El pasado 31 de mayo fallecía en Madrid, nuestro compañero el Dr. Francisco Florez Tascón. Estas líneas quiero que supongan un pequeño recuerdo-homenaje a su persona. Pasaré por encima de su labor médica y su vinculación a la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG), discípulos tiene en nuestra sociedad que podrán hacerlo con mejor conocimiento de causa. Prefiero dedicar este espacio a comentar su riqueza humana, algo siempre por delante y encima de cualquier otro parámetro vital. Desde que le conocí hace 30 años siempre me llamó la atención su vitalidad, su interés por la cultura en cualquiera de sus manifestaciones, por las relaciones humanas y, sobre todo, su profundo e incondicional sentido de la amistad.
Paco quería a sus amigos. Tenía muchos y se esforzaba por potenciarlos y destacar sus cualidades más valiosas. Nunca atisbé en él un indicio de mezquindad, algo excepcional y tremendamente raro en un mundo en el que la patada y el empujón están al orden del día, incluso entre aquellos que se dicen amigos y compañeros. Una de sus experiencias vitales más repetidas puede ejemplificar los extremos tan increíbles en los que se manifestaba esta amistad. Me refiero a los veintimuchos cursos de posgrado en geriatría que, por libre, y prácticamente sin otros apoyos que los que desde el punto de vista logístico le facilitaban sus también amigos de Uriach, estuvo desarrollando durante otros tantos años. Cuando uno veía el elenco de profesores que componían estos cursos había que sonreír. Eran todos nombres de figuras heterogéneas muy destacadas de la medicina española, líderes en sus campos respectivos, y cabía suponer que todos con agendas muy cargadas. Visto desde fuera las previsibles dificultades para cualquier organizador a la hora de reunir un profesorado de ese nivel podrían parecer insalvables, sobre todo teniendo en cuenta que esta actividad docente, mantenida en el tiempo sin interrupción, tenía lugar durante todos los sábados de un trimestre.
¿Que tenían en común todos estos profesores? Ser deudores del afecto y de la amistad del Dr. Florez Tascón. En las presentaciones previas a cada conferencia —él asistía personalmente a todas y cada una— destacaba lógicamente 2-3 aspectos curriculares pero, sobre ello, ponía el énfasis en aquello que, en cada caso, consideraba los principales valores humanos del invitado de turno y en la condición de vivir una profunda amistad compartida. Resultaba imposible negarse a una propuesta de este tipo.
Hacer un viaje conjunto o compartir una mesa resultaba delicioso. Cautivaba escuchar sus experiencias vitales, profesionales o no. Cuando el tiempo y los cambios de hábitos y personas fueron haciendo más difícil la continuidad de sus cursos fui objeto de una de estas invitaciones en las que junto con su hijo me animó a proseguir con sus cursos. Me nombraba algo así como «heredero universal de los mismos». Agradecí emocionado su generosidad y decliné la invitación. Con el carisma se nace y los cursos de D. Francisco tenían mucho de carismáticos.
A Lolita, su mujer, y a Curro, su hijo, quisiera transmitirles mi afecto personal, algo que, sin lugar a dudas, representa el sentir colectivo de todos quienes, en el mundo de la geriatría o fuera de él, tuvimos por razones de edad el privilegio de conocerle y la posibilidad de aprender de su humanidad y su talante.