La tendencia a la personalización en las sociedades modernas aparece con una fuerza inusitada. Desde los ámbitos del consumo, hasta aquellos que configuran la vida cotidiana de las personas que necesitan apoyos.
Especial relevancia tiene, desde esta perspectiva, la atención a las personas mayores en residencias. Estos recursos si bien suelen prestar una atención adecuada desde el punto de vista médico-asistencial, suponen la pérdida de uno de los espacios más importantes para la personalización y el mantenimiento de la identidad: la casa, el lugar de la seguridad, los afectos y la historia vivida1.
En los últimos años se están generando iniciativas en el marco de la atención centrada en la persona (MACP), que ponen de manifiesto la importancia del «sentido de la casa» en el diseño de alojamientos para personas en situación de dependencia.
El significado o sentimiento de hogar es un fenómeno multifactorial condicionado no solo por el ambiente físico, sino también por las peculiaridades tanto personales como sociales y culturales de las personas que los ocupan. Para algunos autores «sentirse como en casa» en una residencia es un concepto complejo, determinado por un equilibrio dinámico entre autonomía y seguridad que progresivamente va transformando un espacio en un hogar2.
En nuestro contexto, cuando algún residente desea enseñar el lugar en el que vive, suele referirse a «su casa». Un espacio reducido o incluso compartido, que ha ido configurando como propio con unos cuantos elementos cuidadosamente elegidos y dispuestos para ser vistos, disfrutados y mostrados a los visitantes3.
En este mismo sentido, algunos trabajos recientes, efectuados con y desde la perspectiva de los usuarios, resaltan el valor que tienen «los detalles», «lo pequeño» para que la personalización en el trato sea posible y la vida tenga sentido.
Comer en compañía en entornos hogareños4, contar con la presencia y la participación de allegados en las actividades que configuran la vida diaria, ofrecer posibilidades para que el día transcurra acorde a lo que se desea, etc., son algunas de las cuestiones que ayudan a que un entorno residencial se convierta en algo parecido a un hogar1.
Por otro lado, el grupo de la casa (personas residentes, familiares y profesionales) constituido en «una familia» se convierte en el contexto en el que se desarrollan las intervenciones profesionales, favoreciendo ya no solo la implementación de nuevas prácticas, sino también su consolidación y mantenimiento. Los pequeños-grandes entornos y eventos que construyen el día a día, se configuran en elementos que han de guiar la identificación y desarrollo de las actuaciones profesionales, ofreciendo además una oportunidad para superar la tradicional separación entre prácticas basadas en la evidencia y rutinas profesionales más o menos estandarizadas5.
Considerar «la casa» y dar voz a quienes la habitan, resultan pues asuntos imprescindibles para avanzar hacia los alojamientos que organizaciones, personas y profesionales perseguimos6.
Pero los retos que imponen incorporar los detalles relevantes para que cada persona, en entornos institucionales, «se sienta como en casa» son grandes y dificultosos.
En primer lugar, asegurar la participación de personas, la mayoría con deterioro cognitivo avanzado en las decisiones que les afectan, es una tarea compleja que exige generación de conocimiento e identificación de metodologías y herramientas de evaluación que, hasta ahora, han tenido un valor y desarrollo muy limitado: observación, etnografía visual, autoevaluación, etc.7.
Además, las transformaciones de carácter organizacional, que posibiliten dar respuesta a las preferencias de las personas, imponen un cambio cultural en profundidad que ha de avanzar hacia la singularización del individuo desde su rol profesional, promoviendo el desarrollo de competencias, tales como la escucha activa, la capacidad para el consenso, la gestión emocional y del conflicto propio y del entorno8.
En definitiva «sentirse como en casa» exige esfuerzo y compromiso por parte de todos los implicados para rutinizar solo aquello que sea beneficioso para las personas y abordar un proceso creativo y, de liderazgo, para transitar en lo cotidiano hacia la generación de interés e ilusión y llenar de vitalidad los itinerarios de las personas que necesitan ayuda. Un itinerario que incluye a los amigos y las familias que, con frecuencia viven con preocupación y tristeza esta etapa, y también a profesionales, hasta ahora centrados en el cumplimiento de tareas múltiples e, invitados actualmente a «ser personas» en su actividad laboral.
Sin duda nos espera un futuro mejor en el acompañamiento del itinerario vital de la dependencia. Definitivamente, «lo pequeño es hermoso»9.
Las autoras desean agradecer a Raquel Lázaro sus contribuciones a versiones preliminares del manuscrito.