Sr. Director: He leído con interés el artículo publicado en su Revista «Análisis de la demanda de actuación de un equipo de soporte de atención domiciliaria (ESAD)», de Requena López et al1, sobre todo por la oportunidad que me brinda de aportar algunas reflexiones sobre un tema que parece emerger como la punta de un iceberg. No dudo del interés, profesionalidad y buena intención de los autores al exponer sus datos de demanda (157 pacientes a lo largo de un año), justificando la existencia de este tipo de equipos de soporte, entre otras cosas, por «una política de redistribución de recursos» y por la «excesiva presión asistencial y burocratización creciente de los equipos de atención primaria que no permiten alcanzar una excelencia deseable».
La existencia de equipos como el ESAD ha suscitado polémica desde su origen, principalmente por el riesgo que comporta de profundizar en la parcelación y fragmentación de la atención sanitaria, algo que suena tan mal a los médicos de familia, convictos y confesos en conceptos como atención integral, continuada, accesible, comunitaria, participativa, etc. La creación de unidades hospitalarias dirigidas a patologías como la hipertensión, la osteoporosis, la menopausia, etc., se sitúa en este incrementado riesgo de fragmentación, pérdida de continuidad e, incluso, compromiso de la equidad (accesibilidad). La novedad introducida por los ESAD es que se trata de «unidades subespecializadas» desde dentro de la atención primaria de salud (APS), lo cual podría presentarla como más cercana y, sin embargo, la hace más contradictoria con esas dimensiones que han dado contenido a la APS y al perfil profesional del médico de familia.
Este conflicto de origen es ventilado en la introducción del artículo con argumentos referidos al aumento de necesidades (envejecimiento de la población), cambio en el rol de la mujer (cuidadora tradicional) y voluntad desde la sanidad pública de potenciar la atención sanitaria en estos grupos de riesgo. Se da una vuelta de tuerca al sostener que las condiciones actuales exigen un nivel de «excelencia» que es impedida por la presión asistencial y la burocratización creciente de la actividad clínica.
Aun a sabiendas de que este artículo es un original cuya finalidad no es justificar la existencia o necesidad de los ESAD, me parece que lo argumentado está poco fundamentado y es contradictorio. Sugiere muchas reflexiones, pero por referirme tan sólo a una, no podemos ofrecer «excelencia» hurtándosela a los equipos de atención primaria, que también la pretenden y con más razón (son los responsables de ofertar ese y otros servicios). Porque si no fuera así, cuánto tiempo tendríamos que esperar a que se crearan equipos de soporte para «el paciente difícil», «el paciente con elevado riesgo cardiovascular», «el paciente con deterioro cognitivo», etc., situaciones éstas muy prevalentes y con claro impacto en carga de trabajo en los centros de salud y en la expectativa de vida de los pacientes.
En esta misma línea me sorprende que, para una población diana de 455.810 habitantes, la demanda haya sido de 157 pacientes y las visitas totales realizadas por los dos médicos de familia y enfermeras hayan sido 367 a lo largo del año (la media es fácil: una visita por profesional cada dos días laborables).
¿Han valorado los autores la eficiencia de este equipo?; ¿han considerado los gestores la pertinencia de mantener un equipo que proporciona medicina de «excelencia» a unos pocos, muy pocos, con la justificación de que la mayoría no tenemos tiempo para atender a nuestros pacientes domiciliarios?; ¿dónde está el principio de equidad?
Reivindico, como médico de familia, mi derecho, y asumo mi obligación y responsabilidad de atender a mis pacientes domiciliarios como una parte integral y esencial de mi profesión.
El análisis de una real y creciente sobrecarga asistencial y burocrática debería conducir y conducirnos a exigir unas condiciones de trabajo que nos permitieran asumir lo que es parte indisoluble de nuestro quehacer. ¿Por qué no se distribuyen equitativamente los recursos y se proporciona al médico de familia, cuando sea preciso, de ese recurso «tiempo» para atender con «excelencia» a sus pacientes domiciliarios, sin crear este tipo de unidades especializadas que, por lo que demuestra el artículo, son tan poco rentables? (Quepa aquí el beneficio de la duda de que se trataba de la experiencia durante el primer año.) ¿No tiene nada que decir el colectivo de enfermería, que tanto predica su papel asistencial domiciliario?