Hemos leído con interés el artículo de Martínez Fernández et al.1 donde se señala un problema importante en la atención neurológica urgente del ictus.
Hoy día está bien establecido que la atención neurológica especializada y, en concreto, las unidades de ictus disminuyen de forma significativa la mortalidad de estos enfermos y que su progresiva incorporación a los sistemas de salud, en particular en Andalucía, es lo deseable. No obstante, el estudio merece varios comentarios. Primero, la presencia de problemas metodológicos importantes limita la validez de sus resultados: se comparan 2 poblaciones totalmente (y significativamente) distintas, una de media de 65 años con otra de 77 años, siendo la edad y las comorbilidades asociadas, como se señala, factores pronósticos fundamentales. Con distintos tipos de ictus, llama la atención que de los 13 hemorragias intracerebrales del primer grupo no muriera ninguna y de las 4 del segundo murieran 3, por lo que se evidencia que los riesgos son claramente distintos y que la asignación a un grupo u otro no es aleatoria. Medir la severidad del ictus mediante un análisis retrospectivo de las historias y usando la escala de Rankin modificada no parece un método adecuado. Finalmente, hacer un análisis mutivariante con la inclusión de numerosos subgrupos y una «n» aproximada de 50 pacientes por grupo tampoco parece muy razonable.
Segundo, en relación con el «Cinturón del ictus» español1,2, el concepto hace referencia a determinadas áreas de nuestra geografía, principalmente Andalucía y Murcia, que, al igual que ocurre en el sureste de EE. UU, presentan elevadas tasas de mortalidad por ictus y que además coinciden con las áreas de mayor mortalidad por enfermedad coronaria e insuficiencia cardiaca. Es evidente que la atención hospitalaria, como hemos dicho, influye en la misma, pero posiblemente debamos de buscar otras causas fuera de los recintos sanitarios e ir, por ejemplo, a las escuelas, domicilios o ayuntamientos, y mirar muchos años antes del evento. En EE. UU., donde sí se preocupan realmente por estudiar las causas de estas diferencias, son numerosos los estudios, el último sobre 30.239 individuos, el Reasons for Geographic and Racial Differences in Stroke (REGARDS), que demuestran que solo una pequeña proporción del exceso de ictus es debida a los factores de riesgo tradicionales y que las condiciones socioeconómicas y de salud durante la adolescencia van a ser claves en esta mayor incidencia y mortalidad por ictus3,4.
De cualquier forma, aplicar medidas que supongan una disminución en la mortalidad por ictus debe ser un objetivo de todos, incluidas las autoridades sanitarias.