Introducción. En los últimos años se ha ido imponiendo el uso del interferón alfa en el tratamiento de las hepatitis virales crónicas, con cifras de remisión del 30-40% para las hepatitis B y del 15-25% para las hepatitis C1. Estos porcentajes aumentan con la asociación de otras sustancias antivirales como la ribavirina. Sin embargo, su administración no está exenta de efectos secundarios. La mayoría de ellos son leves y dependen de la dosis, pero algunos son graves y obligan a la suspensión del tratamiento1-3. En un porcentaje nada despreciable aparecen síntomas de la esfera neuropsiquiátrica4. Describimos un caso en el que se asocia tratamiento con interferón y la aparición de un cuadro de depresión mayor.
Caso clínico. Se trata de una mujer de 52 años con antecedentes de cesárea a los 28 años que requirió transfusión sanguínea, migraña sin aura e historia de larga evolución de estado de ánimo deprimido, compatible con el diagnóstico de trastorno distímico. En noviembre de 2000 se detectó transaminitis y posteriormente se le diagnosticó de hepatitis crónica por el virus C. Por empeoramiento de las cifras de transaminasas en los controles analíticos posteriores, se la remitió al servicio de digestología del hospital de referencia para la realización de una biopsia hepática. Tras efectuarse ésta se creyó oportuno iniciar tratamiento antiviral con ribavirina e interferón alfa-2b a dosis de 3 millones de unidades 3 veces por semana. Al cabo de 2 meses de iniciado el tratamiento comenzó a presentar un cuadro de tristeza persistente con labilidad emocional, astenia con encamamiento voluntario, rechazo social, insomnio y desinterés diario que fue agravándose en las semanas sucesivas, con anorexia, pérdida de 13 kg de peso e ideas de muerte recurrentes. Con la orientación diagnóstica de episodio de depresión mayor, se inició tratamiento con fluoxetina. Al mes de iniciado éste no se evidenció mejoría significativa y además apareció un temblor fino de reposo que se atribuyó a un efecto secundario de la fluoxetina, por lo que se decidió su sustitución por clomipramina. Paralelamente, y previo acuerdo con el digestólogo, se decidió interrumpir el tratamiento con interferón alfa-2b por su posible papel patogénico en el cuadro de la paciente. En las semanas sucesivas desapareció el temblor, la clínica depresiva fue mejorando y la paciente se reincorporó a sus actividades sociales y laborales.
Discusión y conclusiones. La aparición de síntomas psiquiátricos atribuibles al tratamiento con interferón se estima en algo menos del 20%2,4. Entre ellos figuran irritabilidad, ansiedad, trastornos del sueño, trastornos del ánimo, delirio franco, entre otros. En algunos casos estos síntomas pueden ser graves y aconsejar la interrupción del tratamiento. Incluso se han descrito intentos de suicidio, alguno de ellos consumados5. Aunque hoy por hoy se desconoce el mecanismo fisiopatológico de la asociación del interferón con la aparición de este tipo de síntomas, su potencial gravedad obliga a estar alerta para detectar tempranamente la aparición de situaciones de riesgo. En estudios recientes se señala que el riesgo de aparición de síntomas depresivos graves es más alto en personas que previamente han presentado trastornos del ánimo6. La posición y el perfil del médico de familia lo convierten en el profesional más adecuado tanto para la valoración psiquiátrica previa al inicio de un tratamiento con interferón como para la monitorización de su seguimiento una vez iniciado éste de cara a detectar síntomas que aconsejen la disminución o interrupción de la terapia.