La peritonitis brucellar se ha descrito en los últimos años como una forma de peritonitis bacteriana espontánea, en el marco de una translocación intestinal de microorganismos dentro del cuadro de complicaciones de una hepatopatía crónica avanzada, a veces sintomática. Presentamos un caso de peritonitis brucellar con algunas características dignas de reseñar, en el que no había enfermedad hepática.
Mujer de 24 años de edad, con residencia urbana, cuidadora de niños en una guardería, que negaba la ingesta de alimentos no higienizados, o de contactos con ambientes rurales de riesgo. En el mes anterior había presentado ligeras irregularidades menstruales. Comenzó con fiebre y dolor abdominal de localización errática, referido a ambos hipocondrios y a fosa ilíaca derecha, sin signos de afectación peritoneal, cediendo todo espontáneamente tras 4 días de evolución. Dos días después reapareció el cuadro acompañado esta vez de ligero abultamiento abdominal, constatándose clínica y ecográficamente la presencia de ascitis. La paracentesis mostró un líquido claro con 20.000 hematíes/ µ l y 3.800 leucocitos/ µ l, de los cuales el 50% eran linfocitos. La adenosindesaminasa (ADA) fue de 83 U/l. La hematimetría sanguínea de las tres series no reveló patología, y el recuento y fórmula leucocitarios fueron normales. No hubo signos bioquímicos de citólisis ni de colestasis hepática, y no se constataron alteraciones en la función renal ni en la analítica urinaria. La radiografía de tórax era normal y el Mantoux fue negativo. Los hemocultivos no demostraron crecimiento de gérmenes. El estudio ginecológico no reveló enfermedad alguna. Una tomografía axial computarizada abdominal fue normal. Una laparoscopia evidenció la existencia de gran cantidad de fibrina recubriendo la serosa peritoneal, que se acumulaba especialmente en la región perihepática. La biopsia peritoneal reveló granulomas sin signos de caseum ni de bacterias y los cultivos fueron negativos. Un tratamiento de una semana con hidracidas, rifampicina y piracinamida no mejoró el cuadro. A pesar de la fiebre, de los dolores difusos abdominales y de la instauración de una lumbalgia poco característica, la enferma mantenía un relativo buen estado general. Una ecografía ginecológica mostró una zo-na con aspecto de masa anfractuosa en la región anexial derecha. La laparotomía comprobó los hallazgos peritoneales previamente reseñados, evidenciándose en la región genital una acumulación de fibrina y signos de inflamación inespecífica ligera, principalmente en las trompas. Se tomaron biopsias. Unas aglutinaciones a Brucella spp. fueron positivas a 1:320. El tratamiento con doxiciclina y rifampicina mejoró el cuadro rápidamente. En el control ambulatorio al mes y medio, la enferma estaba asintomática y las aglutinaciones a Brucella spp. eran positivas a 1:1.280. Dijo haber mantenido, previamente a su enfermedad, relaciones sexuales estables y su pareja no reveló síntomas pasados ni actuales de brucellosis. El estudio serológico del compañero fue negativo incluyendo aglutinaciones y test de Coombs anti-Brucella mediante el método de aglutination-inmuno-capture (Brucellacapt, Vircell S.L.).
Se trata de un caso de peritonitis por Brucella sp. con dos características singulares: la primera, que no se produjo en el marco de una hepatopatía crónica y, la segunda, que remedó en su clínica al cuadro de una enfermedad inflamatoria pélvica complicada con síndrome de perihepatitis fibrinoide (Fitz-Hugh-Curtis). Una enfermedad inflamatoria pélvica suele deberse, bien a complicaciones de enfermedades obstétrico-ginecológicas, a transmisión sexual por Chlamydia spp. o por gonococos o bien, finalmente, a microorgamismo aerobios o anaerobios procedentes de la vagina y/o del cuello uterino, no habiéndose descrito Brucella spp. como agente causal1. Los pocos casos reseñados bibliográficamente de peritonitis brucellar parecen originados a partir del tracto gastrointestinal, bien por translocación bacteriana en el marco de hepatopatías crónicas avanzadas, bien por apertura a peritoneo de un absceso brucellar de vecindad2,3. Los datos epidemiológicos no nos permiten sospechar de ninguna forma de transmisión específica (alimentaria, respiratoria, dermocutánea o genital4). El caso que se presenta tiene el interés de ser una forma clínica infrecuente y grave de una infección que en nuestro medio siempre hay que tener en cuenta.