El artículo describe y analiza las principales tendencias en los estudios sobre deporte en América Latina, intentando resumir las líneas de trabajo actuales y los problemas que presenta la relación entre deporte y sociedad desde las perspectivas sociológicas y antropológicas.
This paper describes and analyzes the main tendencies in sport studies in Latin America, trying to summarize the contemporary topics as well as the problems in the relationship between sport and society from sociological and anthropological perspectives.
La explosión de los estudios sobre deportes en América Latina comenzó a partir de la primera década del siglo xxi, aunque la invención del campo debe fecharse en 1982, cuando se editó la compilación del antropólogo brasileño Roberto Da Matta (1982), O universo do futebol. En los primeros diez años la producción se limitó a los trabajos producidos por el propio Da Matta y por el antropólogo argentino Eduardo Archetti, quienes se dedicaron especialmente a la discusión de la relación entre deporte e identidad y, en el caso del segundo, a los fenómenos de violencia en el fútbol (únicamente Archetti; Da Matta nunca trabajó la problemática). En la década de 1990, la producción comenzó a crecer debido a la aparición de nuevos investigadores, algunos de los cuales se concentraron, entre 1999 y 2002, en el Grupo de Trabajo Deporte y Sociedad financiado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (clacso), lo que permitió el conocimiento completo de la hasta entonces breve producción latinoamericana.
Eran tiempos en los que un solo investigador podía aspirar a revisarla por completo: lo había logrado Joseph Arbena (1999) en un volumen editado pocos años antes, aún con la labilidad de expandir los límites disciplinares —Arbena no limitaba su exploración a las ciencias sociales, sino que incorporaba las humanidades y también algunos materiales periodísticos de relevancia. La experiencia del Grupo de Trabajo de clacso permitió explorar el campo en todo el continente —buscando ampliar su representación a todos los países, superando la sobrerrepresentación argentino-brasileña de los orígenes— y simultáneamente recibir, durante años, los trabajos de una creciente cantidad de investigadores jóvenes a los que la existencia del Grupo motivaba a salir de la clandestinidad.
La clandestinidad es una metáfora política bastante descriptiva: en esos años la utilizamos para describir un campo que era naciente y necesariamente periférico, pero que, marcado por cierta ilegitimidad de un objeto presuntamente banal, prefería la clandestinidad y el margen. Hasta esos años, investigar temas deportivos en los espacios institucionales latinoamericanos —las universidades y los centros de investigación, no en los hogares o en los bares— enfrentaba dos problemas complementarios: producir sin bibliografías previas —el recurso de buscar ideas en los que han transitado problemas similares— y enfrentar el descrédito y la ilegitimidad de los objetos deportivos en las ciencias sociales latinoamericanas. Posiblemente, la única excepción era el caso brasileño: tras los pasos de Da Matta, por la indudable calidad de su antropología —mucho menos estructurada y más creativa que, por ejemplo, la argentina—, y por la importancia de sus departamentos de educación física, los colegas brasileños habían producido sistemáticamente con un constante incremento en la calidad y cantidad de, especialmente, sus tesis de posgraduación.
ExplosionesHasta hace unos pocos años, todos los textos dedicados al análisis del deporte (y muy especialmente, los dedicados al futbol) desde la perspectiva de las ciencias sociales en América Latina comenzaban —y debían comenzar— con la misma y reiterada frase: “poco o nada se ha estudiado sobre el tema en nuestro continente”. El argumento de la ausencia ya no es válido y es incluso muy poco riguroso. Si acordamos en fechar el origen de estos trabajos en 1982, estamos hablando ya de más de treinta años de producción extendida y, desde hace tiempo, carente de la condición clandestina que reuniera hasta comienzos de esta década. Aunque permanecen (y permanecerán) condenados a la periferia de la legitimidad académica, estos trabajos han crecido en cantidad, visibilidad, solidez y rigor. Alejados del ensayo, apoyados por las categorías y herramientas contemporáneas de la sociología, la antropología, la historia y los estudios culturales, las investigaciones sobre deporte y sociedad no precisan ya de introducciones quejosas ni de desmentir el viejo lema del “moderno opio de los pueblos” que las visiones de los años sesenta del siglo xx habían afirmado.
