisión genética, los padres que usan y abusan de las drogas pueden influir directamente en el riesgo de que sus hijos también las consuman. Este riesgo se incrementa cuando los padres involucran de uno u otro modo a sus hijos en su propio consumo de alcohol y otras drogas.
Entre los factores específicos se han señalado los siguientes6:
a) Exposición a las drogas en la fase de desarrollo prenatal. La investigación sugiere que el consumo de drogas en la mujer embarazada puede ocasionar daños neurológicos en el embrión que se manifiestan en las áreas verbal y ejecutiva del futuro niño antes de los 3 ó 4 años. El daño neurológico se manifiesta en la solución de problemas, en la escucha receptiva, en el mantenimiento de la atención y en el control de los impulsos; factores todos ellos involucrados en la aparición de desórdenes de conducta y de abuso de drogas como factores de riesgo individual15.
b) Modelado negativo en cuanto al uso y abuso de drogas y de la utilización de éstas como un mecanismo de afrontamiento de situaciones o problemas16. De hecho, este parece ser el más importante de los factores específicos identificados17. Para la teoría de la progresión del consumo de Kandel18, el modelado de los padres es crítico en las primeras etapas de consumo, mientras que en etapas posteriores la calidad de las relaciones entre padres e hijos cobra importancia.
c) Aceptación y actitudes familiares (padres y hermanos) favorables al consumo de drogas. Este factor puede jugar un papel clave en las actitudes y conductas futuras de los hijos frente a las drogas19-21.
d) Aumento de la disponibilidad de drogas6.
Trastornos mentales y comportamiento antisocial de los padres. A los factores familiares de riesgo anteriores hay que añadir que los padres sufran trastornos mentales o que tengan una historia de comportamiento antisocial2. Parece que el elemento común en todas estas circunstancias es un ambiente caótico en el hogar, en el que los padres no cumplen con su función socializadora.
Estructura familiar alterada, por ejemplo, a través del divorcio de los padres. En las familias divorciadas en las que hay abuso de drogas en los padres se ha encontrado menos estabilidad y más mudanzas, lo que requiere poner en juego estrategias de afrontamiento y de adaptación que pueden desbordar las habilidades de los hijos16,22. En lo relativo al conflicto familiar no hay una posición unánime entre los investigadores acerca de si las malas relaciones entre los padres tienen o no una influencia directa sobre el riesgo de consumo de drogas en los hijos. En cualquier caso el conflicto familiar si que puede tener una influencia indirecta alterando la estructura familiar a través de la ausencia del padre23.
Deficientes habilidades educativas y prácticas de manejo familiar en los padres. Este factor ha sido identificado tanto si hay como si no problemas de abuso de drogas en la familia. En este sentido, se han señalado los siguientes factores como precursores del consumo de drogas, desórdenes del comportamiento y conducta delictiva24:
a) La escasa supervisión y control de los hijos, sobre todo cuando están fuera de casa, conociendo dónde y con quién están. Las madres que consumen drogas suelen ejercer un pobre control sobre la conducta de sus hijos.
b) Normas mal definidas e inadecuadamente comunicadas.
c) Inexistencia de expectativas acerca de la conducta de los hijos o expectativas confusas y mal transmitidas.
d) Disciplina inconsistente y excesivamente severa.
La educación familiar inadecuada supone un riesgo añadido cuando hay que educar a niños con temperamento difícil y con alteraciones de conducta7.
Desórdenes en las relaciones padres-hijos. En el plano familiar, la ausencia mutua de apego entre padres e hijos en cualquier etapa del desarrollo de éstos, la falta de comunicación y débiles relaciones entre ellos24, la incomprensión y un pobre apoyo social y emocional de los padres a los hijos, y la negligencia, el rechazo y el abuso físico y sexual por parte de los padres4, son factores de riesgo para el consumo de drogas durante la infancia y la adolescencia. En definitiva, este tipo de circunstancias parece que incrementan el abuso de drogas en los hijos al dejar en ellos una profunda huella de rechazo, daño, humillación y conflicto interpersonal, privándoles en consecuencia de factores de protección como cariño, supervisión y guía positiva para desenvolverse adecuadamente en la vida. Asimismo, la carencia de experiencias familiares placenteras en estos niños incrementa el valor relativo del refuerzo proveniente de las drogas, mientras que la ausencia de factores de protección les deja sin cauces viables y alternativos con los que obtener placer o aliviar el dolor4.
