Que el juego de pelota mueve a la gente, es obvio. Basta con ver cómo hasta hoy en día la transmisión de mundiales de futbol soccer (y a nivel más anglo el beisbol y el futbol americano) puede llegar hasta a paralizar ciudades enteras. Este poder de convocatoria que tienen los juegos ha sido y sigue siendo aprovechado de manera más o menos abierta para fines económicos (apuestas, ventas), políticos (glorificación y autopromoción por patrocinio y organización) y sociales (adhesión al equipo propio contra los “otros”, el reclamo de compromiso y lealtad al grupo que implica el “ponerse la camiseta”). Así, estudiar un juego competitivo, hoy llamado deporte, practicado en público según normas convenidas entre bandos, no es un sujeto frívolo sino que toca los conceptos fundamentales de la antropología.
Pablo Alabarces muestra cómo el estudio del futbol soccer ha ido ganando sus cartas de nobleza en la sociología en los últimos treinta años. Su contribución introduce y ubica el tema de este volumen en su espacio más amplio, latinoamericano, sobre el papel del deporte en la configuración de identidades regionales y nacionales, espontáneas y manipuladas, su potencial para conformar cohesión pero también conflicto, sus vertientes de género.
Después de esta introducción al tema general, el volumen se enfoca a la práctica del juego de pelota tradicional en México, llamado ulama (Leyenaar 1978). Este juego de pelota de hule ha encendido la curiosidad de los occidentales desde sus primeros contactos con el continente americano: las descripciones del batey de La Española (Santo Domingo) y de los juegos de los aztecas por cronistas como Motolinía, Durán y Sahagún revelan su sorpresa ante el poder de rebote del hule, tan distinto de las pelotas de viento del viejo mundo, y ante la forma espectacular de jugar con la cadera (véase Carreón, este volumen). Primero, sistemáticamente opuesto por los evangelizadores, por la carga religiosa y política que percibían en esta práctica muy difundida y popular. El juego de pelota se transformó durante el siglo xix en objeto de estudio, enfocando en sus aspectos religiosos desde la iconografía de los relieves y los códices y las fuentes escritas (para un resumen de esta vertiente, véase Krickeberg 1948). Su importancia evidente en las sociedades antiguas lleva a Kirchhoff (1943) a incluir el juego de pelota de cadera como uno de los principales rasgos definitorios que diferencia Mesoamérica de las culturas de Norte y Sudamérica. Con la profesionalización de la arqueología a lo largo del siglo xx y la sistematización del registro de sitios, empezó a ser tema de estudio el número y la distribución de canchas a lo largo y ancho de Mesoamérica para tratar de entender, además de sus aspectos simbólicos, su papel en la organización sociopolítica de las sociedades antiguas. Dos libros sintetizan los nuevos descubrimientos que revelan la gran antigüedad de la práctica, que remonta antes de los olmecas, y su relación, cuando menos en el Clásico Tardío, con centros de poder político (Scarborough y Wilcox 1991, Uriarte 1992).
Después de más de 30 años desde la publicación de estas obras significativas, los estudios se han diversificado, arrojando nueva luz sobre la práctica del juego y nuestra manera de entender su papel en la sociedad. En este volumen se invitaron a participar a 6 investigadores que representan algunas de estas nuevas vertientes.
Emily Carreón, desde la iconografía y los textos coloniales, nos demuestra cómo nuestra percepción e ideas sobre el juego de pelota mesoamericano siguen siendo determinadas en gran parte por la mirada de los occidentales que lo describieron en el siglo xvi desde sus propias experiencias de los juegos de pelota renacentistas, más particularmente aquellos jugados por los nobles en las cortes europeas.
Manuel Aguilar Moreno, por su parte, retoma la investigación iniciada por Ted Leyenaar con los jugadores de ulama de cadera de Sinaloa, heredero del juego tradicional mesoamericano por su forma y reglas de jugar similares a lo descrito por los cronistas al momento del contacto. Considerada ya en vías de desaparición en los años 1970, esta práctica sobrevive en sólo 4 comunidades de Nayarit y Sinaloa, donde el juego se considera un componente importante en las celebraciones de fiestas religiosas y se sigue enseñando a las nuevas generaciones. El autor finaliza reflexionando sobre el impulso inesperado que resultaron darle al juego los espectáculos para turistas promovidos en la Riviera maya.
Los siguientes artículos son de arqueólogos, comenzando con Rodrigo Liendo quien profundiza en la línea de estudio que analiza el rol político del juego de pelota, desde su asociación recurrente con centros de poder; aplica su análisis a la región en torno a Palenque, donde la distribución regular de sitios con una traza arquitectónica repetitiva, que incluye un complejo palaciego y una cancha, refleja un sistema de organización política estructurado que aprovecha el prestigio simbólico que confiere el juego.
El artículo de Julie Gazzola y Sergio Gómez aborda el problema circunnavegado por largo tiempo acerca de por qué Teotihuacan, siendo la ciudad y centro de poder político y religioso del periodo clásico mesoamericano, no tiene cancha (hasta la fecha identificada), aunque la práctica del juego sea representada en algunas pinturas murales y por una escasa presencia de algunos objetos, llamados yugos, relacionados con ella. Con casi 2000 canchas ubicadas en Mesoamérica, la mayoría de ellas del Clásico (Taladoire 2012, en prensa), esta ausencia debe ser explicada de alguna manera.
La última contribución es de Eric Taladoire, quien vierte su conocimiento enciclopédico del tema hacia el estudio de lo que representa la cancha. Si la ubicuidad de las canchas en los centros de poder político y su presencia asociada con su atractivo social e importancia simbólica son aspectos ya ampliamente reconocidos, queda todavía el problema del porqué. Taladoire aquí ofrece una posible respuesta: el centro de la cancha es el centro del mundo; trabajando desde las informaciones de los cronistas, la iconografía de los códices y los datos arqueológicos (esculturas y ofrendas en canchas), argumenta que la cancha es el punto, umbral o limen, donde se tocan los mundos, humano, celestial y infraterrenal, lo que le da su potencia.
Con los seis artículos de este número temático no están agotadas todas las vertientes de investigación sobre el juego de pelota ni fue este el objetivo. Hay aspectos que no fueron abordados, pero algunos son sujeto de otras publicaciones (algunas próximas a salir) de las cuales daremos unos ejemplos: el origen del juego y su papel en las sociedades tempranas que lo practicaron desde el segundo milenio antes de nuestra era (Hill y Clark 2001, Anderson 2014), los cambios en los rituales a través de los tres milenios de práctica (Daneels 2008), su variabilidad regional y presencia en áreas no siempre consideradas como mesoamericanas, como en el Occidente y el Norte (Ohnersorgen y Varien 1996), la parafernalia asociada (Kurosaki 2006), su uso diverso de acuerdo a su ubicación en los sitios (Torres 2010).
El tema está vigente en la antropología latinoamericana y lo seguirá estando por mucho tiempo más.