En consecuencia, la ilusión concentradora, la posibilidad de reunir en un único archivo o en una única biblioteca todo el listado de la producción de las ciencias sociales latinoamericanas sobre deporte es hoy definitivamente irrealizable. En realidad, podríamos afirmar que el campo sufre una crisis de crecimiento. Las grandes lecturas teóricas ya han sido confirmadas: siguiendo las líneas trazadas por Roberto Da Matta o por Eduardo Archetti (los dos grandes fundadores del campo de estudios), la generación subsiguiente estableció con precisión los grandes marcos de interpretación de estos fenómenos. Basta revisar los trabajos de Simoni Lahud Guedes, Luiz Henrique de Toledo, Rolando Helal, Hugo Lovisolo o Antonio Soares en Brasil, o las compilaciones latinoamericanas que coordináramos para clacso: allí están sentadas las bases de discusión, las que habilitan definitivamente la legitimidad de estos objetos —ampliamente, los deportes y, centralmente, el futbol— para la investigación social y a la vez los marcos desde donde leerlos. Lo que resta es la producción de empirias —locales, regionales o continentales—, el establecimiento de comparaciones —la investigación comparada es una deuda enorme—, la apertura de nuevas zonas de trabajo —la historia está en déficit, con la excepción notable de unos pocos brasileños y del trabajo solitario de Julio Frydenberg en Argentina. Particularmente, dentro de las perspectivas históricas y antropológicas, poco sabemos aún sobre antecedentes premodernos: nuestras investigaciones trabajan duramente el presente o se limitan a los deportes en tanto que invenciones de la modernidad europea, luego trasladados a América a partir de las influencias imperiales: una exportación británica —el futbol, especialmente— y una norteamericana —el beisbol en la cima—. La referencia a, por ejemplo, el juego de pelota centroamericano se limita a una mención, en algunos casos, anecdótica o de color.
A partir de esas nuevas investigaciones en una nueva etapa, el campo puede revisar esas grandes líneas teóricas para confirmar su validez o para proponer su rediscusión. Es difícil que la afirmación “el deporte es importante para las identidades sociales/etáreas/de género/raciales” pueda a esta altura sorprender a alguien: la cuestión estriba en indagar cómo, de qué manera, desde cuándo, en qué lugar y con qué inflexiones. Y con qué rigor, además, se escapa a la vulgarización periodística.
Un mapa latinoamericanoEl cuadro general de la producción bibliográfica latinoamericana es, entonces, complejo, rico y variado. Desde 2002 han surgido grupos y redes de investigación potentes en México y Colombia, se ha establecido un primer intento de afiliación continental (Asociación Latinoamericana de Estudios Socioculturales del Deporte [alesde]), se han realizado decenas de reuniones científicas, se ha doctorado una nueva generación de investigadores jóvenes con tesis en las temáticas deportivas —nuevamente, la gran mayoría en Brasil y enfocadas en el futbol—, se han publicado nuevos libros —aunque, es justo señalarlo, en su mayoría son colecciones de artículos. Si Joseph Arbena reeditara su Latin American Sport: an annotated bibliography, la cantidad de páginas sería, por lo menos, sorprendente.
Queremos entonces proponer una revisión crítica de las novedades centrales del campo en esta última década, que incorpore algunas de las direcciones que aún entendemos como posibles y vacantes. Siguen en pie, por supuesto, las descripciones originales: por ejemplo, las referidas al bloqueo que el tema sufrió en la academia latinoamericana durante décadas, producto del temor a la inflexión populista o por cierto esquematismo izquierdista —el mito del “opio de los pueblos”.
La publicación en 1982 de O universo do futebol es la gran inauguración del campo. Los trabajos anteriores de Da Matta, especialmente su clásico Carnavais, malandros e heróis de 1979 (Da Matta 1983), habían utilizado el futbol en su intento de analizar la cultura brasileña; si lo que definía todo el trabajo de Da Matta era trazar una “sociologia do dilema brasileiro”, la aparición del futbol cobraba legitimidad al tornarse uno de los rituales donde entender la jerarquía, el malandragem, la carnavalización, la inversión o la reproducción. El uso de la categoría de ritual que hacía Da Matta será de gran importancia en los estudios culturales latinoamericanos posteriores, no sólo en los dedicados al deporte. Es indudable (y en el trabajo de Vogel compilado en ese volumen se vuelve central y explícita) la presencia de la antropología interpretativa del Clifford Geertz de La interpretación de las culturas (1987), pero particularmente su celebé-rrimo trabajo sobre la riña de gallos balinesa, que por desplazamiento permitía entender los mecanismos puestos en juego en los universos deportivos: jugar con fuego sin quemarse, la idea de la apuesta simbólicamente relevante porque lo que se discute es la jerarquía, el estatus, la identidad, la pertenencia a un colectivo, a través de una práctica tan periférica como la riña de gallos... o el futbol, para nuestro caso. Es significativo que todos los trabajos de la compilación de Da Matta (el suyo propio, el de Vogel ya citado, el de Simoni Lahud Guedes y el de Luis Felipe Baêta Neves Flores) deban comenzar señalando la ausencia de trabajos anteriores o contemporáneos, y explicando las razones de la legitimidad de su propio esfuerzo. Esa es la marca fundacional por excelencia. Da Matta, incluso, dedica una parte importante de su ensayo a rebatir la tesis del opio del pueblo, considerando que ésta revela una visión instrumental-funcionalista de lo social.
