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Vol. 29. Núm. 8.
Páginas 636-637 (octubre 2011)
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Leucoencefalopatía multifocal progresiva en un paciente con leucemia mieloide aguda sometido a trasplante alogénico de progenitores hematopoyéticos
Progressive multifocal leukoencephalopathy in a patient with acute myeloid leukaemia after allogeneic hematopoietic-cell transplantation
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Mario Fernández-Ruiza,
Autor para correspondencia
mario_fdezruiz@yahoo.es

Autor para correspondencia.
, Javier de la Sernab, Juan Ruizc, Francisco López-Medranoa
a Unidad de Enfermedades Infecciosas, Hospital Universitario 12 de Octubre, Madrid, España
b Servicio de Hematología, Hospital Universitario 12 de Octubre, Madrid, España
c Servicio de Neurología, Hospital Universitario 12 de Octubre, Madrid, España
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La leucoencefalopatía multifocal progresiva (LMP) es un proceso desmielinizante causado por el poliomavirus JC en situaciones de inmunodepresión grave, con evolución habitualmente fatal1. Entre los grupos de riesgo no relacionados con la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) figuran los pacientes con neoplasias hematológicas, en particular de estirpe linfoide (leucemia linfática crónica y linfomas no Hodgkin) y sometidos a tratamiento con fludarabina y otros análogos de purinas2,3. Si bien se han documentado casos de LMP en receptores de un trasplante de órgano sólido, mayoritariamente renal4, supone una complicación excepcional en el contexto del trasplante de progenitores hematopoyéticos (TPH)5–8.

Varón de 45 años, fumador activo, que en diciembre de 2008 recibió el diagnóstico de leucemia mieloide aguda (LMA), tipo M2 según la clasificación FAB, con displasia trilineal, citogenética normal y riesgo molecular intermedio. Fue sometido a una terapia de inducción con idarrubicina (12mg/m2/día durante tres días) y citarabina (200mg/m2/día durante 7 días); la persistencia de blastos en el examen de médula ósea en el día +35 motivó un tratamiento de rescate según el esquema FLAG-Ida (fludarabina, citarabina, G-CSF e idarrubicina) acompañado de gemtuzumab ozogamicina (3mg/m2), recibiendo en total dos ciclos. Tras obtener una remisión parcial en mayo de 2009 se llevó a cabo un TPH alogénico con acondicionamiento mieloablativo basado en fludarabina (160mg/m2) y busulfán (12,8mg/kg). A partir del segundo mes del procedimiento el paciente desarrolló extensas manifestaciones mucocutáneas de una enfermedad de injerto contra huésped (EICH), por lo que se inició tratamiento con ciclosporina (5mg/kg/día) y esteroides (prednisona, 2mg/kg/día) por vía oral. En diciembre de 2009 se modificó este régimen de inmunosupresión con la introducción de tacrolimus (0,1mg/kg/día, con ajuste posterior para mantener niveles valle de 10-15 ng/mL) y mofetil-micofenolato (2g/día), a fin de reducir la dosis de esteroides; posteriormente, y en vista del carácter refractario de la EICH, fue necesario recurrir a una tercera línea terapéutica con sirolimus (2mg/día inicialmente, con intención de obtener niveles valle de 12-20 ng/mL). En mayo de 2010 el paciente consultó refiriendo una hemiparesia izquierda de varias semanas de evolución; la exploración neurológica evidenció una parálisis facial central izquierda, con disminución de la fuerza en hemicuerpo izquierdo y sin alteraciones de la sensibilidad. Una resonancia magnética nuclear (RMN) cerebral reveló dos lesiones de localización frontoparietal derecha y mesencefálica, hipointensas en secuencias potenciadas en T1 e hiperintensas en T2 y FLAIR, interpretadas como de probable etiología isquémica. El análisis del líquido cefalorraquídeo (LCR) fue normal, incluyendo tinciones de Gram y Ziehl-Neelsen, cultivos y PCR para virus herpes simple, varicela-zóster y poliomavirus JC y BK. En vista de los hallazgos de la neuroimagen y la negatividad del resto del estudio el paciente fue dado de alta con tratamiento antiagregante (ácido acetilsalicílico, 300mg/día) y estrecho seguimiento ambulatorio. Al cabo de un mes comenzó con mioclonías en el miembro superior izquierdo, en tanto que la RMN cerebral de control mostró clara progresión de las lesiones, con aumento de la afectación hiperintensa en región parasagital del hemimesencéfalo derecho y circunvolución prefrontal, así como lesiones de nueva aparición en hemiprotuberancia y tálamo derechos, sin restricción de la difusión ni captación de contraste paramagnético (fig. 1). En el estudio de espectroscopia se apreció un aumento de la relación colina/creatina, conservación del pico de N-acetil-aspartato y un pico de lactato, hallazgos en conjunto sugerentes de patología isquémica progresiva. Un segundo análisis de LCR resultó normal. Finalmente, una biopsia cerebral estereotáxica mostró infiltrados inflamatorios perivasculares a nivel cortical, con áreas extensas de desmielinización en sustancia blanca, numerosos macrófagos y astrocitos hipertróficos con núcleos atípicos e inclusiones; la inmunohistoquímica fue positiva para CD45 y el virus simio 40 (SV40), con estudios microbiológicos negativos. Una vez confirmado el diagnóstico de LMP se inició tratamiento con mirtazapina (15mg/12 horas) a través de sonda nasogástrica, a pesar de lo cual el paciente experimentó un rápido deterioro neurológico, con afectación de pares craneales bajos y oculomotores y progresión de la hemiparesia, falleciendo a los 14 meses del TPH.

