David Tavárez Bermúdez publicó en 2011, en la Universidad de Stanford, en California, un texto que tituló The Invisible War, mismo que apareció en México, en español, con el título de Las guerras invisibles, en 2012, editado por El Colegio de Michoacán, el ciesas y El Colegio Mexiquense. Es un libro dedicado a las devociones indígenas, la disciplina y la disidencia en el México colonial; una historia del “México profundo” y sus contradicciones, principalmente de Oaxaca y del Centro de nuestro país.
El texto consta de nueve capítulos que se titulan: 1) Una nueva aproximación a las devociones indígenas en el México colonial; 2) El humanismo disciplinario y la disciplina pública antes de 1571; 3) Las cosmologías locales y los extirpadores seculares en comunidades nahuas, 1571-1660; 4) Las campañas seculares y civiles contra las devociones indígenas en Oaxaca, 1571-1660; 5) Idolatrías letradas: Los textos rituales clandestinos nahuas y zapotecas en el siglo xvii; 6) Los experimentos punitivos contra la idolatría posteriores a 1660; 7) En mano de Dios Padre: Las devociones ancestrales en los pueblos zapotecas de la Sierra Norte, 1691-1706; 8) De la idolatría al maleficio: Reformas, fraccionalismo y conflictos institucionales en el siglo xviii y, finalmente; 9) El archipiélago de las devociones coloniales.
A lo largo del texto el autor desarrolla un tema que ya era consenso en los estudios de la historia de México: el cristianismo no entró monolíticamente a América. En efecto, hay toda una historia de posibilidades que explorar y su investigación es una muestra de lo que se puede hacer.
En los siglos xvii y xviii el declive demográfico había sido superado. La población comenzaba a crecer y los especialistas rituales empezaban a ubicarse en ciertos centros regionales para tejer una serie de redes de flujo de información que se apoyaban en las estructuras eonómicas, políticas y sociales coloniales. Los pueblos indígenas de América habían sido conquistados por un nuevo dios y, después de los primeros años de “extrañeza”, era el tiempo de la reinvención, de la apropiación de sus leyes para hacerse con su favor, según las categorías indígenas, y según su propia cosmovisión. Era el tiempo de reinterpretar la nueva realidad desde las categorías pertenecientes de antiguo a quienes ahora se enfrentaban a la realidad de ese presente.
Los siglos xvii y xviii serían cruciales para la redefinición de la religión colonial. En ese momento se dio lo que Serge Gruzinski ha denominado “la colonización de lo imaginario” (Gruzinski 2007);1 proceso ejemplificado por Tavárez con textos calendáricos y adivinatorios comunes, con frecuencia los llamados reportónos de los tiempos.
En otras palabras, para hacer justicia a la diversidad de las devociones [...], se debe tomar como guía no una metáfora que privilegie la hibridación o la cristalización de las creencias indígenas y cristianas, o la permanencia estática de un sustrato mesoamericano, sino una visión sobria de un archipiélago colonial de la fe compuesto por cientos de cosmologías locales que incorporaban conocimientos, teorías provenientes de las creencias mesoamericanas y europeas de acuerdo a criterios autónomos e históricos (Tavárez 2012: 493).
En su libro David Tavárez reconstruye una historia de las formas de conciencia social indígena de sus propias devociones; a partir de sus propios testimonios y con los documentos legales que se conservan en los archivos, elabora un análisis de los cambios en las políticas de erradicación y establece una cronología para las campañas de extirpación en el Centro de México y en Oaxaca; propone una narración histórica detallada y compleja sobre las actividades de los extirpadores de idolatrías y sus víctimas.
El texto de Tavárez nos invita a repensar la historia colonial indígena; nos propone un sinfín de temas que demuestran la importante interacción que se dio entre las distintas formas de religión colonial, la mayoría perseguidas por la curia episcopal. Valiéndose de manuales de idolatría (propios del espíritu racionalista del siglo xviii), reconstruye la historia de las devociones indígenas coloniales en el tiempo que antecede a las Reformas Borbónicas que procuraron la racionalización del tiempo y del espacio.
Tavárez hurga en la historia de la racionalización del castigo, en el momento en el que el castigo físico cedió su lugar al castigo psicológico, cuando se transitó de la muerte y de la mutilación, al encierro y la vejación.
El más importante legado de Sariñana y Maldonado [dos obispos de Oaxaca durante el los siglos xvii y xviii] fue la prisión perpetua de idólatras, un experimento de castigo cuya dinámica reunía tanto elementos coloniales como modernos, ya que dicha cárcel aseguró el castigo y el aislamiento de “maestros nagualistas” por tiempo indefinido de la década de 1690 en adelante, como si fueran casos contagiosos durante una crisis de salud pública (Tavárez 2012: 481).
Imaginemos lo qué sucedía en ese lugar a donde por la fuerza fueron llevados todos aquellos acusados de reincidir en la idolatría, entre los que se encontraban grandes maestros, copistas y exegetas de la tradición colonial mesoamericana, cuya raíz más profunda se hundía en el conocimiento prehispánico propio de la lectura de los calendarios y los repertorios de los tiempos. Es decir; la intelligentsia indígena era concentrada, por la fuerza, en dichas cárceles donde se les hacían procesos y se trataban de corregir sus “desviaciones demoniacas”. Pero al mismo tiempo muchas tradiciones y conocimientos autóctonos se reunieron al interior de sus murallas por varias décadas, y de alguna forma debieron haber creado un discurso mucho más elaborado de la tradición colonial. En todo caso el libro abre una línea de investigación sobre los actores históricos coloniales, los autores de los textos devocionales que circulaban clandestinamente en territorio de frontera. En su investigación emerge una historia de larga duración llena de maticesque se mueve en distintas temporalidades y en distintas espacialidades, desde el tiempo local hasta el tiempo del sistema-mundo. Finalmente, a manera de invitación, nos hace una advertencia:
Los futuros estudiantes que busquen emprender este mismo [tema] se enfrentan a tres retos importantes; 1) el rescate de estos autores nativos del olvido relativo mediante la recuperación, interpretación y traducción de sus obras, 2) el análisis de la conciencia colectiva de su trabajo como una empresa intelectual y 3) la contextualización de estos autores y de sus lectores dentro del contexto asombrosamente diverso del archipiélago de devociones coloniales que éstos llegaron a habitar (Tavárez 2012: 508).
En resumen, este libro, producto de un estudio erudito y minucioso, nos permite comprender cómo algunos líderes indígenas pasaron de una religión local a una religión de pretensiones universalistas, como lo fue el cristianismo colonial, primero como imposición, luego como asimilación y, después, como superación: los indígenas se volvieron cristianos y actuaron en consecuencia, más allá de la mera liturgia, porque el cristianismo les ofrecía esperanzas a los que menos tenían. Es decir; el pensamiento colonial les daba las bases para plantear los argumentos universales de su liberación, los oprimidos se hacían conscientes de su historicidad y, entonces, las guerras invisibles se hacían visibles.