De estas indagaciones inaugurales deriva una afirmación fundamental para nuestros trabajos: el deporte puede ser visto como un foco, un punto donde el analista se interroga por la dimensión de lo simbólico y su articulación problemática con lo político. Pero también: el deporte es un espacio donde se despliegan algunas de las operaciones narrativas más pregnantes y eficaces para construir identidades. Entonces, en esa periferia de lo legítimo (porque el lugar central seguirá siendo la cátedra o la política o los medios, según su capacidad históricamente variable de instituir y administrar legitimidades del discurso) podemos leer operaciones de tipificación que colaboren en las dificultosas construcciones de las narraciones identitarias.
Como señala Guedes, siguiendo a Lévi-Strauss: El fútbol es un significante privilegiado, un vehículo cuya exigencia de significado es tal que lo único que no admite es la ausencia de significado [...] El proceso semántico desencadenado por el juego se construye en un campo de debates, en el que se confrontan diversas posiciones’ (Guedes 2002: 3).
En esta proliferación de discursos, prosigue Guedes, “varias dimensiones identitarias son disputadas, negociadas y construidas [...]. Una de ellas sería la de la nación” (ibidem: 4). El papel de la alteridad, en estos discursos, es esencial. Por ello, Guedes afirma que: Desde ese punto de vista, no es, absolutamente, irrelevante el hecho de que el fútbol es el deporte más popular del mundo. Se trata de construir la diferencia al interior de un código que todos dominan y en una práctica a la que todos le atribuyen valor, aunque sea desigual. La alteridad, por lo tanto, conforme nos enseñaran los estudiosos de los grupos étnicos [...] no sucede a la identificación: es parte del mismo proceso (Guedes 2002: 5).
En esa línea, contemporáneamente e informados por el trabajo de Da Matta, son los primeros textos del argentino Eduardo Archetti, de 1984-1985. También antropólogo, el derrotero de Archetti puede explicarse por la misma fórmula: la predilección por las prácticas —sólo en principio— periféricas. En un artículo de 1994, Archetti afirma que una identidad nacional o étnica está vinculada a prácticas sociales heterogéneas (la guerra, las ideologías de los partidos políticos, la naturaleza del estado, los libros de cocina o el deporte) y se produce en tiempos y espacios discontinuos. Así, ante la predilección de la teoría y la historia por analizar los espacios oficiales, legítimos, sólo en principio más visibles, de invención de una nacionalidad, Archetti se dedica a las prácticas marginales, limítrofes, sean ellas populares o no (el futbol, el box o el polo), pero son básicamente no centrales e ilegítimas en un doble sentido: de su legitimidad como narrativa hegemónica y como objeto académico.
Estas prácticas son entonces un espacio especialmente productivo, una zona donde se generan discursos significativos y relevantes. Siguiendo a Archetti (1999: 17): “football and tango are mirrors and masks at the same time”, espejos donde los argentinos se ven a sí mismos y máscaras que son miradas por los otros; eso es posible porque forman parte de las que Archetti llama “zonas libres” de una cultura: The tango and football as arenas for “national male” identities reveal the complexity of these kinds of “free” zones in relation to “otherness”. The ordering tendencies of society are related to public arenas like school, military service, work, public ceremonies and rituals of nationhood. “Free” zones, like the anti-structural properties of liminality and hybrid sacra in the work of Turner [...] permit the articulation of languages and practices that can challenge an official and puritanical public domain. “Free” zones are also spaces for mixing, for the appearance of hybrids, for sexuality and for the exaltation of bodily performances. In modern societies sport, games and dance are privileged loci for the analysis of “freedom” and cultural creativity. The tango and football can thus be conceptualized as a threat to official ideologies (ibidem: 18).
