La relación entre la autoría fantasma y los redactores profesionales de artículos médicos ha estado en el debate, llegando incluso al ciudadano. La acusación que, a través de la autoria-fantasma, se introducen mensajes de mercado también ha sido publicada por algunas revistas científicas.
DesarrolloSe realiza un análisis del concepto de autoría-fantasma y su aplicación a los redactores profesionales y se discute la responsabilidad intelectual de los artículos científicos, así como la relación en grupos de investigación e industria farmacéutica, así como la posición de la revista.
ConclusionesLa labor de los redactores profesionales es recomendable para mejor la comunicación del artículo. Utilizando los criterios de autoría, los redactores profesionales no pueden ser considerados como autores-fantasma. Deben perseguirse las malas conductas no solo de redactores profesionales sino también de editores y autores. La responsabilidad de los artículos pertenece a los autores, que son quienes la incumple si existen aseveraciones que no corresponden a los datos de los artículos, así como al editor que aparezcan publicados.
Relationship between ghost-authors and medical writers has been debated, even arriving to citizens. Accusation that through ghost-authors, market messages are introduced in medical journals has been suggested.
DevelopmentThis paper carried out an analysis of ghost-authors and their application to medical writers and discusses the intellectual authorship of the scientific articles, as well as the relationship with research groups and pharmaceutical industry, as well as the position of journal.
ConclusionsThe role of medical workers is advisable because improves communication of articles. Using authorship criteria, medical writers cannot be considered as ghost-authors. Misconducts for medical writers should be pursued but also those from editors and authors. Responsibility of articles belongs to authors who are responsible of false conclusions obtained from data research and to the editor in the case of the paper was published.
En julio del año 2009, la Corte federal de Estados Unidos decidió que 1.500 artículos considerados científicos y publicados en revistas médicas de impacto contenían mensajes promocionales que habían sido escritos por redactores profesionales contratados por compañías farmacéuticas como autores-fantasma, bajo la autoría de académicos y científicos. Varios artículos en New York Times han llevado este tema al público general catalogando a la autoría-fantasma como un crimen académico. El lector puede encontrar una más amplia información sobre este asunto en la literatura1, e incluso hallar los artículos “marcados” en la web http://dida.library.ucsf.edu/documents.jsp.
El término de autor-fantasma2,3 describe a profesionales que han formado parte del desarrollo del manuscrito pero que no lo firman4-12. Aunque ello se ha considerado como un anomalía de autoría, también es cierto que, en muchos casos, utilizando los criterios13 de la ICMJE estos redactores que suelen ser profesionales de artículos médicos (en inglés medical writers14, término que en su traducción al español sería equivoco, ya que podría implicar al médico dentro de la literatura15) no deberían formar parte de los firmantes, dado que no actúan en todo el proceso de realización del artículo desde un punto de vista intelectual16, como estos establecen.
Con ello, se ha puesto en cuestión las relaciones entre el mundo científico y los intereses comerciales9,17-20 y las acciones de comunicación científica en revistas o congresos que realiza la industria farmacéutica21, con el riesgo de que con ellas se emitan informaciones que no están reguladas por las reglas de marketing ni tampoco pasen el filtro de la evaluación externa científica22. En este artículo pretendemos analizar la visión del equipo de gestión de Neurología sobre la autoría-fantasma en relación con la intervención de redactores profesionales en la edición de artículos médicos.
Los redactores de artículos médicosEs conocido cómo algunas compañías farmacéuticas contratan redactores profesionales para colaborar en artículos cuya autoría pertenece a científicos12,23. De hecho, en la propia revista de los editores europeos, European Editing Science, aparecen ocasionalmente anuncios ofreciendo trabajo a redactores profesionales de artículos médicos para colaborar con la industria. Definir este papel como una autoría-fantasma ha sido considerado por algunos autores como un error24. Es especialmente elocuente la distinción que realiza Cyndy Hamilton, donde separa claramente la labor de los redactores profesionales de una autoría-fantasma25. En su artículo, Hamilton describe el proceso que debe realizar Aleski, un autor que debe publicar un artículo sobre un estudio realizado por él, y cuándo aparece el redactor profesional, que denomina como “comunicador médico profesional”, separando claramente de lo que es una autoría-fantasma. A través de un panel Delphi, Jacobs et al26 han analizado cuál debería ser el papel de los redactores profesionales en los artículos científicos, y entre sus conclusiones se desprende que deben mejorar el artículo científico y su función debe estar bien especificada en el manuscrito para el lector. Es también muy clarificadora la contribución de Karen Shashok27, donde diferencia las intervenciones sobre el borrador del manuscrito en el periodo que debe conducir a la publicación en dos tipos, aquellas tendentes a la mejora del mismo, pero adaptándolo a los criterios y estructura de las revistas, y aquellas tendentes a la mejora del mismo desde la perspectiva de la mejor comunicación de los mensajes y la mejor compresión por parte de los lectores28. Mientras que la primera intervención, que denomina como función de selección, sería realizada por revisores29 o el editor