Factores de protección
En lo concerniente a los factores de protección se han propuesto los siguientes:
Fuertes vínculos con la familia, siempre y cuando ésta ejerza influencias prosociales en los hijos. La Teoría del Desarrollo Social25 postula que los lazos sociales suponen un apego, un compromiso con las costumbres, normas y valores del grupo con el que se establece el vínculo y un conocimiento de lo que ese grupo considera que está bien y está mal. Resultado de ese apego, conocimiento y compromiso es que los jóvenes que se sienten ligados a la familia, quieren vivir de acuerdo con sus costumbres y sus normas. Los lazos familiares se fortalecen en la medida en que en la familia existen oportunidades para la interacción y comunicación entre sus miembros, conversaciones sobre el consumo de drogas incluidas. De igual modo, los vínculos de apego con la familia se ven reforzados cuando los más jóvenes hacen contribuciones significativas a la misma y estas contribuciones, al igual que sus logros personales, son reconocidas y elogiadas por sus miembros.
Un aspecto central de la teoría de la conducta problema de Jessor26 es que los adolescentes están en mayor riesgo si se encuentran desligados de sus padres, ya que como consecuencia de ello se sentirán más necesitados de estar próximos a sus iguales y al mismo tiempo más influenciados o predispuestos a su influencia. Las necesidades que no se satisfacen en la familia o en la escuela pueden tratar de satisfacerse en otros ámbitos, por ejemplo, con los amigos o los compañeros, y en alguno de esos ámbitos «compensatorios» pueden estar presentes conductas socialmente desviadas, entre ellas el consumo de drogas.
Igualmente, la teoría «interaccional» de Thornberry27,28 señala que si los vínculos con la familia y con la escuela están deteriorados existirá una condición favorable para que aparezca la conducta problema. La aparición de la conducta problema requiere, no obstante, que se produzcan contactos con grupos desviados y un proceso de aprendizaje de conductas desadaptadas dentro del grupo de amigos. La adquisición de valores y de conductas desviadas contribuye por su parte a debilitar aún más los vínculos con grupos prosociales, acrecentando las distancias entre el adolescente y sus padres, lo cual refuerza a su vez la conducta problema y la asociación con grupos desviados. En suma, se produce permanentemente un juego de interacciones que se retroalimentan mutuamente.
Disciplina familiar adecuada y normas claras de conducta dentro de la familia. Los padres protegen a sus hijos cuando establecen una normativa familiar clara, compuesta por pocas normas, bien definidas y bien comunicadas. Una normativa realista y firme, lo que implica que deben estar dispuestos a que se cumpla, aplicando consistente y contingentemente las consecuencias que previamente se hayan definido. Lógicamente, esa normativa debe adaptarse a la edad y a las circunstancias particulares de cada hijo. Como resultado de esa normativa familiar los hijos deben saber qué está bien y qué está mal, cuáles son las conductas que sus padres esperan de ellos y las consecuencias que se derivan del incumplimiento de las normas familiares24.
Cercanía, apoyo emocional y trato cálido y afectuoso a los hijos4,24. Este factor de protección actúa en la medida en que la relación paterno-filial es positiva desde el nacimiento. A través de esta forma de relacionarse los padres influyen positivamente en sus hijos instruyéndoles día a día, elogiándoles por sus logros y por sus conductas apropiadas e introduciéndoles activamente y apoyándoles por ello en una diversidad de actividades placenteras alternativas al consumo de drogas. Según la teoría «multietápica» del aprendizaje social29, la falta de calidez en las relaciones familiares, la inadecuación de las prácticas de disciplina familiar y el consumo de drogas en la familia son variables relevantes para el contacto inicial con las drogas y, esta última variable, también lo es para que se produzca el proceso de la escalada en el consumo de drogas.
