En el presente número de Medicina de Familia - SEMERGEN se publica un artículo 1 sobre Trastornos de la Conducta Alimentaria que pone de manifiesto el interés del uso de las pruebas cortas de cribado en la actuación diagnóstica del Médico de Familia para este tipo de patología.
Los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) son enfermedades psiquiátricas graves, vinculadas a una percepción distorsionada del propio cuerpo y a una insatisfacción corporal que se manifiestan por marcadas alteraciones en el comportamiento y una obsesión por el peso y/o la forma del cuerpo. Son complicadas de tratar, encontrándose bajas tasas de recuperación y existiendo un alto riesgo de recaídas. Además, muestran altas tasas de comorbilidad con otras enfermedades físicas y psíquicas, y se relacionan con una baja calidad de vida, y un elevado riesgo de mortalidad temprana2. Estudios recientes sugieren que no son solo un trastorno psiquiátrico, sino que detrás de estas patologías hay un origen endocrino y sugieren cambiar la perspectiva de una enfermedad considerada como psiquiátrica a ser tratada como endocrino-psiquiátrica, abriendo nuevas vías de abordajes terapéuticos al exclusivamente psicológico3.
Aunque la definición nosológica de los trastornos alimentarios ha sido optimizada en el tiempo, aún existen considerables dificultades en su clasificación (CIE-10; DSM-5). Tal y como muestra, el artículo de Pérez-Martín et al., una gran mayoría de los diagnósticos se realizan como Trastornos de la Conducta Alimentaria No Específicos (TCANE), que incluirían un conjunto de síndromes parciales, subclínicos, subumbrales, o atípicos de los trastornos alimentarios, que incluyen formas de nutrición y alteraciones en la imagen corporal que no se ajustan claramente a las categorías más conocidas -anorexia y bulimia- pero que dificultan la capacidad de vivir una vida óptima, interfiriendo con aspectos integrales de salud, el trabajo, los estudios o las relaciones interpersonales4.
Aunque la variedad de los criterios y metodologías empleados en los estudios dificulta la comparabilidad5, parece haber una tendencia a nivel internacional en las últimas décadas al aumento del número de casos de pacientes con estas enfermedades6. A nivel internacional, se estima una prevalencia de entre 0,1-1,5%, alrededor del 1% y del 1,4%, para la AN, la BN y el TA7 y está creciendo en las regiones asiáticas, árabes y del Pacífico, de un modo correlacionado con el aumento de la industrialización, la urbanización y la globalización en estas regiones8, y que también se ha vinculado al aumento de la preocupación por la imagen corporal, y el interés en parecerse a los modelos del entorno mediático de televisión y más recientemente de internet y las redes sociales, especialmente en la población adolescente y joven, los grupos de edad en los que se manifiesta más frecuentemente este tipo de trastornos9.
Es importante destacar que los servicios de Atención Primaria (AP) tienen una gran importancia tanto en el diagnóstico por su contacto con la familia, la cual podría sospechar de estas conductas dentro del núcleo familiar10, como en el seguimiento de los tratamientos y el papel que las intervenciones en el marco familiar tienen para este tipo de trastornos11. Aunque existen limitaciones y dificultades como la escasa concienciación ante estos trastornos por parte de la población y también de los profesionales de AP, la falta de tiempo real para poder realizar actividades preventivas en la consulta; la escasa frecuentación de los jóvenes a las consultas de AP y la tendencia a ocultar la enfermedad.
En este sentido, el artículo de Pérez-Martín et al., muestra dos cuestiones fundamentales en relación con el papel de AP en la prevención y el control de los TCA. En primer lugar, muestra la capacidad investigadora que se tiene desde AP para hacer estudios que permitan estimar la incidencia y prevalencia de este tipo de patologías, que complementen la visión que con más frecuencia se tiene de ellas basadas en los datos hospitalarios, y que generan una infraestimación de casos leves.
En segundo lugar, muestra la utilidad de cuestionarios como el SCOFF, que, con solo 5 preguntas, presentan una elevada sensibilidad y especificidad y han sido validados y empleados en diferentes grupos de población específicos (mujeres, universitarios, …)12,13 como instrumentos de cribado en AP.
Puesto que el abordaje de estos trastornos en Atención Primaria es necesario y posible, es relevante el buscar estrategias que faciliten y mejoren dicho abordaje por parte de los profesionales.