dentro del proceso de la revisión externa30, la segunda, la función de mejora, es conducida por redactores profesionales o traductores. Como Shashok reconoce27, las dos funciones no son estancas y suelen interrelacionarse. De hecho, es indudable que en muchas publicaciones la revisión externa tiene claros objetivos de mejora del manuscrito, e incluso, de aprendizaje para los autores más jóvenes, pero siempre en las áreas científicas y metodológicas y no en la capacidad de comunicación, adaptación a la cultura del lector o el idioma31,32. Así, la mejora en la segunda intervención vendría dada por la mejor elección de la terminología, en gramática y sintaxis, en el desarrollo de figuras o tablas, en la organización del manuscrito de forma que se vaya desarrollando un flujo coherente de las ideas, y en la argumentación y en la retórica33. Algunos autores han sugerido que la falta de esta segunda intervención podría ser una de las razones en el desnivel en la aceptación de manuscritos procedentes de algunos países frente a otros34. En un interesante debate publicado en Plos Med35, el lector puede encontrar las dos corrientes ideológicas; aunque todo el mundo reconoce la autoría-fantasma como una práctica a evitar, mientras unos separan claramente la legitimidad y la importancia del papel de los redactores profesionales, otros tienden a sugerir aspectos proteccionistas sobre los criterios de autoría que les afectan. Es paradójico que algunos de los editores que se encuentran en esta línea sean los mismos que aconsejan a los autores cuyo idioma materno no es el inglés que utilicen correctores lingüísticos para sus artículos, en términos similares a editing by a native English speaker, e incluso algunos de ellos recomiendan compañías concretas para realizar esta función. En todo caso, la cuestión de la intervención de los traductores no va a ser motivo de este artículo.
Ética y redactores profesionalesEl debate no se plantea como una cuestión de distribución de funciones en la elaboración de un manuscrito, sino como una cuestión ética, bajo la definición de autoría. Que intervengan profesionales en la mejora de la presentación y redacción del artículo no tiene porqué estar asociado a una manipulación de los contenidos de los artículos36, ni es forzoso que un redactor profesional, aunque haya sido contratado por una empresa, esté al servicio de los intereses de mercado. La cuestión de malas conductas en la intervención de los redactores profesionales debe ser denunciada, de igual manera que lo debe ser para los autores37 o los editores38, pero el que existan casos concretos no permite extrapolar que sea una práctica generalizada, y eso no tiene nada que ver con el concepto de autoría. Shashok y Jacobs39 publicaron en The Write Stuff, la revista de oficial de European Medical Writers Association, cómo tras denunciar una revista de impacto un posible comportamiento no ético de un redactor profesional no se quiso publicar una nota en defensa del colectivo, lo que en esencia es un comportamiento paradójico de la revista.
Recomendaciones de su asociación han separado la función del autor de aquella de los redactores profesionales40, señalando la necesidad de trasparencia de su trabajo, su mención en el apartado de agradecimientos definiendo su labor, la mención de cómo se ha financiado su trabajo, así como el compromiso ético de que los artículos sean el reflejo de los datos41, de igual manera que lo hacen los autores. En todo caso, son los firmantes de los artículos quienes tienen la responsabilidad de garantizar que el manuscrito es fiel reflejo de la investigación y no los redactores profesionales, de forma que, si eso no fuera así, es a los autores a quien debe imputarse la mala conducta de forma principal. Y no puede obviarse la responsabilidad de los editores y del proceso editorial si aparecen mensajes promocionales en los artículos que se aceptan.
Autores-fantasma e industria farmacéuticaLa decisión de la Corte federal en Estados Unidos, que hemos citado previamente, pone de manifiesto una determinada corriente de opinión de algunos editores que han llamado la atención sobre el papel de la industria farmacéutica en la redacción de los manuscritos y que se puedan utilizar las publicaciones científicas como una herramienta del mercado4. El caso en cuestión que planteó la sentencia de la Corte Federal se refería a los riesgos de un fármaco utilizado en ginecología42. El profesional médico que realizó la selección de los artículos marcados coincide con el editor de la revista que más ha insistido sobre la cuestión de la autoría-fantasma en los artículos que proceden de estudios financiados por la industria. Ante estas críticas, profesionales de la empresa farmacéutica afectada han respondido defendiendo el estricto cumplimiento de los criterios de autoría43. Efectivamente, en Plos Med se han publicado diversos artículos cuestionando no sólo el papel de los redactores profesionales, sino incluso en uno de ellos de los estadísticos44, aunque con un editorial que lo matizaba45, lo que ha puesto a la revista en el liderazgo de las denuncias de las autorías-fantasmas, con un rédito de un número alto de citaciones. En el artículo citado, que defendía un porcentaje del 75% de autoría-fantasma en los ensayos realizados por la industria, los criterios utilizados de autoría no correspondían con la definición de la ICMJE que la propia publicación defiende. No parece razonable que unos criterios se apliquen de forma diferente por la propia revista dependiendo de cada circunstancia. El debate es si la autoría-fantasma es un hecho insólito o frecuente46,47 y depende obviamente de la definición de autoría. Otros ejemplos sobre autoría-fantasma promovida por la industria han sido documentados con paroxetina48, gabapentina49,rofecoxib5 y sertralina19.
