EDITORIAL
Asistencia geriátrica en la Comunidad de Madrid
Serrano Garijo, M. P.
Presidenta de la Sociedad Madrileña de Geriatría y Gerontología
Nuestro país hace años que puede ser considerado envejecido y el proceso, evidentemente, continúa. Concretamente en Madrid, según datos provisionales del último censo, el 13,61% de la población de nuestra comunidad tiene 65 años o más frente al 11,85% del censo del 91, siendo las previsiones lógicamente al alza para toda la comunidad.
Pero los problemas de los ancianos, como todos bien sabemos, no son sólo cuestión de números, aunque éstos sean de capital importancia para la planificación de los servicios. Las particularidades de las personas de edad avanzada justifican, al menos en opinión de los técnicos, la necesidad de organizar los cuidados de modo que sean preventivos, progresivos, integrales y continuados, algo que solamente puede garantizarse desde una óptica multidisciplinar y con una estrecha coordinación entre las distintas áreas implicadas, sin olvidar que existe una atención especializada y unos médicos especialistas que pueden y deben contribuir a la consecución de los objetivos marcados.
Sirva lo anterior para comprender la necesidad de optimizar los recursos destinados a los ancianos en la comunidad de Madrid, partiendo de la premisa de su deficiencia tanto en número como en cualificación, además de su irregular distribución (1), algo favorecido, entre otras cosas, por la existencia de tres administraciones con atribuciones en materia de salud: Insalud, Comunidad Autónoma y Ayuntamientos. Sus competencias, establecidas por distintas leyes y ordenanzas, son cuando menos confusas, algo que llevado a la práctica puede parecer incluso caótico.
Insalud realiza actividades en distintas materias que van desde los programas preventivos para los mayores, hasta la asistencia especializada. La cartera de Servicios de Atención Primaria contempla un programa de prevención y detección de problemas en el anciano que no está ni mucho menos generalizado, siendo difícil creer que eso ocurra mientras se mantenga la dualidad en el modelo de atención (tradicional y centro de salud). De reciente y escasa implantación existe también la atención domiciliaria con equipos de soporte (curiosamente semejante a la tradicional atención geriátrica domiciliaria pero sin equipo especializado). En el ámbito hospitalario el abanico no es menos diverso, desde un Servicio de Geriatría con sus distintos niveles asistenciales (en el Hospital Universitario de San Carlos hay agudos, media estancia, hospital de día, consulta externa y servicio domiciliario) hasta la más absoluta carencia de actividad especializada (Hospital Puerta de Hierro, Doce de Octubre o Príncipe de Asturias y el último de la red, la Fundación Alcorcón, entre otros), pasando por los Equipos de Valoración y Cuidados Geriátricos (La Paz, Ramón y Cajal, Móstoles, Leganés). En cuanto a los cuidados de mayor duración, el Hospital de la Fuenfría, a pesar de contar en su plantilla con médicos especialistas en geriatría, carece de una estructura sistematizada en la atención de mayores, algo que no impide que una gran parte de sus usuarios tengan una edad avanzada.
La Comunidad de Madrid también tiene un programa de promoción de la salud en personas mayores y sus distintos recursos hospitalarios contemplan la Geriatría en cierta medida. Hay una sección en Cantoblanco bastante desarrollada (agudos, media estancia, hospital de día) y un servicio en el Gregorio Marañón, no existiendo nada en el Hospital de la Princesa. No hay ningún dispositivo de larga duración en el municipio de Madrid, ni en otros de elevada población y los hospitales de Guadarrama y Virgen de la Poveda están en fase de remodelación, desarrollando ya actividades de media estancia en ellos y contando con especialistas en geriatría. Curiosamente la ausencia de competencias en materia asistencial hace que todas las camas hospitalarias estén concertadas con Insalud, algo etiquetado como «retrotransferencia» y que añade incongruencia a la situación.