Esa creatividad y libertad, ancladas en el carácter periférico de las prácticas respecto de las que instauran la legitimidad oficial, no puede llevar, sin embargo, a idealizaciones populistas; lo anterior debido a que, si bien se trata de una producción en los intersticios, no significa necesariamente una producción alternativa. Las narrativas de identidad nacional del futbol en Argentina son complementarias antes que opuestas a las narrativas oficiales y legítimas: democratizadoras, pero dependiente de una jerarquización de clase. La invención del futbol resulta de constituciones muy complejas, donde las afirmaciones identitarias remiten a formantes disímiles (migratorios, barriales, generacionales, de clase), pero que tienden a reunirse en dos interpolaciones básicas, en dos ejes de oposiciones: frente a los ingleses (inventores, propietarios, administradores), del que resulta un mito de nacionalidad, y frente a las clases hegemónicas (practicantes, propietarios del ocio, estigmatizadores), de lo que resulta un mito de origen —humilde, aunque no proletario.
A partir de esta concepción de las zonas libres de la cultura, Archetti trabaja prácticas corporales típicamente modernas: el tango, el futbol y el polo, entendiendo que constituyen arenas públicas en donde pueden indagarse identidades nacionales y genéricas. Para el caso argentino se trataría del análisis de la hibridación y de las formas variadas en que fueron y son clasificados los géneros masculino y femenino, y en dónde revisar sus relaciones con la cultura nacional moderna y con la cultura internacional globalizada. Hibridación funcional, entonces, como concepto clave, para designar la manera particular en que se construye tempranamente la identidad nacional en una sociedad de modernidad periférica como la argentina y con un masivo proceso inmigratorio en las primeras dos décadas del siglo xx. Así, los híbridos resultan construcciones ideológicas del orden social y son, en este sentido, productores de tradición. Los argumentos de Archetti exceden —y en ese movimiento, discuten— las posturas popularizadas por García Canclini (1990): la hibridación deja de ser una suerte de característica posmoderna para recuperar densidad problemática y espesor histórico.
Posteriormente, Alabarces (2002) expandió esa primera intervención de Archetti respecto del periodo de “fundación” del futbol y sus narrativas nacionales a las últimas décadas del siglo xx y comienzos del xxi, analizando cómo los medios de comunicación funcionan como “máquinas culturales” constructoras de nacionalidad: pero una nacionalidad convertida ahora en mercancía publicitaria, en un discurso que fabrica nacionalismo como commodity, suplantando la complementariedad con las narrativas estatales —que, además, como producto de la década neoliberal de los 1990, desaparece como gran narrador— por un único texto, obviamente televisivo.
Al mismo tiempo, la inflexión antropológica de Archetti y Da Matta permitió deconstruir el mito del “opio”: al igual que lo hiciera con las religiones, el trabajo etnográfico permitía comprobar la distancia entre la ilusión alienante y la práctica significativa de los nativos. En su trabajo de 1982, Da Matta demolía definitivamente esta pretensión, aunque la necesidad de radicalizar el debate lo llevara, durante un tiempo, a posiciones antimarxistas. A finales de los noventa del siglo xx, en el Latin American Studies Association (lasa) de Chicago de 1998, en un panel que organizó Jeffrey Tobin, antropólogo norteamericano, discutimos con Da Matta y Arbena las líneas que se estaban diseñando en ese momento en las investigaciones; Da Matta aún estaba convencido de que el mito de la alienación continuaba obturando la investigación latinoamericana, mientras que en nuestra opinión esa clausura estaba superada —entre otras razones, porque el marxismo había perdido peso en la organización teórica y metodológica de nuestras disciplinas; y por ello, justamente, debíamos recuperar algunas de sus posiciones, aunque rediscutiendo la noción de alienación en relación con el deporte. En ese mismo año, en el Prólogo que acompañó nuestro Deporte y sociedad —la primera colección argentina producida en la universidad y dedicada íntegramente al objeto (Alabarces et al. 1998)—, Archetti lamentaba el bloqueo que estos estudios habían sufrido y el peso excesivo que aún tenían las posiciones más apocalípticas —en el sentido clásico que Eco asignara a las interpretaciones sobre la cultura de masas deudoras de la teoría crítica. Ante ese panorama, la agenda que proponía Archetti ya se estaba volviendo legítima y guiaría la década siguiente: la centralidad del juego como zona de libertad y creatividad, la necesidad de leer las apropiaciones socialmente diferenciadas de las prácticas deportivas, los procesos de construcción de identidades, la violencia como fenómeno complejo. Y todo ello con “un esfuerzo teórico más sofisticado y una pasión por los análisis empíricos” (Archetti 1998: 12).
