La humanidad, a lo largo de su historia, se ha enfrentado una serie de problemas focalizados en zonas y regiones como las sequias, las hambrunas, las catástrofes, las guerras, las enfermedades, etc., sin embargo, con el correr de los años, y cuanto mayor es la conectividad social, estos acontecimientos se vienen desbordando y traspasando fronteras nacionales haciéndose mundiales, como la primera y segunda guerra mundial, el calentamiento global y las pandemias.
La COVID-19, que ha cobrado millones de vidas humanas en todo el mundo, ha puesto en evidencia nuestras limitaciones sociales, económicas y políticas para enfrentar problemas de esta envergadura, además, ha paralizado ciudades enteras mediante el confinamiento, el cierre de los aeropuertos, y provocado el colapso de los establecimientos y servicios de salud, causando un impacto emocional sin precedentes en la población de sumisión absoluta al temor de morir.
Nuestros sistemas y servicios mecanizados y lineales, pensado solo para generar ingresos, nos convirtió en instrumentos de tareas de rutina y de solucionadores inmediatos. Esto motivó que, en su mayoría, no planificáramos acciones futuras, considerando que nunca pensamos en estar recluidos y, a consecuencia de ello, desatemos una crisis ecológica. Con ese paro repentino, ahora ya somos más conscientes y hasta pensamos en la biosfera1.
Para frenar esta pandemia se realizaron drásticos esfuerzos sociales que nos llevaron a analizar panoramas similares en la búsqueda de una solución inmediata a otros grandes problemas, por mencionar algunos, la contaminación atmosférica que provoca la muerte de más de 7.000.000 de personas, el manejo y la disposición irresponsable del plástico que impacta en la vida marina, la malaria con más de 2.000.000 de nuevos casos cada año, causante de medio millón de muertos en su mayoría niños y adherimos a esto las pandemias pasadas, y aún vigentes como el sida, las drogas, el azúcar y la corrupción, entre otras2.
El psicólogo Alex de Waal, en su obra New Pandemics, Old Politics, refuerza el presente artículo, puesto que su obra es más que un análisis sobre los planes de prevención de riesgos que tienen las sociedades, y que fue útil en su momento; todo se pudo planificar, la caída del dólar o de la bolsa de valores, pero nadie vio venir una pandemia de esta magnitud, con mutaciones y que se tornó endémica ya que ahora vivimos con ella3.
Lo que la expandemia, ahora la endemia de la COVID-19, nos hizo entender cuán irresponsables somos con el planeta, la sociedad, nuestras familias y nosotros mismos. También nos mostró las graves consecuencias, en todos los niveles, incluyendo los políticos, los económicos y, lo más importante, en nosotros como sociedad, de esta inacción. Una situación de crisis siempre nos estimula a pensar, y con esta pandemia nos tuvimos que reinventar para tener una sociedad más inclusiva, abierta, solidaria, humana y responsable4.
Nuestra existencia siempre estará rodeada de riesgos físicos, psicológicos y espirituales, que procuramos manejarla desde la infancia en forma individual o colectivamente, empero, por más conocimientos y estrategias desarrollemos parecieran ser insuficientes para superarlas, conforme quedó demostrado en la última crisis sanitaria, de allí, la necesidad que los gobernantes pongan mayor énfasis e inversión en la infraestructura y servicios de salud.
La planificación es una prioridad e incentivarla es ahora una adhesión social, ser responsable es un principio activo que ya nace en esta nueva sociedad; los pensamientos de Martha Nussbaum aportan en la proyección de una sociedad que, en su conjunto, mejoren su condición con énfasis en su vulnerabilidad y acceso horizontal, proyecciones necesarias en la sociedad actual.
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