La enfermedad cardiovascular es la principal causa de morbimortalidad en los diabéticos: el riesgo anual de muerte por enfermedad cardiovascular es de 2 a 3 veces superior (2 en varones y 4 en mujeres) en personas con diabetes; tienen 3,2 veces más riesgo de presentar enfermedad coronaria, 2,8 veces más de enfermedad cerebrovascular y 5 veces más riesgo de padecer enfermedad vascular periférica. Aproximadamente dos de cada tres diabéticos adultos mueren a consecuencia de enfermedades cardiovasculares, y actualmente se considera a la diabetes como un factor de riesgo mayor independiente de enfermedad cardiovascular, junto al tabaquismo, hipertensión e hipercolesterolemia.
El riesgo cardiovascular vinculado a la diabetes se incrementa considerablemente cuando concurren otros factores de riesgo, además, la hipertensión y la dislipidemia aparecen con mayor frecuencia entre la población diabética1,2. Los pacientes con diabetes tipo 2 presentan característicamente resistencia a la insulina (RI) (fig. 1) en tejidos periféricos junto con un aumento de la producción endógena de glucosa y una alteración de la secreción de insulina3. La RI se asocia además de a la diabetes, a determinados parámetros antropométricos, metabólicos y hemodinámicos como la obesidad central, la intolerancia a la glucosa, la hipertensión, la hipertrigliceridemia, la dislipidemia y la hiperinsulinemia, constituyendo un síndrome que clásicamente se llamaba síndrome de Reaven4, y al que últimamente se han asociado otras alteraciones metabólicas como microalbuminuria y anormalidades en la fibrinolisis y coagulación, pasando a denominarse síndrome metabólico, y recientemente síndrome de resistencia a la insulina, ya que la RI es el común denominador del mismo5.
Figura 1. ¿Qué es la resistencia a la insulina? RI: resistencia a la insulina; adaptada de Olefsky MJ, et al. En: Rifkin H, Porte D, Jr. Diabetes mellitus theory and practice. 4th ed. Insulin resistance in man, p. 125.
Se entiende por insulinorresistencia la incapacidad de la insulina para producir sus efectos biológicos habituales a las concentraciones circulantes efectivas en los sujetos normales. Su origen puede ser doble: genético y adquirido6,7. Se baraja una transmisión poligénica, ya que la heredabilidad de la RI es alta pero sin un patrón claramente definido, aunque los factores ambientales son también muy importantes: dieta y actividad física.
No existen criterios diagnósticos mundialmente aceptados para definir si una persona tiene o no un síndrome metabólico (fig. 2), pero los criterios más aceptados son los siguientes:
Figura 2. Criterios diagnósticos de síndrome metabólico. HTA: hipertensión arterial; TA: tensión arterial; IMC: índice de masa corporal.
El abordaje integral de las personas con diabetes conlleva una modificación de todos los factores de riesgo cardiovascular mediante una dieta adecuada en cantidad y en calidad (conseguir mantener el peso ideal), la práctica regular de ejercicio, un adecuado control de las cifras de glucemia, el abandono del hábito tabáquico y un control y tratamiento precoz de las cifras elevadas de tensión arterial y de las diversas alteraciones lipídicas, especialmente colesterol LDL (c-LDL).
Los datos más importantes a tener en cuenta, y que pueden servir de guía al médico de Atención Primaria son los siguientes:
Es una entidad de gran prevalencia e impacto.
Diagnosticar un solo elemento de este síndrome supone una alta probabilidad de diagnosticarlo en su totalidad.
Prácticamente 2/3 de los diabéticos tipo 2 ya tienen un síndrome metabólico.
Prácticamente 1/3 de los enfermos cardiovasculares atendidos tiene un síndrome metabólico, y su perfil de riesgo es más desfavorable que en ausencia del síndrome.
Tan sólo el diagnosticar este síndrome define una población sobre la que focalizar prioritariamente tanto las medidas de prevención primaria como secundaria.