Merece la pena señalar, dentro de la oferta hospitalaria madrileña, dos grandes hospitales, tanto por su tamaño como por su trayectoria, que vuelven a reforzar la idea de la irregularidad en los recursos. El Hospital Central de la Cruz Roja, pionero en la asistencia geriátrica y en la formación de especialistas por el sistema MIR, cuenta con un servicio completo de geriatría mientras que la Fundación Jiménez Díaz, no contempla ningún dispositivo especializado (que curioso, la Fundación Jiménez Díaz tiene casi la misma edad que nuestra Sociedad Española de Geriatría y Gerontología y, según cuentan las crónicas, D. Carlos vio con muy buenos ojos su constitución).
En cuanto a los ayuntamientos, la práctica totalidad ha eliminado de sus prestaciones la asistencia, dedicándose exclusivamente a labores preventivas; concretamente el de Madrid, cuenta con un programa específico para mayores de 65 años que cubre aspectos preventivos y está generalizado a todos sus Centros Municipales de Salud, así como un programa de memoria. Su contribución en el plano especializado es una Unidad Geriátrica con distintos niveles (media estancia, hospital de día y atención domiciliaria) que aporta más de la tercera parte de las camas geriátricas de media estancia del municipio.
Por supuesto, todo este variado despliegue de recursos especializados no alcanza ni por asomo los mínimos recomendados por distintos organismos internacionales o de países con mayor trayectoria geriátrica que el nuestro, por cierto, no muy distintos a los marcados por Insalud.
Pero, incluso soslayando la cuestión de si es necesaria una atención específica al anciano o no, no es posible contemplar este panorama de absoluta irregularidad en el reparto de los recursos sin preguntarse por el causante de todo este desatino. La respuesta no es sencilla, pues posiblemente la responsabilidad sea compartida por políticos, las distintas administraciones y organismos implicados, las sociedades científicas, quienes trabajan en este campo y hasta el colectivo de personas mayores. En cualquier caso podría pensarse en la existencia de una clara incongruencia entre lo legislado, los recursos y las necesidades.
Nadie niega las competencias en materia asistencial al Insalud, organismo por otra parte que no parece dispuesto a aumentar la oferta de servicios geriátricos en su territorio y la CM ya tiene concertados sus centros asistenciales pero ¿qué pasa con los ayuntamientos? Al menos en Madrid capital, es difícil imaginar qué puede hacerse con los recursos existentes, carentes de competencias a nivel local y pertenecientes a una comunidad sin transferencias asistenciales, algunos podrán dedicar todos sus esfuerzos a la prevención, algo al parecer permitido por el marco legal actual pero otros, altamente especializados y sin cabida en el mismo, es bastante probable que tiendan a desaparecer antes incluso de que lleguen las transferencias, sin que nadie haya asumido su labor, riesgo del que no están exentos otros recursos especializados en geriatría no pertenecientes a Insalud o Comunidad.
En cualquier caso queda patente la necesidad de incrementar y distribuir equitativamente los recursos sanitarios para los mayores, modificación difícil de conseguir en la situación actual y que debería mejorar con las transferencias; momento en el que hará falta que las sociedades científicas seamos convocadas para la planificación, algo a lo que por desgracia no nos tienen muy acostumbrados en esta Comunidad (véase el Plan de Mayores de la Comunidad de Madrid).
Por último, para finalizar con optimismo, probablemente sea una buena señal que casi todos los hospitales dependientes de la Comunidad cuenten con dispositivos geriátricos, pudiendo pensarse que en un futuro próximo, cuando toda la red sea transferida y si se mantiene la misma trayectoria, se cumplirá el lema del Cincuenta Aniversario: «ni un hospital sin geriatría», al menos en nuestro ámbito territorial.
BIBLIOGRAFIA
1. Arbelo López de Letona A, Martín Hernández R. Asistencia geriátrica hospitalaria en la Comunidad Autónoma de Madrid 1997: recursos y actividad. Rev Esp Geriatr Gerontol 1999;34:255-265.