En general, la mejora o desarrollo de los factores familiares de protección puede resultar de particular importancia en los años en los que los hijos pasan de la Enseñanza Primaria a la Enseñanza Secundaria, es decir, en el tránsito de la infancia a la adolescencia2.
Altos niveles paternos de supervisión, control y apoyo a los hijos. Por ejemplo, orientándoles y aconsejándoles en sus actividades fuera del hogar, ya sea en la escuela o en su tiempo libre4. No es sólo cuestión de una mayor o menor implicación del padre o de la madre en el proceso educativo (la implicación de ambos es importante), sino de que el adolescente perciba esa implicación, rodeada de aceptación y afecto. La Teoría de la Interacción Familiar8 predice que la falta de supervisión y apoyo de los padres a sus hijos contribuye a debilitar el apego de éstos con la familia y la probabilidad de que se relacionen con iguales que consumen drogas. Es importante que los padres adopten un papel activo en la vida de sus hijos, en especial en una serie de aspectos que se han demostrado relevantes para la prevención del consumo de drogas:
a) Conocimiento de las actividades y amigos de los hijos: ¿con quién van y se relacionan?, ¿a qué dedican su tiempo libre, en especial, los fines de semana?, ¿en qué se gastan la asignación semanal?, etc. El fortalecimiento de los lazos sociales con grupos de amigos y compañeros no consumidores de drogas que ejercen influencias positivas es un elemento protector fundamental para evitar problemas de consumo de drogas y de otro tipo durante la adolescencia.
b) Conocimiento de los problemas, intereses y necesidades de los hijos. De un mejor conocimiento de estos aspectos se derivará, lógicamente, un mayor y mejor apoyo.
c) Identificación de factores y situaciones de riesgo para el consumo de drogas, sobre todo cuando éstos proceden de las relaciones y funcionamiento familiar.
d) Fortalecimiento de los vínculos con la escuela, potenciando el rendimiento académico y el reconocimiento de los progresos y logros escolares.
e) Desarrollo de la autoestima, a la que sin duda contribuye el éxito académico y los vínculos con la escuela, si bien no son las únicas contribuciones que influyen en su crecimiento. Según la Teoría del autodesprecio30, las evaluaciones negativas de los demás, por ejemplo de los padres y de otros miembros de la familia, unidas a experiencias de autodesprecio, baja autoestima y un autoconcepto negativo de sí mismo en atributos socialmente deseables, entre los que se incluye el rendimiento académico, pueden llevar a los adolescentes a apartarse de los roles convencionales y a creer que su autovalía puede aumentar si se comprometen con conductas alternativas a las normas convencionales, manteniendo relación, por ejemplo, con iguales que presenten conductas socialmente desviadas.
f) Desarrollo de la competencia social y personal, incluidas habilidades de resistencia a la influencia social para el consumo de drogas, autonomía, autocontrol y capacidad personal de los hijos para resolver problemas y conflictos interpersonales.
Demostración de una conducta y una actitud preventiva frente al consumo de drogas por parte de los padres4. Una de las formas más claras e influyentes de demostrar una actitud preventiva es que los padres sean un modelo, un ejemplo adecuado para sus hijos. Los padres, pero también los hermanos mayores y otros miembros adultos de la familia, deben ser conscientes de su papel como modelos de valores y de conductas de salud para los más pequeños y deben ejercer con responsabilidad este papel en especial en lo que al consumo de drogas se refiere. La Teoría del Aprendizaje Social31,32 aporta importantes claves para comprender los condicionamientos sociales en la adquisición y mantenimiento de las conductas de los individuos, ya sean éstas adaptadas o desadaptadas. Uno de los elementos nucleares de esta teoría es el aprendizaje por observación de modelos que son relevantes para el sujeto y en los que éste fija su atención. Igualmente, son de importancia, como procesos cognitivos mediadores, las creencias del individuo acerca de la normas sociales, tanto de las que son ignoradas o reprobadas por la comunidad como de las que son recompensadas por ésta. La teoría predice que un comportamiento es más probable que ocurra, por ejemplo el consumo de drogas, cuando ha sido socialmente reforzado en personas que son importantes para el sujeto. En estas circunstancias la conducta es percibida como deseable tanto por el modelo como por el sujeto que la observa, aprendiendo éste último el comportamiento por imitación sin necesidad siquiera de reforzamiento directo o incluso a pesar de que las primeras consecuencias de la conducta sean desagradables. En este sentido, se ha descubierto de forma consistente que las conductas de consumo de drogas por parte de los padres influyen claramente en las decisiones de los hijos a favor de consumirlas, y que el modelado es mucho más influyente en la conducta de uso de drogas que cualquier información en contra de su consumo.