Nombres en un mapaDesde esa producción inicial hasta hoy, el aumento de los estudios en todo el subcontinente tiene carácter explosivo, pero con diferencias locales muy marcadas, que intentamos revisar aquí.
En el caso argentino, se han multiplicado las tesis de maestría y doctorado (principalmente antropológicas): muy especialmente, las de José Garriga Zucal (2010) y Verónica Moreira (2010), quienes han trabajado tanto los fenómenos de las llamadas barras bravas —que, como los colegas señalan, no son términos nativos— como las relaciones complejas entre las identidades locales, las prácticas de los hinchas y las redes políticas y sociales territoriales. Han surgido núcleos académicos nuevos, centralmente el que organiza Julio Frydenberg en la Universidad Nacional de San Martín (Centro de Estudios del Deporte) reuniendo jóvenes investigadores: antropólogos, pero también sociólogos e historiadores como el propio Frydenberg, quien a su vez publicó su brillante Historia social del fútbol (Frydenberg 2011), además de una infatigable labor como organizador de colecciones (Frydenberg y Daskal 2009).
Mientras que las ciencias sociales uruguayas parecen seguir lejos de este desarrollo, en Chile se han asentado dos núcleos: el más antiguo, en torno de la actividad de Miguel Cornejo en la Universidad de Concepción —con énfasis en las políticas deportivas y el análisis institucional—, y el más novedoso, aunque ya con una década de trabajo, en la Universidad de Iquique con la figura de Bernardo Guerrero —más ligado a trabajos sobre historia e identidades locales. De Perú, casi toda la producción gira en torno del trabajo de Aldo Panfichi, quien coordinó un grupo de sociólogos de la Pontificia Universidad Católica limeña en 1997 para editar una compilación breve bajo el título Fútbol, identidad, violencia y racionalidad, en el que se intenta un primer abordaje a las problemáticas de identidad y violencia (Panfichi 1997). En 1999 se publicó un número especial de la revista Contratexto, de la Universidad de Lima, dedicado al futbol desde perspectivas básicamente comunicacionales. La edición compila artículos procedentes de estudiosos de los fenómenos comunicacionales-culturales, con lo que las disciplinas y estrategias convocadas son las semióticas y el análisis de textos mediáticos antes que las socioantropológicas (AA.VV. 1999). Posteriormente, en 2008, Panfichi (2008) volvió a organizar una colección dedicada a la relación entre futbol e identidad.
En Ecuador ha habido una expansión secreta: en torno de la actividad infatigable de Fernando Carrión se han desarrollado más publicaciones que líneas y proyectos de investigación. Aunque el objeto no termina de constituirse académicamente, Carrión ha editado un objeto único en el continente: los cinco volúmenes de su Biblioteca del fútbol ecuatoriano, más de 1 300 páginas con textos de procedencias académicas y periodísticas, publicada por flacso en colaboración con otras entidades en 2006 (Carrión 2006).
Estos años permitieron el nacimiento y expansión de los estudios colombianos, inaugurados en 2006 en el IX Congreso Nacional de Sociología y debidos a los investigadores jóvenes reunidos por Gabriel Restrepo en la Universidad Nacional y en la Universidad Pedagógica. El trabajo de los colombianos ha desembocado en la construcción de una asociación local —asciende, Asociación Colombiana de Investigación y Estudios sobre el Deporte. Similar, pero de mayor envergadura, es el caso de la Red de investigadores sobre Deporte, cultura física, ocio y recreación, desplegada en torno de los esfuerzos de Samuel Martínez López y Miguel Ángel Lara Hidalgo en la Universidad Iberoamericana de México. La edición de un volumen colectivo (Martínez 2010) permite ver un trabajo amplio y seguro, con cierto énfasis en los medios de comunicación, la educación física y la indagación sobre identidades locales en torno del futbol. La producción mexicana tiene dos libros con énfasis etnográfico insustituibles: la indagación de Magazine en la ciudad de México (2007) y la de Fábregas Puig en Guadalajara (2010). A ellos debemos sumar el reciente volumen del sociólogo Arturo Santamaría Gómez, dedicado a la relación entre futbol y migración, un fenómeno muy original analizado de modo brillante (Santamaría 2010).
