El libro de Javier Gutiérrez Construcciones de espacios y fronteras abreva de la perspectiva metodológica de la complejidad y la transdiciplina para comprender la construcción de los espacios, poderes y fronteras que han llevado a cabo los bats’i viniketik en San Cristóbal de las Casas y los tseltales en Ocosingo, Chiapas. Al leer el texto percibimos un conocimiento detallado de las realidades indias chiapanecas y así es, dado que el autor ha realizado trabajo de investigación en las regiones de Los Altos, La Selva y el norte de Chiapas desde hace casi 20 años. Javier Gutiérrez ha transitado del estudio de las migraciones de la frontera sur al análisis del desarrollo económico y las acciones indigenistas en México en el marco de diversos proyectos de investigación institucional, hasta llegar a reflexiones respecto de las construcciones de espacios, poderes y fronteras que toman lugar en esta obra y que en una primera versión se presentó como su tesis doctoral. Así, una de las virtudes del libro es el análisis longitudinal de las comunidades indias.
El texto muestra una etnografía muy fina lograda gracias a sus prolongadas y continuas temporadas de trabajo de campo. Su lectura me hizo recordar aquellos textos antropológicos clásicos que resaltaban la descripción etnográfica a través de largas estancias de trabajo de campo, lo que se traducía en que el investigador debería vivir en las comunidades y, fundamentalmente, aprender su idioma. Puedo decir que Javier Gutiérrez, además de hacer su habitación en los lugares de estudio, logró, no sólo aprender una lengua, sino el lenguaje, conocimiento que le permitió convivir de manera íntima con personas de las comunidades indias para así aprehender-comprender sus dinámicas sociales y políticas en las construcciones de espacios, poderes y fronteras.
La relevancia del aprendizaje del lenguaje indígena fue fundamental para presentar un diagnóstico de las sociedades indias, pues como bien sabemos, es ahí donde toman forma las estructuras cognitivas, el pensamiento y las emociones. Es a partir de la lengua donde la cultura se homogeneiza y se comparte, pero a través del lenguaje la cultura adquiere un carácter único, heterogéneo y discursivo (Todorov 1991). Gutiérrez no está pensando en el retorno del estudio de comunidad o de pequeños pueblos para encontrar el sentido de nuestra disciplina, la antropología; por el contrario, se atreve a realizar lo que Jean y John Comaroff han enunciado como etnografía a escala incómoda, es decir, articular la posibilidad de un trabajo local dentro de un marco global (Angosto Ferrández 2012).
El libro se encuentra organizado en cuatro apartados, a saber: 1) “Territorios y territorializaciones. La construcción de los conceptos”, 2) “Los sistemas discursivos de creencias en San Cristóbal de las Casas y Los Altos, Ocosingo y La Selva”, 3) “Territorializaciones en las ciudades de San Cristóbal de Las Casas y Ocosingo”, 4) “Las construcciones de ‘el nosotros’ en los territorios y las territorializaciones. Además la obra cuenta con un prólogo del doctor Hernán Salas”.
Javier propone a lo largo de su obra, principalmente en los dos primeros apartados, una veta que denomina antropología de la comprensión y se sustenta en una antropología del territorio y de la interpretación. Su propuesta tiene como tamiz la hermenéutica filosófica y el enfoque orientado en la reflexión sobre la naturaleza de la comprensión humana de Hans-Georg Gadamer, plasmado en una de sus principales obras: Verdad y método (1993). La primera está directamente ligada a éste. Así, el autor precisa: “la interpretación no es un acto complementario y posterior al de la comprensión, sino que comprender es siempre interpretar y, como consecuencia, la interpretación es la forma explícita de la comprensión” (p. 254).
Otra virtud del libro es la capacidad dialógica y reflexiva de Javier Gutiérrez respecto de la construcción del conocimiento. En la obra hay el atrevimiento de teorizar y de construir un corpus metodológico que no se pierde en las profundidades de lo local; por el contrario, el autor no elude tomar riesgos intelectuales (Angosto Ferrández 2012). El eje central de la investigación se ubica en comprender los complejos procesos de construcción de poderes, espacios y fronteras.
Javier esboza un esquema conceptual que denomina “territorializaciones indias” el cual surge a partir justamente de la relación intrínseca entre espacio y poder. Esta reflexión sobre la “territorialización” ha permitido al autor interpretar y comprender los significados y valoraciones que construyen los sujetos en los espacios urbanos para crear, mantener y reforzar las relaciones de poder que les permiten trazar los límites de frontera, tanto geográfica como de sus pertenencias identitarias. La “territorialización” de los ámbitos urbanos toma sentido a partir de la experiencia vivida y heredada de los indios inmersos en la compleja historia política de Los Altos y La Selva lacandona. En términos conceptuales, Gutiérrez se enriquece con perspectivas metodológicas de la geografía cultural y la antropología política para interpretar las identidades como constructos de las fronteras.
Las “territorializaciones indias” son vistas por Javier Gutiérrez en un sentido de proceso y construcción de espacios de los bats’i viniketik y de los tzeltales en San Cristóbal de las Casas y Ocosingo: las “territorializaciones” asumidas como producto de factores como la inmigración masiva y los cambios en las percepciones de lo “indio” que los sitúa como sujetos colectivos heterogéneos. Esta construcción de espacios establece las pautas para configurar nuevas formas de relacionarse con otros sujetos sociales igual de heterogéneos, también asentados en espacios urbanos caracterizados por un acelerado crecimiento demográfico en los últimos años. A la luz de estas reflexiones sobre la construcción de espacios, Javier Gutiérrez concluye que “las ciudades de San Cristóbal de las Casas y Ocosingo son grandes sistemas de telarañas entretejidas, imbricadas, conectadas y que continuamente se conectan en los discursos, en las territorializaciones y en las formas de habitar y construir las ciudades” (p. 255).
La ciudad se vuelca como el eje central de observación y lugar para seguir y acompañar a los sujetos de investigación en su proceder cotidiano. Su etnografía se nutre a través de recorrer las colonias, los templos religiosos, las iglesias católicas, los mercados, los parques y los panteones. Reconoce a la ciudad de manera semejante como lo hace Armando Silva (1992) en sus imaginarios urbanos, la ciudad como escenario de lenguaje, de lenguajes, de evocaciones, sueños, de imágenes, de variadas escrituras, que lenta y colectivamente se va construyendo y volviendo a construir incesantemente. Y de la misma manera, sin proponérselo, abreva de la obra del historiador francés Fustel de Cuolanges (1998), quien asume que la ciudad desde sus orígenes expone su condición territorial, porque el culto sagrado a los muertos organizó los primeros espacios.