Hay que tener en cuenta que no todas las familias presentan el mismo nivel de exposición al riesgo. Determinadas familias se encuentran en situación de alta vulnerabilidad, bien porque los hijos, los padres o ambos son problemáticos. De la combinación de los factores de riesgo y de protección analizados con anterioridad se desprende que se pueden encontrar dos grandes grupos de familias:
a) Familias problemáticas en las que los padres u otros miembros (hermanos) abusan o dependen de las drogas; en las que los padres padecen trastornos psicopatológicos graves o presentan conducta antisocial; en las que la estructura familiar esta seriamente alterada, en ocasiones por la presencia de conflictos familiares y en las que imperan malas relaciones entre los padres y los hijos. En situaciones extremas las malas relaciones y la falta de apego puede llevar a situaciones de abuso físico y sexual por parte de los padres. En otros casos la convivencia con hijos problemáticos puede ser el origen de las malas relaciones entre padres e hijos. Todo lo anterior se complica a su vez cuando la familia presenta dificultades e inestabilidad económica y cuando vive en barrios conflictivos.
b) Familias con un funcionamiento más o menos normal. En estas familias las dificultades pueden venir por unas inadecuadas habilidades educativas o de manejo familiar (supervisión, normas, definición de expectativas de conducta, disciplina, etc.) o por dificultades en las relaciones padres-hijos en una determinada etapa del desarrollo como, por ejemplo, la adolescencia.
En cualquier caso es importante subrayar la idea de continuo entre un tipo de familias y otras y también la necesidad de ajustar los programas de prevención al nivel de riesgo que presente cada familia.
Lecciones de los programas evaluados de prevención familiar
¿Qué nos enseña la experiencia evaluada acerca de la mejor forma de hacer prevención en el ámbito familiar? Desgraciadamente en España no se cuenta con programas evaluados de prevención familiar. En nuestro país se carece, por ejemplo, de buenos y contrastados programas de prevención para hijos de alcohólicos y toxicómanos, para hijos que han sido maltratados por sus padres, para hijos de padres con comportamiento antisocial o con problemas graves de salud mental, para niños y adolescentes que presentan signos precoces y permanentes de conducta desviada, y para niños que fracasan y se desvinculan precozmente de la escuela. Todo lo anterior nos obliga a acudir a la experiencia norteamericana y a las investigaciones auspiciadas por el NIDA para contestar a la pregunta que se formula al comienzo de este apartado.
De los programas revisados, se han analizado con más detalle seis por ser los que acumulan un mayor aval empírico. Son los siguientes: Preparing for the drug free years-PDFY-24,33; Adolescents Transition Program ATP-33,34; Focus on Families FOF-2,4,33; Strengthening Families Program SFP-2,35; Iowa Strengthening Families Program ISFP-4 y Triple P. Positive Parent Program, group version33 (Tablas I-VI).
En lo referente a implicaciones prácticas concretas, la experiencia evaluada, básicamente norteamericana, nos enseña lo siguiente:
Mediadores e instructores
La formación de los instructores de padres e hijos se suele realizar de forma intensiva a lo largo de tres días (PDFY, ISFP). La formación suele girar sobre los fundamentos teóricos del programa y la forma de aplicarlo, proporcionando modelos de actuación y de resolución de problemas específicos que se pueden presentar a lo largo de las sesiones (PDFY). Asimismo, algunos cursos de formación de mediadores entrenan técnicas de motivación, discusión, modelado, práctica guiada, práctica independiente y generalización (FOF).