El caso brasileño, por supuesto, es imposible de sintetizar aquí: su magnitud excede las posibilidades de este trabajo y nos obligaría cometer errores producto de las omisiones y las ignorancias. La primera tesis latinoamericana de posgrado sobre futbol fue naturalmente brasileña: la de Simoni Lahud Guedes, O futebolbrasileiro: instituçâo zero, presentada en el Mestrado de Antropologia Social de la Universidade Federal do Rio de Janeiro en 1977. También debe mencionarse en este listado la tesis de doctorado de Ronaldo Helal en la New York University, en 1994, editada en 1997 como Passes e impasses. Futebol e cultura de massa no Brasil (Helal 1997). Además de la calidad de su trabajo, es crucial el giro que Helal da a las perspectivas, al cruzar la sociología con la investigación en cultura de masas, un camino imprescindible de estas investigaciones si tomamos en cuenta la espectacularización —televisiva— de nuestros objetos.
Asimismo, en torno de la invención de colectivos que permitan superar la dispersión de los esfuerzos individuales, hay otras dos marcas ineludibles: la primera, la constitución del Núcleo Permanente de Sociologia do Futebol a partir de 1990 en la Universidade Estadual do Rio de Janeiro, coordinado por Mauricio Murad, así como la edición de la revista Pesquisa de Campo desde 1994; la segunda, el colectivo reunido en la Universidade Gama Filho do Rio de Janeiro que edita la revista Motus Corporis, hoy conducida por Hugo Rodolfo Lovisolo y Antonio Jorge Soares, a quienes se debe, junto con Ronaldo Helal, A invençâo do país do futebol. Mídia, raça e idolatria (Helal et al. 2001). Fuera de ellos, otros libros importantes son el de Simoni Lahud Guedes de 1998, O Brasil no campo do futebol, el trabajo de Carlos Alberto Máximo Pimenta (1997) en Taubaté y el de Luiz Henrique de Toledo (1996) en la Universidad de San Pablo (USP), ambos sobre las aficiones organizadas; el libro de 2002 de Luiz Henrique, Logicas do futebol, y el de 2009, Visâo de jogo; el de Ruben Oliven y Arlei Damo (2001), paradójicamente publicado en castellano y en Argentina.
Puede hablarse ya de dos generaciones, aunque los límites entre ellas no son tanto las edades como la pertenencia a los grupos fundadores o a los grupos de discípulos. La tarea desplegada les ha permitido su reconocimiento institucional tanto por las universidades de todo el país como por los organismos disciplinares: anpocs, aba, sbs, intercom (respectivamente: las ciencias sociales en general, la antropología, la sociología, la comunicación). Son más las colecciones publicadas que los libros individuales, pero esa producción vasta permite ver la continuidad tanto de la audacia teórica como de la solidez empírica. Han surgido nuevos núcleos junto a los ya existentes hace diez años: permanece y se expande la producción carioca, tanto en Río de Janeiro —Hugo Lovisolo, Ronaldo Helal y Antonio Soares, junto a Edison Gastaldo, César Gordon, José Jairo Veira y Marco Paulo Stigger entre otros, quienes además han incursionado en la intervención cotidiana y pública a través de su blog Comunicação, esporte e cultura (http://comunicacaoeesporte.Wordpress.com)- como en Niterói, junto a Simone Lahud Guedes y Luiz Fernando Rojo. En Sâo Paulo sigue siendo central el trabajo de Luiz Henrique de Toledo, así como en la antropología gaucha lo es el de Carmen Rial y Arlei Damo. También se han desplegado núcleos en Pernambuco —en torno a Túlio Barreto y Jorge Ventura—, Campinas —Heolísa Reis—, Baurú, en el interior paulista —José Carlos Marques y Jefferson Oliveira Goulart —, Paraná —Wanderley Marchi y Luiz Ribeiro—, Espírito Santo —Otavio Tavarez. Esta síntesis muy esquemática, plagada de omisiones, se enriquece continuamente por la solidez del sistema de la posgraduación brasileña, que implica que buena parte de la producción esté compuesta por decenas de tesis de maestría y doctorado cada año. El sistema de posgraduación, cuando se combina con los imperativos de los sistemas académicos estables —rasgo especialmente visible en los casos argentino y brasileño—, que exigen la presentación fatigosa de papers y artículos, produce en muchos casos, para usar una típica frase argentina, hinchazón, pero no gordura.