Figura 1.

RMN cerebral (secuencia potenciada en T2) que demuestra una lesión hiperintensa en la circunvolución prefrontal derecha, con extensión a sustancia blanca profunda y sin captación de contraste paramagnético (flecha).

(0,11MB).

Un reciente estudio de base poblacional ha estimado en 35,4 casos por 100.000 pacientes/año la incidencia de LMP entre receptores de TPH2. Varios de los ejemplos que recoge la literatura aparecen asociados al desarrollo de EICH en el período postrasplante y al empleo prolongado de regímenes de inmunosupresión que incluían, como en el caso aportado, anticalcineurínicos y antiproliferativos5,7,8. También se ha demostrado el diagnóstico de LMP tras un TPH haploidéntico de donante emparentado6 o de un TPH de cordón umbilical7. En pacientes con infección por el VIH se ha venido comunicando una sensibilidad y especificidad de la PCR en LCR para el virus JC del 74 y el 96%, respectivamente, con un elevado valor predictivo negativo para el diagnóstico de LMP (próximo al 90%)9. Sin embargo, la rentabilidad de esta técnica en pacientes con neoplasias hematológicas sometidos a TPH aún no ha sido bien establecida y probablemente sea inferior, como sugieren tanto el presente caso como otros previos5,7. Aunque ineficaz en nuestro paciente, la mirtazapina ha mostrado de forma ocasional cierto efecto estabilizador en el curso de la LMP, presumiblemente por mediación de su efecto antagonista sobre los receptores serotoninérgicos (5-HT2A) necesarios para la entrada del virus JC en las células gliales1,10. Recientemente se ha comunicado el tratamiento exitoso de una LMP en un varón sometido a un TPH alogénico tras la infusión de linfocitos T específicos frente al virus JC obtenidos del donante y generados in vitro, abriendo prometedoras expectativas en relación con la potencial utilidad de la terapia adoptiva en la restauración de la respuesta citotóxica del receptor8.

En conclusión, el diagnóstico de LMP debería ser considerado ante cualquier déficit neurológico de evolución subaguda en un receptor de TPH, en particular si previamente ha sido sometido a tratamientos prolongados con análogos de purinas o inmunosupresores. Se desconoce el valor predictivo en tal escenario de la detección por PCR del poliomavirus JC en LCR, por lo que su negatividad no permite excluir esta entidad ante un cuadro clínico-radiológico compatible.

Agradecimientos

Los autores agradecen al doctor Carlos Grande, del Servicio de Hematología del Hospital Universitario 12 de Octubre, su colaboración en la lectura crítica del manuscrito original.

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