La formación previa exigible a los instructores varía según los programas. Ciertos programas no exigen ningún tipo de formación particular, basta con ser un padre o una madre que haya tenido previamente experiencia con las técnicas del programa (PDFY). En algún caso se supone que los monitores deben tener alguna cualificación profesional relacionada con el trabajo con familias, grupos y con jóvenes problemáticos (ATP). Existen, asimismo, programas que requieren a los instructores conocimientos teóricos en Psicología, Sociología, Trabajo Social, Antropología, Educación, Familia o Educación para la salud (SFP). Por último, hay programas altamente selectivos que exigen ser profesional del campo de la salud, educación o de la asistencia con experiencia en el trabajo con padres (Triple P). En este último programa se requiere formación básica en algunas de las siguientes áreas: Psicología Clínica, Educación, Psiquiatría, Medicina, Enfermería, Trabajo social o Counselling. Se aconseja, igualmente, que los profesionales tengan conocimientos sobre desarrollo evolutivo y psicopatología infantil, y que regularmente realicen actividades de supervisión para discutir casos, temas o preocupaciones que surjan sobre la marcha en el grupo.
En cada grupo de formación se suele contar con dos monitores que se complementan en su acción formativa (PDFY, SFP, ISFP).
Reclutamiento y captación de las familias
Es importante que los programas incorporen estrategias activas de reclutamiento de la población diana, sobre todo de aquella que esté afectada por altos niveles de riesgo y en la que con más probabilidad se van a encontrar mayores obstáculos y resistencias para participar en el programa.
La experiencia nos enseña que los programas de prevención familiar que se canalizan y se desarrollan en los centros docentes tienen más poder de convocatoria y de retención de los padres que aquellos que se realizan en otros contextos. Así por ejemplo, el PDFY demostró que las dos estrategias más eficaces de reclutamiento fueron la captación de familias en la escuela a través de otros padres comprometidos en la prevención familiar y la emisión de un programa especial en la TV local. En este mismo programa se pudo comprobar que una campaña de anuncios en TV y la distribución de material impreso fueron medios poco eficaces para atraer a los padres al programa.
El conocimiento adquirido en otros campos (marketing, publicidad, etc.), cuando se traslada al área de la intervención social, pone de manifiesto que las convocatorias de los programas de prevención del consumo de drogas están poco diversificadas y no son suficientemente insistentes. Un ejemplo de esta variedad e insistencia se encuentra en el programa ISFP, que desplegó las siguientes actuaciones encadenadas:
Carta de promoción del programa desde la escuela.
Folletos y anuncios sobre el programa en la escuela.
Carta de invitación para participar en el programa, seguida de una llamada telefónica.
Llamada de uno de los padres de la zona para animar a otras familias a participar en el programa.
Y, por último, con aquellas familias elegibles que no completaban la evaluación pretest, se insistía invitándolas a una sesión de presentación del programa en la escuela.
Con las familias más resistentes se ha demostrado eficaz dosificar el compromiso, de modo que inicialmente se pida su participación en tan sólo dos sesiones, y una vez conseguida esta meta, plantearles continuar la intervención a lo largo de 3 o más sesiones adicionales.
Incentivos
Hay que tener presente que las propuestas de prevención familiar compiten con otras ofertas que pueden resultar más atractivas para los padres y para sus hijos, por ejemplo: ir al cine o ver la TV, acudir a espectáculos deportivos, salir con amigos, trabajar, etc. Además, sobre todo en las familias con más necesidades, pueden existir obstáculos prácticos que es preciso superar (cuidado de hijos pequeños, transporte, problemas económicos, etc.). La mayor parte de los programas con más capacidad de retención proporcionan incentivos y servicios complementarios a la población diana. Algunos de los más utilizados son los siguientes:
Dinero (FOF).
Comidas y aperitivos (SFP).
Transporte o ayudas para el transporte (SFP) (FOF) (PDFY).
Facilidades de aparcamiento (PDFY).