Lo cierto es que las oportunidades para las presentaciones de ese tipo son cada vez más numerosas, y más si las comparamos con las pequeñas posibilidades que existían hace diez años. Hoy los grandes congresos continentales o nacionales de cada disciplina suelen incluir un grupo de trabajo sobre estudios del deporte —es el caso de la sociología en la alas (Asociación Latinoamericana de Sociología), la antropología en la ala (Asociación Latinoamericana de Antropología) y la ram (Reunión de Antropología del Mercosur). Pero además, están las reuniones específicas, como es el caso de las realizadas por alesde. Las revistas académicas suelen organizar números monográficos o dossiers: lo han hecho Horizontes Antropológicos, Estudos de Sociologia, Intersecciones en Antropología, entre otras (incluso la española Revista Internacional de Sociología, tradicionalmente renuente a estas perspectivas). No puede decirse, entonces, que la nueva producción no encuentre un cauce para su despliegue.
Marcas sobre el campoEsa producción ha investigado en los últimos diez años distintos problemas de la relación entre el deporte y nuestras sociedades, que trataremos de sintetizar aquí.
La fuerte influencia de Da Matta y Archetti sobre la primera producción llevó a un privilegio importante de la pregunta por las identidades, tanto locales como regionales o nacionales e incluso microterritoriales. Aunque, como señalamos, eso ha dejado de ser una afirmación teórica para transformarse en un punto de partida, la investigación más reciente ha tendido a la construcción de nuevos análisis empíricos; lo anterior es notorio en la producción mexicana y colombiana, que despliega los antecedentes brasileños y argentinos en análisis locales, tanto en trabajos sobre las ciudades y las regiones —Medellín o Bogotá, en el caso colombiano; la oposición México-Guadalajara, en el caso mexicano, por citar solo dos ejemplos— como sobre la relación entre deporte, identidades y narrativas nacionales (Martínez 2010; Quitián 2012). Estos tópicos permanecen en la investigación brasileña y argentina, aunque ya no como eje central de los estudios, y son retomados, a la vez, como clave en la interpretación de los fenómenos de violencia.
El trabajo ya citado de Moreira (2010, 2012) y Garriga Zucal (2007, 2010), en el caso argentino, ejemplifican claramente dichos desplazamientos. Moreira analiza las relaciones entre futbol, identidades territoriales —el vecindario, la pequeña ciudad— y política local, todo ello en intersección con las aficiones, especialmente las llamadas barras bravas, los núcleos más activos —y violentos— de éstas. Garriga Zucal desarrolla una prolongada etnografía de una hinchada de un club de Buenos Aires (Huracán) que le permite analizar cómo las prácticas de sus miembros, incluidas las violentas, constituyen capitales útiles en la construcción de redes sociales de intercambio entre seguidores, comunidad territorial y dirigentes deportivos y políticos. En ambos casos, la pregunta se desplaza a los modos en que esas identidades microterritoriales se traman con un relato más amplio y especialmente moral: la llamada ética del aguante (Alabarces et al. 2012), una moralidad cerradamente masculina en la que la violencia, de modo similar a lo planteado por Armstrong para los hooligans (1998), pierde su connotación negativa y adquiere legitimidad entre los fanáticos y entre sus comunidades más amplias. Los hallazgos de Alabarces, Garriga Zucal y Moreira han tenido influencia en el resto de América Latina, aun cuando etnografías similares en Colombia y México no han hallado una moralidad explícita tan extendida (Magazine 2007; Quitián 2012).
Los fenómenos de violencia, importantes en el futbol latinoamericano, son, entonces, el segundo foco dominante en la investigación. Sin embargo, no se ha producido aún una gran masa de producción fuera de Brasil y Argentina, posiblemente porque los gobiernos no han privilegiado el tema en sus agendas de financiamiento. Recientemente, el gobierno brasileño ha organizado un simposio latinoamericano invitando a académicos de distintos países, lo que puede ser tanto un punto de partida como, simplemente, un gesto pour la galerie.
Un tercer foco de análisis son los medios de comunicación y sus modos de narrar el deporte, tanto en relación con los argumentos nacionales (Alabarces 2002) como con las narrativas de los héroes deportivos (Helal 2003). Esta zona es reveladora de la intersección entre análisis sociológico y mediático. Sin embargo, no ha sido acompañada de análisis desde la economía política de los medios de comunicación, a pesar de que América Latina es un territorio organizado por el peso descomunal de tres grandes cadenas oligopólicas —la argentina Clarín, la brasileña O Globo y la mexicana Televisa— que en alianza con Fox o Sky han monopolizado el mercado futbolístico y deportivo. La reciente novedad de la estatización de las transmisiones televisivas del futbol en el caso argentino ha sido analizada por Alabarces y Duek (2013), en relación con las propuestas sobre ciudadanía cultural de David Rowe (2004), pero no han tenido eco, hasta ahora, en el resto del subcontinente.