Es una realidad que la investigación promovida por la industria tiene unas características diferenciales de aquella que es solo académica. Para su desarrollo se contratan centros de investigación, empresas que monitorizan la recogida de datos, estadísticos —aunque sea por grupos independientes—, los artículos son escritos o revisados por redactores profesionales y aprobados y editados por los investigadores principales, bajo un plan de publicación compartido entre ellos y la empresa50. Para la ICMJE51 es autor aquel que contribuye sustancialmente y conjuntamente a la concepción y diseño del estudio, a la recogida de datos, al análisis e interpretación de los datos, que interviene en el borrador del artículo y en la revisión del contenido intelectual del mismo, y que aprueba la versión final a remitir. La complejidad de los estudios realizados por la industria son un buen ejemplo de que, siguiendo estos criterios de autoría, muy pocos profesionales que intervienen en los mismos los cumplen, habiéndose sugerido que el resto de profesionales aparezcan en el apartado de agradecimientos o en el anexo. Este apartado debería incluir a los participantes que intervienen en la recogida de datos, en la ayuda técnica, en la asistencia en la redacción, en la financiación, en la supervisión de los grupos de investigaciones o en aquellas contribuciones menores al estudio52. Aplicando los criterios defendidos en Neurología se llega a la misma conclusión53. Por ello, algunas revistas clínicas ya han separado con claridad el concepto de autoría-fantasma de la función de los redactores profesionales54. No todos los editores son iguales; los de las grandes revistas son profesionales de la edición, mientras que aquellos que dirigen las revistas más pequeñas son reclutados de la práctica clínica55 o la investigación. Mientras que en las segundas los editores son transitorios y mantienen relación con la investigación de campo, en las primeras realizan largas carreras profesionales, constituyendo a un lobby específico, que se justifica en la profesionalización y en la experiencia, pero les aleja de la investigación directa56. Algunos de los editores de este grupo son aquellos que más insisten en aplicar la autoría-fantasma a esta función, mientras que los editores no profesionales, en su mayoría clínicos, que entienden probablemente mejor el proceso y complejidad de los grandes estudios multicéntricos son los que comprenden mejor la conveniencia de los redactores profesionales para estos grandes estudios.
ConclusionesPublicar no es sólo un acto de transmisión de conocimiento57, no es un modelo solidario de comunicar aquello que se sabe58, tiene también connotaciones tan poco desinteresadas como la carrera profesional, el prestigio académico, la disponibilidad del acceso a literatura científica59, el liderazgo académico, la relevancia de las instituciones o los países60 y en definitiva la competitividad, y ello supone aspectos que superan la simple comunicación de resultados, ya que los artículos científicos también deben convencer no tanto de la veracidad, que es inherente al proceso editorial, pero sí de la relevancia de lo expuesto. En esencia, que la comunicación del artículo sea la mejor posible también es un reto de los autores.
En nuestra opinión el debate se centra en dos temas concretos. El primero se refiere a si los redactores profesionales son autores o no. No lo son ni deben serlo si exclusivamente ejercen su papel en la mejora en la forma de comunicación de los resultados científicos, transmitiendo en forma aquello que los autores intelectuales se plantean en fondo. Por más que algunos editores o antiguos editores de grandes revistas argumenten a favor de que lo son, situándolos en la figura de los autores-fantasma, si se siguen los criterios de autoría no lo pueden ser, de forma que el debate es falaz, lo que no contradice que tengan un papel notable en la redacción final del manuscrito. Parece legítimo que tanto para los autores como para la industria farmacéutica sea interesante que un artículo que incluya resultados que les influyan esté lo mejor realizado posible o comunique de la forma más eficiente, o cumpla lo más adecuadamente posible los criterios para una determinada publicación, y no parece reprobable que por ello se utilice a redactores profesionales, ya que su colaboración no implica que se haya manipulado el artículo en favor de los intereses de dicha empresa. Todo lo contrario, a las propias revistas, por ejemplo Neurología, les interesa que sus artículos comuniquen los resultados y hallazgos de sus autores lo mejor posible, y por tanto, encontramos favorable su labor. El segundo aspecto se refiere a que los autores-fantasma son una práctica a evitar, y en esto no hay duda, y en nuestra opinión debe buscarse en las autorías, porque el grado de frecuencia de artículos elaborados por miembros más jóvenes de grupos de investigación y firmados por los responsables de los mismos no es conocido61.
La labor de los redactores profesionales es recomendable para mejorar la comunicación del artículo, ya que utilizando los criterios de autoría no pueden ser considerados como autores-fantasma. Deben perseguirse las malas conductas no sólo de redactores profesionales, sino también de editores y autores, ya que la responsabilidad de los artículos pertenece al autor y es quien la incumple si existen aseveraciones que no corresponden con los datos de los artículos, así como al editor que aparezcan publicados. Aquellos editores que se han significado por publicar de forma frecuente datos sobre autoría-fantasma, especialmente cuando no se cumplen los criterios de autoría, no deben ser árbitros de la frecuencia de la autoría-fantasma.