Pequeños regalos y premios de graduación (SFP) (FOF) (PDFY) (ISFP).
Cupones para el alquiler gratuito de vídeos (ISFP).
Entradas para actividades deportivas, culturales, educativas, etc. (SFP) (FOF).
Actividades familiares conjuntas de carácter placentero (SFP).
Actividades recreativas para adolescentes con un alto contenido motivacional (SFP)
Servicio de guardería (SFP) (FOF) (PDFY).
Apoyo y tutoría para adultos (SFP).
Servicio de seguimiento y apoyo escolar, ligado a la participación y adecuado progreso en el programa (ATP).
Sesiones de formación y de entrenamiento para familias
La duración, intensidad y grado de intrusión de las sesiones de entrenamiento depende del nivel de riesgo de las familias. Los programas de prevención universal suelen ser breves y poco intrusivos, mientras que los programas de prevención selectiva e indicada son mucho más intensos y profesionalizados, llegando incluso a abordar aspectos muy problemáticos de las relaciones familiares. Algunos programas incluyen, igualmente, sesiones de seguimiento una vez finalizado el proceso de formación (ATP, FOF y Triple P).
A nivel de prevención universal, el PDFY desarrolla cinco sesiones grupales de dos horas con un máximo de 25 personas por grupo. En los programas de prevención selectiva el número de sesiones es variable. Así por ejemplo, el Triple P imparte 4 reuniones semanales para 10 ó 12 personas, seguidas de 4 sesiones telefónicas de una duración aproximada de 15 a 20 minutos. El SFP, por su parte, realiza 14 sesiones semanales de 2 a 3 horas de duración; el grupo de padres se compone de 8 a 12 miembros, mientras que el grupo de hijos es más pequeño: 6 ó 7 niños o adolescentes. Dentro de esta categoría de programas, el más duradero es el FOF para padres en tratamiento con metadona. En este último programa se desarrollan 32 sesiones de 90 minutos, a razón de dos sesiones por semana, y con un tamaño medio de 6 a 10 familias por grupo.
A mayor riesgo, mayor intensidad y mayor precocidad de la acción preventiva. Un ejemplo de este principio se halla en el programa ATP, en el cual, a nivel de prevención indicada, se realizan sesiones individuales y grupales de terapia y consejo familiar, con supervisión en algunos casos a cargo de terapeutas con un alto grado de experiencia.
Componentes y contenidos de los programas
Como en el caso de los programas de base escolar, el elemento decisivo del éxito de los programas de prevención familiar parece residir en centrar las intervenciones en el desarrollo de habilidades, en lugar de limitarse a instruir a padres e hijos sobre pautas adecuadas de educación y comportamiento4.
Las sesiones para padres abordan una variada gama de contenidos. La investigación ha puesto de manifiesto que las habilidades más relevantes para los padres son aquellas que tienen que ver con establecer reglas fijas y constantes (ATP, SFP), mantener mejor la disciplina a través de una gestión familiar positiva (FOF, SFP, Triple P) y mejorar las habilidades de comunicación familiar (ATP, FOF, SFP), incluyendo habilidades de negociación y de solución de problemas (ATP, SFP). Las investigaciones muestran a su vez que los padres necesitan tomar un papel activo en la vida de sus hijos, hablando con ellos de las drogas y fijando una posición familiar clara frente a las mismas (FOF, PDFY), conociendo y supervisando sus actividades (FOF), sabiendo quienes son sus amigos y comprendiendo sus problemas y preocupaciones personales. Se trata, por tanto, de dotar a los padres de habilidades que les permitan mejorar el clima familiar y el funcionamiento de la familia, así como apoyar a los hijos en su desarrollo social y personal.
Por lo que respecta a los hijos, los contenidos de las sesiones suelen girar en torno al desarrollo de habilidades para la vida, es decir: asertividad, habilidades sociales y de comunicación; control emocional y afrontamiento del estrés; solución de problemas y manejo de conflictos interpersonales (ATP, FOF, SFP, PDFY, Triple P).