Alertas y riesgosLas agendas de nuestros estudios permanecen en pie: debemos seguir hablando sobre rituales, juegos, historias, economías, políticas, violencias, heroicidades, feminidades, corporalidades sociales, como lo hemos venido haciendo desde la fundación de nuestros estudios hasta hoy. También falta trabajo en otros rubros y otras perspectivas: por ejemplo, hay una enorme área de vacancia en el análisis de las relaciones entre deporte y política (en el presente e históricamente) que saque el análisis de la vulgata periodística o de cierta vieja reificación manipulatoria. En ambas zonas, es imperiosa la construcción de empirias novedosas y rigurosas, inevitablemente ligadas —si queremos seguir construyendo un campo de estudios relevante para nuestras sociedades— a interpretaciones críticas e informadas, en intersección adecuada con las categorías y debates contemporáneos en las ciencias sociales.
Hace más de diez años el argentino-brasileño Hugo Lovisolo advertía: Si pensamos que el pasaje del discurso de la dominación y de la alienación al de la cultura y la identidad fue positivo, aún en ese caso podemos reconocer que alguna cosa se perdió y de la cual deberíamos sentir nostalgia: la “autonomía” de la reflexión de las ciencias sociales en su búsqueda de una conciencia crítica. En efecto, cuando los cientistas sociales comenzaron a hablar de fútbol con las categorías organizadoras de cultura e identidad, también comenzaron en gran parte a traducir, cuando no meramente a repetir, lo que los periodistas venían diciendo en el lenguaje inventado para hablar de deportes y, sobretodo, en nuestro caso, de fútbol. [...] Digamos que el instrumental de las ciencias sociales debería generar modalidades diferenciadas de distanciamiento, o si se prefiere, simplemente de mayor distanciamiento (Lovisolo 2001: 10).
Esa advertencia debe sumar un nuevo riesgo: ya no sólo, como señalaba Lovisolo, el de sobreimprimir nuestras lecturas a las de los periodistas —que han comenzado a dialogar con nosotros, reconociendo un lugar de expertise que debemos seguir profundizando, insistiendo en la intervención en el debate público y político, con atención, por supuesto, a los lenguajes de los medios de masas para no caer en el vicio de la jerga, pero también a nuestro propio lenguaje, para no caer en el vicio complementario de la banalidad. Posiblemente, este nuevo riesgo deriva de nuestro éxito: ganada la legitimidad académica, hemos comenzado a ganar cierta legitimidad social como expertos, convocados por los medios ante cada caso más o menos estruendoso periodísticamente —y el deporte los produce a montones, cotidianamente. De allí, la divulgación; pero también, consecuentemente, la banalización.
En una publicidad difundida durante el último campeonato del mundo de futbol en la televisión argentina, y producida por la empresa Torneos y Competencias (durante dos décadas, monopolizadora de las transmisiones deportivas locales), una serie de aficionados europeos elogian las características particulares —y fanáticas— de los hinchas argentinos. A cada rasgo, los interlocutores afirman, como un mantra: es cultural (el video puede verse en <http://www.youtube.com/watch?v=KdrhT3-u05A>). Lo que la publicidad pone de manifiesto es la vulgarización del discurso de la identidad, pero ya no como el viejo lugar común del reflejo sino como una más sofisticada operación simbólica: la cultura, afirman, tiene mucho que ver con el deporte. Aunque escamoteada, por detrás funciona la referencia socioantropológica. Un día, no lejano, corremos el riesgo de que una publicidad, en algún Mundial futuro, ponga en escena a un antropólogo para que repita lo que los publicitarios afirman: ese día nos habremos transformado en mercancía. Así habremos, entonces, fallado en algo. La tentación de la divulgación —y hasta la del narcisismo— deben ponerse continuamente a distancia con el ejercicio inclaudicable de la crítica. Para eso somos académicos, es decir, investigadores, rigurosos, críticos, hasta la antipatía.
Por supuesto, esto no agota una agenda que puede y debe encontrar a cada paso sus desafíos y sus posibilidades, pero además, con la pregunta sobre el poder como marco de hierro; lo anterior aunque nos equivoquemos: aunque sustancialicemos las posibilidades impugnadoras y resistentes de los sujetos en las prácticas deportivas —incluídas las de los espectadores— o a la inversa, aunque pensemos la capacidad de instituciones, agentes y regulaciones como omnipotentes e irrefutables. En ambos casos, y en todas las posibilidades intermedias, debemos preguntar siempre por las relaciones de poder involucradas, que es la pregunta crucial de las ciencias sociales latinoamericanas.