Tras haber leído con interés la publicación en esta revista del trabajo «Elevación de prolactina en personas con discapacidad intelectual con tratamiento psicofarmacológico»1, nos gustaría realizar una serie de consideraciones al respecto que consideramos de interés clínico.
La elevación de los niveles séricos de prolactina (PRL) es un efecto muy común del tratamiento con antipsicóticos, y hasta hace muy poco las diferencias entre los diversos compuestos no estaban valoradas. Disfunción sexual, osteoporosis y neoplasias sensibles a PRL son algunos de los diagnósticos que se pueden presentar2.
En primer lugar, echamos en falta el análisis de los niveles de PRL en pacientes a tratamiento con el antipsicótico atípico aripiprazol, agonista parcial del receptor dopaminérgico D2 y del receptor serotoninérgico 5-HT1A y antagonista de los receptores serotoninérgicos 5-HT2A, pues existe una amplia evidencia de que este fármaco no solo no eleva los niveles de PRL, sino que es capaz de disminuir la elevación en los niveles de dicha hormona producidos por el tratamiento con otros antipsicóticos. Incluso dosis altas de aripiprazol inducen esta reducción en los niveles de PRL3.
Adicionalmente, el tratamiento con aripiprazol de las alteraciones de conducta en el contexto de la población con discapacidad intelectual ha mostrado otras ventajas. Así, se ha mostrado seguro, eficaz y bien tolerado en el tratamiento de la irritabilidad y de las conductas disruptivas, y se ha evidenciado incluso una mejora en la socialización en ciertos casos, también en pacientes complejos afectados de síndrome de Down y trastornos del espectro autista de forma concomitante4.
Aripiprazol tiene indicación en España en el tratamiento de la esquizofrenia en adolescentes a partir de 15 años, por vía oral, así como en episodios maníacos en el trastorno bipolar i en adolescentes a partir de 13 años. Otras indicaciones, no autorizadas en España (aunque sí por la FDA), serían el tratamiento de la esquizofrenia en adolescentes entre 13 y 15 años, en el mantenimiento de los pacientes con trastorno bipolar con episodio reciente de manía o mixto en niños entre 10 y 17 años y también en la irritabilidad en el autismo en niños y adolescentes entre 6 y 17 años. También se ha utilizado en las siguientes situaciones, aunque los datos son limitados: trastorno por déficit de atención e hiperactividad en niños de 8 años en adelante, en desorden de conducta/agresividad en niños de 6 años en adelante, para reducir la frecuencia y la intensidad de los tics en niños de 7 años en adelante y adolescentes diagnosticados de síndrome de Gilles de la Tourette, y en el tratamiento de la irritabilidad asociada al trastorno generalizado del desarrollo no especificado o al síndrome de Asperger (agresión, rabietas, autolesiones) en niños a partir de 4 años y adolescentes. Asimismo, como potenciación del tratamiento antidepresivo en el trastorno depresivo mayor5.
Entre los efectos secundarios más frecuentes podemos encontrar la presencia de somnolencia y fatiga, aumento de peso, cefalea, aumento del apetito, nerviosismo, hipersalivación, dolor muscular, alteraciones gastrointestinales, diarrea o estreñimiento y problemas de equilibrio. El insomnio y la ansiedad son comunes. Otros más graves incluirían las alteraciones de conciencia, hiperglucemias, dificultad respiratoria, rigidez muscular, alteraciones visuales, arritmias y discinesias, así como también pensamientos suicidas. Al contrario que otros antipsicóticos, no es frecuente la presencia de alteraciones sexuales (precisamente debido a la no elevación en los niveles de PRL) o motoras. Además de ello, se ha observado en los últimos años como la administración de este fármaco se ha asociado en algunos casos (si bien no es común) con un incremento de la impulsividad, la ludopatía, la hiperfagia, el incremento de la libido, la búsqueda de relaciones sexuales y la existencia de comportamientos compulsivos como las compras. En definitiva, se ha asociado en algunas personas con la existencia de pérdida del control de los impulsos6.
En el manejo clínico de la hiperprolactinemia inducida por antipsicóticos se puede valorar el cambio a un fármaco con un perfil de impacto menor sobre la PRL, o el tratamiento integrado con un fármaco que no afecte o disminuya los niveles séricos de PRL, por ejemplo con el litio, siempre teniendo en cuenta el equilibrio entre efectividad y tolerabilidad, así como el perfil y las necesidades del paciente7. Antes del inicio de un tratamiento antipsicótico sería conveniente valorar el medir unos niveles basales de PRL, que permitan hacer un seguimiento analítico posterior de las posibles alteraciones potenciales8,9. Como bien señalan González-Pablos et al. en la carta que es objeto del presente trabajo, la población con discapacidad intelectual difícilmente verbalizará síntomas que puedan orientar clínicamente a sospechar alteraciones en la PRL1, por lo que este aspecto cobra una mayor relevancia.