Otros aspectos metodológicos de la intervención
Las estrategias de prevención centradas en toda la familia son más eficaces que las que sólo se dirigen a los padres o a los hijos2,5. En la evaluación del programa ISFP se pudo constatar que las influencias que reciben los padres son distintas de las que reciben las madres. Así por ejemplo, las madres conceden mayor importancia a que los hijos aprendan de sus propias experiencias o valoran más los encuentros familiares, mientras que los padres son más propensos a apoyar a los hijos en la realización de sus sueños y objetivos personales y tienen una mayor conciencia de la importancia de no perder los estribos cuando hablan con ellos.
Buena parte de los programas analizados, sobre todo cuando el nivel de riesgo es elevado, desarrollan sesiones paralelas para padres e hijos que se cierran con una actividad conjunta para ambos en la que tienen oportunidad de practicar y reforzar lo aprendido en las sesiones de trabajo por separado (FOF, ISFP, SFP). No obstante, este enfoque puede ser difícil de llevar a la práctica cuando se interviene en familias en las que los padres están separados o se han vuelto a casar4.
Los programas de prevención familiar que han resultado efectivos utilizan los siguientes métodos y técnicas de aprendizaje:
a) Métodos interactivos de enseñanza de habilidades que incluyen discusión en grupo (ATP, FOF, PDFY, SFP, Triple P); escenificaciones y dramatizaciones (ATP, FOF, PDFY, SFP); demostraciones, incluido modelado de conductas (ATP, FOF, SFP); ejercicios prácticos en la sesión (ATP, SFP) y juegos (FOF, SFP).
b) Autoobservación y registros de conducta (ATP, Triple P).
c) Práctica de las habilidades con suministro de retroalimentación (FOF, PDFY, SFP, Triple P).
d) Tareas para casa a fin de facilitar la generalización de lo aprendido en los grupos de formación (ATP, FOF, PDFY, SFP, Triple P).
e) Sesiones de vídeo, no sólo para introducir contenidos y modelar conductas, sino también para ofrecer retroalimentación sobre la ejecución de habilidades en proceso de aprendizaje (ATP, FOF, PDFY, SFP, Triple P).
f) Ayudar a los miembros de la familia a refinar las habilidades que están aprendiendo y a eliminar lo que no es útil (ATP).
Materiales
La mayor parte de los programas incluyen materiales escritos para los instructores y para los padres (ATP, FOF, PDFY, SFP, Triple P), algunos incluso entregan materiales específicamente diseñados para los hijos (ATP, SFP). También resulta de utilidad contar con un juego de vídeos para modelar las habilidades que se desarrollan en cada sesión (PDFY, ATP).
Resultados
Los programas sistemáticos basados en el entrenamiento en habilidades que han sido bien evaluados demuestran que la prevención familiar del consumo de drogas puede mejorar significativamente la conducta de los padres y de los hijos, así como el funcionamiento familiar.
Por lo que se refiere a la dinámica familiar, las áreas en las que se han observado mejoras son las siguientes: comunicación y organización familiar (PDFY, SFP), conflictos en el hogar (FOF, SFP), relaciones padres-hijos (ATP) y transmisión de normas (PDFY).
Los padres obtienen importantes beneficios de estos programas. Los principales avances se observan en las actitudes y en las prácticas de gestión familiar (PDFY, FOF, ISFP). Estos cambios también son apreciables en los padres que abusan de las drogas. En este último grupo se ha registrado una reducción del consumo y de las recaídas en situaciones difíciles y una mejora en los síntomas depresivos (FOF, SFP).
En los hijos se han conseguido reducciones significativas en distintos comportamientos problemáticos: consumo temprano de drogas (PDFY), problemas emocionales (SFP) y agresividad (PDFY, SFP) y conductas delictivas en preadolescentes (SFP).
Todo lo anterior puede parecer excesivo para prevenir el consumo de drogas en el ámbito familiar, incluso se puede llegar a pensar que este planteamiento es demasiado exigente y supone un esfuerzo que los padres y las familias actuales no están en condiciones de asumir. Sin embargo, no parece demasiado si se compara con ese proverbio africano que dice: «se necesita a todo un pueblo para educar a un niño.»